Los Gobiernos laboristas australianos del siglo XXI consideran vital la alianza con EE.UU. para la consecución de sus aspiraciones, en especial la de lograr mayor protagonismo en Asia-Pacífico, pero no están dispuestos a renunciar a otras vías para garantizarlas, como el fortalecimiento de sus relaciones económicas con la región, especialmente con China. Ello puede favorecer […]
Los Gobiernos laboristas australianos del siglo XXI consideran vital la alianza con EE.UU. para la consecución de sus aspiraciones, en especial la de lograr mayor protagonismo en Asia-Pacífico, pero no están dispuestos a renunciar a otras vías para garantizarlas, como el fortalecimiento de sus relaciones económicas con la región, especialmente con China. Ello puede favorecer una línea de acción en relación con este Estado más pragmática y moderada que la pretendida por Washington
Debe reconocerse que la forma en que han asumido los Gobiernos laboristas australianos en el poder desde diciembre de 2007, el crecimiento de China como potencia regional y mundial, refleja a primera vista cierto grado de ambigüedad.
Por una parte, consideran el crecimiento del poder militar chino como una amenaza, contrarrestar la cual los lleva a un mayor acercamiento a Estados Unidos; por otra, asumen el desarrollo del poder económico del gigante asiático como una oportunidad, y el camino para aprovecharla inevitablemente los aproxima a este.
Tres acontecimientos recientes nos vuelven a hacer reparar en esa aparente contradicción.
El primero de ellos fue el encuentro entre John McCain y Julia Gillard el pasado 9 de marzo, durante la visita de esta última a Estados Unidos. En el mismo, la Primera Ministra australiana respaldó las preocupaciones del senador por Arizona acerca del fortalecimiento del poder militar chino, para hacer frente a lo cual, según manifestó, confiaba entre otras acciones en el incremento de la cooperación militar con su principal aliado.
Sobre el tema, Gillard dijo a los periodistas que Canberra y Washington estaban trabajando estrechamente unidos en el momento en que este último Estado continuaba la revisión de su postura de defensa con el objetivo de reconfigurar su influencia militar global, en correspondencia con los cambios en las circunstancias estratégicas tales como el crecimiento de India y China.
El segundo acontecimiento fue el viaje de seis días a Australia, a partir del 6 de abril, de Jia Qinglin, presidente del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo chino, con el objetivo de impulsar las negociaciones para concretar un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre los dos Estados.
Como parte de su programa, el máximo asesor político chino se reunió con la Primera Ministra australiana, la que manifestó su esperanza de que un TLC de beneficio mutuo y a largo plazo pudiera firmarse cuanto antes. Por su parte, Jia Qinglin afirmó que las estrechas relaciones comerciales entre ambos países impulsaban los vínculos bilaterales de manera integral, lo cual no deja de ser cierto.
El tercer suceso fue la visita de Julia Gillard a China entre el 26 y el 28 de abril del presente año, durante la que se reunió con el presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jibao, y en la cual expresó el deseo de su país de fortalecer los ya estrechos lazos económicos con el gigante asiático, lo que según declaró a la prensa en Seúl, antes de partir hacia Beijing, era un propósito clave de su viaje.[1]
En estos casos la posición del actual Gobierno australiano ha sido en esencia la misma que la del anterior, encabezado por el ahora Ministro de Asuntos Exteriores Kevin Rudd (en el cargo desde el 14 de septiembre de 2010).
Desde que asumió el poder la Administración Rudd (3 de diciembre de 2007) hizo pública su inquietud por las probables implicaciones del crecimiento del poder militar del gigante asiático. Pero fue en Defending Australia in the Asia Pacific Century: Force 2030: Defence White Paper 2009 (en lo adelante: Libro Blanco de Defensa 2009) donde se reflejó con mayor amplitud y claridad su percepción sobre la modernización de China en ese terreno, que, según aseveró, estaría cada vez más caracterizada por el desarrollo de capacidades para la proyección de fuerza, lo que la llevaría a ser en las próximas décadas, por un considerable margen, la más poderosa potencia militar de Asia.[2]
En el documento se puso en duda el carácter defensivo de esa modernización -sobre lo cual ha insistido reiteradamente Beijing-, al afirmar que su ritmo, alcance y estructura, si no eran cuidadosamente explicados, pudieran dar motivo de preocupación a los Estados de la región acerca de sus propósitos estratégicos a largo plazo.[3]
Por otra parte, la oportunidad que advierte Australia en el crecimiento del poder económico de China está relacionada con la necesidad cada vez mayor de recursos minerales y energéticos que demanda este último Estado para su desarrollo, la cual puede ser satisfecha por Canberra, que los posee en abundancia y requiere mercado para ellos, y que a la vez se beneficia de los bajos costos de los productos que importa de Beijing.
