El asunto Hunka: ¿Una metedura de pata?
El homenaje del Parlamento canadiense, el pasado 22 de septiembre, a Yaroslav Hunka, veterano de guerra ucraniano de la 14ª división de las Waffen SS (conocida como división Galitzia) durante la Segunda Guerra Mundial, no tiene nada casual o incidental. Afirmar que fue un error, una metedura de pata no intencionada, no es sólo asumir que el presidente del parlamento (Anthony Rota) es un verdadero analfabeto funcional y un ignorante; es admitir que todos los parlamentarios (también los de la supuesta izquierda) que aplaudieron y se unieron de forma entusiasta al homenaje también lo son; significa, aún más grave, aceptar que los invitados de honor a la infame sesión parlamentaria, Volodymir Zelenski y su esposa Olena Zelenska, son también unos auténticos incultos. Tras el escándalo, que sólo tuvo eco por las críticas de las asociaciones B’nai Brith Canada y el Centro Simon Wiesenthal, nos quieren hacer creer que si todos estos ilustres ignorantes hubieran sabido que el bueno de Yaroslav, presentado como un héroe demócrata en la lucha contra el imperio del mal (antaño la Unión Soviética, ahora Rusia), era en realidad un nazi ucraniano, sin lugar a dudas, no hubiesen aplaudido… Evidentemente, este discurso mistificador chirría por todos lados.
Supongamos que sí, que toda esa banda de politicuchos haya actuado por ignorancia. Esto significaría, en primer lugar, que el presidente ucraniano Volodymir Zelenski y su esposa Olena Zelenska desconocen la historia de su propio país, que no son conscientes de cuáles eran las facciones ucranianas que luchaban contra la URSS (supuestamente sólo por la independencia de Ucrania) durante la Segunda Guerra Mundial y de quienes eran amigas o colaboradoras estas facciones; significaría que desconocen que, aunque unos 250.000 ucranianos se unieron a la 14ª división Waffen SS, unos 4,5 millones lucharon junto al Ejército Rojoi y muchos de ellos murieron en el campo de batalla en lucha contra la barbarie nazi-fascista; significaría, en fin, que desconocen las aterradoras masacres que perpetraron los nazis y sus amigos nacionalistas –ya sea encuadrados en las filas de las Waffen SS o del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA)–, allá por donde pisaban botas. En concreto, es bien conocido el papel de la División Galitzia como fuerza de choque contra partisanos antifascistas polacos y soviéticos y su participación activa en las masacres cometidas en el este de Polonia. Sería especialmente grave el caso de amnesia histórica de Zelenski, con antepasados judíos que lucharon en defensa de la URSS.
En segundo lugar, aceptar esta premisa significaría también que la peculiar banda de hinchas de Zelensky –reencarnación de Rambo y Churchill a la vez, según la mitología occidental– en el parlamento de Canadá, desconoce un episodio bastante oscuro de la historia de éste, sobre el papel, plácido y tranquilo país. Tras la derrota del nazi-fascismo, lo que quedó de las milicias nacionalistas y de la división Galitzia huyeron ante el avance del Ejército Rojo y se entregaron a las autoridades británicas que controlaban parte de Austria. Uno de los lugares donde encontraron refugio seguro todos estos criminales de guerra fue Canadá, donde acabaron dominando políticamente la relativamente importante diáspora ucraniana y han ido ejerciendo cierta capacidad de presión de lobby. Es obvio que una persona caracterizada como un heroico luchador ucranio contra la Unión Soviética durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y establecido en Canadá poco después, sólo podría ser un nazi-fascista. Obviamente, como buen nazi, el entrañable viejecito nunca ha renegado de sus actos ni de la colaboración activa con las atrocidades cometidas por el III Reich y sus autoridades satélite de Europa del Este.
