La crisis del COVID-19 está afectando a la India rural en un momento en que la agricultura estaba ya en una situación precaria. Los miles de trabajadores migrantes que han vuelto a sus aldeas desde el confinamiento solían enviar a casa gran cantidad de giros. El campo de trabajo de Tariq Thachil muestra que una mayoría de los trabajadores migrantes envía entre el 25 y el 50 por ciento de sus ingresos mensuales a sus familias —que ahora echarán de menos este dinero. En Bihar, estos envíos supusieron el 35,6 por ciento del Producto Interior Bruto del estado en 2011-12, habiendo subido desde el 11,6 por ciento en 2004-5. ¿Cómo se enfrentarán a esta nueva situación los aldeanos de Bihar, o de Orissa, para el caso?
La pregunta es especialmente relevante en un momento en el que la agricultura india se enfrenta a enormes retos. De hecho, el fenómeno de los trabajadores migrantes es un síntoma de estos retos, puesto que se desplazan a la ciudad principalmente por los factores que los impulsan. Según el censo de 2011, 3,5 millones de migrantes que se habían desplazado en el año anterior aducían motivos económicos para la migración. Los números correspondientes a los censos de 2001 y 1991 fueron, respectivamente, 2,2 y 1,4 millones.
Durante años, la India rural ha estado perdiendo terreno frente a las ciudades. En 2008, la “brecha rural-urbana” fue de un 45 por ciento desde el punto de vista de la media de ingresos —frente a un 10 por ciento en China e Indonesia. Los datos de la 75ª serie del NSSO para 2017-18 sugieren que la brecha rural-urbana se ha ampliado entre 2012 y 2018. Los gastos mensuales rurales per capita disminuyeron de 1.430 rupias en 2011-12 a 1.304 en 2017-18 —una disminución del 8,8 por ciento—, mientras crecieron de 2.630 rupias a 3.155 en la India urbana —un aumento del 2,6 por ciento. Esto se debe en parte al lento crecimiento de la agricultura durante la última década. En 2013-19, la tasa de crecimiento del PIB agrícola fue de un 3,1 por ciento, mucho menor que la tasa media de crecimiento del PIB —6,7 por ciento. El crecimiento en la agricultura, además, fue dirigido por los sectores no dedicados al cultivo, como la ganadería. El crecimiento medio del sector del cultivo, que supone dos tercios del PIB agrícola, fue de un 0,3 por ciento, el más bajo en dos décadas.
Los cultivadores de la tierra han abandonado las aldeas por esta razón, y también por la reducción de las parcelas. Más de la mitad de aquellos que viven de la agricultura son campesinos sin tierras. Y el resto tiene parcelas muy pequeñas. Según un estudio llevado a cabo por el Banco Nacional para la Agricultura y el Desarrollo Rural, el tamaño medio de la parcela de un hogar se ha reducido a 1,1 ha. en 2016. De hecho, el 37 por ciento de los hogares campesinos poseían parcelas menores a 0,4 ha., otro 30 por ciento tenía lotes que caían entre las 0,41 y 1,0 ha. Solo un 13 por ciento de los hogares campesinos poseían parcelas mayores que 2 ha. Como resultado, la proporción de aquellos que poseían menos de 1 hectárea llegó al 82,8 por ciento —cuando un hogar campesino necesita tener al menos 1 ha. de tierra para poder llegar a fin de mes.
En segundo lugar, el riego se ha estancado, con menos de la mitad de la tierra cultivable india irrigada. Tercero, la India rural sufre de lo que Ashok Gulati llama el “sesgo del consumidor urbano”: para ayudar a los consumidores urbanos, el gobierno ha mantenido los precios de los alimentos muy bajos. Una de las técnicas usadas fue permitir importaciones de productos alimentarios que inundasen el mercado indio. Cuarto, los cortes presupuestarios han afectado a programas clave, como el Rashtriya Krishi Vikas Yojana y el Fondo de Subvenciones a las Regiones Atrasadas (Backward Regions Grant Fund), así como a los planes de riego, como el Progama de Gestión Integrada de las Cuencas y la Prestación Acelerada de Riego. La asignación real en agricultura se ha quedado por debajo de la asignación presupuestada desde 2014.
