Manolo Monereo ha viajado en los últimos meses en repetidas ocasiones a Perú, donde ha llevado a cabo un trabajo de investigación para un libro que publicará en su día El Viejo Topo. Por ello ha tenido ocasión de observar los acontecimientos políticos que han tenido lugar en este país antes y después de las […]
Manolo Monereo ha viajado en los últimos meses en repetidas ocasiones a Perú, donde ha llevado a cabo un trabajo de investigación para un libro que publicará en su día El Viejo Topo. Por ello ha tenido ocasión de observar los acontecimientos políticos que han tenido lugar en este país antes y después de las elecciones generales. Buen conocedor de la realidad latinoamericana, nos cuenta aquí sus impresiones sobre la situación que vive el país andino.
¿Podrías comentar en líneas generales cuál es la situación política y social en Perú después de la victoria de Alan García?
En Perú quien ha ganado ha sido el continuismo, es decir, las fuerzas que quieren mantener el actual estado de cosas, lo que podríamos llamar el fujimorismo renovado. En América Latina en general, y en Perú en particular, se ha producido una contrarrevolución de masas que ha instalado con gran fuerza el neoliberalismo. Esa contrarrevolución ha transformado la realidad peruana, la composición social, el papel del Estado, la relación entre la economía y la política, etc. Ese estado de cosas es básicamente lo que se mantiene hoy en Perú. Por un lado se aprecia la aspiración difusa, y a veces hasta confusa, de transformar esta situación que es profundamente injusta, yo diría que inhumana, y por otro están actuando las fuerzas de la conservación. Las fuerzas que de una u otra manera quieren mantener y ganar definitivamente este pulso neoliberal contra la sociedad. Fuerzas que tienen nombre y apellidos: la oligarquía criolla, con todo su peso, y el gran capital internacional, dirigido y organizado eficazmente por la embajada norteamericana.
Has empleado la expresión «contrarrevolución de masas». ¿Puedes aclarar este concepto?
Las revoluciones comienzan unas veces por arriba y otras por abajo. Decía un conocido estudioso latinoamericano, Franz Hinkelammert, que el neoliberalismo es una guerra de clases dirigida por los de arriba. Yo también lo veo así. Ha habido una contrarrevolución de masas en el sentido de que, desde el poder, con el thatcherismo, el reaganismo, con distintas formas y mecanismos en América Latina, donde en la mayoría de los casos fue mediante golpes de Estado, se desencadenaron procesos de contrarrevolución que arrastraron a una parte sustancial de la población y que generaron una transformación social profunda. Lo que ha habido en América Latina es una contrarrevolución organizada desde arriba por los grandes poderes en torno a las consignas básicas del neoliberalismo. Esa contrarrevolución ha triunfado en muchos sentidos. Ha conseguido cambiar la estructura de clases empobreciendo a una parte sustancial de la población, marginando una parte de las capas medias, ha desestructurado a los sindicatos, lo ha privatizado todo, incluso ha modificado los componentes ideológicos, porque la privatización de los medios de comunicación de masas ha sido de gran magnitud y ha tenido sus efectos. Hoy la salud es una mercancía, la educación es una mercancía… y los vínculos sociales se han desestructurado profundamente. También ha cambiado la relación entre lo político y lo social, en el sentido de subordinar la política y lo social a los intereses de esto que se llama eufemísticamente la economía de mercado, y ha liquidado los aspectos más relevantes del Estado que había ido construyendo eso que se ha llamado el desarrollismo en América Latina. Ha habido un auténtico «cambio de sociedad», en el sentido de una involución social enormemente importante. Eso ha tenido como consecuencia también la liquidación en parte de la propia izquierda tradicional. La izquierda comunista y socialista que había tenido influencia en América Latina ha sufrido este envite, porque los nichos sociales donde esta izquierda se organizaba y se reproducía se ha ido liquidando, especialmente en Perú. Por eso todos los procesos que se están abriendo en América Latina son profundamente «impuros», en el sentido de que ni los dirigentes ni las fuerzas políticas se corresponden con cómo concebía la izquierda socialista-comunista la política, los movimientos sociales, etc. Puede ser sorprendente, para un hombre de la izquierda europea, llegar a Perú y encontrarse con que es un partido nacionalista quien se ha convertido en el portavoz de los pobres, de los desheredados, de un sector de intelectuales que están reivindicando, al fin y al cabo, que haya una democracia más auténtica y que haya justicia social.
¿Qué significó la irrupción de Ollanta en el mapa político peruano?
