The Senlis Council, una ONG británica especializada en narcotráfico, ha propuesto un proyecto muy cuidado y serio que, de llevarse a cabo, podría representar una solución a muchos de los problemas actuales de Afganistán. La idea consiste en legalizar el cultivo de opio para transformarlo posteriormente en morfina y codeína para uso médico. Esto permitiría […]
The Senlis Council, una ONG británica especializada en narcotráfico, ha propuesto un proyecto muy cuidado y serio que, de llevarse a cabo, podría representar una solución a muchos de los problemas actuales de Afganistán. La idea consiste en legalizar el cultivo de opio para transformarlo posteriormente en morfina y codeína para uso médico. Esto permitiría que la principal fuente de ingresos del país fuera legal y también que la creciente demanda de medicamentos paliativos del dolor a nivel mundial se pudiera cubrir.
La economía afgana depende de la ayuda internacional y del cultivo ilegal de opio, que posteriormente se transforma en heroína. Se calcula que el negocio de la droga da trabajo a 2,3 millones de afganos (de una población de 29 millones de habitantes, de la cual hay más del 30% en el paro y más del 70% viviendo bajo el umbral de la pobreza) y genera el 60% del producto nacional bruto del país. Desde 2001, después de la caída del régimen de los talibanes, se calcula que el incremento de la producción de opio ha sido del 1.500%.
El opio y los señores de la guerra
El problema es que esta producción de opio y su posterior transformación y comercialización está en manos de los llamados señores de la guerra, los verdaderos dirigentes de las grandes zonas del país, que se financian para adquirir armas y crear ejércitos paramilitares gracias al cuantioso dinero que genera el narcotráfico. Según Antonio Maria Costa, director ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para la Prevención del Crimen y el Control de Drogas (ONUCD), «el comercio de opio es posiblemente el mayor obstáculo para la democracia. Hay que tener en cuenta que es la razón principal de corrupción de los oficiales y demuestra la ineficacia del gobierno.»
Hoy, el 100% del cultivo de opio en Afganistán se destina al tráfico ilegal, y esto alimenta un círculo vicioso de corrupción y economía negra que acaba financiando el terrorismo. Por otro lado, los campesinos afganos dependen de estos cultivos para sobrevivir, ya que la erradicación de las plantaciones de opio y la sustitución de esta planta por otros cultivos no les aporta los mismos ingresos. Tampoco ha sido eficaz la política de comprar la producción con la finalidad de destruirla, porque se ha demostrado que esto aumenta el cultivo. La idea de destruir los campos enteros con herbicidas, practicada por los Estados Unidos en Colombia para frenar el cultivo de la hoja de coca, se ha demostrado ecológicamente y socialmente inviable.
Por todo esto Afganistán, después de la guerra y del incipiente proceso democratizador iniciado por la comunidad internacional, se está convirtiendo sin remedio, en un narco-estado, de donde provienen dos tercios de la heroína que se consume en el mundo y el 90% de la que se consume en Europa. The Senlis Council, teniendo en cuenta el potencial afgano de producción de opio y la creciente necesidad mundial de analgésicos como la morfina o la codeína, que aumenta con el incremento de casos de SIDA o cáncer, ha desarrollado este proyecto que está recibiendo el visto bueno de la Chatham House, un forum de debate de política exterior de los más importantes del Reino Unido, de afganos y de personas como Raymond Kendall, ex-secretario general de la Interpol.
La idea contribuiría a resolver el problema de seguridad e inestabilidad que tiene Afganistán y, a la vez, un problema de salud pública en el resto del mundo. De hecho, la demanda mundial de medicinas basadas en el opio es mucho menor que su oferta. El año 2002, el 77% de la morfina a escala mundial fue consumida en 7 países ricos: EUA, Reino Unido, Italia, Australia, Francia, Japón y España; y se calcula que, en estos países, sólo el 24% de los casos de dolor severo pudieron ser atendidos.
