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Afganistán o la fuga de los ladrones de gallinas

Fuentes: Rebelión

Estados Unidos, que con el ejército más poderoso que pueda recordar la historia, en octubre de 2001 a plena luz del día y utilizando toda su parafernalia mediática invadió Afganistán -un país postrado en el medievo- para legitimar su Guerra Global contra el Terror o GWOT.

Veinte años después abandona el país centroasiático como lo hacen los ladrones de gallinas, entre sombras y en silencio, derrotado por una banda de “zaparrastrosos y malolientes” barbudos, pero eso sí, los más fantásticos guerreros que la épica pueda imaginar. No solo deja ese país sin haber modificado estructuralmente nada, sino que bajo el efecto talibán, ha logrado dar ínfulas al terrorismo integrista para instalarse en la mayoría de las naciones musulmanas e incluso establecer cabeceras de playa desde San Petersburgo a Barcelona y producir la oleada de refugiados más trágica de la que se tenga memoria.

El Pentágono y sus socios de la OTAN en estos últimos días han imprimido velocidad de vértigo al retiro de sus tropas de Afganistán, todos los días numerosos vuelos cargados de equipo militar y tropas parten desde Bagram, la última gran base que todavía mantiene en ese país. La “evacuación” a este ritmo terminaría entre junio y julio casi dos meses antes de la fecha límite, el 11 de septiembre, impuesta unilateralmente por el presidente Joe Biden. Esa aceleración tiene un solo motivo, evitar estar allí antes de que la crisis de seguridad sea terminal y no repetir las imágenes vividas en Saigón el 30 de abril de 1975.

El talibán sigue jaqueando al Gobierno del presidente Anshar Ghani, cuyas tropas del Ejército Nacional Afgano (ENA) no han dejado de recibir ataques en todas las provincias, debilitando no solo al ENA, sino que deja expuesta la improvisación con que los Estados Unidos llegan al final de su presencia. Dejando al “Gobierno” afgano liderar, con los enormes problemas que los funcionarios habían pensado, tendrían más tiempo para resolver. El Pentágono sigue sin una estrategia que pueda detener la embestida del Talibán, que hora tras hora gana posiciones en el terreno, para negociar con absoluta ventaja al momento de negociar, si algo queda para eso, con Kabul, mientras que respecto al Daesh Khorassan, que aprovecha este punto ciego de la política de Biden para seguir ganando posiciones no solo desde el punto de vista militar, sino también desde lo propagandístico, ya que apuesta todo a cisma en el talibán, que le permita captar muyahidines desilusionado tras la retirada norteamericana. Aunque la interna Talibanes versus Daesh, Washington prefiere, sin duda, que la resuelvan cuando sus tropas se encuentren fuera del país. El desgaste de ambas organizaciones wahabitas en esa guerra es la única posibilidad de que el Gobierno de Ghani y la clase política que lo sostiene sobrevivan tras la retirada norteamericana.

Ríndete o muere

Los informes que llegan desde la mayoría de las guarniciones militares del interior del país son coincidentes: “las municiones se agotan, la comida escasea y muchos efectivos están sin cobrar sus sueldos desde hace cinco meses”, sin duda poco falta para que las constantes deserciones a ritmo de goteo se conviertan en aluvionales.

Desde el 1 de mayo, cuando comenzó la retirada estadounidense, el talibán avanza contra bases y puesto del Ejército Nacional Afgano (ENA) y las policías provinciales, reportándose combates y bajas de manera constante. Mientras los sectores occidentales de Kabul, hasta no hace mucho los sitios más seguros del país, hoy se han convertido en una verdadera prisión para sus habitantes, ya que movilizarse por su calles es sentirse permanentemente blanco de un ataque. A principios de este mes un ataque explosivo contra la escuela Sayed ul-Shuhada en Dasht-e-Barchi dejó más de 90 muertos (Ver: Kirguistán-Tayikistán, algo más que una guerra por el agua), los vecinos denuncian que todos los días se escuchan disparos y se producen ataques contra autobuses.

