Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín
Este pasado lunes, desde la mañana se reunieron ante el edificio del parlamento húngaro invitados extranjeros ilustres y representantes de la elite húngara, para realizar una ofrenda floral frente al memorial levantado en honor del frustrado levantamiento antisocialista y antisoviético de 1956. Se cumple ahora el 50 aniversario de aquellos sucesos, para el que el gobierno húngaro se había preparado con esmero, esperando celebrarlo con gran pompa.
Se habían esforzado al máximo en alabar a los «luchadores por la libertad» húngaros, que en aquellos días de octubre, convirtieron Budapest en arena para la ensañamiento con los trabajadores del aparato del partido, con los reclutas del ejército regular y con transeúntes ocasionales, a los que acusaban de colaborar con los órganos de seguridad del estado, únicamente debido a que, para desgracia suya, calzaban botas marrones.
Fusilamientos en masa, ahorcamientos, asesinatos, saqueos e incendios se sucedían bajo el incesante acompañamiento de los llamamientos de la radio «Europa Libre», a seguir así.
Las costumbres crueles y criminales de los descendientes de Atila, siempre fueron la comidilla de la gente por toda Europa.
Sólo nosotros, ateniéndonos al surgimiento de la hermana Hungría socialista, no teníamos por costumbre recordar todas las atrocidades cometidas por las tropas húngaras -aliadas de Hitler- en el territorio de la URSS, durante la Gran Guerra patria.
Fueron incluso más salvajes que los alemanes. Aunque como decía el inolvidable Svejk (personaje de la novela de Jaroslav Hasek: Las aventuras del buen soldado Svejk. N de la T): «no cualquier magiar, tiene la culpa de ser magiar».
En aquellos trágicos días, seguramente no por casualidad, Inglaterra junto a Francia y sus amigos de Israel pretendían ocupar Egipto, para impedir al presidente Naser nacionalizar el Canal de Suez.
Los imperialistas perdieron la cabeza ante la posibilidad de perder los enormes beneficios que obtenían por el derecho de utilización del canal. Sin pensárselo dos veces, las tropas de Inglaterra y Francia, de acuerdo con las viejas buenas tradiciones coloniales, desembarcaron en Egipto. Por lo visto, para disuadir a la Unión soviética de intervenir en defensa de Egipto, en Hungría comenzó la revuelta popular «espontánea».
Como dijo Jruschov en cierta ocasión a su gente de confianza: «primero nos dieron un pisotón y luego ya puestos, decidieron rompernos los morros».
Pero no lo consiguieron entonces. Tras la advertencia de la disposición a utilizar armas atómicas contra los invasores anglo-franceses, éstos se acobardaron y se echaron atrás. Cuentan que Eden, el entonces primer ministro británico, lloró por la humillación y maldijo a sus aliados estadounidenses, que nunca tuvieron intención de respaldar a los ingleses en sus pretensiones de controlar Egipto. El presidente de los EE.UU., Eisenhower, consideraba que ese control debía pertenecerles a ellos.
Los contrarrevolucionarios húngaros recibieron lo suyo de parte de las tropas soviéticas, mientras los dueños de «Europa Libre» no movieron un dedo para defenderlos.
Siendo fieles a las gloriosas tradiciones de los «ladrones de caballos del Danubio» (así llamaban a los húngaros en la época del imperio Austro-húngaro), decenas de miles de ellos aprovecharon el momento para pasar a Europa occidental, donde golpeándose el pecho (como redomados demócratas y antistalinistas), se integraron rápidamente en cargos bien remunerados.
Es demostrativo, el que la mayoría de estos patriotas húngaros no volvió nunca a su tan amada Hungría.
Sin embargo recordar los sucesos de 1956, tanto antes como ahora, es algo que siempre ha gustado en Hungría.
En tiempos de la Unión Soviética, era una excusa muy recurrida para sacar más dinero de Moscú, que tan «inmerecidamente» había ofendido a los fieles marxistas leninistas húngaros en 1956. Y aunque el monto de esa suma en términos per cápita pudiera parecer pequeño, en el plano comercial para la siempre muy hábil Hungría, era incomparablemente mayor que lo que pudiesen recibir el resto de democracias populares.
Cuando a comienzos de los 90 comenzó la salida de Hungría de nuestras tropas, Budapest se las ingenió para no pagar un céntimo por todas las instalaciones y bienes soviéticos que allí quedaron, aduciendo en particular, que el ejército soviético, en los lugares donde había estado dislocado, había infringido un daño irreparable a la flora autóctona incluida en el Libro Rojo.