Por cierto, un interesante apunte en esta historia es que la viceprimera ministra canadiense, Chrystia Freeland, ferviente partidaria del putsch de Euromaidan y de la causa nacionalista ucraniana, fue señalada en su momento por encubrir el pasado nazi de su abuelo ucraniano, Mijailo Chomiak. El historiador John-Paul Himka (por cierto, yerno de Chomiak y tío de Freeland), había documentado ampliamente el carácter antisemita y pro-nazi de la publicación nacionalista (Krakivs’ki visti) que había dirigido Chomiak en Polonia ocupada por los nazis, llegando a sostener que el discurso de la publicación contribuía de lleno a la justificación de las masacres contra los judíos.ii El diario nacionalista, por cierto, contribuyó activamente a reclutar jóvenes para la 14º división de las Waffen SS, la misma en la que sirvió Hunka.iii Después de algo de revuelo, las acusaciones fueron desechadas como propaganda prorrusa por el gobierno de Justin Trudeau y por los medios,iv a pesar de que el primero en documentar y hacer público el pasado nazi del abuelo fue el mismo tío de Freeland.
Más recientemente, la misma Freeland (recordemos, viceprimera ministra del Gobierno canadiense) fue señalada por posar, en una manifestación en apoyo a Ucrania, con una banda con los colores de la bandera rojinegra de la OUN, organización fascista ucraniana de Stepan Bandera, y la inscripción Slava Ukraini (Gloria en Ucrania), que como todo el mundo sabe es un lema inventado por demócratas-liberales de toda la vida… Obviamente, el caso también fue desestimado por obedecer a propaganda prorrusa; eso sí, la foto que había sido colgada en su cuenta oficial de Twitter desapareció misteriosamente y fue sustituida por otra, menos comprometedora, donde aparecía Freeland sin símbolos explícitamente banderistas.v
Aunque en los tiempos en que vivimos nada debería extrañarnos en materia de manipulación y propaganda, no deja de ser bastante increíble que el relato de la inocencia e ignorancia cristalina de tantos elementos se haya impuesto. La crisis se ha cerrado con la dimisión del chivo expiatorio (Anthony Rota) y una velada disculpa del Primer Ministro, el muy liberal Justin Trudeau. Por lo que, si aceptamos que las premisas antes expuestas son ciertas, deberíamos creer que todos los políticos y políticas que ovacionaron a Hunka son auténticos zopencos. Sin excluir que puedan serlo en una parte considerable, pese a la cantidad de diplomas y másteres que reúnen sus currículos, un análisis mínimamente serio que intente explicar estos «incidentes» no puede quedarse ahí.
Amnesia histórica y revisionismo
Estos hechos, quizá algo anecdóticos y simbólicos, son no obstante sintomáticos de un trabajo considerable, por parte de la diáspora ucraniana afincada en Norteamérica, para rehabilitar la imagen de los combatientes nacionalistas (integrados en mayor o menor medida en la maquinaria de guerra nazi) como «luchadores anticomunistas por la libertad». Como muestra, cabe mencionar la existencia de varios monumentos a la infame 14ª división Waffen SS en Oakville y Edmonton (Canadá), pero también en Detroit y Philadelphia (EE.UU.)vi Aun así lo que es realmente alarmante no es que los emigrados nacionalistas y sus descendientes intenten limpiar su oscuro pasado de connivencia y colaboración con el nazismo, glorificando de paso su combate contra la URSS, sino que su discurso revisionista se haya naturalizado y aceptado con total normalidad. Y es en este contexto que es necesario entender la ovación unánime a Yaroslav Hunka.
El revisionismo histórico sobre hechos tan trágicos, en el caso ucraniano, se ha visto reforzado a partir del inicio del conflicto con Russia en 2014, pasando de ser algo atribuible a grupúsculos fascistas minoritarios a convertirse en parte esencial del dogma del nacionalismo oficialista. Aunque el conflicto no puede entenderse sin tener en cuenta una amplia complejidad de factores políticos, económicos, étnicos, históricos y geopolíticosvii, se ha impuesto un relato simplificador y maniqueo de la guerra. Ucrania, una nación heroica agredida por el imperialismo ruso, estaría luchando hasta el último hombre para salvaguardar los valores de la civilización (pensados en función de parámetros occidentales, por supuesto). La sustitución del análisis racional por un discurso emocional basado en la identificación estética conlleva automáticamente el veto a toda aproximación crítica para entender el conflicto desde sus causas profundas y tomando una perspectiva de largo plazo (ya se sabe que eso es aburrido, mejor juzgar en base a imágenes y improperios y difamación que circulan por las redes y tragarse sin más las informaciones sin contrastar vomitadas por la maquinaria de propaganda ucraniana…). Pero también implica la aceptación acrítica de un relato que obedece al proyecto de nation-building del nacionalismo ucraniano más duro y extremo, inequívocamente triunfante tras el cambio de ciclo histórico producido a raíz del golpe de Euromaidan (febrero de 2014). En función de este proyecto, la nación ucraniana se construye a partir de la homogeneización de sus rasgos culturales y lingüísticos. En consecuencia, como la realidad siempre se empecina en negar los cuentos de hadas, dos obstáculos se oponen fundamentalmente a este proyecto: la importante presencia cultural y lingüística rusa en el este y sur del país y el pasado de Ucrania como República Socialista Soviética dentro de la URSS.
