El recientemente publicado libro del periodista Marc Marginedas, «Rusia contra el mundo: más de dos décadas de terrorismo de Estado, secuestros, mafia y propaganda» acumula, según el propio autor, los conocimientos y denuncias múltiples de personalidades tales como la asesinada Anna Politkóvskaya y otras como Anastasia Kirilenko, David Satter, Johnathan Litell que vienen a desvelar las maniobras y presiones del Kremlin contra los testigos molestos que denunciaban los excesos y atrocidades durante las intervenciones militares rusas desde la primera guerra de Chechenia. Pero no solamente eso, Rusia contra el mundo revela la estrategia que hay detrás de toda política exterior rusa y, en particular, en lo que se refiere a sus servicios secretos, cuyos agentes promueven la radicalización y la desestabilización de países extranjeros, con el propósito de mermar la democracia liberal y polarizar a las opiniones públicas, favoreciendo con ello a opciones políticas extremistas, en particular de ultraderecha.
Rusia contra el mundo nos proporciona la clave para entender lo que ha sido la política exterior rusa a lo largo de los últimos decenios y a la propia Rusia, en especial tras la caída de la URSS y el ascenso de Vladímir Putin al poder, como un Estado-mafia que recurre métodos brutales y vedados absolutamente en las relaciones y el Derecho Internacional. Si bien, citando a Stéphane Bentura, cineasta y autor del documental «Rusia, el veneno autoritario»,en el libro se afirma que «antes incluso de que Putin se afianzara en el poder, con los atentados de 1999, es el ‘imperio de las mentiras’ el que se instala en la Federación Rusa».
Pero, como el mismo Marginedas nos dice y a la vez propone: «solo existe un antídoto para desmontar cualquier estructura disfuncional basada en el embuste y la superchería. Y se llama verdad». Así, que es la verdad la que pretenden alcanzar las más de 280 páginas del libro Rusia contra el mundo; para que la verdad, una vez encontrada, pueda desmontar la narrativa y propagandas rusas basadas en el engaño y la mentira, y todo lo que éstas suponen y sostienen actualmente en el mundo
Rusia contra el mundo describe como, en el país más grande del mundo, se habría instalado en una suerte de realidad paralela, en la que quienes se han adueñado del Estado ruso imposibilitan de forma sistemática el surgimiento de una sociedad civil que pueda ejercer el control efectivo sobre el poder político, como ocurre en democracia. De esta manera, la población y ciudadanía rusa viviría sometida por una élite que recurre a métodos propios del crimen organizado para mantenerse en el poder, y que a la vez «proyecta la imagen de un imperio y poderío». Una imagen que solo existe gracias a exitosas campañas de desinformación, con las que consiguen mantener comportamientos y privilegios que resultarían inconcebibles en cualquier Estado desarrollado y evolucionado.
El libro, que pretende estudiar y analizar la Rusia actual, también nos deja bien claro que la invasión de Ucrania, lanzada el 22 de Febrero de 2022 por Rusia y que ha sido el primer ataque contra un vecino europeo desde la II Guerra Mundial, jamás habría sido posible sino hubiera existido un largo proceso de empoderamiento de Putin, que comenzó justo con unos atentados irresueltos en el interior de la propia Rusia, que datan de 1999. En dicho momento, sentencia el autor: «se iniciaban una serie de audaces acciones emprendidas por el Kremlin que estaban destinadas a consolidar la tradicional relación de sometimiento y vasallaje entre el poder político y los ciudadanos en el interior de Rusia y, por otro, a mermar la legalidad internacional hasta cotas no vistas en el último siglo, desafiando los principios básicos de la decencia humana».
Marc Marginedas, excorresponsal en Moscú de El Periódico, nos expone en su libro «las enormes dimensiones de la multifacética amenaza que supone la Rusia de Putin para la paz y la estabilidad de Europa y del mundo». Pues, en base a las fuentes, los datos e informaciones estudiadas en el libro, el Estado ruso exportaría a nivel internacional sus redes de crimen organizado y en dichas redes criminales sus servicios secretos se encontrarían infiltrados de distinta forma. Bien, ya sea para obtener información como para participar directamente proporcionando y facilitando medios, estructuras y financiación a cualquier injerencia y actividad desestabilizadora en contra de quienes desafíen la hegemonía rusa los intereses geopolíticos y geo-estratégicos rusos a lo largo y ancho del mundo.
