Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Dos hitos importantes se produjeron en Afganistán la pasada semana: las muertes de soldados británicos superaron la cifra de los 100 y las muertes oficiales mensuales de la coalición superan ya las cifras de muertes oficiales de la coalición en Iraq. Los oficiales del Pentágono dijeron que durante el mes de mayo habían muerto en Iraq 16 soldados de la coalición, 14 de ellos estadounidenses, mientras que en Afganistán habían muerto 18 soldados de la coalición, 13 de ellos estadounidenses.
Dos sucesos más entraron en las noticias de la pasada semana, dignos de atención sólo en cuanto que eran previsibles. El presidente afgano Hamid Karzai asistió a una conferencia de donantes en París, donde pidió 50.000 millones de dólares. EEUU y demás amigos ofrecieron 17.000, aunque más de la mitad de las promesas totales venían arrastrándose de un anterior compromiso estadounidense de 10.200 millones de dólares, i.e., el neto de Karzai sería entonces de 6.800 millones de dólares y, teniendo en cuenta pasadas prácticas, es mejor que no espere demasiado. La Primera Dama estadounidense, Laura Bush, estuvo mostrando las diapositivas de su viaje a Kabul cuando fue a visitar a Karzai y a apoyar a las mujeres afganas. Los dirigentes se hicieron eco de su llamamiento para «apoyar a Afganistán». Sarkozy, como siempre, confundió a todo el mundo diciendo: «No podemos dárselo a los torturadores». Laura anunció que Washington iba a gastar 80 millones de dólares en apoyo de la Universidad Americana de Kabul y del Centro de Alfabetización Nacional, para así conquistar los corazones y mentes de aquel pueblo.
Una nota de realismo sobrevoló la reunión cuando los funcionarios se quejaron de que Karzai parecía ser incapaz de adoptar medidas duras contra el tráfico de drogas y la corrupción incluso en Kabul, donde está virtualmente prisionero en su atrincherado palacio presidencial. Karzai les aseguró que su gobierno pondría todo su empeño en arrancar la corrupción. Quizá podría empezar sustituyendo a su hermano Wali Karzai, el presidente del consejo provincial de Kandahar, de quien muchos creen que, junto con Hamid, está implicado en el mismo tráfico de drogas que tan apasionadamente denunciaba éste ante sus donantes. Los funcionarios afganos recrearon un cierto aire surrealista cuando se quejaron de que los donantes se han mostrado siempre demasiado recelosos a la hora de permitir que Afganistán tome el control de su propio destino y determine en qué se gasta el dinero. Sí, denles decenas de miles de millones a los corruptos compinches de Karzai. Seguro que va a ser la mano de santo que lo resolverá todo.
La otra reunión, aún más infructuosa y tediosa, a falta de las diapositivas de Laura, fue una sesión de dos días de los ministros de defensa de la OTAN seguida de un guión que ya va siendo familiar en los debates sobre Afganistán: el Secretario de Defensa de EEUU Robert Gates arengó sin éxito a los poco dispuestos aliados a comprometer más tropas en la carnicería. Gran Bretaña ofreció 230, con Des Browne, el secretario de defensa británico, jaleando la campaña afana como «la noble causa del siglo XXI».
La gran queja estos días se la llevan los malvados pakistaníes, que proporcionan «puerto seguro» a los aún más malvados talibanes. La repuesta de la OTAN vino esta semana de la mano de un mortal ataque aéreo contra un control fronterizo del Cuerpo de Fronteras de Pakistán que, según el Primer Ministro pakistaní Syed Yousuf Raza Gilani, mató a once soldados pakistaníes, aunque el diputado de la Liga Musulmana de Pakistán, Amir Muqam, dijo que habían sido setenta. Este acto de «autodefensa» es otro más en la larga historia de la OTAN de muertes por «fuego amigo», seguramente el oxímoron de todos los tiempos. Las fuerzas de la OTAN han lanzado varios ataques aéreos por el interior de Pakistán durante el pasado año pero esta es la primera vez que matan a soldados pakistaníes. Sin inmutarse lo más mínimo, el almirante Michael Mullen, jefe de la Junta de Altos Jefes de Estados Mayores de EEUU, procedió a pedir al indefenso gobierno pakistaní no sólo la expulsión de todos los miembros de Al-Qaida sino también que contuvieran de inmediato el flujo de insurgentes a través de la frontera. El perro faldero de Karzai amenazó incluso con enviar tropas afganas: «Vienen y matan afganos y soldados de la coalición; eso nos da derecho a hacer lo mismo».