Mientras capitales provinciales, como Pul-I-Khumri (Baghlan) Kkunduz (Kkunduz) Kandahar (Kandahar) y Tarin Kot (Uruzgan), están siendo sitiadas por fuerzas insurgentes que controlan las rutas y el abastecimiento a esos centros urbanos, que pueden ser rendidos solo esperando el desabastecimiento.

Los Comités de Orientación e Invitación de los insurgentes han reclutado ancianos y caciques locales para que visiten de las fuerzas y convencer a los efectivos regulares de que abandonen la lucha con un aviso muy claro: “ríndete o muere”. En muchos casos los jefes de las diferentes guarniciones son presionados a rendirse con llamadas telefónicas a ellos o sus familiares, a quienes se les garantiza la vida y se comprometen a que de ser castigados por Kabul, serán compensados. Con este método, y en muchos casos con fuertes pagos, han conseguido que sean muchos los regulares que tras entregar armas, equipos y vehículos, puedan abandonar sus puestos de manera segura. Con este método desde principios de mayo hasta el día veinticinco, en las provincias de Laghman, Baghlan, Wardak y Ghazni, al este, norte y oeste de Kabul, una treintena de puestos de avanzada y bases se habían rendido.

Con las entregas acordadas fueron cedidos al talibán cuatro centros distritales en los que sus líderes políticos, jefes policiales e incluso miembros de la inteligencia pudieron retirarse sin más cuestionamientos, aunque sí se comprometen a no reincorporarse a las fuerzas de seguridad.

Ya en otros momentos los hombres del mullah Hibatullah Akhundzada habían realizado este tipo de pactos, pero según fuentes locales nunca a este ritmo y cantidad de unidades, lo que confirma las presunciones de colapso total en el interior de muchas provincias. La táctica de vida por armas, ha conseguido no solo que los insurgentes aseguren vastas extensiones de territorio estratégico y se hagan de importantes cantidad de recursos bélicos sin disparar un solo tiro, sino además convencer a los aldeanos de que ellos van por la paz.

Preparándose para lo que vendrá los talibanes han pasado a amenazar a las guardias de seguridad locales de diferentes empresas, embajadas e instituciones internacionales con sede en Kabul, advirtiéndoles de que de no renunciar serán asesinados ellos o sus familiares, publicando sus nombres y fotografías en las diferentes redes sociales. Amenazas que no son nuevas y ponen en riesgo la vida de miles de afganos que por vocación o necesidad han colaborado con los “invasores” y pasarán a convertirse en blancos móviles a partir de que finalice la retirada norteamericana. Solo se conoce un plan de visas para estos empleados por parte de los Estados Unidos, aunque absolutamente insuficiente en cantidad, mientras que las muchas naciones que han participado junto a Washington en esta guerra hasta ahora no han informado tener planes de radicación de su personal afgano en sus países. (Ver: Hasta siempre míster Biden).

En el marco de la debacle que significa la retirada norteamericana y el desorden provocado por la ofensiva de los muyahidines, como siempre la más castigada es la población civil. Se conoció que en la noche del sábado 29, en el distrito de Tagab de la provincia de Kapisa, en el este del país, mientras se festejaba una fiesta de matrimonio un misil, según versiones oficiales lanzado por los talibanes, golpeó el lugar de la celebración matando al menos a 10 personas, mientras otras ocho resultaron heridas. Tras conocerse la acusación del ejército, el talibán emitió un comunicado en que responsabilizaba del hecho a las fuerzas de seguridad. Al tiempo se siguen registrando más y más ataques en casi todas las provincias del país. En la provincia occidental de Herat seis guardias que custodiaban un ferrocarril entre Afganistán e Irán murieron tras la explosión de una bomba, mientras el viernes un artefacto explosivo, colocado en un camino, mató a cuatro personas e hirió a once que viajaban en un minibús que transportaba a estudiantes y profesores universitarios en la provincia de Parwan, en el norte del país. Lo que sumado a otros ataques y asesinatos selectivos, este pasado fin de semana se produjeron al menos 50 muertes de civiles.

El desangradero afgano se intensifica al ritmo que los Estados Unidos, continúan su fuga de lo que creyeron era solo un gallinero descuidado.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.