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62º aniversario de la frustrada independencia de Baluchistán

Baluches de Pakistán, Vivir en el arcén de Punjab

Fuentes: Gara

Una mujer camina lentamente por el desierto de Dera Bugti, cargada de leña para su cocina. Se dirige hacia su aldea de Pir Koh. Le basta con seguir durante unos cientos de metros el gasoducto que va hacia el norte, hacia Punjab. Ha tenido suerte ya que no es fácil encontrar leña en el desierto […]

Una mujer camina lentamente por el desierto de Dera Bugti, cargada de leña para su cocina. Se dirige hacia su aldea de Pir Koh. Le basta con seguir durante unos cientos de metros el gasoducto que va hacia el norte, hacia Punjab. Ha tenido suerte ya que no es fácil encontrar leña en el desierto de Dera Bugti. Islamabad también tuvo suerte cuando encontró gas bajo este pedregal. Gracias a él, los punyabíes han cocinado, calentado sus casas en invierno y producido electricidad durante medio siglo. Paradójicamente, el gas todavía no ha llegado a Pir Koh.

«¿Qué nos ha dado Pakistán?», se pregunta en voz alta Akhtar Mengal en su domicilio de Quetta, la capital de Baluchistán Este. «Los punyabíes (la etnia dominante del país) nos han confiscado todo: nuestras propiedades, nuestros recursos y, sobre todo, nuestros derechos», continúa Mengal, líder tribal del clan homónimo, además de presidente del BNP (Partido Nacionalista Baluche). Difícilmente habrá en Quetta una casa más vigilada y, en consecuencia, más custodiada que la suya.

«¿Por qué se ha olvidado el mundo de nosotros?», exclama el sardar (líder tribal) de los Mengal.

Puede que el mundo se haya olvidado realmente de los baluches pero, ¿se ha olvidado alguien de Baluchistán? Veamos: Obama lo necesita para su oleoducto TAPI (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India), Irán e India para el IPI (Irán-Pakistán-India), y lo mismo Qatar. China está construyendo su puerta al Golfo Pérsico por el puerto de Gwadar, mientras que Australia, Canadá y Chile extraen toneladas de oro y cobre de sus enormes reservas, las segundas más grandes de toda Asia. El saqueo será presumiblemente mucho más atroz cuando se levante la veda del petróleo y el uranio escondidos bajo el desierto baluche…

«Ni siquiera nos contratan para trabajar en todos estos proyectos; la mayoría son obreros llegados de Punjab y de otras partes de Pakistán», se queja Bari, otro treintañero de Quetta sin empleo.

«Islamabad dice que no podemos acceder a dichos empleos porque somos analfabetos, porque no tenemos educación. ¿Dónde vamos a estudiar si nadie aquí construye escuelas?», se lamenta.

La tasa de analfabetismo entre los baluches de Pakistán ronda el 80% de la población, una cifra escalofriante de la que Islamabad no duda en culpar a los líderes tribales: «Si el pueblo llano aprende a leer dejará de sentirse a gusto en una sociedad tribal», es el argumento que se esgrime desde el Gobierno central.

Sea como fuere, el descontento de la mayoría de los baluches es evidente. No en vano, se han producido cinco levantamientos armados contra Islamabad desde que Baluchistán Este fuera incorporado forzosamente a Pakistán en 1948, tras la retirada de los británicos. El último comenzó en 2003 y perdura hasta hoy. Pero, lejos de recular, Islamabad no cede en una política basada en la represión y el desprecio total hacia este pueblo. Y si alguien levanta la voz, se le encarcela o, simplemente, se le hace desaparecer.

Cadáveres andantes

Tanto AHRC (Asian Human Rights Comission) como International Crisis Group han denunciado la desaparición de más de 7.000 activistas políticos y sociales desde 2005. Uno de los casos recientes más conocidos ocurrió el pasado mes de abril en Quetta. Tres activistas políticos fueron raptados a punta de pistola en el despacho de su abogado y arrojados posteriormente desde un helicóptero. Kashkol Ali era el letrado en cuestión.

