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Armas: negocio infame… pero muy lucrativo

Fuentes: Rebelión [Imagen: La apoteosis de la guerra (Vasily Vereshchagin -1871)]

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Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, decían los romanos del Imperio. Parece que la máxima continúa absolutamente vigente. Hoy la preparación para la guerra -aunque nos cansemos de hablar de paz y exista una Organización de Naciones Unidas que formalmente vela por ella (sin conseguirlo nunca, aclaremos)- es, por lejos, el negocio más voluminoso del planeta, que mueve los avances científico-técnicos más fabulosos, y la actividad que concita las mayores preocupaciones de toda la humanidad.

Preocupaciones ¿por qué? Porque el desarrollo de esas armas, cada vez más letales, pone en riesgo la sobrevivencia no solamente del ser humano, sino de toda especie viva que existe en el globo terráqueo. Hemos llegado a tal punto de desarrollo en la capacidad de destrucción que hoy se cuenta con alrededor de 12.000 cabezas nucleares -el 90% de ellas repartidas entre Rusia y Estados Unidos, seguidas luego por China-, suficientes para colapsar con toda forma viva en la Tierra. Es un mito que, de darse esa detonación, solo sobrevivirían las cucarachas; quizá, con buena suerte, algunos seres microscópicos en las profundidades oceánicas, y ello tal vez repetiría el ciclo ya conocido: el caldo primitivo, de ahí a los dinosaurios y luego esta especie tan dañina que somos nosotros, ¿autodestructivos? De liberarse toda esa energía concentrada en ese armamento, el Armagedón que se produciría generaría una explosión de tal magnitud cuyas consecuencias llegarían hasta la órbita de Plutón. Sensacional prodigio científico-técnico que ningún otro animal puede lograr, pero al tiempo que se puede lograr eso, con la abundante comida que existe hoy día (40% más de la necesaria para nutrir bien a los 8.236 millones de humanos), el hambre sigue siendo uno de los principales flagelos de la humanidad (20.000 muertes diarias por falta de alimentos). ¿Desarrollo? Bueno… abre interrogantes la cuestión. En los marcos del capitalismo, ese portentoso “desarrollo” científico-técnico sirve solo a muy pocos. Las grandes mayorías lo ven pasar de largo.

Sin dudas, la paz no es solo la ausencia de guerra: es el aseguramiento de una vida tranquila, con satisfactores básicos resueltos y panorama agradable a la vista. Si existen tantas y tan variadas armas, aunque no tengamos una Tercera Guerra Mundial con armamentos nucleares -final de todo, definitivamente (MAD: Mutually Assured Destruction, Destrucción Mutua Asegurada… MAD, “loco” en lengua inglesa)- algo nos dice de la complejidad de estos temas -¿de la “locura” en ciernes quizá?-. La violencia -que se une en forma indisoluble con el conflicto y con el poder– sigue siendo el pan nuestro de cada día. “La violencia es la partera de la historia”, dijo un decimonónico pensador, hoy supuestamente superado. Hablamos de paz hasta el infinito, pero ello va de la mano de la guerra. Para analizarlo en detalle, ¿verdad? O cuestionarlo. Recordemos el dicho romano recién citado: si vis pacem, para bellum.

El ser humano hace uso de la violencia para sobrevivir. De ahí que, primitivamente, para cazar y poder comer, empleó la fuerza. Así inventó la primera arma. Según enseña la historia y la antropología, el primer humano, hace dos millones y medio de años, en lo que hoy se conoce como la zona de los Grandes Lagos en África central, el Homo Habilis, cuando descendió de los árboles y se irguió en dos patas, fabricó el primer instrumento: una piedra afilada. En otros términos: un arma. Pero las armas actuales no están al servicio de la pura sobrevivencia: tienen que ver con los juegos de poder que nuestra especie fue dibujando a lo largo de los milenios. Obviamente no se necesitan misiles hipersónicos con cabezas nucleares, cada uno de ellos con entre 25 y 50 veces más poder letal que las bombas arrojadas innecesariamente por Estados Unidos sobre un Japón que ya se estaba rindiendo. No necesitamos eso para sobrevivir, como si fuera aquella legendaria primera piedra afilada al servicio de la caza. ¿Para qué entonces?