En cuanto al primer obstáculo, la guerra que estalla en 2014 contiene todos los elementos, por parte del nacionalismo ucraniano, de una guerra para desrusificar el este (básicamente la cuenca del Donbass), que no había aceptado el golpe de ‘Euromaidan y se había levantado en armas. Es obvio que la contraparte rusa, a medida que se involucra de forma más activa en el conflicto, emprende también una línea etno-nacionalista, aceptando que Ucrania había dejado de ser parte de su esfera tradicional de influencia; pero, en contrapartida, anexionándose la rusófona Crimea y fijándose como objetivo la segregación del Donbass y su posterior integración a Rusia (aunque esta posibilidad sólo se acepta a partir de 2022).
En ausencia de homogeneidad etnolingüística y carente de referentes y precedentes claros a la hora de sustentar históricamente la independencia de Ucrania (excepto el interludio 1918-1921, cuando después del tratado de Brest-Litovsk hubo ciertos intentos de construcción de un estado títere de Alemania primero e independiente luego, pero siempre con la aquiescencia del intervencionismo occidental y del contexto de la guerra civil rusa), el actual nacionalismo ucraniano apoya su legitimidad en la lucha contra su antítesis: Rusia. Pero paradójicamente, esta idea antitética se encarna más en la URSS (que reconocía a las diferentes naciones en su seno, así como su derecho a la autodeterminación) que en el viejo Imperio zarista. Paradójicamente porque fue cuando se vinculó a la URSS como República Socialista Soviética de Ucrania que por primera vez se establece una entidad territorial ucraniana que comprende buena parte de su extensión actual (a excepción de parte del oeste, bajo soberanía polaca y rumana). Paradójicamente, también, porque fueron muchísimos los ucranianos que lucharon junto al Ejército Rojo y para construir la RSS de Ucrania. Paradójicamente, finalmente, porque Ucrania obtiene la independencia de la Unión Soviética de forma totalmente incruenta en 1991.
Y sin embargo, una de las imágenes preferidas de la guerra simbólica del nacionalismo ucraniano es el derribo de monumentos que recordaban su pasado soviético, además del cambio de nombre de calles por el de «heroicos luchadores» como el fascista Stepan Bandera. Seguramente lo que el nacionalismo ucraniano quiere legitimar con esta iconoclastia anti-soviética no es su independencia política, sino su ruptura definitiva e irreversible con Rusia. De hecho, los primeros presidentes de la Ucrania independiente, Leonid Kravchuk (1991-1994) y Leonid Kuchma (1994-2005), con preferencias por una estrategia multivectorial de equilibrios geopolíticosviii, nunca tuvieron que recurrir a referentes simbólicos nacionalistas extremos, tampoco Víktor Yanukovich (2010-2014), obviamente, que, pese a ser tildado de prorruso, a grandes rasgos mantuvo la política equidistante de los dos primeros presidentes. El primero que adoptó una justificación nacionalista que buscaba sus referentes inmemoriales y míticos en la sempiterna lucha contra Rusia (ergo, la Unión Soviética) fue, de hecho,Víktor Yushchenko (2005-2010), héroe de la revolución naranja, una de las revoluciones de colores pregonadas y apoyadas materialmente por el imperialismo yanqui para incorporar nuevos territorios a su área de influencia. Aunque los frágiles equilibrios políticos le impidieron una ruptura total con Rusia, Yushchenko (y su compañera de aventuras y rival Yulia Timoshenko) apretó al acelerador, al menos en lo que respecta al marco discursivo, fijando un nacionalismo ucraniano (sirviéndose sin reparo alguno del discurso duro de una extrema derecha banderista todavía muy minoritaria) fundamentalmente antirruso, que rechazaba definitivamente su pasado soviético y que erigía en «héroes» a los nacionalistas ucranianos (como el propio Stepan Bandera) que habían luchado contra el URSS, da igual si estuvieron al lado de la Alemania nazi o, tras la derrota del III Reich, fueron subvencionados y amparados por la CIA.