«La justicia no existe en Pakistán», afirma Ali, sentado en la misma butaca desde la que presenció el secuestro. «El control del país está en manos del MI y del ISI, los servicios de inteligencia. No hay juez, ni político, ni policía que se atreva a enfrentarse a ellos», afirma.

Las afirmaciones de este testigo de un juicio sumarísimo son corroboradas por el kafkiano testimonio de Imdad B., miembro de la ejecutiva central de la BSO (Organización de Estudiantes Baluches). Tras ser abducido en Quetta en 2005 junto con seis compañeros y torturado posteriormente durante dos meses, sus raptores le «entregaron» después a la Policía en la provincia de Punjab.

«Tuvimos los ojos cerrados en todo momento. Sabíamos que nos habían metido en un avión, pero no a dónde íbamos», explica este joven tocado con un kulla (gorro tradicional) rojo. «Tras entregar a cuatro de nosotros a la policía en algún lugar de Punjab, los periódicos al día siguiente publicaron esta noticia: `Las fuerzas de seguridad capturan a unos terroristas baluches que planeaban poner una bomba en el aeropuerto de Hyderabad'», relata.

Imdad afirma desconocer las causas por las que finalmente fueron puestos en libertad. Fue entonces cuando empezó la segunda parte de su odisea: denunciar ante la Justicia lo que había ocurrido.

«Lo has pasado mal pero ya estás libre. ¿Por qué te empeñas en buscarnos problemas a los dos?», asegura el joven activista que le dijo el primer juez. Y el segundo, y el tercero… Cuatro años más tarde, Imdad sigue intentando interponer una denuncia.

A los miles de desaparecidos hay que sumarles las decenas de miles de desplazados. En los últimos tres años, más de 80.000 familias baluches se han visto obligadas a emigrar a las afueras de Quetta o a las provincias de Sindh y Punjab, tras haber sido destruidas sus aldeas.

Zaki D. también es miembro de la Organización de Estudiantes Baluches. Desde la sede de la organización en Karachi muestra un vídeo en el que un pueblo de adobe es bombardeado desde un helicóptero. Puede que se trate de uno de los Cobra que Teherán cedió a Islamabad en los 70 para combatir a la insurgencia baluche, que amenaza siempre con extenderse al Baluchistán bajo control iraní; o cualquiera de los que Washington le regaló a Musharraf para luchar contra los talibán.

En su libro «Descent into Chaos» (Ed. Penguin, 2008) el periodista paquistaní Ahmed Rashid asegura que de los 10 billones de dólares que la Administración USA ha destinado a Pakistán para desarrollo desde el 11-S, el 90% se lo ha llevado el Ejército.

Los generales se defienden alegando que su país es el mayor proveedor de cascos azules de la ONU: 10.000 en 2007.

Agua amarilla

En Chagai muy pocos saben leer y, desgraciadamente, a nadie le resultan ajenos el hambre, el desempleo, los desaparecidos… Pero sin duda la mayor preocupación en esta región montañosa y fronteriza con Afganistán la constituye el agua. Y no es que falte, como ocurre en muchas otras regiones de Baluchistán, donde apenas se producen precipitaciones. No, aquí hay mucha en depósitos subterráneos. El problema es que produce cáncer. En aras de equilibrar fuerzas con India, archienemiga de Pakistán, Islamabad realizó aquí cinco detonaciones nucleares en 1998. Las aldeas cercanas al monte Raspoh, donde se realizaron las pruebas, fueron evacuadas, algo que no ha evitado que los abortos espontáneos, las malformaciones y los casos de cáncer se hayan disparado entre la población local en los últimos años.

Tras abandonar su aldea en Raspoh, Wazeer se fue a vivir con su hermano a la vecina Dalbandin. Asegura que el agua salía amarilla tras las pruebas, aunque a Wazeer hace ya tiempo que se le olvidaron los colores. Como a muchos en esta localidad, un cáncer de ojos le ha dejado ciego. Nadie le dijo que era mejor no lavarse la cara con ese agua.

«Punjab nos ha tratado como a las bestias durante más de 60 años. ¿Cómo pudieron los británicos dejarnos en manos de esta gente?», se lamenta este anciano, con una mirada translúcida que se pierde entre el estupor y el olvido.

