En este artículo la autora reflexiona sobre el reciente hallazgo de una fosa común con los cuerpos de 215 niños indígenas en una escuela residencial de la Columbia canadiense y sus consecuencias morales.
La semana pasada se han descubierto, en la tristemente recordada Escuela residencial indígena Kamloops, situada en la provincia canadiense de la Columbia Británica, los cuerpos de 215 niños enterrados en una fosa común. La escuela, inaugurada en 1890 por el gobierno canadiense, era dirigida y gestionada por miembros de la Iglesia católica, que tenían la misión de “reeducar” a los niños indígenas y hacer de ellos verdaderos “canadienses”. Ese proceso de secuestro de los niños de sus familias, de educación forzada, de pérdida de su cultura original, de tortura y muerte, se prolongó a lo largo de casi un siglo, ya que la escuela no fue clausurada hasta el año 1970. Otras escuelas, dirigidas por anglicanos, metodistas y presbiterianos, permanecieron abiertas hasta el año 1990.
Según los informes de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación, desde la invasión de Canadá se sabe que las Iglesias realizaban una sistemática acción de destrucción de las culturas indígenas a través de la evangelización, aunque a partir del año de 1840 el Estado -británico en ese momento-, asume oficialmente ese proceso de aculturación al crear las primeras escuelas para indígenas en la ciudad de Ontario. Según este esquema, el gobierno proporcionaba los recursos y las Iglesias se encargaban de la “educación”. No obstante, lo que tenía que ser un proceso de inclusión de los pueblos originarios en la vida del país terminó siendo un circo de horrores.
En 1898 ya existían 54 escuelas en el programa de “Escuelas Residenciales”, lo que en Brasil se asemejaría a los ‘internados de indígenas’. A este tipo de escuelas es adonde eran enviados los niños indígenas, lo que supuso un atentado sin límites contra sus creencias y sus costumbres. En 1946 se contabilizó el mayor número de escuelas: 74. Y, según la ley, los padres que se negaran a mandar los hijos eran castigados criminalmente. No había escapatoria. Los indígenas eran obligados a enviar a sus hijos al infierno.
Por si no fuera suficiente, muchos de esos niños eran sometidos a violencias de todo tipo, incluidas las sexuales. La comisión que hoy trabaja para sacar a la luz todos esos crímenes, cometidos con el apoyo del Estado canadiense, ya documentó 3.200 muertes de niños en esas escuelas a consecuencia de malos tratos, abandono y suicidio. “El gobierno canadiense mantuvo esa política de genocidio cultural porque quería desentenderse de sus obligaciones legales y financieras con los pueblos indígenas, y así poder controlar sus tierras y sus recursos”, denuncian.
Según la Sociedad para la Atención a la Infancia y a las Familias de las Primeras Naciones, más de 150 mil niños indígenas pasaron por esas escuelas residenciales, donde sufrieron una política deliberada de genocidio cultural. Las familias eran obligadas, bajo amenazas de prisión, a ceder a sus hijos para que aprendieran la lengua del colonizador y abandonasen su cultura ancestral.
Ahora, con ese descubrimiento de más de 215 cuerpos, crece el clamor por parte de la sociedad para que el gobierno declare un Día Nacional de Dolor en memoria de todos los niños indígenas a los que se obligó a vivir ese terror. Existen informaciones de que pueden haber muchos más cuerpos, no solo en esa escuela, sino también en otras, lo que lleva a pensar que además del etnicidio y memoricidio, el gobierno y la Iglesia también permitieron que los niños muriesen sin que sus familias llegasen a tener conocimiento de ello. Un verdadero horror.
Hay que recordar siempre, no olvidar nunca y no perdonar jamás. El Estado canadiense debe saldar cuentas por los crímenes que cometió con los pueblos originarios.
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