El pasado 9 de octubre, en el valle del río Swat, en el noroeste de Pakistán, un grupo de fundamentalistas talibanes, varones, disparó en la cabeza a la joven Malala Yousafzai, de 14 años de edad, con la intención de matarla. El motivo: la negativa de la joven a dejar de asistir a la escuela […]
El pasado 9 de octubre, en el valle del río Swat, en el noroeste de Pakistán, un grupo de fundamentalistas talibanes, varones, disparó en la cabeza a la joven Malala Yousafzai, de 14 años de edad, con la intención de matarla. El motivo: la negativa de la joven a dejar de asistir a la escuela pese a la prohibición establecida por los talibanes en ese sentido desde el 2009 en la región que manejan entre Pakistán y Afganistán.
Providencialmente Malala no murió, pero quedó malherida. Ya anteriormente se había constituido en blanco de ataque del grupo talibán por defender sus derechos como mujer, motivo por el que el gobierno pakistaní la había condecorado con el primer Premio Nacional de la Paz, habiendo recibido igualmente varios galardones infantiles internacionales. Ahora salvó su vida; la bala no llegó a ningún órgano vital, destruyéndole por el contrario la mandíbula y alojándose en el cuello, dejándola temporalmente sin habla. Pero los talibanes dijeron que volverán a intentar asesinarla. Malala fue sacada de su país y trasladada a Gran Bretaña, donde en estos momentos se recupera en un hospital de Birminghan luego de complicadas intervenciones médicas.
Matando a Malala el grupo talibán pretendía enviar un claro mensaje de advertencia: desde hace años controla la región del valle del Swat, donde han impuesto un clima de intolerancia y machismo acorde a su integrismo religioso; por tanto, prohibió a todas las mujeres asistir a escuelas, en el entendido que las mismas no pueden estudiar. De hecho, en estos años en que controlan la zona, han destruido gran cantidad de centros educativos, y el ejército pakistaní, pese a haberlo intentado en reiteradas ocasiones, no los ha logrado desalojar de ese territorio. Luego del atentado, los talibanes afirmaron que el ataque había sido contra una «espía» que trabajaba a favor de Occidente. «La hemos atacado porque había hablado contra los talibán mientras se sentaba con los desvergonzados extranjeros e idealizaba al mayor enemigo del Islam, Barack Obama», dijeron en un comunicado. «La sharia (la ley islámica) dice que se debe matar incluso a los niños si hacen propaganda contra el Islam«, concluyeron desafiantes.
«Casualmente», dos días después del atentado contra Malala, el 11 de octubre, se celebraría por vez primera el Día Internacional de la Niña, instaurado por Naciones Unidas. «Todos los estudios demuestran que invertir en la niña es una de las mejores inversiones para reducir la pobreza, mejorar la salud, la educación y avanzar en igualdad. Cuando desperdiciamos el coraje, la creatividad y el potencial de las niñas, perdemos como sociedad», decía la ONU un par de días después del atentado en un comunicado.
Encomillar el «casualmente» tiene sentido, y es lo que inaugura nuestra reflexión. Ello se complementa perfectamente con la protesta levantada días después por «la reina del pop», la estadounidense Madonna, quien se tatuó la espalda con el nombre de la joven baleada en acto de protesta, mostrándose después en público con esa inscripción.
«Tengo derecho a la educación, derecho a jugar, derecho a cantar, derecho a que se oiga mi voz», había dicho Malala antes de recibir el balazo en su cabeza. Absolutamente de acuerdo. En términos objetivos, lo dicho y hecho por la joven es una bandera de lucha que no podemos dejar de levantar todas y todos. La fecha instaurada por Naciones Unidas va en ese sentido. ¿Quién podría oponerse a la reivindicación femenina en un mundo cruzado ignominiosamente por el más despreciable machismo? ¿Quién podría dejar de condenar un acto tan abominable como el realizado por los talibanes? Todo eso está fuera de discusión. Incluso ¿quién no dejaría de aplaudir el traslado de la joven a un centro asistencial en Inglaterra para que recibiera la mejor de las atenciones? Seguramente: nadie.