Baluchistán existe

Los baluches son un pueblo dividido hoy por las fronteras de Irán, Afganistán y Pakistán. Hablan una lengua indoeuropea cercana al kurdo y al farsi, y la inmensa mayoría de ellos son musulmanes sunitas. Se calcula en torno a 15 millones la cifra de baluches en todo el mundo, de los cuales dos viven en Irán, ocho en Pakistán y algo menos de un millón en Afganistán. La mayor parte de la diáspora se encuentra en el Golfo Pérsico, Escandinavia y Estados Unidos.

Situado en la encrucijada de las rutas energéticas y con más de mil kilómetros de costa sobre el Golfo Pérsico y el océano Indico, Baluchistán ocupa una posición eminentemente estratégica. Además, es rico en recursos energéticos y minerales.

Baluchistán Este constituye la provincia más grande de Pakistán en cuanto a superficie (44% del total) pero la más pequeña en términos de población, así como la más subdesarrollada. La agricultura constituye la fuente principal de ingresos pero solamente un tercio de la región es cultivable. A pesar de sus enormes reservas de gas y carbón, el 40% de las necesidades energéticas de Baluchistán Este se cubren mediante leña y estiércol.

Tres cuartas partes de las mujeres y dos tercios de la población de más de diez años es analfabeta en Baluchistán Este. Asimismo, más de la mitad de los niños en edad escolar no asisten a clase debido a la falta de recursos económicos así como de infraestructuras apropiadas.

Baluches de Irán: los «enemigos de dios»

Mientras la comunidad internacional trata aún de descifrar las claves de la controvertida cita electoral del pasado junio, Teherán continúa con una política de asimilación sin precedentes sobre el pueblo baluche. Los ahorcamientos públi- cos y sin juicio previo de disidentes no son más que la punta del iceberg de una realidad que permanece oculta al resto del mundo.

Karlos ZURUTUZA

Esta ciudad es un asco», se queja Abdullah, un joven empresario saudí que lleva más de dos meses intentando cerrar un trato de camellos baluches en Zahedán. «Aquí no hay ni mujeres, ni alcohol… Y encima todo el mundo me toma por un terrorista de Al-Qaeda», dice este árabe de 27 años y barba poblada, que no ve el momento de regresar a su Riad natal.

«¿Sabías que aquí usan los camellos para traer heroína desde Afganistán? Se les enseña el camino, se les injerta la droga en la joroba y luego hacen la travesía ellos solos», asegura el joven saudí.

Para cuando Baluchistán fue anexionado a Irán en 1928, los británicos hacía ya tiempo que habían introducido el tráfico de opio en la región. Comparado con otras partes del país, su uso aquí era aún poco común, limitándose a un puñado de líderes tribales. El consumo de heroína en Baluchistán se arraigaría con los Pahlevi, cuyas enormes oportunidades de lucro tampoco han pasado desapercibidas a ojos de los ayatolás. Cargos públicos locales (nunca baluches) amasaron y siguen amasando enormes fortunas con la droga que llega desde la vecina Afganistán; Teherán mira hacia otra parte, hacia los pequeños traficantes. Y es que un 60% de la población baluche enganchada a los opiáceos implica un 60% menos de potenciales disidentes.

Zahedán es la capital de la provincia de Sistán y Baluchistán. Cercana a las fronteras de Afganistán y Pakistán, aquí todo «no farsi» es susceptible de ser «terrorista», «traficante», o ambas cosas a la vez. Los ayatolás acusan a los baluches de colaborar con Occidente, y a la organización armada Ejército de Liberación del Pueblo de Irán (antes «Jundullah») de recibir ayuda tanto de la CIA como de Al-Qaeda. Asimismo, el régimen parece no distinguir entre la lucha contra la droga y los disidentes políticos. Resultado de ello son los ahorcamientos públicos de baluches sin ni siquiera un juicio previo. Tan sólo el pasado junio se ahorcó a 19 «enemigos de dios» que, además, resultaban ser «corruptos sobre la tierra». O lo que es lo mismo, «terroristas» y «camellos» a la vez.