The Senlis Council ha estudiado, para desarrollar el proyecto, las experiencias precedentes de países donde se produce opio con control para transformarlo en medicinas (Francia, India o Turquía) y ha pensado en la mejor manera de extrapolarlas a gran escala en Afganistán. El proceso se haría gradualmente, otorgando licencias de manera progresiva para ir legalizando el opio que se produce ilegalmente. Los cálculos han demostrado que la industria afgana exportadora de opio generaría suficientes beneficios como para cubrir los costes asociados a la administración y al control del sistema de licencias. Además, considerando que el actual sistema ilegal sólo enriquece pocas personas, la legalización ayudaría a engrosar las arcas del Estado y permitiría la construcción de unas infraestructuras públicas muy necesitadas.
Mercados ilegales
Desde un punto de vista microeconómico, los campesinos necesitan una fuente de ingresos que les dé los mismos beneficios netos que reciben hoy por los cultivos ilegales, pero sin la ilegalidad y la inestabilidad relacionadas con estos. Considerando la experiencia de estas personas en el cultivo de opio, la posibilidad de tener ingresos estables y legales, la posibilidad de contribuir al desarrollo económico de su país y de poner remedio a la crisis global de medicinas paliativas del dolor, este proyecto se presenta como una oportunidad única para llevar a cabo una contribución decisiva a los esfuerzos de redesarrollo en el país centroasiático. Y Occidente tiene, en este caso, la obligación de dar soporte a políticas que favorezcan la posibilidad de ayudar a Afganistán con el problema del cultivo del opio.
El proyecto también enfatiza que los beneficios del país podrían ser mayores si se integrara al sistema de licencias el primer peldaño de la cadena de transformación del opio en morfina. Se podrían crear cooperativas que permitieran a los campesinos compartir las infraestructuras necesarias. Todo esto reforzaría progresivamente la relación entre las comunidades rurales en áreas remotas, la autoridad gubernamental y los sistemas legales, contribuyendo a la democratización, estabilización y pacificación del país. Además, se ralentizaría el altísimo porcentaje de migración desde las zonas rurales hacia las ciudades – la población de Kabul ha pasado de uno a tres millones de habitantes en tres años- y los problemas de higiene y sociales ligados a la creación de periferias sin infraestructuras y la falta de trabajo.
El estudio también prevé que hay que pensar cómo movilizar la Jirga y la Shura, mecanismos de decisiones colectivos muy ligados a la comunidad rural afgana, para reforzar las licencias de opio de manera efectiva. Lo que ya se ha verificado es que el cultivo de opio con finalidades médicas no va en contra del Fikh, la jurisprudencia islámica.
En cuanto a los riesgos, el estudio calcula una baja posibilidad de peligros ligados a la seguridad, la economía o la sociedad. En estos campos, el proyecto sería más beneficioso que las políticas que se practican ahora mismo, que tienen consecuencias dramáticas en estas áreas. El riesgo de que los campesinos pasaran del cultivo legal al ilegal podría ser mayor, pero en todo caso el hipotético panorama no sería peor de lo que lo es la situación actual, en la que el 100% de producción se destina al mercado ilegal.
De llevarse el proyecto a la práctica, sería necesario prever la exportación de la producción. Según The Senlis Council, los grandes países importadores de opio con finalidad médica, como los Estados Unidos, deberían proporcionar contactos favorables a Afganistán. Las principales organizaciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud o la Cruz Roja /Media Luna Roja también podrían establecer un régimen de cooperación especial con el país y distribuir la morfina y la codeína en los países vecinos. De esta manera Afganistán tendría la oportunidad de contribuir positivamente a la región.
La situación de este país es hoy tan dramática que proyectos tan cuidados e interesantes para el desarrollo económico, democrático y social del país no deberían pasar desapercibidos. Y menos para la comunidad internacional que con la excusa de liberar a la población afgana de las garras de los talibanes, ha abandonado Afganistán en una situación caótica y sin perspectivas. Veremos en un futuro si esta inteligente propuesta se lleva a cabo y si Afganistán pasa de ser un narco-estado ingobernable a un país que se desarrolla gracias a la producción de opio, contribuyendo a responder a la creciente e insatisfecha demanda de morfina y codeína mundial. El opio podría pasar, de ser el problema, a ser la solución.
Mariona Sanz es periodista. Este artículo ha sido publicado originalmente en el nº 18 de La Pau, suplemento de El Triangle, el pasado mes de enero. Ha sido traducido del catalán para Pueblos por María Riba.