Significó la resistencia política al neoliberalismo y a la liquidación de lo que queda del Estado peruano. Frente a la contrarrevolución de masas cada pueblo se inventa su forma de resistencia. No hay que olvidar que América Latina es el único lugar donde hay una resistencia de masas al neoliberalismo. Es el único lugar donde se están construyendo alternativas al neoliberalismo, y el único lugar donde se está intentando resituar de nuevo lo que tradicionalmente hemos llamado socialismo. Estos tres elementos tienen también su lugar en Perú. Seguramente porque Perú es de los países donde el neoliberalismo avanzó más, donde se aplicó con más dureza, con más fuerza. Por ejemplo, basta pensar -en todas las encuestas hay unanimidad en esto- que más del 67% de los peruanos están dispuestos a abandonar el país, y que esa cifra llega a más del 70% si se trata de gente de menos de 30 años. Son países liquidados política y socialmente, países con una enorme fractura social. En ese contexto de fractura social, étnica y geográfica de grandes dimensiones, están surgiendo portavoces de esa resistencia popular, que es social, cultural, política… En Perú, en un momento determinado, en un contexto político muy preciso aparece la figura de Ollanta Humala. Humala es un militar con una brillante carrera que tuvo que vérselas con Sendero Luminoso en la guerra antisubversiva. En un momento determinado protagonizó una insurrección militar contra Fujimori que fue -sobre eso hay un acuerdo general- un acelerador de la caída del régimen. Y, en ese contexto, este hombre que había venido defendiendo una posición nacionalista y antiimperialista crea, prácticamente un año antes de las elecciones, el Partido Nacionalista Peruano, y pone en marcha un movimiento muy difuso, muy heterogéneo que en torno a su figura empieza a recoger las reivindicaciones básicas de la resistencia popular frente al neoliberalismo. Esas reivindicaciones son, en primer lugar, el rescate de los recursos naturales. Perú es potencialmente muy rico si consigue rescatar sus recursos del expolio internacional. La segunda, reconstruir el Estado. El Estado ha sido destruido en todo lo que tiene que ver con aspectos de regulación del mercado y de política social. La tercera es la lucha por una democracia participativa. Esto tiene una concreción muy precisa: se pretende una democracia comprometida con la transformación social. Y en cuarto lugar, una perspectiva de integración latinoamericana. Estas cuatro grandes reivindicaciones son las mismas que señala Evo Morales, las mismas o parecidas que señala Chávez, las mismas que está defendiendo Correa en Ecuador, y las mismas que reclaman tantas otras luchas sociales en América Latina, que pugnan justamente por reconstruir sociedades, vínculos sociales y una política que respete la soberanía popular, en el sentido pleno. Es decir, reconstruir unas políticas que hagan al país independiente de la oligarquía y del capital internacional, y que pongan la economía al servicio de las personas, sobre todo de las más pobres, que son más de la mitad de la población. Y también fortalecer las instituciones que hagan posible que la democracia sea algo real y no un simple método para elegir la elite dominante.
Iba a preguntarte cuál era la proximidad de Ollanta con Chávez y con los nuevos movimientos populares que están creciendo en América Latina, pero de hecho ya lo has contestado… Y, ¿cuál sería la proximidad, o la lejanía de Ollanta con el etnocacerismo?
Yo creo que el etnocacerismo está muy unido a la figura del padre de Ollanta. En la campaña electoral el etnocacerismo tuvo un gran protagonismo porque se intentó convertir a Ollanta en un nacionalista étnico. Pero justamente lo que había construido era una alternativa a ese nacionalismo étnico. Ollanta, como la mayoría del pueblo peruano, y mucho más después de las cosas que han ocurrido en los últimos veinte años, tiene un sentimiento nacional extremadamente profundo, y reivindica la independencia nacional y la soberanía política y económica del país, un país extremadamente rico en todo lo que carecen las grandes potencias imperialistas. Es un país rico en petróleo, en gas, en biodiversidad, en agua, que las grandes transnacionales están saqueando sistemáticamente. Humala reivindica que esa riqueza esté al servicio de las necesidades básicas de las personas, de cerca del 60% del país, que vive en condiciones de pobreza y de miseria. A diferencia del etnocacerismo, Ollanta Humala ha reivindicado un nacionalismo cívico, un nacionalismo emancipatorio, un nacionalismo antiimperialista que no tiene ningún problema en sumarse a propuestas de carácter socialista. Esta línea de demarcación con el etnocacerismo le ha costado a Humala diferencias públicas y notorias con una parte de su propia familia. Esa fue, creo yo, una señal de valentía, de audacia. Humala sabe que un nacionalismo de base étnica tendría un apoyo muy minoritario en la sociedad peruana, pero, sobre todo, sabe que un nacionalismo de esas características no podría intervenir activamente en lo que para Ollanta es un tema fundamental: la construcción de una gran nación. Como decía Arguedas en Todas las sangres , con la sangre blanca, criolla, mestiza, negra, es decir, con todas las sangres que configuran esta riquísima y fecunda pluralidad que es América Latina.