Ni nombres ni hombres

Primero se sustituyen los topónimos (Zahedán era Duzzap hasta principios de los 30) y luego se hace lo propio con su población. Del medio millón largo de habitantes de Zahedán, 6 de cada 10 son hoy farsis. De los baluches desaparecidos no hay cifras oficiales.

Pero deben ser muchos, ya que a la plétora de fuerzas de seguridad e inteligencia persas, en Baluchistán se suma la Mersad. Se trata de un grupo paramilitar que opera bajo órdenes directas del líder supremo Jamenei y que se especializa en palizas y tiroteos, muchas veces al azar, para provocar terror y sensación de inseguridad entre la población local. Este desempleado de Khash los conoció el pasado año. «Eran alrededor de las seis de la mañana. Esperábamos a la entrada del pueblo a que alguien nos ofreciera trabajo en la cosecha cuando nos dispararon desde una furgoneta Toyota, matando a tres e hiriéndonos a otros ocho», dice este joven antes de mostrar una herida de bala en su hombro izquierdo.

Cuando los británicos entraron en la región en el XVIII preguntaron a los locales cómo habrían de dirimirse los casos civiles. A diferencia de sus vecinos que pedían la sharia (ley islámica), los locales gritaron rawaj (código tradicional de conducta baluche). Teherán no se ha molestado en preguntar a los locales aunque a pesar de todos los activistas baluches y líderes religiosos sunitas asesinados, nadie aquí habla de conflicto religioso.

«Es un régimen tirano que busca la hegemonía total de los farsis en Irán, nada más», afirma uno de los escasísimos profesores de etnia baluche en la universidad de Sistán y Baluchistán. Asegura que de 20.000 estudiantes en su campus tan sólo 500 son baluches. Y la discriminación en las aulas es proporcional en el mercado de trabajo.

«Hace 70 años nuestra provincia se llamaba `Baluchistán’, más tarde `Baluchistán y Sistán’ y hoy `Sistán y Baluchistán’. De seguir esta tendencia, en el futuro se llamará sólo `Sistán'», afirma este profesor de matemáticas. «El poder en Irán está en manos de los farsis desde tiempos del sha. Entonces nuestro único `pecado’ era nuestra etnia, pero hoy Teherán nos odia también porque somos sunitas», asegura.

El doble hándicap al que hace mención el académico lo sufren también otros pueblos bajo control persa como los kurdos al noroeste del país, o los árabes a sur, entre otros.

«En realidad, el principal obstáculo es la propia Constitución iraní, que limita la identidad persa con el chiísmo como religión y el farsí como única lengua», dice Ibrahim, estudiante en el mismo campus. «Éste es el origen del apartheid impuesto por los ayatolás», subraya.

«Soy iraní»

Sea como fuere, la universidad sigue siendo un sueño inalcanzable para la mayoría aquí. Desde que Baluchistán Oeste fuera anexionado por Teherán en 1928, la región ha sido deliberadamente abandonada hasta convertirse en la región más pobre de la República Islámica. Mansur tiene una pequeña tienda de electrodomésticos en la depauperada localidad de Iranshar (antes, Parah), la segunda más grande de Baluchistán Oeste.

«Cuando voy a Teherán me preguntan si soy pakistaní o indio», dice el comerciante. «Luego se quedan sorprendidos cuando les respondo en perfecto farsi que vengo de su mismo país», dice.

A los capitalinos les despista la tez oscura de Mansur y, sobre todo, el shalwar kamiz blanco que viste, ese conjunto de camisa hasta las rodillas y pantalón bombacho que no distingue entre nacionalidades al sur de Asia.

«Tú no eres iraní», asegura Mansur que le han espetado en más de una ocasión. «Desgraciadamente, lo soy».

Taj Mohammad Breseeg, Profesor universitario:

«Los antagonismos entre clanes han desaparecido; hoy el pueblo está unido en la lucha contra el Estado»

Nacido en Chabahar (Baluchistán Oeste), el doctor Breseeg es profesor de Historia de Baluchistán en la Universidad de Quetta (Baluchistán Este). Tanto su trayectoria vital como su labor en el campo de la investigación le otorgan una visión global sobre su pueblo, que comparte con GARA en la siguiente entrevista.

