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COP 30

¿Puede China salvar el planeta?

Fuentes: Rebelión

Traducido por el autor

La influyente revista económica The Economist llega a una conclusión llamativa: mientras EE. UU. titubea y Europa duda, China avanza a toda velocidad hacia el futuro verde con parques solares, baterías y coches eléctricos. Si la cumbre del clima en Belém demuestra algo, es esto: sin hardware chino el mundo no alcanzará sus objetivos climáticos.

El mundo se enfrenta a una transición energética sin precedentes. Mientras el actual gobierno de EE. UU. rechaza la tecnología renovable, la industria en Europa retrocede y se recortan los planes verdes. Por eso la lucha climática se decidirá en el Sur Global y allí serán las soluciones renovables chinas las que marquen la diferencia.

Esa es la llamativa conclusión que extrae The Economist en un informe especial sobre el clima con motivo de la cumbre de Belém. The Economist es una de las revistas de negocios más influyentes del mundo. La revista dista mucho de ser «amiga» de China, pero constata con pesar que EE. UU. y Europa no están dispuestos o no son capaces de liderar la transición energética mundial.

Y esa es precisamente la pregunta en torno a la cual gira esta cumbre climática.

La revolución de los vehículos eléctricos

Otros medios dominantes están en la misma sintonía. Así, por ejemplo, De Standaard en Bélgica describe cómo Wan Gang, el ministro de Ciencia y Tecnología, lanzó en 2009 una estrategia que empujó a la atrasada industria automovilística china hacia la era eléctrica. Con normas de emisiones, infraestructura de recarga y miles de millones en apoyos se creó un mercado interno en el que conducir eléctrico pudiera convertirse en la norma.

Wan vio pronto cómo la dependencia del petróleo, la contaminación del aire y la hegemonía tecnológica de EE. UU. hacían vulnerable a China. La solución fue una política industrial de largo aliento en la que el Estado orienta y la industria escala.

Esa política fue especialmente exitosa y catapultó a China a la cima mundial en este sector. El año pasado se vendieron en China 6,4 millones de coches eléctricos, tres veces más que en Europa y cinco veces más que en EE. UU. Más del 60% de todos los vehículos eléctricos (VE) salen ahora de fábricas chinas y más del 70 por ciento de las baterías también se producen allí.

La antaño objeto de burlas BYD superó a Tesla. El gigante de las baterías CATL lució una celda que promete 500 kilómetros de autonomía tras cinco minutos de carga.

El bajo precio de los coches eléctricos chinos no se debe solo a la tecnología, sino también a la organización: fuerte competencia, automatización y verticalización – desde la materia prima hasta el embarque – abaratan los costes. Hoy dos de cada tres modelos chinos de VE ya son más baratos que sus homólogos fósiles, incluso sin subvenciones, señala De Standaard.

Laboratorio de tecnología verde

The Economist abre aún más el objetivo. A finales del año pasado China contaba con 887 gigavatios de capacidad solar, casi el doble que Europa y EE. UU. juntos. Solo en 2024 se destinaron 22 millones de toneladas de acero a viento y sol, suficiente para construir casi cada día laborable un Golden Gate Bridge.

China puede producir casi un teravatio de capacidad renovable al año, el equivalente a más de 300 grandes centrales nucleares. Esa escala no es casualidad, sino el resultado de un “volante de inercia”: enorme demanda interna, producción cada vez más eficiente, precios a la baja, aún más demanda. Mientras tanto se están retirando las subvenciones que pusieron en marcha el “volante de inercia”.

El resultado es energía barata y abundante, además generada en el propio país, lo cual es muy importante estratégicamente porque reduce – y a la larga incluso elimina – la dependencia del petróleo extranjero, por ejemplo.

Los paneles solares son el ejemplo de manual. EE. UU. los inventó, pero hoy China concentra el noventa por ciento de la capacidad mundial e instala más paneles que el resto del mundo junto. Mientras Europa y EE. UU. lidian con la fragmentación y las entradas de alto coste, China implantó clústeres donde tiene lugar todo el proceso.