Luego, la multa por cada flor destruida se multiplicaba por metro cuadrado, kilómetros y hectáreas de terreno, donde habían estado instaladas nuestras tropas y en donde podía crecer esa variedad de flores y el perjuicio que supuestamente habíamos ocasionado a Hungría, ascendía a cifras astronómicas.
En las nuevas condiciones, como miembros de la OTAN y la Unión Europea, los siempre hábiles húngaros no desaprovechan la oportunidad de especular con los sucesos de 1956, para ordeñar a sus nuevos -occidentales ya- socios.
El caso es, que en la economía húngara, ya sea socialista o capitalista, por lo que sea, nunca acaban de salir las cuentas.
El dinero desaparece, crecen la deuda pública y la inflación, se marchan los inversores extranjeros y surge la necesidad de aplicar nuevas medidas antipopulares en la esfera social, lo que lógicamente no gusta a los húngaros, y estimula su tendencia a las revueltas.
Al depositar las coronas de flores junto al parlamento húngaro, el presidente de la Comisión Europea, Barroso, declaró que: «los logros de Hungría en los últimos dieciséis años son significativos, y ante su pueblo se abren grandes posibilidades».
En su intervención en la sesión solemne del parlamento, el primer ministro húngaro Gyurcsany informó, que «en 1956 los húngaros no tuvieron más opción que revelarse, pero que ahora, tras las primeras elecciones libres en 1990 y la entrada en la Unión Europea de 2004, Hungría se ha convertido en un estado democrático moderno». «A pesar del descontento y las a menudo justificadas decepciones, la mayoría de los húngaros cree que la democracia es lo más apropiado para expresar la voluntad del pueblo».
Sin embargo, discursos tan autocomplacientes contrastan radicalmente con lo que ocurre en el país.
La ofrenda de flores se produjo bajo los abucheos, improperios y silbidos de los manifestantes, que recibían al primer ministro con gritos de «fuera, fuera». El señor Gyurcsany sabe perfectamente que las cosas no les van excesivamente bien a los herederos de la contrarrevolución húngara del 56.
Él mismo reconoció abiertamente en un encuentro con activistas del partido social demócrata que mienten -mañana, tarde y noche- a su pueblo en lo que respecta a los inexistentes éxitos de la democracia húngara y el libre mercado.
Este ex-miembro de la juventud comunista y actual primer ministro del gobierno húngaro burgués, no puede decirse que haya tenido suerte. Sus declaraciones de un modo extraño fueron a parar a la prensa y crearon un gran revuelo entre los húngaros.
Faltaría más, pues si Gyurcsany miente, serán ellos los que empiecen pronto a sentir los costes de la actual Hungría pro-occidental en su propio pellejo.
Tras la confesión de Gyurcsany se armó el barullo en Hungría. Ya hace dos meses que van cada tarde a las manifestaciones y se pelean con la policía.
Estas manifestaciones estropearon las celebraciones que con tanto esmero habían preparado, para festejar el aniversario de los sucesos del 56.
Primero fue el griterío durante la ofrenda, y luego esa misma tarde, los ánimos se caldearon y llegaron a llevarse un viejo tanque soviético T-34, que estaba instalado en una exposición para recordar levantamiento de Budapest, y dirigirlo contra los cordones policiales. Como si fuese una repetición de la revuelta de hace 50 años. Sólo que ahora, contra un gobierno «democráticamente elegido» y plenamente pro-otanista.
El tanque después de recorrer 100 metros se detuvo. Por lo visto se le acabó combustible. Sin embargo los enfrentamientos con la policía continuaron hasta las cuatro de la madrugada.
Los moratones y brechas en la frente son muchos, pero no se vislumbra el final del conflicto entre población y gobierno.
Gyurcsany, quién sabe que cuenta con la simpatía del amigo americano, no tiene intención de dimitir bajo ningún concepto.
Mientras que la oposición del partido FIDES, a los que los americanos no quieren tanto por su atrasado nacionalismo y su mal disimulado antisemitismo, no terminan de entender que su intento de fabricar una revolución de colores a lo Yushenko o Saakashvili, difícilmente puede tener éxito, y no cesan de escandalizar en calles y plazas.
De todos modos, parece que fuera de Hungría, nadie acaba de tomarse en serio los enfrentamientos callejeros y las pasiones políticas.
Además, los disciplinados húngaros van cada mañana al trabajo, y se divierten en mítines y manifestaciones sólo por las tardes.
La prensa internacional escribe con interés sobre el tema, pero empiezan ya a sorprenderse de que los húngaros no estén hartos de todo esto.
Para la Unión Europea y la OTAN, a fin de cuentas, tanto Gyurcsany como su contrincante, son lobos de la misma camada.
Para Rusia, probablemente también.