Según el nacionalismo ucraniano, pues, la identificación de Rusia con la Unión Soviética es una premisa necesaria para justificar la ruptura de relaciones con el gran vecino del este (con quien antes de 2014 Ucrania mantenía unas notables relaciones comerciales), pero fundamentalmente para deshacerse del pasado soviético que unía a la clase trabajadora ucraniana y rusa, a pesar de todos los errores cometidos. Cabe decir que esta equiparación de la actual Rusia con la URSS se sostiene más fácilmente por la propia identificación nacionalista rusa del antaño espacio soviético como espacio civilizatorio tradicionalmente ruso, quitando a la URSS su origen federativo y multinacional. En uno y otro caso se relega la lucha de clases al más completo de los olvidos y el legado de la revolución de octubre al oprobio y se introduce, como clave de bóveda del relato histórico, la nación, siempre en lucha contra sus opuestos.
La lectura en clave nacionalista de la historia reciente de Ucrania conlleva un escandaloso revisionismo histórico, algo que ha venido siendo típico en otros nacionalismos forjados en la hostilidad antirrusa (el caso de las repúblicas bálticas, donde se celebran impunemente homenajes a divisiones locales de las Waffen SS y se condena a las minorías rusas a un tipo de inexistencia civil, es de libro). Se ha ido abriendo paso –hasta llegar a convertirse en relato oficial, mítico y justificador, de los citados nacionalismos–, una reescritura de la Segunda Guerra Mundial, en la que se relativiza el proyecto genocida de la Alemania nazi y se cambia el papel libertador de la URSS, siempre equiparada a la gran Rusia, al de villano imperialista. Ucrania y otras naciones eslavas, además de las repúblicas bálticas, en realidad, durante el episodio más trágico de la historia, habrían luchado contra el expansionismo ruso, por su emancipación nacional. Lógicamente, para cuadrar el círculo de un relato mítico basado en falsedades y olvidos clamorosos, no hay rastro, en las nuevas historiografías oficiales, de colaboración de los nacionalismos autóctonos con el nazismo y sus horrores. Abundan en cambio el oprobio y el vilipendio contra el Ejército Rojo, sin el que nunca se hubiera ganado la guerra contra el nazi-fascismo, ni se hubieran liberado estos territorios de la barbarie nazi.
Naturalmente, una de las consecuencias que conlleva este revisionismo es que se borra totalmente de la ecuación de la Segunda Guerra Mundial el objetivo real de la Alemania nazi en su lucha por destruir la URSS: el exterminio de millones de eslavos para albergar la colonización alemana, la construcción del lebensraum y el Reich de los 1000 años. En este contexto de revisionismo histórico, en el que la barbarie nazi queda exclusivamente circunscrita al holocausto contra el pueblo judío, se obvia o relativiza de forma totalmente irresponsable el colaboracionismo de los distintos nacionalismos (entre ellos, de forma destacada, el ucraniano) con la Alemania nazi y las masacres de millones de ciudadanos soviéticos (y polacos, en un caso que afecta directamente a la OUN de Bandera) que se perpetraron. Se olvida que la inmensa mayoría de ucranianos, además, apoyó la resistencia partisana soviética y sufrió las consecuencias. El mito nacionalista, sin embargo, afirma que los colaboracionistas ucranianos lucharon fundamentalmente por la independencia de Ucrania y niega la participación de la OUN y la UPA en ninguna masacre o en el mismo holocausto contra el pueblo judío, cuando la investigación histórica ha demostrado que su participación fue significativa.ix