¿Cuál es la situación de los baluches bajo control de Irán?

Las minorías nacionales como los kurdos, los turcos, los baluches… no sólo no están representadas en el Estado persa sino que, además, sufren una asimilación constante por parte del nacionalismo persa. Añadido a la terrible represión que sufre nuestro pueblo, Teherán ha sustituido los topónimos originales y se han incluido áreas baluches dentro de las regiones limítrofes de Kerman y Khorasan. Baluchistán Oeste es el paradigma de la asimilación más brutal.

¿La situación es extrapolable a Pakistán?

Sin duda. Sustituya las minorías anteriores por los sindis, los pastunes y los baluches, y hablaremos de un «nacionalismo punyabí». No obstante, los baluches en Pakistán tienen un Gobierno provincial y cierto reconocimiento político. En Irán, sin embargo, no hay ningún partido baluche, al menos legal. El apartheid en Irán es comparativamente mayor, ya que el chiísmo es la única religión oficial del país.

¿En que situación se encuentran los baluches del Norte?

Los baluches de Afganistán viven principalmente en las provincias de Helmand y Nimruz, dos áreas muy castigadas por la guerra. Parten de una situación de desventaja porque son un número muy reducido. No obstante, tienen reconocimiento en la Constitución afgana: el baluche tiene categoría de lengua regional e incluso hay un ministro baluche en el Gobierno, Karim Baloch.

Los baluches son un pueblo dividido no solamente por tres estados sino que también sufren las consecuencias de vivir en una sociedad marcadamente tribal. ¿Cuáles son los rasgos unitarios de su pueblo?

Tenemos una lengua y una historia propia en la región, tan antigua como la de los punyabíes o los persas. El sistema tribal es más poderoso en Pakistán y tiene su manifestación directa tanto en la Administración local como en las distintas organizaciones armadas. Irán es un Estado más próspero, más desarrollado, por esta razón las tribus apenas tienen poder real en la sociedad persa. En cualquier caso, los antagonismos entre los clanes han desaparecido; hoy nuestro pueblo está unido en la lucha contra el Estado.

Ya que lo menciona, los movimientos de resistencia baluche son activos a ambos lados de la frontera. Sin embargo, persiguen diferentes objetivos. ¿Podría explicarlo?

Todos luchan contra un Estado totalitario, se llame Irán o Pakistán. No obstante, hay grandes diferencias entre ambos movimientos. La resistencia en Baluchistán Este es un movimiento secular y de izquierdas, que lucha por la independencia total de Baluchistán; en el oeste, el Ejército de Liberación del Pueblo de Irán (antes, «Jundullah») tiene una marcada ideología suní y persigue un mayor grado de autonomía, así como el reconocimiento de los derechos nacionales, pero sin romper el Estado de Irán.

Entrevista al líder de Baluchistán Kahair Bakhsh Marri:
«Los baluches sólo tenemos dos opciones: la esclavitud o la muerte»

Cabeza del mayor clan de Baluchistán y líder de la resistencia baluche en Pakistán, Khair Bakhsh Marri rompe su habitual secretismo y comparte en una exclusiva entrevista a GARA su visión sobre uno de los conflictos más ignorados del mundo.

La cita es en la residencia de Khair Bakhsh Marri a las afueras de Karachi, un lugar custodiado por fuertes medidas de seguridad. Los refrescos sobre la mesa y un ventilador en el techo ayudan a mitigar el calor y la humedad sofocantes de estas latitudes. Pero el zumbido de las aspas sobre nuestras cabezas se interpone en ocasiones al discurso del líder baluche. Mejor, porque una respuesta escueta es desarrollada convenientemente tras el siempre embarazoso: «¿Puede usted repetir eso último que ha dicho?».

Khair Bakhsh Marri raramente concede entrevistas aunque se acostumbra enseguida a hablar más, y más alto. Pero tan claro como siempre lo ha hecho.

Usted rechaza de plano la vía política, ¿por qué?