Ese énfasis en la construcción de una gran nación, ¿cómo encaja en el proyecto popular que desde Chávez, y ahora con Evo Morales, se está urdiendo en torno a una posible integración latinoamericana?
Yo creo que en Humala esa idea está sólidamente enraizada. Hoy por hoy, en la política latinoamericana la relación con Chávez está demonizada. La posición política que defendió Alan García fue: «o Chávez, o Perú», esa fue la gran manipulación. Es la última línea de resistencia de los partidos de la derecha criolla, como el APRA -porque el APRA no es otra cosa que el instrumento que le queda a la derecha económica criolla para mantenerse en el poder-. En ese contexto político Chávez aparece como el demonio, y eso les viene muy bien, tener un enemigo externo para disimular que no tienen ninguna alternativa real a lo que está ocurriendo. Ollanta tiene las cosas muy claras. Para él es perfectamente compatible defender los intereses nacionales del Perú con una visión latinoamericanista. Es más, la audacia de Ollanta y de este nacionalismo cívico y emancipatorio consiste justamente en comprender que la única manera de defender los intereses nacionales de Perú es hacerlo en el marco de una Latinoamérica unida, integrada política, económica y socialmente. Y por tanto coincide visible y activamente no sólo con Chávez, o con Evo Morales, sino con otra experiencia que puede ser Kirchner o el mismo Lula. Ollanta Humala ha estado defendiendo, frente a las transnacionales y al imperialismo, el máximo de unidad posible en América Latina, avanzando hacia la creación de un amplio frente que vaya más allá del eje del mal : Cuba, Bolivia y Venezuela. Ollanta ha defendido buscar puentes, porque en la integración latinoamericana están interesados los pueblos argentino, brasileño, paraguayo… Todos los pueblos están necesitados de unir fuerzas frente a la agresividad del vecino del Norte, que cada día se implica más en los asuntos de América Latina.
Antes has comentado que el proyecto de Ollanta Humala incluía la democracia participativa, que has definido como una democracia comprometida con la transformación social. Pero esa definición tan amplia no se corresponde con lo que usualmente entendemos en Europa como democracia participativa. ¿A qué modelo de democracia te referías exactamente?
En América Latina, en todos los países -y en Perú más rotundamente porque el neoliberalismo fue impuesto a sangre y a fuego, aprovechando sobre todo la guerra contra Sendero Luminoso-, ha habido una transición a la democracia que, como decía muy bien Agustín Cuevas, ha sido una transición a democracias restringidas. ¿En qué sentido restringidas? Eran democracias que no podían cuestionar dos cosas: el modelo económico -neoliberal- y las relaciones con el imperio. Son democracias que no cuestionaban el poder de la oligarquía, y no cuestionaban la sumisión a las directivas norteamericanas, que consiste en hacer lo que diga la embajada estadounidense en cada país. En América Latina ese tipo de democracia ha entrado en crisis definitivamente. Hoy la profundización de la democracia exige cuestionar las bases del poder económico y político dominante en estos países, que al fin y al cabo es el poder de una irrestricta oligarquía dominada por el capital transnacional. Cuando digo capital transnacional no estoy hablando de mitos; en lo que nos afecta, estoy hablando de Telefónica, de Repsol, del Bilbao-Vizcaya, del Santander, de Endesa, de potencias con las que España y su capitalismo juegan un papel fundamental, obviamente subalterno al capital norteamericano, pero que está succionando una parte fundamental del excedente de estos países, saqueándolos y empobreciéndolos. Hoy, como está demostrando Chávez, y especialmente Evo Morales, cualquier proyecto democrático exige que la democracia implique el desarrollo económico del país y entrar a fondo en la cuestión social. Para mí la democracia participativa no es sólo un mecanismo de gestión democrática, de si se van a poner o no mecanismos de referéndum popular, de qué poder van a tener las asociaciones, la revocación o no de los cargos públicos, que es lo que se entiende por democracia participativa en el mundo occidental. Para mí la democracia participativa en América Latina es, como diría Arthur Rosenberg, una democracia social, una democracia económica, una democracia política. Una democracia comprometida con la transformación social, con la nacionalización de los recursos, con un sector público fuerte de la economía, con las prestaciones sociales, con la educación, la sanidad y la cultura. Esa es la democracia participativa. En América Latina habrá democracia participativa no solamente porque se regenere y se reconstruya el tejido democrático, sino porque la democracia será social, será económica y será cultural. Eso está unido, en el caso de Perú, a la lucha por una descentralización del poder político, dando más peso a las regiones frente al carácter absorbente de Lima; tiene que haber una democratización y mecanismos de control sobre la corrupción -porque en América Latina y en Perú la corrupción es «el sistema»; la corrupción es un epifenómeno de la política, es el modo que tiene el sistema de esta democracia restringida de perpetuarse-; y han de establecerse medidas de democratización del poder y de democratización de la política, para la reconstrucción de un tejido democrático sólido.