Pero ahora, en la actualidad, tales redes criminales no tienen necesariamente y en un principio porqué tener ningún tipo de afinidad política ni ideológica con el Kremlin; sino que simplemente se trata de redes criminales, que desestabilizan países e introducen elementos radicales, y que son utilizadas oportunamente por Rusia como medios para tratar de explotar todas aquellas situaciones en las que interviene de una u otra forma para rentabilizarlas en beneficio propio. Lo que, la mayoría de las veces, consiste en debilitar las opciones democráticas que desafían a los intereses y gobiernos pro-rusos (como de hecho ocurrió en la primavera árabe, particularmente en Siria) y en hacer más débiles a los adversarios que desafían la hegemonía rusa.
Se dice, asimismo, que la misma relación de los servicios secretos del Kremlin con grupos terroristas no constituye ningún secreto ni ninguna novedad actualmente. Pues, «durante la Guerra Fría es bien sabido que el KGB soviético respaldó, financió, armó y proporcionó apoyo logístico a bandas armadas que cometían actos violentos en Europa, desde grupos militares palestinos […] hasta bandas independentistas o izquierdistas de Europa occidental». Todo lo cual, según Marginedas, sucedió en «una época en la que el actual presidente ruso había sido desplegado como agente de campo en Dresde (Alemania Oriental)» y que, según periodistas y especialistas en la antigua URSS críticos con el Kremlin, «Vladimir Putin habría sido, en realidad, responsable de gestionar y empoderar desde la capital de Sajonia a algunos de los grupos armados de ultraizquierda más renombrados de los años setenta y ochenta que actuaron en Europa»; en concreto la RAF en Alemania Occidental y Action Directe en Francia.
Como bien dice Marc Marginedas, de confirmarse dicha historia acerca de Putin en su juventud, éste habría sido un agente que no era más que la herramienta de un Estado habituado a tratar con grupos armados radicales y que tradicionalmente habría hecho un uso instrumental del fenómeno del terrorismo fuera del territorio nacional contra países o enemigos externos. Pero, tras la caída de la URSS y el subsiguiente caos político que prosiguió a tal caída, se «generó el marco y la atmósfera adecuada de confusión» para que semejantes tácticas se aplicaran también dentro de las fronteras de la Federación Rusa, «con el objetivo de obtener réditos políticos, influir en la opinión pública, suscitar un determinado estado de ánimo o simplemente amedrentar a la población». Algo que habría sido aplicado en Chechenia, según Yuri Felshtinski, historiador ruso y coautor junto con el asesinado Aleksánder Litvinenko de Rusia dinamitada y citado en el libro.
La lectura del libro Rusia contra el mundo nos da, en esa medida, buena cuenta del carácter los abusos y los ataques híbridos rusos, que son cada vez más indecentes y atrevidos, y que se encuentran destinados no solo a someter a la propia población rusa y a doblegar a la oposición política, sino también a testear y comprobar la tolerancia a dichos ataques de otros Estados y de otras poblaciones del mundo. En base a lo relatado a lo largo de todo el libro, se puede llegar a la conclusión de que las distintas campañas emprendidas por Rusia contra el mundo y, en particular contra las democracias liberales mundiales, tienen o cuentan con al menos tres ejes de intervención en los que el Kremlin y sus servicios secretos intervienen:
1. El primero sería la injerencia, la maquinaria de la propaganda y la desinformación; lo que incluye también la compraventa y captación de lealtades periodísticas, mediáticas y políticas hacia el Kremlin. Pues, el libro nos dice que «la propaganda del siglo XXI no busca convencer a nadie, simplemente intenta sembrar dudas, [para generar] escepticismo e indiferencia», como concluye Scott Lucas, estudioso de la desinformación.
2. El segundo sería la intimidación y los ataques contra los opositores políticos (lo que incluye desde acciones de intimidación hasta asesinatos, allá donde éstos se encuentren); pero también contra todos aquellos que puedan ser considerados como testigos molestos o traidores al Kremlin, y que desafíen la narrativa y la propaganda rusa acerca de sus intervenciones militares y crímenes de guerra. Algo que también incluiría secuestros de periodistas y de cooperantes, como el que padeció el propio Marc en Siria; y que pretenderían amedrentar o impedir que se reportaran las atrocidades llevadas a cabo por las fuerzas rusas, y que tras ellos se ha podido comprobar que participaron agentes de origen ruso.
3. Y el tercero sería la infiltración de sus servicios secretos en actividades desestabilizadoras, militares y terroristas; así como las distintas operaciones militares rusas en las tres guerras de Putin habidas hasta la fecha: Chechenia, Siria y Ucrania. En ellas, las fuerzas rusas ponen en práctica sus tácticas militares: atentados de falsa bandera, tierra quemada, ataques deliberados contra infraestructuras civiles (edificios de viviendas, infraestructuras energéticas, hospitales,…), par controlado o double tap, en las que se bombardea en una primera ocasión y transcurridos cinco o diez minutos, cuando las ambulancias y los servicios de emergencia están sobre el terreno, bombardean de nuevo.