En la energía eólica la ventaja es menor, pero aun así impresionante. Solo en 2021 China instaló más capacidad eólica marina que el resto del mundo en los cinco años anteriores. Los cuatro mayores fabricantes de aerogeneradores son hoy chinos.

También en bombas de calor crece la ventaja. En 2024 las empresas chinas produjeron más de la mitad de las bombas de calor del mundo y una parte considerable se destinó al mercado de exportación.

Según The Economist, China se ha convertido en el laboratorio del mundo en materia de tecnología verde. El año pasado se invirtieron en China 676.000 millones de dólares en este ámbito, lo que supone el 38 % del total mundial y más del doble de la cantidad invertida en EE. UU.

El resto del mundo depende en gran medida de las cadenas de suministro chinas para paneles solares y baterías.

Buenas razones

China tiene sólidas razones para priorizar la política climática: megalópolis como Shanghái están en la costa y corren riesgo de inundaciones por la subida del nivel del mar; el norte seco sufre escasez de agua; y los fenómenos meteorológicos extremos ya están causando daños.

Según la revista médica The Lancet, la cantidad de personas muertas por calor en China en 2022 fue 3,5 veces superior a la media histórica. En el verano de 2023 las inundaciones destruyeron gran parte de la cosecha china de trigo.

La inversión en energía verde, además, es interesante económicamente. China reduce su intensidad energética interna y, al mismo tiempo, exporta su transición. Hoy el país gana más con la exportación de tecnología limpia que EE. UU. con la exportación de energía fósil.

Solo en agosto circularon por el mundo 20.000 millones de dólares en tecnología limpia. La mitad de los coches eléctricos exportados terminó en países en desarrollo. En muchos de esos mercados China ya alcanza una cuota de alrededor del 75%, constata De Standaard.

Esta tendencia continuará, sencillamente porque las fuentes renovables son baratas.

En el Sur Global el proyecto chino de inversión a gran escala «la Franja y la Ruta» está pasando de centrales de carbón y megapuertos a proyectos solares y eólicos. Los paneles y baterías baratas convierten los tejados de países como Pakistán en minicentrales.

Para muchos gobiernos del Sur hay un criterio que cuenta: seguridad de suministro a bajo precio. Las celdas solares tienen allí una baza adicional: una vez instaladas nadie puede «cerrar el grifo». Eso reduce el poder de chantaje geopolítico que siempre ha acompañado al petróleo y al gas, y sienta las bases de una soberanía energética propia.

Esa exportación hace por China exactamente lo necesario: reduce las emisiones mundiales y disminuye sus propios riesgos climáticos, mientras alimenta la industria y el comercio. Según el centro de estudios CREA, las inversiones en energía verde fueron en 2023 el mayor motor del crecimiento económico en China. Por primera vez los incentivos económicos y climáticos del mayor fabricante del mundo coinciden en gran medida.

Por eso el Financial Times llama a China el primer «electro-Estado» del mundo: la tecnología verde como palanca para conquistar los mercados mundiales. La búsqueda intensiva de Pekín de la autosuficiencia energética podría incluso darle ventaja en la guerra comercial con EE. UU.

En el buen camino

No todo es color de rosa. China no se aparta del carbón tan rápido como desearían los activistas medioambientales o como algunos analistas consideran necesario para cumplir el objetivo de 2060. El 60% de la mezcla energética sigue procediendo de esta fuente con mayor intensidad de carbono. Tras la invasión rusa de Ucrania se aprobó una media de dos nuevas centrales por semana y funcionarán durante décadas.

Aun así, algo se mueve. De Standaard señala que China logró cubrir en la primera mitad de este año su demanda adicional de electricidad íntegramente con fuentes renovables y que el consumo fósil estaba disminuyendo en términos absolutos. La fase más contaminante del desarrollo de China probablemente haya quedado atrás.

Según el periódico, el grado de electrificación de la economía ya supera allí el 30%, frente a poco más del 20% en EE. UU. China anuncia una reducción moderada de emisiones para 2035 y supera más a menudo sus propios objetivos de lo que los incumple, según el diario.

China va muy por delante de los objetivos de 2030 para energías renovables. La meta de 1.200 GW de eólica y solar ya se ha alcanzado este año y las emisiones parecen estar alcanzando su pico desde marzo de 2024.