Tras la victoria de Alan García hubo acusaciones de fraude. ¿Hubo un fraude significativo?
García representa una minoría muy minoritaria que además ganó su pase a la segunda vuelta con un fraude gigantesco, perjudicando esta vez más a la derecha. Este fraude está comprobado que ocurrió en la urnas… Tras la destrucción del tejido político y social que produjo el fujimorismo, el APRA es el único partido que conserva una estructura sólida. E históricamente el APRA ha demostrado una gran habilidad para controlar las Mesas electorales. Para tener interventores, apoderados, etc., hace falta una estructura de partido muy encarnada en los ámbitos locales y regionales que permita manipular directamente las Mesas. Ha ocurrido en las elecciones generales en Perú, también ha ocurrido en Ecuador, y también en México. Y es que para poder ganar a la derecha, al poder económico, a la oligarquía, hay que ganarle, como hizo Evo Morales, al menos por veinte puntos de diferencia. Como esté más cerca en votos te roban en las urnas. ¿Cómo ha robado el APRA los votos a Ollanta Humala, y también a la derecha? Pues muy sencillo: te puedes encontrar en un mismo distrito electoral en un lugar donde Ollanta Humala saca el 40 % de votos, en Lima por ejemplo, y donde a cien metros, en otro distrito, saca 0 votos. Eso es imposible, pero Ollanta Humala no tenía en esa Mesa ningún interventor, ningún apoderado. En la Mesa se consigue darle la vuelta al resultado y así se hizo posible que Ollanta Humala no sacara en la primera vuelta un porcentaje mucho más rotundo.
Si el fraude del APRA perjudicó también a la derecha de Unidad Nacional, ¿por qué su candidata, Lourdes Flores Nano, no lo denunció al quedar descabalgada de la segunda vuelta?
La derecha estuvo planteándose denunciar el fraude sistemático, pero fue la embajada norteamericana la que le impuso a Lourdes Flores Nano que no hiciera ningún tipo de protesta, que se limitara a una queja simbólica. La embajada había llegado a la conclusión de que el único que podía ganarle las elecciones a Ollanta Humala era Alan García, o sea, el APRA.
Si la embajada «ayudó» a la victoria de García, obviamente éste tendrá que pagar un precio.
Claro, Alan García asegura una subordinación a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. Que en Perú significa una subordinación a los intereses geoestratégicos de la oligarquía chilena. EEUU pretende imponer un diseño geopolítico de América Latina que significa hoy por hoy aislar a Chávez, al eje del mal, y que se opone a cualquier cambio real en las sociedades latinoamericanas. El primer aspecto de la política de Alan García es favorecer la construcción de un bloque frente a Cuba, Venezuela, Bolivia, pero sobre todo frente a cualquier intento de cuestionar las relaciones de dependencia, de subordinación a las que las oligarquías criollas han sometido a sus pueblos frente a los intereses de Estados Unidos. El segundo aspecto es que Alan García va a mantener el modelo económico. Alan García va a seguir manteniendo las políticas neoliberales que han llevado a Perú a la miseria y a una fractura social gigantesca que margina geográfica, étnica y socialmente a la mayoría de la población. Un modelo económico que, en lo fundamental, está, como he dicho antes, en manos de una oligarquía que saquea impunemente los recursos naturales del país, saqueo del que son también protagonistas importantes empresas españolas, como Repsol, Telefónica y en parte también el BBVA. El tercer aspecto, clave también, es conseguir el control total del aparato de Estado. Hoy se puede decir que todas las instituciones importantes del país están controladas por el APRA, un partido minoritario que no llegó al 25% de los votos en la primera vuelta de las elecciones, cuando Humala obtuvo más del 47 % de los votos… Parlamento, Tribunal Constitucional, Consejo de la Magistratura, ejército, policía… todo está siendo manejado por el APRA. Hay un cuarto aspecto sobre el que García tendrá que definirse: decidir qué hacer ante la rebeldía que una gran parte del pueblo peruano siente frente a una situación que se le escapa de las manos y una miseria insoportable. Y me temo que otra de las patas fundamentales de la política de Alan García será la represión sistemática contra los movimientos populares y contra cualquier intento por parte de la ciudadanía de reivindicar derechos, prestaciones sociales, dignidad, etc.