Pero he omitido hasta ahora la noticia realmente espectacular: el ataque llevado a cabo por militantes talibanes sobre la principal prisión del sur de Afganistán el pasado viernes, cuando hicieron explotar un coche bomba ante la puerta principal en un asalto en el que utilizaron todos los medios que pudieron y con el que lograron liberar a 1.000 prisioneros, incluidos 400 supuestos talibanes. El complejo ataque incluyó un coche bomba, suicidas bombas que entraron en la prisión y cohetes disparados desde el exterior. «Todos los prisioneros escaparon. No quedó ni uno», dijo el presidente de Kandahar Wali Karzai. Muchos de los prisioneros estaban hace sólo pocas semanas en huelga de hambre durante la cual 47 de ellos se cosieron la boca. Algunos llevaban allí más de dos años sin ser juzgados y a otros se les habían dictado largas sentencias de prisión después de juicios muy breves. Los talibanes siguieron adelante para liberar 18 pueblos cercanos en una zona que se suponía estaban bajo control de las tropas canadienses, donde éstas planeaban, al parecer, exhibir una ayuda al desarrollo para los próximos cuatro años. Con Dios y buena suerte, canadienses.
Este golpe a la ocupación sólo puede compararse con la ofensiva de Tet de los Vietcong en 1968 contra la ocupación estadounidense de Vietnam del Sur. ¿Cuándo despertará la ocupación y comprenderá que esos valientes e intrépidos hombres están muriendo para defender su patria? «Yo ruego al pueblo canadiense que pida a su gobierno que acabe con su destructiva e inhumana misión y retire sus tropas. Nuestra guerra proseguirá mientras haya fuerzas ocupantes en nuestra tierra», declaró el portavoz talibán Yousuf Ahmadi.
Quizá el liberado espacio de la cárcel en Kandahar obviará la necesidad de 60 millones de dólares para modernizar la tristemente célebre base de Bagram, denominada el Guantánamo de Afganistán. «Habrá grandes mejoras en la calidad de vida», dijo la portavoz del ejército estadounidense, la Teniente Coronel Rumi Nelson-Green. «Habrá mucho más espacio y muchas más salas para actividades comunales, que son parte de su cultura». Los planes para la nueva prisión constituyeron, al parecer, una total sorpresa para los funcionarios del Ministerio de Justicia afgano.
En la cárcel actual, dos detenidos murieron asesinados después de ser repetidamente golpeados por sus guardias estadounidenses. Ha habido numerosas acusaciones de malos tratos en esas instalaciones, con prisioneros afirmando haber sido sexualmente humillados, golpeados, desnudados y lanzados escaleras abajo durante sus interrogatorios. Sin embargo, Nelson-Green niega que los detenidos en Bagram hayan sido maltratados. Me estremezco sólo de pensar en lo que Nelson-Green considera como «maltrato».
Hasta septiembre de 2004, Bagram sirvió en gran medida de apeadero en el camino hacia el Guantánamo real. Los funcionarios estadounidenses negaron las acusaciones de que se había encarcelado en esas instalaciones hasta a niños de nueve años. Hablando de abusos sexuales, las tropas canadienses han estado recientemente bajo los focos por su política de «no mires, no hables» respecto a los extendidos abusos sexuales contra civiles por parte de las tropas gubernamentales afganas que los canadienses están entrenando.
Basta ya. La cortina de humo anterior y posterior al 11-S sobre Afganistán está finalmente dispersándose y haciéndose añicos. La OTAN está en Afganistán, como dijo el Presidente estadounidense George Bush en Bucarest el pasado mes abril, como «alianza expedicionaria que envía sus fuerzas por todo el mundo para ayudar a asegurar un futuro de libertad y paz para millones. Es decir, para invadir a los países que le molestan a EEUU y asesinar a todo el que se le resista. Lo que el mundo debe exigir con toda urgencia es la retirada total de las tropas extranjeras de Afganistán, un acuerdo negociado entre las fuerzas afganas y reparaciones masivas por parte de los países de la OTAN.
Echarle la culpa a Pakistán nos trae a la memoria la misma historia que escuchamos sobre Irán en Iraq y que también oímos durante la guerra de EEUU contra Vietnam, cuando Nixon empezó a bombardear Camboya. No sirvió para que EEUU derrotara a los vietnamitas pero consiguió que los Jemeres Rojos se apoderaran de Camboya. Sólo asesinando virtualmente a toda la población logrará triunfar el plan estadounidense respecto a Afganistán. ¿Es ese el objetivo perseguido?
Eric Walberg escribe para al Ahram Weekly. Puede contactarse con él en: www.geocities.com/walberrg2002/
Enlace:
http://weekly.ahram.org.eg/2008/902/in3.htm