Aunque se dice que las armas están al servicio de la defensa, eso no es así realmente. Son una prolongación artificial de nuestra violencia: matan, mutilan, aterrorizan, dejan secuelas psicológicas negativas muy perdurables, destruyen toda obra civilizatoria humana. No defienden, sino que atacan. Finalmente, y esto es lo más importante, evidencian el poder. Los desfiles militares que exhiben el armamento más moderno y poderoso constituyen una demostración de la fuerza con que cuenta un Estado, un mensaje al otro. En modo alguno esas armas sirven para defendernos; por el contrario: solo sirven para atacar, matar, ejercer dominio. Las armas personales que muchos portan -una pistola, digamos- traen aparejadas más desgracias que otra cosa; rara vez sirven para defendernos. En general están al servicio del ataque; Organizaciones como la Organización Mundial de la Salud -OMS- yel Harvard Injury Control Research Center, de Estados Unidos, señalan que los hogares con armas tienen mucho mayor riesgo de muertes violentas (accidentales o intencionales) que aquellos sin ellas. Y la venta libre de armas que se da en ese país, donde en una tienda normal puede adquirirse un fusil de asalto sin ningún problema, está en la base de esa generalizada costumbre de balaceras criminales con que convive casi a diario.

De hecho, las armas hoy constituyen el negocio más lucrativo que existe, moviendo fortunas incalculables, lo que trae como corolario su incidencia en la política global. Las guerras -esta “locura” humana donde desaparece la interdicción más fundamental: el no matar– no las deciden los pueblos de a pie, los que inocentemente votamos por nuestros “representantes”, sino unos pocos magnates con gran poder; y ahí están los fabricantes de armamentos, decidiendo cuándo inicia la próxima. Caso curioso, justamente: los únicos puestos permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas están ocupados por las principales potencias con armas nucleares (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia), que son, al mismo tiempo, los principales fabricantes de armas de todo tipo.

Cuando el presidente de Estados Unidos John Kennedy quiso oponerse a la guerra de Vietnam, “curiosamente” fue sacado del medio de un modo violento: con un balazo en la cabeza. ¿Quién manda entonces? ¿Los presidentes o los poderosos capitales que fabrican armas y, por tanto, necesitan guerras? ¿Por qué ahora el presidente Trump bombardea las centrales nucleares de Irán -pareciera que sin posibilidades reales de detener el programa nuclear iraní- contrariando lo que había dicho en su campaña de “terminar las guerras”? “Asumo y en 24 horas se termina la guerra en Ucrania”, vociferó bravucón. Da risa…, si observamos cómo sigue esa situación. Una vez más entonces: todo indica que hay alguien más que decide las cosas, y no solo quien da la cara desde una casa de gobierno. Las estadounidenses Lockheed Martin, Raytheon, Boeing, General Dynamics, las chinas Norinco o Avic, las rusas Rostec o Rosoboronexport, la británica BAE Systems o la francesa KNDS France, no son un invento: existen, tienen facturaciones millonarias y forzosamente deben mover sus inventarios, si no, como cualquier empresa, quiebran.

Hoy, en todo el mundo, se cursan más de 50 conflictos bélicos, siendo los más notorios los que ocupan las carteleras mediáticas: la guerra de Ucrania y Rusia, la de Medio Oriente, ahora llevada a un nivel superior por el enfrentamiento entre irán e Israel, y la posible explosión en el estrecho de Taiwán, provocando a China. Otra curiosidad: en todas estas guerras está implicado Estados Unidos, quien se llena la boca hablando de libertad, democracia y paz, conceptos que, a fuerza de tan remanidos, terminan siendo cascarones vacíos. ¿Qué paz?