Alan García ya fue un especialista en la represión. Está procesado por las muertes ocurridas en el penal «El frontón»
Él y su número dos, el almirante Giampietri, están procesados por el crimen del penal. Hubo una insurrección que protagonizaron presos de Sendero Luminoso y un grupo de ellos muy numeroso, tras rendirse, fue ajusticiado allí mismo, asesinados con un tiro en la nuca en el propio penal. Curiosamente, esa insurrección se dio en un momento en el que se reunía en Perú la Internacional Socialista, encabezada por Willy Brandt, celebrando el gobierno de Alan García, la «gran esperanza» socialdemócrata de América Latina.
Después de lo que has dicho: ¿cómo valoras la intervención del Partido Socialista Obrero Español en la campaña de Alan García, apoyándolo decididamente?
El Gobierno de Zapatero, en un primer momento, intentó mandar un mensaje a América Latina en el sentido de que iba a ser diferente del de Aznar y que los deseos de liberación, de justicia, de igualdad de los pueblos latinoamericanos tendrían un valedor en él y en el ministro de Asuntos Exteriores, Moratinos. Eso ha durado lo que ha durado. Hasta que las grandes empresas españolas han empezado… Porque, conforme ha ido avanzando el proceso de recuperación de los recursos naturales en Bolivia, viendo lo que podía pasar en Ecuador o en Perú, viendo que Evo Morales no podía ser comprado, las empresas españolas han empezado a presionar, y las embajadas españolas se han puesto al trabajo, siguiendo esa idea de la derecha de que los intereses nacionales del pueblo español coinciden con los intereses de las empresas transnacionales españolas. No tengo ninguna duda de que grandes empresas españolas han estado apoyando a Alan García frente a Ollanta Humala. Y no tengo ninguna duda de que han lubricado económicamente a líderes de opinión, a fundaciones, a intelectuales orgánicos para que defendieran posiciones políticas contrarias a Ollanta Humala, o cuando no inventando rumores denigrantes sobre él, cosa que se ha hecho con mucha fuerza en la campaña electoral y que ahora se ha hecho con Correa en Ecuador. Y para rematar, está lo del nombramiento de Trinidad Jiménez como Secretaria de Estado para América Latina. No es ninguna casualidad.
¿Qué labor crees que desarrollará Trinidad Jiménez?
Trinidad Jiménez tiene una posición muy clara, igual que su amigo Felipe González, una posición de apoyo a los grupos de presión, de apoyo al Club de Madrid -este grupo de personajes y personajillos que actúan defendiendo intereses económicos muy fuertes-, que Trinidad Jiménez representa perfectamente. Por cierto, Trinidad Jiménez fue de los pocos dirigentes políticos internacionales que fueron a apoyar a Alan García en la segunda vuelta y que mostró el apoyo público de la Internacional Socialista a su candidatura frente a Ollanta Humala. Repito: no es ninguna casualidad. Por un lado el gobierno Zapatero es cada vez más tributario de lo que vamos a llamar «los viejos fantasmas del Partido Socialista Obrero Español» y de la política de Felipe González, y por otro lado, con América Latina el momento dulce ya ha pasado, y ahora lo que viene con Trinidad Jiménez son las posiciones puras y duras de los intereses españoles, de las grandes empresas transnacionales con titularidad española. Lo de española es relativo, claro, porque cuando las vemos por dentro quien está detrás son seguramente otras transnacionales más poderosas, y algunos fondos de inversión.
Será por vivir en la periferia del Estado, pero no sé qué es el Club de Madrid.
