Que alguien se sorprenda en estos tiempos, por la “novedosa” revelación aportada por la investigación de la CIA acerca de las implicancias absolutas que ha tenido el príncipe heredero saudí Mohammad bin Salman (MbS) en la detención, tortura, muerte y desaparición del cadáver del periodista Jamal Khashoggi, es por lo menos pecar de inocencia. Y que con esta “gran noticia”, los medios y la nueva administración norteamericana pretendan descubrirle la verdad a alguien es tratarnos de estúpidos a todos.
Desde el inicio de affaire Khashoggi, quedó claro que la inteligencia saudita estaba implicada en la cuestión, junto a las autoridades del consulado del reino en la ciudad turca de Estambul, a donde se lo vio entrar según lo muestran las cámaras de seguridad el día dos de octubre de 2018. Desde entonces, nunca más se lo volvió a ver ni vivo, ni muerto. Khashoggi, en un ejercicio extremo de ingenuidad, había asistido allí en procura de la documentación para casarse con su novia, la ciudadana turca Hatice Cengiz, la que finalmente reportaría su desaparición y daría inicio a una campaña internacional en procura de castigo para los responsables. Fundamentalmente MbS, al que el entonces presidente norteamericano Donald Trump, se encargó de encubrir con los mejores códigos de la l’omertá, que prácticamente desde final de la Segunda Guerra Mundial, Washington y Riad han establecido.
Joe Biden, en procura de diferenciase de su antecesor, el pasado 27 de febrero permitió que se diera a conocer el informe en que queda expuesto el príncipe, aunque no ha anunciado ninguna medida en su contra. Como tantas otras veces los crímenes cometidos por el régimen saudita quedarán impunes, incluso el genocidio que desde el 2015 están produciendo en Yemen, con la muerte de unas 300 mil personas, y arrastrando a más de veinte millones de personas a una humanitaria sin antecedentes en la historia moderna.
Claro, una cosa es la violación de los Derechos Humanos, de los que tanto se preocupa Washington, en Venezuela, Cuba, Irán, China, Rusia o Corea del Norte y otra son los grandes negociados fundamentalmente en la venta de armamento, además de la ejecución estratégica de sus necesidades geopolíticas en la región. Particularmente la cobertura a los crímenes de lesa humanidad practicados contra los palestinos, por las fuerzas de ocupación sionistas y la utilización de sus bases militares, para operar contra la República Islámica de Irán, por lo que todos sabemos y más que nadie el joven genocida MbS, quien, con toda seguridad, tendrán la cabeza en su lugar a la hora de recibir su corona, tras la muerte o abdicación de su padre el rey Salman, de 85 años, al que su salud, le ha impedido llevar las riendas del gobierno. Por otra parte, a Biden, no le quedan más opciones a la hora de impartir castigos que seguir mirando para otro lado, ya que cualquier reprimenda pondría en riesgo la muy íntima relación con Arabia Saudita. Por lo que tantos yemeníes, como los deudos del columnista del Washington Post, y la multitud de víctimas dentro y fuera del reino, solo podrán esperar que la justicia divina, escuche sus ruegos.
Si bien Biden cumplió, su promesa de campaña, en la que trató a los gobernantes del reino de “parías, sin valor social” además de prometer que su administración no les vendería más armas, y de publicar el informe, aunque solo es un escueto resumen de las investigaciones de inteligencia, en el que se revela las implicancias de subordinados directos del príncipe heredero en el asesinato de Khashoggi, entre ellos, siete hombres de la Fuerza de Intervención Rápida, también conocida como Firqat el-Nemr, (Escuadrón Tigre) una unidad de élite, destinada a la protección de MbS, la que solo responde a sus órdenes.