No es cierto. Yo rechazo la vía parlamentaria, pero considero que se puede hacer política con las armas. Partidos como el BNP (Partido Nacionalista Baluche) o el BRP (Partido Republicano Baluche) no son democráticos, ni siquiera nacionalistas. El BNP nos intenta convencer de que la vía pacífica es igualmente válida para luchar por nuestros derechos, pero de esa manera no resultan ser más que cómplices de Islamabad. Los políticos luchan por una poltrona y se convierten en agentes colaboradores, por lo que la vía parlamen- taria se demuestra del todo ineficaz y obsoleta. El BNP y el BRP podrán decirse «nacionalistas» cuando empiecen a operar como Hamas o los Tigres tamiles.

Pero participó en la política parlamentaria desde la plataforma NAP (Partido Nacional Awami) y su hijo, Balach, fue parlamentario en la Cámara Regional Baluche entre 2002 y 2007.

Nunca me arrepentiré lo suficiente de mi inmadurez durante mi juventud. Respecto a Balach, sólo acudió a dos sesiones del Parlamento, luego se marchó a luchar a las montañas. Llegó a la misma conclusión que yo por sus propios medios y obró en consecuencia.

Han sido décadas de lucha armada contra Islamabad, ¿qué se ha conseguido?

La lucha armada es una manera de tratar una enfermedad así como una forma de propaganda. Para muchos es «mala propaganda», pero no deja de ser una manera de llamar la atención del mundo sobre lo que está pasando aquí.

Respecto a lo logrado, hemos de hablar de un proceso evolutivo gradual. Por un lado, la lucha armada está empezando a hacer mella en Punjab; por otro, ha unido al pueblo baluche más que nunca, ha despertado su conciencia nacional. Cada vez más gente se está uniendo a la insurgencia. Es un proceso inexorable que consigue, entre otras cosas, que el problema baluche empiece a trascender las fronteras de Pakistán.

La guerrilla baluche incluye a maestros de escuela en la lista de sus objetivos. ¿Justifica usted el ejecución de civiles?

Los profesores te enseñan a ser paquistaníes, no baluches; nos enseñan a ser esclavos. Los maestros son muy peligrosos porque constituyen un cuerpo muy efectivo para convertir a la gente. Son una fuerza silenciosa.

Islamabad está provocando un movimiento de punyabíes hacia Baluchistán en aras de desequilibrar una balanza demográfica que todavía nos favorece. Las ejecuciones selectivas del BLA (Ejército Baluche de Liberación) están obligando a muchos colonos a irse por donde han venido. Es la única forma de luchar contra la asimilación demográfica.

Piense en el proyecto del puerto de Gwadar. Islamabad pretende invertir miles de millones en infraestructuras para atraer a nuevos colonos. De materializarse, pasará como en Karachi: vendrán millones de punyabíes y seremos minoría en nuestra propia tierra.

Islamabad cuenta con más de 600.000 soldados, cazabombarderos F16 y helicópteros artillados cedidos por Estados Unidos, además de uno de los servicios secretos más poderosos del mundo. ¿Considera realista la lucha de su pueblo contra semejante combinación de fuerzas?

La única realidad que yo he visto hasta ahora es que los baluches sólo tenemos dos opciones: la esclavitud o la muerte.

Si el pueblo baluche le eligiera como interlocutor político con Islamabad, ¿estaría abierto a una solución dialogada?

Para ello habría de cumplirse una condición: la retirada de Baluchistán de todos los punyabíes.

Líderes baluches como su otrora compañero de armas Ataullah Mengal contemplan la posibilidad de un escenario simi- lar al de Kosovo para el futuro de Baluchistán, algo así como una independencia «tutelada» desde el exterior. ¿Lo ve viable?

EEUU es el mayor explotador del mundo. No protege estados independientes, sólo protege esclavos. La historia ha mostrado que ningún Gobierno ofrece ayuda gratis a ningún pueblo. Los cambios han de producirse desde nuestro pueblo, y únicamente éste ha de ser dueño de su propio destino.