Pero de todos modos, más allá de tan nobles propósitos en juego, es necesario plantearse algunos interrogantes: ¿no es excesivo el tratamiento que la prensa ha dado al caso? ¿No comienza a sonar un tanto llamativo tamaña preocupación? ¿Madonna clamando por esto?
Aún a riesgo de pasar por un paranoico que ve confabulaciones de la CIA detrás de cada acto -no estamos diciendo que ese sea el caso, por supuesto- toda esta explosión de interés mediático en el caso de la jovencita baleada puede despertar sospechas. Pakistán es un país pobre, con un índice de desarrollo humano bajo, con más del 20% de su población por debajo de la línea de pobreza trazada por la ONU y alrededor de un 35% de analfabetismo abierto, con una renta mensual per capita que ronda los 90 dólares y una desnutrición infantil crónica de 42%. Desde que comenzara la «guerra contra el terrorismo» por parte del gobierno de Estados Unidos en el 2001, su región noroeste, limítrofe con Afganistán, ha sido campo de batalla permanente contra los grupos talibanes. De hecho esta región, que es donde tuvo lugar la ilegal operación que permitió «cazar» a Osama Bin Laden, es una zona elegida por el Departamento de Estado para la utilización de los drones, los aviones no tripulados, que ya llevan causados varios miles de muertos en sus más de 130 incursiones. ¿Alguien levanta la voz por todas estas muertes, o por las ocasionadas por el hambre crónico?
¡Pobre Malala!, sin dudas. Pero ¿cuántas Malalas, cuántas jovencitas, niñas y niños mueren silenciosamente a diario en estas regiones golpeadas por la «lucha contra el terrorismo»? ¿Acaso todo esos niños, niñas y jóvenes no tienen derecho también a que se los atienda de la mejor manera posible si son heridos, aunque no sean activistas políticos?
En Washington se viene hablando insistentemente de una guerra abierta con Pakistán como una estrategia que llevaría a la desintegración del país aprovechando las líneas étnicas de Punjab, Sindh, Baluchistán y Pushtunistán. El objetivo geopolítico tras la maniobra sería destruir el potencial de Pakistán de convertirse en el corredor energético entre Irán y China, teniendo la neutralización del gigante asiático como la verdadera causa final. Colocar al integrismo islámico de los talibanes como parte de la jugada mostrando su faceta descarnada -baleando jovencitas, por ejemplo- puede ser un pieza más de un complicado rompecabezas. Lo cierto es que resulta, como mínimo, muy significativo tanta «preocupación» de la prensa mundial por la suerte corrida por Malala.
En el manejo de la geopolítica sabemos que todo es posible, lo más bajo y abyecto también. O más aún: eso precisamente es lo que la define. La manipulación mediática de la gran masa planetaria es, hoy por hoy, un elemento imprescindible en esas estrategias («guerra de cuarta generación» la llaman los estrategas del Pentágono). Los talibanes sin ningún lugar a duda son unos asesinos; dispararle a quemarropa a una jovencita que se resiste a seguir sus irracionales medidas religiosas lo prueba. Pero no dejemos de recordar cómo se maneja todo esto.
«No empujamos a los rusos para intervenir [en Afganistán], sino que consideramos que esa operación secreta era una idea excelente. Tenía el efecto de hacer caer a los soviéticos dentro de la trampa afgana. El día que cruzaron oficialmente la frontera, tuvimos la oportunidad de dar a la Unión Soviética su propia guerra de Vietnam gracias a estos fundamentalistas» , dijo sin la menor vergüenza Zbigniew Brzezinski , Consejero de Seguridad Nacional del Presidente James Carter, describiendo la política de su país en una entrevista co n el periódico francés «Le Nouvel Observateur» en 1998 hablando de operaciones encubiertas. Cuando se le preguntó si lamentaba haber ayudado a crear un movimiento que cometía actos de terrorismo por todo el mundo, desestimó la pregunta y declaró: «¿Qué es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?».
Ahora, ante esta nueva brutalidad del grupo ultra ortodoxo y la desmedida montaña de «preocupación» por Malala cabe preguntarse: ¿nos siguen agarrando de estúpidos?
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