El revisionismo histórico sobre hechos tan trágicos no es nuevo: en tanto que algunos nacionalismos de repúblicas de la antigua URSS (Repúblicas bálticas en cabeza) o de la órbita soviética se han formulado en oposición a lo ruso, también se han proyectado en la historia en oposición y lucha contra la Unión Soviética. Lo que ha propiciado la guerra de Ucrania es que este revisionismo anticomunista se mezcle con el discurso civilizatorio occidental, formando un discurso mistificador y maniqueo donde la identificación emocional lleva a menospreciar toda la secuencia histórica que explica el presente (y a considerar sospechoso a cualquiera que haga referencia a ella). Esta amnesia histórica se extiende evidentemente a Occidente, gran sostenedor material e ideológico de una guerra por delegación para debilitar a Rusia y, si se puede, destruirla y colonizarla (descolonizarla, se llama en neolengua) Con la lectura nacionalista de la historia reciente de Ucrania se asume felizmente que, en realidad, el monstruo malvado del episodio más atroz de la historia fue la URSS (que sufrió, según las estimaciones más conservadoras, más de 20 millones de muertes y sin cuyo sacrificio humano y material no se hubiera ganado la guerra contra el nazi-fascismo). Como una llovizna persistente, a través de mentiras, falsedades y simplificaciones ad absurdum, este discurso revisionista totalmente sesgado ha ido calando en el imaginario colectivo. Por eso el parlamento canadiense, empujado por la euforia belicista y la rusofóbia, invitó a Yaroslav Hunka sin pensarlo. Sólo la memoria del holocausto evita todavía el total blanqueo de la barbarie de los nazis y sus colaboradores. Por eso los afectados e hipócritas aspavientos cuando se hizo público qué tipo de héroe nacional era el protagonista del infame homenaje con el que empezábamos este artículo. Por eso, también probablemente, las disculpas fueron dirigidas exclusivamente a las víctimas judías de las masacres perpetradas por las Waffen SS a las que pertenecía el insigne personaje.
Más allá de la narrativa del bien y del mal: geopolítica y nuevas oportunidades de inversión.
Mientras en la opinión pública occidental se impone un cuento de hadas que es más bien una historia de los horrores edulcorada, la realidad se impone cada vez más como contrapunto que fractura el discurso hegemónico. El resbalón del asunto Hunka es un síntoma preocupante de hasta qué punto este discurso hegemónico ha llegado a blanquear los vínculos ideológicos existentes entre el nacionalismo oficial ucraniano y el fascismo banderista, pero es también una constatación del oportunismo ridículo del liberalismo occidental cuando trata de abanderar causas supuestamente emancipadoras. La imagen de todo un parlamento democrático ovacionando a un nazi rompe el relato, abre una brecha entre discurso y realidad que se puede ensanchar cada vez más. Cabe aprovechar estas oportunidades para denunciar la falacia de un discurso que justifica una guerra cruel y una escalada armamentística de consecuencias imprevisibles..
Sin embargo, no hace falta ir a hechos tan espectacularmente grotescos para darse cuenta de qué hay detrás del discurso hegemónico sobre la guerra de Ucrania. Basta con seguir la pista del dinero… Las corporaciones agroindustriales pugnan por hacerse con el control de las fértiles tierras negras ucranias, instituciones tan desinteresadas como BlackRock y JP Morgan están planificando ya la “reconstrucción” del paísx, la legislación laboral introducida por Zelensky convierte Ucrania en un paraíso de la explotación. Ucrania se convierte paso a paso en tierra prometida para el capitalismo occidental en un auténtico laboratorio de experimentación neoliberal: un lugar donde el capital financiero e industrial podrá hacer inversiones jugosas, una tierra a la que espoliar, un país donde la mano de obra tiene derechos similares a los que tenían los obreros en la Inglaterra del siglo XIX.xi ¿Alguien pensó que quien paga la fiesta no va a quedarse con la mayor parte del pastel?