La tasa de analfabetismo en Baluchistán Este ronda el 80%. Islamabad culpa a los líderes tribales como usted del subdesarrollo de su pueblo, y muchos baluches afirman que las tribus tienen dinero que se podía haber invertido en educación, pero que no se ha hecho ningún esfuerzo. ¿Cuál es su opinión?

Los baluches somos como los aborígenes en Australia o los indios en Norteamérica. A diferencia de los punyabíes, los británicos se dieron cuenta de que los baluches teníamos cierta educación, cierta organización social… que no éramos gente en taparrabos.

Los baluches nunca hemos sido plenamente conscientes de la importancia de la educación. Por otra parte, cualquier atisbo de desarrollo ha quedado siempre fuera de la agenda de Punjab. Los americanos nunca han querido que los indios se desarrollaran, y lo mismo ocurre con Islamabad. Creo sinceramente que esto se debe a una falta de conciencia y, sobre todo, al subdesarrollo programado desde Punjab.

Su compromiso con la causa baluche le ha supuesto años de exilio en Afganistán, la cárcel, la pérdida de su hijo Balach a manos de Islamabad y la persecución policial de toda su familia. ¿Se ha arrepentido de algo en algún momento?

Hace algunos años, mi hijo Balach se hizo más popular de lo que realmente se merecía. Se creó un mito en torno a su figura, que molestaba a muchos. Balach se convirtió en un símbolo y sospecho que EEUU, Pakistán e Irán colaboraron para matarlo. Gracias a él cada vez más gente se unía a la insurgencia, algo de lo que Punjab enseguida se percató. No sólo era respetado entre los Marri sino entre todos los baluches. A pesar de lo doloroso que es siempre la pérdida de un hijo, me alegro de que, de una forma u otra, su memoria siga viva y de que siga siendo un estímulo para muchos.

Volviendo a su pregunta, le diré que nunca he vacilado, nunca me he arrepentido de nada. No es una cuestión de valentía, simplemente he sido consecuente con mi pensamiento. Sólo lamento no haber hecho más por mi pueblo.

¿Cómo se explica que alguien como usted siga libre, e incluso vivo, en un país como Pakistán?

A mí también me resulta bastante sorprendente. Es posible que teman un efecto rebote si me arrestan, una escalada de la violencia y un incremento de los que se unen a la guerrilla. Probablemente estén pensando en matarme, o simplemente esperando a que me muera. Ya tengo 90 años.

Los Marri, los Bugti y la insurgencia en Pakistán por un Baluchistán independiente

Desde la incorporación forzosa de Baluchistán Este a Pakistán en 1948, los baluches han luchado por un mayor grado de autonomía y desarrollo, así como por la gestión de sus extensas reservas de gas. Dichos requerimientos han sido sistemáticamente ignorados por Islamabad, lo que ha llevado al pueblo baluche a levantarse en armas en cinco ocasiones.

Durante el levantamiento de 1970 se formó el BLA (Ejército de Liberación de Baluchistán), una organización armada fundada y dirigida por los líderes tribales de los Mengal y los Marri: Ataullah Mengal y Khair Bakhsh Marri. El objetivo era ya un Baluchistán independiente.

En 2003 estalló la quinta insurrección baluche. El BLA retomaba la lucha por medio de sabotajes a intereses de Islamabad y asesinatos selectivos, tanto de militares como de civiles. Se incorporaba a la organización Akbar Bugti, sardar (líder tribal) de los Bugti, quien moriría en 2006 a la edad de 79 años cuando la cueva en la que se refugiaba fue bombardeada por la aviación paquistaní. A la lucha del BLA se les sumaba ahora el BRA (Ejército Republicano Baluche), el BLF (Frente de Liberación Baluche) y Lashkar-e-Balochistan, todas ellas organizaciones armadas con idéntica agenda.

2007 fue un año aciago para los hijos de Khair Bakhsh Marri: Balach, comandante en jefe del BLA, murió en Afganistán a manos de agentes paquistaníes; Harbayar fue arrestado en Londres por posesión ilegal de armas, y la Interpol ordenó el arresto de Zamari, Hamza y Gazeen Marri.

Hoy, el líderazgo militar de la insurgencia recae en Bramdagh Bugti, nieto del fallecido Akbar Bugti.