Estados Unidos y la Unión Europea hace tiempo que respaldan a organizaciones no gubernamentales (ONG) y a opositores para llevar esquemas occidentales de democracia al espacio post-soviético y Belarús es la pieza más reciente de ese tablero. No es un secreto y cada vez son más reveladoras las intenciones de las oligarquías neoliberales de sustituir […]
Estados Unidos y la Unión Europea hace tiempo que respaldan a organizaciones no gubernamentales (ONG) y a opositores para llevar esquemas occidentales de democracia al espacio post-soviético y Belarús es la pieza más reciente de ese tablero.
No es un secreto y cada vez son más reveladoras las intenciones de las oligarquías neoliberales de sustituir a líderes nacionalistas ex soviéticos por otros más pragmáticos que se plieguen a estrategias geopolíticas extranjeras, opinan analistas aquí.
Lo mismo ocurrió en Georgia (2003) y Ucrania (2004) con las denominadas revoluciones de terciopelo y otros tantos intentos se probaron con Kazajstán, Azerbaiján y Uzbekistán en 2005, sin los resultados esperados.
Desde hace unos meses Belarús (Bielorrusia) se puso en el blanco del colimador norteamericano y europeo tras iniciarse la campaña electoral por las presidenciales de marzo de 2006 y conocerse las posibilidades de Alexander Lukashenko para mantenerse como timonel.
¿Por qué Minsk?, es la pregunta que podrían plantearse los ajenos a la pugna originada con Rusia por la influencia en el espacio post-soviético, como reveló un reciente debate en Moscú entre expertos de la Confederación de Estados Independientes (CEI).
Y es que de dominar Occidente se cerraría el cerco de la OTAN contra Rusia en su flanco euro-occidental; además en Belarús se ubica el sistema de radares que alerta de virtuales operaciones de la Alianza Atlántica, consigna el semanario Observatorio Militar.
Tampoco hay que olvidar que Belarús representa el país más importante para el Kremlin en el espacio post-soviético y, de hecho, está encaminado el proyecto para la creación de un estado unificado.
Los deliberados ataques mediáticos contra quien llaman el último dictador europeo comenzaron en septiembre pasado a la par del anuncio de sanciones por parte del Consejo del Parlamento Europeo (PACE).
El propio Lukashenko calificó esa resolución como maniobra para asfixiar económicamente al gobierno belaruso y generar descontento interno. En una alianza a dos manos, Estados Unidos amenazó entonces con cortar todas las fuentes de financiamiento al gobierno de Lukashenko.
Otro paso en la escalada fue apuntalar con dinero a la oposición más radical con la estrategia del candidato de Occidente -igual que en Ucrania- Alexander Milinkevich, según revelaciones hechas desde febrero pasado por Stepan Sujarenko, jefe del Comité Nacional de Seguridad.
De forma escalonada, subrayó entonces Sujarenko, se arrastró hacia las acciones subversivas al resto de los aspirantes social-demócratas.
La fórmula naranja aplicada en Ucrania de calentar la calle en medio del ambiente electoral también se repite en Belarús, con la diferencia aquí de que el presidente cuenta con respaldo popular y un escenario de gobernabilidad sin caos político. Tal opinión la compartió el secretario del partido Comunista de Rusia en Moscú, Vladímir Ulas, durante una reciente visita a Minsk, con un grupo parlamentario.
Insatisfecho aún con el ablandamiento artillero, Occidente se apoya en otras piezas de quinta columna como Georgia, Ucrania y los países del Báltico, en calidad de nuevos miembros de la OTAN, para derrocar a quien, como indican las encuestas, será reelecto presidente de Belarus. Están en esta cruzada también Polonia y la Republica Checa.
Otro grupo de pruebas presentadas por Sujarenko a inicios de marzo sobre planes desestabilizadores apunta a ciudadanos georgianos, polacos y legaciones diplomáticas de países limítrofes (Polonia, Ucrania y del Báltico).
A la sazón, Washington declaró a Minsk una amenaza para su país y el mundo, dentro de la Estrategia de Seguridad Nacional, según publicó el pasado jueves el diario británico Financial Times.
Belarús figura en la lista negra de estados calificados como despóticos por la Casa Blanca, subraya el cotidiano. Estados Unidos, precisa el texto, se atribuye el derecho de «responder adecuadamente frente a las violaciones de derechos humanos en Belarus» y aplicará medidas restrictivas en caso de que las elecciones del 19 de marzo no se correspondan con los deseos de Washington.
Pese a esta campaña, sin precedentes en su magnitud contra ninguna república ex soviética, Belarús disfruta de una situación socio-económica que contrasta con los países donde se impusieron las denominadas revoluciones naranjas.
El crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de 1996 a 2004 llegó al 77,4 por ciento, equivalente como promedio a 6,6 por ciento, según datos del Banco Mundial.
En 2005 el PIB aumentó en 9,2 por ciento, calificado como uno de los indicadores más altos a escala mundial, en un informe de la ONU sobre la situación de la economía internacional y perspectivas para 2006.
La población belorusa que vive en la pobreza, según el Banco Europeo, representa menos del dos por ciento de la población total del país, mientras en Letonia llega al 11, 5 por ciento, en Lituania es de 6,9 por ciento y en Ucrania los pobres representan un 31,4 por ciento.
Los resultados positivos en la gestión de Lukashenko son, al parecer, la carta para una victoria en las urnas, la cual provocará sin duda la acidez de Estados Unidos y Europa.