Al decir “armas” nos estamos refiriendo al amplio campo de las armas de fuego (las llamadas armas blancas, si bien se usan aún y provocan heridos y muertos, tienen un impacto infinitamente menor, casi despreciable, comparado con las otras). Entran allí, en el espacio de las armas de fuego:

  • Armas pequeñas: revólveres, pistolas, rifles, carabinas, ametralladoras livianas, escopetas.
  • Armas livianas: ametralladoras pesadas, granadas, lanzagranadas, misiles antiaéreos portátiles, misiles antitanque portátiles, bazookas, morteros de menos de 100 milímetros.
  • Armas pesadas: cañones de muy diversos tipos con sus proyectiles, bombas, explosivos varios, proyectiles de uranio empobrecido, y todos los medios diseñados para su transporte y operativización: aviones, barcos, submarinos, tanques, misiles, drones, satélites.
  • Minas antipersonales y antitanques, todo lo cual constituye el llamado armamento convencional.
  • Además: armas de destrucción masiva, con creciente poder letal, tales como 1) químicas, 2) biológicas y bacteriológicas y 3) nucleares (estas últimas con la posibilidad de extinguir toda forma de vida).
  • A ello hay que agregar hoy día la batalla -descomunal, cada vez más encarnizada- en torno a la inteligencia artificial (IA) como instrumento de guerra que se está dando entre las potencias, fundamentalmente entre Estados Unidos, China y Rusia.

Y también podría agregarse, más como una especulación angustiada que como una constatación verificable, las armas super secretas que desarrollan las potencias, de las que sabemos solo algunos detalles por filtraciones, ingenios que superan lo que vemos en la ciencia ficción, con poderes letales que desconocemos.

Hoy es imprescindible también considerar como “armas” todo el instrumental que se relaciona con la guerra cibernética y la guerra satelital en el espacio exterior, incluida igualmente toda la robótica de avanzada. La ciencia-ficción ya queda corta ante estos portentosos ingenios que, en vez de estar a favor de la vida, de la paz y del desarrollo armónico, sirven para la destrucción -y para generar extraordinarias ganancias para algunos pocos-. Eso lleva a pensar, tangencialmente, que la elucubración freudiana de una “pulsión de muerte” (Todestrieb) que acercaría a la especie humana a su autodestrucción, no deja de tener sentido. ¿Ese es nuestro inexorable destino? Desde una visión pesimista, podríamos decir que probablemente. Aunque también existe la posibilidad de ver las cosas con lentes optimistas. “Actuar con el pesimismo de la razón y el optimismo del corazón”, muy válida observación de Gramsci. El socialismo sigue teniendo esperanzas, y en vez de pensar en la eliminación de la especie, apunta a un nuevo mundo de mayores justicias.

Pero cada vez se da una mayor imbricación entre los grandes megacapitales y las tecnologías más avanzadas con la industria bélica. Los así llamados tecnomagnates, que se exhibieron vanidosos en primera fila en la ceremonia de asunción del presidente Trump representando a lo que se conoce como Silicon Valley (las grandes compañías del ámbito cibernético, las Big Tech: Google, Microsoft, Meta, Amazon, Palantir Technologies, OpenAI, Nvidia) pasan a ser parte del entramado llamado “complejo militar-industrial” de Estados Unidos. El mandatario ha declarado que se invertirá un billón de dólares en 2026 para “modernizar las fuerzas armadas”, señalando la introducción de la inteligencia artificial (IA) en el campo de la defensa. Por lo pronto OpenAI, Google, Anthropic y xAI, la empresa de IA de Elon Musk, han obtenido recientemente contratos de hasta 200 millones de dólares cada uno para fomentar las capacidades avanzadas de la inteligencia artificial en el Pentágono.

Para mostrar que esa unión va muy en serio, en el pasado mes de junio el Ejército de Estados Unidos formó el Destacamento 201, a cargo del jefe de Estado Mayor, general Randy George, quien declaró que ahí se va a “fusionar la experiencia tecnológica de vanguardia con la innovación militar” para “vincular a las empresas privadas más innovadoras del país con nuestras misiones militares más importantes”. Dicho nuevo cuerpo militar está formado por tecnólogos de la más alta calidad de las Big Tech, tales como Kevin Weil (director de producto de OpenAI), Bob McGrew (ex jefe de investigación de OpenAI y actual asesor de tecnología de Thinking Machines Lab), Shyam Sankar (director de tecnología -Chief Technology Officer, CTO- de Palantir Technologies) y Andrew Bosworth (CTO de Meta). Todos ellos tienen ahora rango de coronel, y asumieron sus nuevos cargos juramentando en ropa de fagina, claro mensaje en relación a que están listos para la guerra.