Y, obviamente, Ucrania es también un chollo para la industria de las armas, que tiene ante sí un prometedor futuro. El ministro francés de exteriores, Sébastien Lecornu, un auténtico bocazas, sintetiza bastante bien el estado de ánimo de los halcones de la guerra y sus ramificaciones empresariales cuando en un foro armamentístico en Ucrania destacaba las oportunidades que ofrece la guerra y las condiciones sociales y económicas del país para las empresas francesas: “Si queremos perdurar, debemos poder conectar a los industriales franceses directamente con el ejército ucraniano. Esto también es de interés para el futuro, porque si la guerra terminara rápidamente, lo que espero, el ejército ucraniano necesitará reconstruirse y defenderse. Y, por tanto, estas también son oportunidades para las industrias francesas. Lamento decirlo así, pero tenemos que aceptarlo”xii. Las empresas occidentales localizan la producción en Ucrania (partenariados, se llama en neolengua), un país con una legislación laboral cercana a la servidumbre, y venden su producción a la misma Ucrania, empantanada en una guerra eterna contra el gran villano ruso (guerra orquestada y financiada por Occidente), endeudada además con las instituciones financieras internacionales. Pues eso, la tierra prometida de la libertad…
Para terminar, el senador demócrata Richard Blumenthal, gran representante de grupos de presión militaristas, valorando la guerra en términos de inversión económica y geopolítica, afirma: “El Ejército ruso se ha reducido a la mitad. Su fuerza se ha reducido en un 50% sin la pérdida de un solo soldado estadounidense y con menos del 3% de nuestro presupuesto militar. Es toda una ganga en términos militares”. Y concluye reconociendo de manera clara y cristalina la verdad de esta guerra: “Incluso los estadounidenses que no tienen ningún interés particular en la libertad y la independencia de las democracias en todo el mundo deberían estar satisfechos de que estamos obteniendo el valor de nuestro dinero en nuestra inversión en Ucrania.”xiii
Notas:
ihttps://www.eldiario.es/internacional/theguardian/escandalo-politico-homenaje-exsoldado-ucraniano-nazi-enfrenta-canada-historia-oscura_1_10562438.html
iiHimka, John-Paul (2013). Omer Bartov; Eric D. Weitz (eds.). “Ethnicity and the Reporting of Mass Murder”, in: Shatterzone of Empires: Coexistence and Violence in the German, Habsburg, Russian, and Ottoman Borderlands. Indiana University Press. p. 619.
iiihttps://jacobin.com/2023/09/canada-chrystia-freeland-nazi-veteran-honoring-debacle-parliament
ivhttps://www.theglobeandmail.com/news/politics/freeland-warns-canadians-to-beware-of-russian-disinformation/article34227707/
vhttps://nationalpost.com/news/canada/did-chrystia-freeland-pose-with-extremist-symbols-or-is-it-russian-disinformation
vihttps://jacobin.com/2023/09/canada-chrystia-freeland-nazi-veteran-honoring-debacle-parliament
viiVer, por ejemplo, “Susan Watkins, Five Wars in One. The Battle for Ukraine”, New Left Review, n. 137. Setembre-octubre 2022.
viiiFranciso Veiga, Ucrania 22. La guerra programada, Alianza, 2022
ixJohn-Paul Himka, Challenging the Myths of Twentieth-Century Ukrainian History. Department of History and Classics, University of Alberta
x“BlackRock and JPMorgan help set up Ukraine reconstruction bank”. Financial Times, 23 junio 2023. https://www.ft.com/content/3d6041fb-5747-4564-9874-691742aa52a2
xi“La nueva reforma laboral devolverá a los trabajadores al siglo XIX». Viento Sur, 4 junio 2022. https://vientosur.info/la-nueva-reforma-laboral-devolvera-a-los-trabajadores-al-siglo-xix/
xii“Ukraine : le ministre français des Armées à Kiev pour ancrer l’aide française dans la durée”, Les échos, 28 septiembre 2023. https://www.lesechos.fr/monde/enjeux-internationaux/ukraine-le-ministre-francais-des-armees-a-kiev-pour-ancrer-laide-francaise-dans-la-duree-1982367
xiii“Este senador explica porqué a EEUU le ha salido tan rentable la guerra de Ucrania”. El confidencial, 5 septiembre 2023. https://www.elconfidencial.com/mundo/2023-09-05/senador-explica-eeuu-rentable-guerra-ucrania_3727638/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.