Han sido precisamente las ventajas recíprocas de tales relaciones las que justifican el impulso que han dado ambos Estados en los últimos años a las negociaciones para adoptar un TLC, la reanudación de las cuales fue acordada en marzo de 2008 por Kevin Rudd, entonces jefe del Gobierno australiano, y el primer ministro chino Wen Jiabao, durante la visita del primero al gigante asiático.
China es hoy el primer socio comercial de Australia, y el valor del intercambio de productos y servicios con ese país representaba en 2009 el 16,8 % del valor del comercio total australiano, mientras que el valor del que mantenía entonces con Estados Unidos, que es ahora su tercer socio comercial, constituía el 9,4 %.[4]
Ric Battellino, vicegobernador del Banco de la Reserva de Australia, llamó la atención, a finales de 2009, acerca del aumento de las exportaciones de mercancías de su país hacia China e India, y precisó que este no se había producido a expensas de sus otros dos mayores mercados en Asia: Japón y Corea del Sur, por lo que la cuota de las que se dirigían hacia la región, que ya era considerablemente alta, había continuado incrementándose y llegaba en ese momento casi al 70 %.[5]
Como consecuencia, la importancia de Estados Unidos como mercado para estas exportaciones ha mostrado una tendencia a seguir decreciendo. China ya era en 2009 su mayor destino (42,4 % del valor total de las mismas), mientras Washington era el quinto (9,6 % de ese valor).
Beijing era ya en esa fecha, además, el mayor proveedor individual de bienes para el Estado del Pacífico Sur (asumía el 35,8 % del valor total de las importaciones australianas de mercancías), y el crecimiento de su cuota en el mercado de este se había producido esencialmente a expensas de la disminución de la de Estados Unidos -que era en 2009 la segunda mayor fuente de estas importaciones, con el 24,8 % del valor total de las mismas- y la de Japón.[6]
Asimismo, a partir de diciembre de 2007 se ha producido un crecimiento progresivo de las inversiones chinas en la economía australiana.
Pareciera como si Australia se encontrara justo en medio de un campo gravitacional cuyos polos de atracción fueran Washington y Beijing, y ante una encrucijada en la que debiera decidir un camino que la llevara en una u otra dirección.
Pero esto es solo apariencia. Un socio comercial, aun cuando sea el primero, como lo es China para Australia, no es un aliado, y su influencia no es comparable en absoluto con la de Washington, que no es, además, un aliado cualquiera, sino el más importante del Estado del Pacífico Sur.
Ahora bien, los Gobiernos laboristas australianos del siglo XXI, aunque le han concedido una extraordinaria importancia a la alianza con Estados Unidos como garantía de sus intereses y de la consecución de sus aspiraciones, en especial la de alcanzar un mayor protagonismo en Asia-Pacífico en correspondencia con su condición de potencia media, no están dispuestos a renunciar a otras vías para asegurarlos.
Entre estas ocupa un lugar especial continuar impulsando la reorientación de sus relaciones económicas, fundamentalmente comerciales, hacia la región, que luego de una etapa de relativa estabilidad en la década de los 80 y los primeros años de la década de los 90 del pasado siglo, comenzó nuevamente a ser significativa durante la Administración Howard, y se consolidó durante los Gobiernos laboristas posteriores, primero el de Kevin Rudd (3 de diciembre de 2007-24 de junio de 2010), y luego el de Julia Gillard (desde el 24 de junio de 2010 hasta la actualidad).
El núcleo de esta reorientación de las relaciones económicas ha sido el fortalecimiento de las que mantiene con Beijing, lo cual tiene una influencia en la percepción de Canberra acerca de este Estado y en la forma de actuar en relación con el mismo, que ya habían señalado varios investigadores, sobre todo australianos, aun antes de noviembre de 2007.
Tal es el caso de Robert Ayson, del Strategic and Defence Studies Centre, de la Universidad Nacional Australiana, según el cual Australia no valora, como Estados Unidos, el desarrollo de China como un desafío, en parte por los estrechos lazos económicos que la unen a este país.[7]
En la misma línea, Purnendra Jain, director del Centre for Asian Studies de la Universidad de Adelaida, sostiene que Canberra ve a China en una forma algo diferente que Japón y Estados Unidos, pues la concibe como una amplia oportunidad comercial y un país llamado a ser cada vez más poderoso, y obviamente está dentro de sus intereses buscar la amistad y alguna influencia sobre su ahora poderoso vecino.[8]
Y el Dr. Michael O’Hanlon, de The Brookings Institution, ha precisado que el incremento de las relaciones económicas con China podría llevar a Australia, llegado el momento, a mostrarse renuente a luchar contra ese país en una guerra futura, o incluso a no estar dispuesta a implementar severas sanciones económicas contra el mismo en caso de que atacara Taipei.[9]
Estas afirmaciones no toman en cuenta, o cuanto menos subestiman, la preocupación de Australia por la supuesta amenaza que representa China desde el punto de vista militar y, como veremos más adelante, también en el terreno económico.