Cualitativamente, el sector agrícola ha sufrido debido al aumento de los monocultivos basados en el uso intensivo de pesticidas químicos. Cerca del 30 por ciento de la tierra de India ha sido degradada debido a la deforestación, el cultivo intensivo, la erosión del suelo y el agotamiento del manto freático, dando como resultado la desertificación —el nivel de las aguas freáticas cayó un 65 por ciento en 10 años.
Por todas estas razones, más de la mitad de los granjeros están endeudados: el préstamo medio pendiente de pago para una granja familiar en India en 2017 fue de 47.000 rupias. Más de 320.000 campesinos se suicidaron entre 1995 y 2016, según el National Crime Record Bureau —que ha dejado de dar estos datos desde esa fecha. Muchos otros viven con un gran sufrimiento económico. De hecho, esta crisis no solo explica el número creciente de trabajadores migrantes, también pone en peligro la seguridad alimentaria de los pobres. Mientras los stocks de grano han aumentado, el acceso a los alimentos en la India rural no lo ha hecho, especialmente para aquellos que viven por debajo del nivel de la pobreza. Los datos del NSS muestran que la pobreza rural creció aproximadamente un 4 por ciento entre 2011-12 y 2017-18 hasta un 30 por ciento mientras la pobreza urbana cayó un 5 por ciento en el mismo periodo hasta un 9 por ciento. India, que ocupaba el puesto 93 en el Índice Global del Hambre en 2015, se deslizó hasta el puesto 102 (de 117 países) en 2019 —por debajo de todos los demás países del sur de Asia.
Por tanto, la crisis del COVID-19, al revelar la magnitud del fenómeno de los trabajadores migrantes, debería abrir los ojos de los habitantes urbanos ante la nefasta situación de la agricultura de India. Este sector de la economía debería convertirse en una prioridad de nuevo desde el punto de vista político. La agricultura india necesita más inversiones (en riego, por ejemplo) y más apoyo financiero (relanzando el MGNREGA [una especie de PER indio, nota del tr.], entre otras cosas). Pero no solo eso. Una mayor liberalización de la agricultura india obstaculizaría la seguridad alimentaria puesto que el sistema existente de obtención de alimentos es esencial para mantener las reservas alimentarias y la protección de los campesinos vulnerables de los caprichos de los mercados mundiales mediante el apoyo de precio mínimo ofrecido para el trigo y el arroz según la Ley del Comité de Mercado de Productos Agrícolas (APMC por sus siglas en inglés).
En toda crisis hay una oportunidad. Una transición agroecológica regeneraría no solo el suelo que ha sido agotado debido al uso excesivo de pesticidas químicos sino que también aseguraría un suministro sostenible de alimentos a largo plazo. Dado que el sistema agroecológico de cultivo es más biodiverso por naturaleza, haría que el sistema fuese más resiliente en su conjunto y proporcionaría una red de seguridad a los granjeros en caso de daños en las cosechas debidos a factores como el cambio climático o las sequías. También fortalecería la seguridad alimentaria y ayudaría al país a luchar contra el hambre y la malnutrición. Finalmente, ayudaría a superar la división urbano-rural puesto que habría mucha más de la tan necesitada inversión en las áreas rurales tras décadas de una negligencia que ha creado tan impactantes desigualdades.
La transición a un sistema agroecológico de agricultura tiene la capacidad de convertirse en el motor para volver a arrancar una economía sostenible aumentando la fertilidad del suelo y reduciendo la explotación de la capa freática. La agricultura india proporcionaría medios de vida a millones de personas, haciendo que la migración a la ciudad fuese menos necesaria.
Jaffrelot es director de investigación en CERI-Sciences Po/CNRS, Paris y profesor de Política y Sociología India en el King’s India Institute; Thakker es analista en política alimentaria y agricultura y estudiante de política ambiental con especializaciones en política agraria y temas africanos en la Paris School of International Affairs, SciencesPo.
Fuente: Indian Express, 10 de abril de 2020.
Traducción de Carlos Valmaseda para: http://espai-marx.net/?p=7365