El cuatro de febrero, Biden, en su discurso sobre el futuro lineamento de su política exterior se había comprometido dejar de apoyar las operaciones sauditas contra Yemen, al tiempo que unos días antes se había anunciado los acuerdos con el reino, por un total de casi 800 millones de dólares, que incluían la venta de misiles guiados de precisión y otras armas, al que Trump, había dado tramite ligero en los últimos días de su gestión, Biden se comprometió en reconsiderar. Aunque también dejó claro que apoyaría a los sauditas en su lucha contra los rebeldes hutíes (yemeníes), que operen en territorio saudí con misiles y drones. Lo que significa que Washington seguirá vendiéndoles armamento. Por lo que unos cuarenta representantes del Congreso norteamericano le exigieron al presidente que aclarará “cómo distinguirá entre ventas de armas ofensivas y defensivas” además de otro tipo de apoyo militar al reino. El príncipe Mohamed, tiene apenas 35 años y de no suceder nada “especial”, la Casablanca tendrá que lidiar con él durante décadas, por lo que Biden, sabe que tampoco puede llevar las cosas a un punto de no retorno.
Khashoggi o la muerte de Ícaro.
Todos conocemos el mito y las consecuencias de haber desobedecido los sabios consejos de su padre que sufrió Ícaro, de algo similar murió Khashoggi, quien durante años sirvió al régimen de los Saud, dirigiendo medios y escribiendo en los grandes periódicos del reino con “absoluta libertad”, sin importarle hasta el momento de su deserción en septiembre de 2017, la suerte de miles de disidentes, familiares y amigos, dentro y fuera del país, los que son perseguidos por los servicios de la Ri’āsat al-Istikhbarat’ Amah la inteligencia saudita. Khashoggi con su actitud había desafiado el MbS, sin duda conocía demasiado, para que el omnipresente príncipe, perdonara semejante reto.
Apenas un mes atrás, sin amilanarse por el affaire Khashoggi, MbS, mandó a sus esbirros a Canadá, donde a principios de febrero, secuestraron al joven opositor Ahmed al-Harbi, quién tras ingresar a la embajada del reino en Ottawa, sus redes sociales desvanecieron y más tarde él mismo habría reaparecido en Arabia Saudita. Sus compañeros de exilio, han denunciado que la mayoría de los miembros de la organización opositora con sede en Ottawa, que figuraban con nombres falsos, les han sido dado a conocer su verdadera identidad, poniendo en riesgo a sus familiares y compañeros que siguen residiendo en el país árabe. Al tiempo que se conoció que más de un centenar de opositores locales, ya fueron encarcelados y sus familias puestas bajo vigilancia. Otro militante exiliado en Montreal, el bloguero Omar Abdulaziz, ha sido presionado para que retorne al Reino, cuestión de la que la Real Policía Montada de Canadá ha dado cuenta.
Lo mismo denuncia el exjefe de espionaje saudí Saad Aljabri, también refugiado en Canadá, cuyos dos hijos han sido encarcelados en Riad, que se ha excusado en la persecución habiéndolo recusado por malversación de fondos públicos. Además, Aljabri ha revelado que MbS, envió al país norteamericano miembros del Firqat el-Nemr a Canadá para asesinarlos, aunque fueron interceptados en la frontera por la inteligencia canadiense.
El grupo Firqat el-Nemr, ya tiene una “rica” trayectoria en la eliminación de rivales del príncipe, fraguando accidentes como en el caso del príncipe Mansour bin Meren, vicegobernador de la provincia de Asir, muerto tras la caída de su helicóptero cuando huía hacia Yemen en noviembre de 2017 o el caso de Meshal Saad al-Bostani, miembro del comando que asesinó a Khashoggi, y quien había manejado la eliminación del príncipe Mansour. Oficialmente muerto en un accidente automovilístico en la capital del reino, en octubre de 2018, cuando en verdad estaba detenido y su muerte fue por envenenamiento. El comando tigre, también ha ejecutado importantes personajes inoculándole drogas, HIV u otras enfermedades como el caso del juez de La Meca, el jeque Suliman Abdul Rahman al-Thuniyan, el primero de octubre de 2019.
Biden, conoce muy bien todo el entramado de las relaciones entre la Casablanca y la Casa Saud y todo lo que se pone en riesgo en correr o no el fiel de la balanza, lo que podría terminar con el pacto de l´omertá, sellado a bordo del USS Quincy entre el fundador del clan, Abdul Aziz bin Saud y el presidente Franklin D. Roosevelt en 1945, lo que sin duda definiría su estadía de cuatro años en Washington.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.