Claro está, no puede descartarse que el sistemático crecimiento de los vínculos económicos entre ambos Estados haya realmente favorecido, y pueda seguir favoreciendo, una línea de acción en relación con Beijing más pragmática y moderada que la pretendida por Washington, sobre todo si se considera que este crecimiento, en el caso de las relaciones comerciales, ha ocurrido esencialmente a expensas de la reducción de las que mantiene con Estados Unidos, lo que disminuye relativamente el valor que en este ámbito tiene para Canberra su alianza con ese país.
Pudieran aportarse algunos elementos que contribuyan a la formación de una idea más precisa acerca de la validez de esta hipótesis. Veamos.
El Gobierno de Rudd manifestó su intención de no seguir participando en la estrategia estadounidense de «contención» de China, que cobró impulso desde principios de 2006, y confirmó su respaldo a la continuidad del Diálogo Estratégico con este Estado, acordado en septiembre de 2007, durante la Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), en Sydney.
De la misma forma esa administración laborista australiana, para evitar que Beijing pensara que apoyaba la incorporación de la India a su «contención», como pretendía Washington e hizo su predecesora, decidió no continuar alentando un diálogo cuadrilateral sobre cuestiones de seguridad que incluyera, además de Australia, Estados Unidos y Japón, a India y no a China, el cual muchos analistas y comentaristas consideraban un error diplomático y estratégico, y una superflua provocación a este último Estado.
Por su parte, la actual Primera Ministra australiana, durante su reciente visita al gigante asiático, ratificó el rechazo de su país a la idea de que Estados Unidos y sus aliados deben alentar la «contención» de China.[10]
En el terreno militar debe señalarse que el lenguaje utilizado en los documentos oficiales para referirse a Beijing, por los Gobiernos de Rudd y Gillard ha sido, como norma, más cuidadoso que el empleado por las administraciones estadounidenses con las que han coincidido en el poder.
Así, por ejemplo, en la Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense de 2006 se calificó la modernización emprendida por China en este campo como «expansión militar» y se aseguró que su desarrollo no era transparente.[11]
Sin embargo, en el Libro Blanco de Defensa 2009, se tuvo especial precaución al explicar la preocupación por la modernización militar china, a la que se evitó calificar explícitamente como una amenaza.
Igualmente, en este documento se empleó lo que el ex Primer Ministro laborista australiano Paul Keating (20 de diciembre de 1991-11 de marzo de 1996) denominó «un tono ambivalente», para referirse al probable cambio en las circunstancias estratégicas, que contemplaría el remoto pero plausible potencial de confrontación entre Australia y una gran potencia adversaria, que se cuidó de identificar como China.[12]
En el orden práctico, la venta de armas a Taipei, incluyendo helicópteros Black Hawk y misiles Patriot, por parte de los Gobiernos de Bush y Obama, ha provocado en varias ocasiones la interrupción del diálogo militar entre Estados Unidos y China.[13]
Lo anterior contrasta con el llamado hecho por Julia Gillard durante su encuentro del pasado 27 de abril con el presidente chino Hu Jintao a incrementar gradualmente la cooperación en materia de defensa entre Australia y China como un medio para promover buenas relaciones y mantener la paz y prosperidad regional.[14]
También los Gobiernos laboristas de la presente centuria han sido más cautelosos que los de Bush y Obama en el tratamiento dispensado al Dalai Lama, líder espiritual del Tíbet, que permanece en el exilio desde una sublevación fallida contra las autoridades chinas en 1959, y al que estas consideran como un refugiado político que se dedica a actividades secesionistas bajo el manto de la religión.[15]
Tanto George W. Bush como Barack Obama lo recibieron de forma privada en la Casa Blanca, y el primero de ellos incluso le entregó públicamente, en octubre de 2007, la Medalla de Honor del Congreso -máximo galardón que otorga el Parlamento estadounidense a un civil-, hechos que motivaron protestas formales de China, que los valoró como interferencias en sus asuntos internos, que herían los sentimientos de su pueblo y dañaban los vínculos bilaterales.
Pero, en ninguna de las ocasiones en que el Dalai Lama visitó Australia durante el periodo de Gobierno de Rudd -no lo ha hecho desde que Julia Gillard asumió el poder- fue recibido por este. Es cierto que se reunió en 2008 con el ministro de Inmigración y primer ministro en funciones Chris Evans, cuando coincidentemente Rudd y la entonces viceprimera ministra Julia Gillard se encontraban fuera del país, así como con el entonces canciller Stephen Smith. No obstante, no es lo mismo.
Además, cuando el Dalai Lama viajó a Australia a finales de 2009, Rudd transmitió al Gobierno chino su compromiso de que ni él, ni la viceprimera ministra lo recibirían, lo cual fue cumplido.[16]
Es obvio que los Gobiernos de Kevin Rudd y Julia Gillard han procurado evitar que, por seguir los pasos de su principal aliado, se produzcan innecesarias tensiones que puedan poner en riesgo los importantes intereses involucrados en las relaciones económicas con Beijing. (continuará)
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