Por otra parte, en el libro se destacan también todas las «contorsiones y piruetas semánticas» llevadas a cabo por el Kremlin a la hora de definir sus ofensivas militares»; con lo que buscarían un triple objetivo: consolidar a la opinión pública rusa en torno a la lucha contra un enemigo simple (ya sea de presunta ideología nazi o extremista islámico), restar legitimidad a la oposición armada y mandar un mensaje a la comunidad internacional para que no interfiera ni se involucre.
No resulta nada desdeñable tampoco la explicación que se realiza en el libro de la estrategia de los servicios secretos rusos de introducirse en la oposición, para potenciar a los elementos más radicales y empujar a dicha oposición armada, a cometer actos abyectos contra la población civil; con los que poder desprestigiarla frente al mundo y poder así luego justificar y encubrir las atrocidades llevadas a cabo por las fuerzas rusas.
Una estrategia que se habría puesto en práctica primero en Chechenia y luego en Siria; cuando, en este último caso, los ciudadanos sirios se unieron a la conocida como primavera árabe y salieron a la calle para pedir gobiernos transparentes, libres de corrupción que permitieran una verdadera alternancia política en el Damasco de aquel momento. El resultado de todo ello fue que tres años más tarde, esa oposición siria que planteaba objetivos políticos más que razonables y legítimos, se había transformado como por arte de magia en un monstruo: el ISIS o Daesh.
En el libro, se afirma que las cárceles sirias durante el gobierno de Al-Asad eran en realidad un verdadero avispero de radicalización islámica, en las que los funcionarios del Estado sirio se empleaban a fondo en adoctrinar y manipular a los presos; para que, una vez fuesen convenientemente liberados, fuera posible dirigirlos hacia la realización de acciones contra los EEUU en Irak o, tras la primavera árabe, contra la población civil siria para que luego pudiera el régimen de Al-Asad justificar sus sus cruentas e indiscriminadas campañas y acciones militares contra toda la oposición siria.
En Rusia contra el mundo, también se cita a Jonathan Winer, antiguo subsecretario de Estado de los EEUU, quien llega a la conclusión de que «existen fundados indicios de que, como mínimo, Moscú fue consultado con antelación [a los atentados del 7 de Octubre de 2023] por Hamás». A lo que se unen toda una serie de reuniones en Moscú en Marzo de 2023 entre jefes políticos palestinos y representantes rusos, en un momento delicado para el Ejército ruso en Ucrania, a las que Winer presta atención y que en el libro son citadas, junto con informaciones de inteligencia, según las cuales semanas antes de los ataques los satélites rusos empezaron a cubrir Gaza e Israel con una mayor intensidad de lo que lo hacían hasta la fecha. Por todo ello, Jonathan Winer considera creíble que en aquellos encuentros «Rusia acordara apoyar a Hamás con el propósito estratégico de abrir un costoso segundo frente [en Palestina] a los países occidentales que apoyan a Kiev».
Para concluir esta reseña de Rusia contra el mundo, lo haré con una cita que aparece en el libro de David Satter, que fue el primer periodista extranjero en presentar como producto de una conspiración del Estado ruso los atentados del año 1999 en la capital rusa y otras ciudades del país: «Lo que verdaderamente empodera a Putin es la sensación de que pueden salirse con la suya, de que sus verdaderos motivos [e intenciones] no serán entendidos y que sus sus crímenes no serán expuestos», ni les afectarán. Sin duda alguna, Rusia contra el mundo. Más de dos décadas de terrorismo de Estado, secuestros, mafia y propaganda, de Marc Marginedas nos pone en el camino de alcanzar la verdad acerca de quienes están al frente del Kremlin y del Estado ruso. Para que de esta forma, no se salgan con la suya y para que sus crímenes sean desvelados y que, en dicha medida la acción de la Justicia y el Derecho persiga a sus responsables. La Resolución del Parlamento Europeo de Noviembre de 2022, que fue aprobada por 494 votos a favor y que consideraba a Rusia como un «Estado patrocinador del terrorismo» fue sin duda un primer paso en dicho camino; pero evidentemente no puede quedarse ahí, ni ser el único movimiento para dar a la Rusia de Putin el tratamiento que como amenaza y quebrantador del orden internacional merece; así como tampoco para anular la colosal amenaza que supone la injerencia y los ataques híbridos que Moscú dirige contra el mundo.
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