Las armas no dan seguridad; por el contrario, para nosotras y nosotros, ciudadanos de a pie que no decidimos la marcha del mundo, y mucho menos las guerras, constituyen un alto riesgo. Por el uso de algún tipo de arma, alrededor de 3.000 personas mueren diariamente en el planeta. Y si se liberara todo el potencial del armamento nuclear disponible, como ya dijimos, no quedaría ningún ser vivo en la Tierra. En manos de los cuerpos estatales -policía, fuerzas armadas, cuerpos de seguridad- todos estos arsenales para lo único que sirven es para mantener la situación reinante. Es decir: para perpetuar la explotación de clase y las relaciones imperialistas. Pensar en la cacería -la primera piedra afilada del Homo Habilis– nos hace sonreír si la miramos a la luz de los más modernos armamentos existentes. ¡Por supuesto que ese avance extraordinario que representan hoy la inteligencia artificial y la robótica deberían estar al servicio del bienestar de la especie humana como lo fue aquella primera piedra afilada! Pero los derroteros que ha tomado la sociedad humana las ponen al servicio de la destrucción. Con el modelo capitalista no puede esperarse otra cosa. Sin embargo existe la esperanza, felizmente, que con un planteo socialista -¡que sigue siendo posible e imperiosamente necesario!- ese potencial deje de servir para la destrucción. Por eso es una verdad irrefutable lo dicho por la revolucionaria Rosa Luxemburgo: “Socialismo o barbarie”.

No obstante la cantidad de vidas cegadas y el sufrimiento que las armas producen, su fabricación y comercialización continúa en forma creciente. Ello es así porque constituye un gran negocio. Dada su relación con la seguridad nacional y las políticas exteriores de los países -fundamentalmente las de las grandes potencias- la industria bélica se mueve en un clima de alta secretividad. El negocio de las armas no es nada transparente y no está sujeto a ninguna fiscalización. La Oficina de Naciones Unidas sobre Asuntos de Desarme (UNODA, por su sigla en inglés) coordina los esfuerzos de la ONU en relación con el comercio de armas buscando el desarme y la no-proliferación de armamento nuclear, al par que trabaja para prevenir y erradicar el comercio ilícito (mercado negro). De todos modos, como pasa con todas las agencias de Naciones Unidas, más allá de bellos principios presentados en los papeles, su incidencia en la vida real es nulo. De hecho, el mercado negro de armamentos es fabuloso. Por ejemplo: muchas de las armas traspasadas por la OTAN a Ucrania, aparecieron luego en diversos grupos armados de diversas partes del globo (delincuencia organizada y narcotráfico). Hasta incluso en el ataque del grupo Hamas al Estado de Israel en octubre de 2023. El mercado negro de las armas no tiene igual, moviéndose en la mayor secretividad y con características altamente mafiosas, igual que el del narcotráfico.

En estos momentos, aunque hay guerras con un muy alto perfil mediático, como mencionamos más arriba, existen no menos de esos 50 frentes de combate abiertos, desde pequeñas escaramuzas a grandes conflictos. En todas ellas se utilizan armamentos y diversos equipos militares, que cuestan muchísimo dinero, y que quienes los producen se frotan las manos al ver que crece su demanda. Un simple ejemplo: un soldado término medio de las fuerzas armadas de Estados Unidos lleva un equipamiento tasado entre 15 y 20.000 dólares (uniforme, equipo de protección personal, armas y equipo especializado), pudiendo aumentar significativamente ese costo hasta 50.000 dólares, dependiendo de la unidad en que esté asignado. Esos equipos, naturalmente, alguien los fabrica y, por tanto, los vende. El negocio es fabuloso.

Se habla de paz hasta el cansancio, asistimos a pomposos foros donde se castigan -de palabra- la violencia y la militarización, se habla de respeto mutuo y resolución consensuada de los conflictos, pero igual que el hombre de las cavernas, las cosas se siguen dirimiendo a garrotazos. Claro que hoy esos “garrotes” son misiles nucleares montados en vectores hipersónicos indetectables por los radares. ¿Pulsión de muerte entonces?

En tanto exista el sistema capitalista continuará la producción de armamentos, que claramente está al servicio de mantener la supremacía de la clase dominante. Son válidas aquí entonces las palabras del zapatista sub-comandante Marcos: “Tomamos las armas para construir un mundo donde ya no sean necesarios los ejércitos”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.