Cómo China se convirtió en el líder verde mundial

No fue casualidad: el salto de China en la transición energética es fruto de una visión a largo plazo y de su vertiginoso crecimiento económico de las últimas décadas. El país combinó inversiones sociales, apertura inteligente y una planificación estricta con incentivos de mercado. El resultado fue una economía que a la vez tiene escala, velocidad y dirección.

Primero, el fundamento social. Desde el inicio fluyó mucho dinero hacia la educación, la salud y la seguridad social, lo que produjo trabajadores sanos y formados. Y, algo importante, los salarios siguieron a la productividad. Así se preservó la paz social y además surgió un gran y dinámico mercado interno.

Sobre eso vino un turbo: infraestructura y tecnología. Se construyó rápidamente una red de ferrocarriles, carreteras, puertos y energía. Al mismo tiempo, China invirtió de forma masiva en investigación y desarrollo. El país saltó a la cima en publicaciones científicas y patentes, y gradúa cada año un múltiplo de estudiantes STEM. Ese salto de conocimiento alimenta industrias de alto valor añadido.

La apertura también jugó su papel, pero siempre en sus propios términos. Los inversores extranjeros eran bienvenidos, siempre que contribuyeran a objetivos nacionales: transferencia tecnológica, suministro local, empleos. El comercio se convirtió en un medio, no en un fin. La Nueva Ruta de la Seda encaja en esa misma lógica: abrir mercados y, a la vez, anclar capacidades chinas.

El núcleo de la dirección sigue siendo estatal. Los planes quinquenales marcan el rumbo, los bancos estatales empujan capital hacia sectores estratégicos, de la energía a la producción de chips. Cuando el gobierno da prioridad, pensemos en la energía solar, la movilización de productores sigue rápidamente. Así pudo China convertirse en poco tiempo en líder mundial en tecnología de paneles solares y cadena de producción.

A la vez, China está sorprendentemente descentralizada. Los gobiernos locales gestionan la mayor parte del gasto y compiten entre sí. Provincias y ciudades experimentan; si les va bien, otros copian. Las empresas compiten en el mercado, dentro y fuera del país. Esa doble competencia – entre regiones y entre empresas – mantiene el sistema ágil.

El funcionamiento del mercado no es tabú, sino un instrumento. Mientras el mercado sirva a los objetivos sociales y estratégicos, se le da espacio. Si choca con esos objetivos, el Estado interviene. Así China evita las ineficiencias de una centralización pura, pero también la falta de rumbo de un «libre» mercado sin dirección.

Fue crucial que China viera pronto que la economía mundial se iba a orientar hacia la ecologización. El giro hacia energías renovables, movilidad eléctrica y eficiencia energética fue prioritario en la agenda. Gracias a ello, además de su ventaja de escala, China dispone de reducción de costos y liderazgo tecnológico en sectores verdes, mientras reduce a la vez su dependencia de combustibles fósiles importados.

¿Y Europa?

Europa no tiene por qué copiar este modelo, pero sí puede aprender mucho de él. Además, nuestro continente se enfrenta a una elección importante: ¿optamos por un respaldo fósil demasiado caro de EE. UU. o por el hardware verde chino?

La producción de paneles solares se ha trasladado en gran medida a China, las reservas fósiles son limitadas y el apoyo político a paquetes de transición costosos muestra grietas. Los intentos de construir campeones propios fuertes de energía verde avanzan con dificultad. De Standaard señala en ese sentido que la quiebra del fabricante de baterías Northvolt es una señal de alarma.

Sea como fuere, Europa no puede alcanzar sus objetivos climáticos sin China. Quizá pueda seguir el consejo de The Economist: “Aun cuando el cambio climático no sea tu prioridad, deberías entusiasmarte ante la perspectiva de una energía limpia barata y abundante y la promesa que conlleva de mejorar la vida de miles de millones de personas en países en desarrollo. El mundo necesita lo que China tiene para ofrecer. Debería aceptarlo.”

Fuente: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2025/11/17/klimaattop-cop-30-kan-china-de-planeet-redden

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.