Es una asociación presidida-dirigida por Felipe González, donde un grupo de jefes de Estado y expresidentes de América Latina se reúnen para hacer una labor de apoyo, de empuje, de dirección y de influencia lobbística, fundamentalmente en los asuntos latinoamericanos. Por ejemplo, de ahí sale la iniciativa tan «progresista» que ha tenido Felipe González de reclamar la vuelta a la energía nuclear, o las posiciones que éste ha expresado para formar a los cuadros del gobierno boliviano o a los dirigentes de la izquierda latinoamericana, aconsejándoles implicarse en las nuevas líneas de la sociedad del conocimiento y de la información vinculadas a la globalización capitalista. Felipe González defiende y difunde eso. Él y su conocido amigo Slim, el tercer hobre más rico del mundo y el más rico de América Latina, que seguramente es uno de los que están financiando este Club de Madrid.
El tal Slim, ¿no era el hombre de confianza del corruptísimo expresidente mexicano Salinas?
Efectivamente.
Has dicho que América Latina es el único lugar donde se están produciendo resistencias contra el neoliberalismo y se proponen alternativas, ¿qué influencia crees que puede tener en Europa esa aparición de propuestas alternativas?
Desgraciadamente muy poca. En eso soy profundamente pesimista. En mi opinión, la izquierda europea se está suicidando. Un suicidio histórico. Los viejos Paul Baran, Paul Sweezy y Harry Magdoff -la vieja izquierda cultural norteamericana- dijeron algo que hoy se olvida: que fue uno de los mayores errores de la izquierda europea y norteamericana, y del movimiento obrero, pensar que podían salvarse solos, que podía haber en el mundo una clase obrera europea, una clase obrera norteamericana, que podía salvarse a pesar de están conviviendo con la miseria de los trabajadores del mundo, de los campesinos del mundo, de los desheredados. Es decir, haber perdido eso que se llamaba antes el internacionalismo o la solidaridad internacional. Para mí eso sigue siendo una realidad; hoy la izquierda europea ha perdido una perspectiva antiimperialista, una perspectiva internacionalista, la capacidad de señalar con precisión quiénes son hoy los enemigos de la humanidad, quiénes son hoy las fuerzas políticas que empobrecen el mundo, que liquidan a África y que ponen en peligro la supervivencia de la especie. E igualmente importante es la incapacidad de la izquierda europea para construirse como un sujeto político que transforme la realidad europea. La izquierda europea piensa que puede mantener el nivel actual de derechos y de conquistas sociales sin transformar la realidad de Europa. Pero sin un nuevo impulso reformador, transformador, sin cambiar la lógica dominante, no se mantendrán los derechos que hoy tenemos, e iremos viendo un lento proceso de norteamericanización de la vida pública. Veremos cómo Europa va dejando de ser Europa, cómo un americanismo zafio se impone en la vida pública y en la vida privada. Ese es el gran suicidio. La izquierda europea no está haciendo nada sustancialmente serio para buscar una alianza real de los pueblos europeos en torno a un modelo alternativo de orden político-económico que se enfrente a tres grandes problemas que están íntimamente ligados: el neoliberalismo, la guerra y el militarismo. Esos tres elementos son los que hay que situar como los grandes enemigos de la humanidad en esta fase. En torno a ellos hay que reagrupar a las fuerzas transformadoras de todo el mundo y ofrecer una alternativa. En parte los Foros Sociales están luchando por ello, pero en mi opinión la izquierda europea, en sus tres versiones: socialdemócrata, comunista y verde, no ha sabido extraer las consecuencias ni ha tenido el coraje de enfrentarse con fuerza a estos fenómenos que dramáticamente están estallando en nuestras fronteras con la inmigración por un lado y con las guerra de Iraq o Afganistán por otro.
Para concluir, regresemos a Perú…
En Perú el avance del Partido Nacionalista peruano y de Ollanta Humala señala que hay una posibilidad, que hay una disponibilidad. En toda América Latina los pueblos, a pesar de la enorme derrota de la que vienen, han abierto una perspectiva: intentar hacer factible una frase que está en muchas bocas, la de que «Otro mundo es posible». Yo creo que América Latina está luchando por eso, pero también tengo el convencimiento de que sola no lo podrá conseguir; es decir, si no se incrementa la solidaridad de los pueblos del mundo y específicamente la de una parte sustancial del pueblo norteamericano y de los pueblos de Europa, esta tarea de liberación social, política y cultural no se va a dar o va a tener grandes costes en América Latina porque al final, nos lo dice siempre la historia, la historia de la patria grande latinoamericana, es que el enemigo del Norte, cuando puede y ve que las cosas se le escapan, acaba siempre mandando al Séptimo de caballería.