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Australia de cara al futuro

¿China o Estados Unidos? (III y final)

Fuentes: Rebelión

Quienes creen que Australia pudiera llegar a «inclinarse» hacia China subestiman su sentido de pertenencia a la civilización occidental y la «amenaza» que percibe en la emergencia del gigante asiático como potencia regional, así como los indiscutibles beneficios que le reporta su alianza con Washington. Hay quienes piensan que Australia pudiera no solo cambiar su […]

Quienes creen que Australia pudiera llegar a «inclinarse» hacia China subestiman su sentido de pertenencia a la civilización occidental y la «amenaza» que percibe en la emergencia del gigante asiático como potencia regional, así como los indiscutibles beneficios que le reporta su alianza con Washington.

Hay quienes piensan que Australia pudiera no solo cambiar su percepción y su forma de actuar en relación con China, sino también llegar a «inclinarse» hacia este Estado como consecuencia de la acción combinada de varios factores, entre ellos: el fortalecimiento sistemático y progresivo de sus relaciones económicas, su consideración acerca de la probable transformación del balance de poder en Asia-Pacífico en el muy largo plazo a favor del gigante asiático, así como sobre la posibilidad de que no pueda contar con su principal aliado en determinada coyuntura en la medida en que lo requiera.

Obviamente, los que así razonan no toman suficientemente en cuenta el sentido de pertenencia de Australia a la civilización occidental, ni su preocupación por la «amenaza» militar de China, dada la desproporción de fuerzas entre ambos Estados, particularmente evidente en el caso del número de efectivos, pero igualmente notable en el nivel de los medios de combate,[1] que haría necesario, inevitablemente, un significativo grado de dependencia de Canberra del poder militar estadounidense, como complemento de las capacidades tecnológico-militares que tiene y de las que desarrolle.

Subestiman asimismo otros indiscutibles beneficios que le reporta su alianza con Washington, aunque este Estado no pudiera mantener su hegemonía en la región más allá del 2030, o tenga, eventualmente antes, limitadas sus posibilidades para prestar a la misma la atención requerida.

Los Gobiernos laboristas australianos de este siglo han reconocido en varias ocasiones su necesidad e importancia, así como la disposición de seguirla desarrollando.

El 31 de marzo de 2008, el entonces Primer Ministro australiano Kevin Rudd, de visita en Estados Unidos, manifestó en la conferencia impartida en The Brookings Institution: Australia, the United States and the Pacific region, que un mayor compromiso con ese país le proporcionaba a Australia las herramientas para enfrentar mejor los desafíos del futuro.

Por su parte, la actual Jefa del Gobierno de Australia expresó en declaraciones a la prensa, tras concluir su encuentro con el presidente Obama en la Casa Blanca el pasado 7 de abril, la convicción de que la alianza entre ambos Estados era aún joven y que les quedaba mucho por hacer juntos en el futuro.[2]

Específicamente desde el punto de vista militar, el Libro Blanco de Defensa 2009 precisó que sin la alianza entre Australia y Estados Unidos, la Fuerza de Defensa Australiana simplemente no podría ser la fuerza de avanzada que era y que tendría que ser en el futuro, a menos que el país erogara una cantidad de recursos considerablemente mayor. Señaló también que para Canberra esta era la más importante relación de defensa y un elemento esencial de su postura estratégica.[3]

En el propio documento, Australia reconoció que por razones prácticas, que tienen que ver con el tamaño de su presupuesto de defensa y su base industrial autóctona, permanecerá fuera de su alcance garantizar que algunas capacidades militares sean completamente independientes, y para su desarrollo seguirá contando en alguna medida con el apoyo de Washington. Se trata fundamentalmente de recursos militares basados en el espacio y algunas tecnologías especialmente sensibles, que se requieren para funciones esenciales como inteligencia, vigilancia, comunicaciones, reabastecimiento y logística. [4]

Tampoco es muy probable que asistamos a un debilitamiento de Estados Unidos, que lo lleve a perder además de su hegemonía, su liderazgo en Asia-Pacífico; de manera que aun cuando no conservara su primacía estratégica en la zona en el muy largo plazo, seguiría teniendo allí una influencia notable, sin la cual en el nuevo contexto de ascenso de China sería impensable que Australia pudiera materializar sus aspiraciones de mayor protagonismo regional por mucho que se fortalezca hasta entonces.

Tal ascendencia la mantendría también, por supuesto, en el corto, mediano y largo plazos -hasta el 2030-, período en el cual los Gobiernos laboristas australianos en el poder desde dicimbre de 2007 estiman que continuará siendo el más poderoso e influyente actor desde el punto de vista político, económico y militar, aunque, como sucede ahora, esté concentrado en otras prioridades en escenarios diferentes a Asia Pacífico.[5]

Quienes creen que Australia pudiera «inclinarse» hacia China pasan por alto igualmente que Estados Unidos sigue siendo un importante socio comercial del Estado del Pacífico Sur -el tercero en 2009-, y la percepción de este sobre la «amenaza» económica de Beijing, es decir su preocupación por la posibilidad de que el gigante asiático pueda llegar a controlar recursos claves del país, lo que incluso establece un límite al incremento de sus relaciones económicas, más allá del cual Canberra no pasará.

Un atisbo de lo que pudiera ocurrir si se pretende franquear esa línea fue la cancelación, el 5 de junio de 2009, de un acuerdo entre la importante compañía minera angloaustraliana Rio Tinto y la estatal Aluminum Company of China (Chinalco), que le permitiría a esta última tener una importante participación en activos de mineral de hierro, cobre y aluminio de la primera, y duplicar su tenencia de acciones en la misma de un 9,3 % a un 18,5 %.[6]

Aunque no haya pruebas reales de la intervención del Gobierno australiano en el fracaso de la que podría haber sido la mayor inversión de China en el extranjero y la mayor inversión extranjera en Australia, no faltan quienes piensan que este maniobró para impedir un acuerdo que, de cualquier manera, era muy improbable que en definitiva se aprobara.[7]

Otro ejemplo que pudiera ilustrar lo afirmado fue la actuación de la Administración Rudd cuando la empresa estatal china Minmetals intentó comprar por 1,8 billones de dólares parte de los activos de la minera australiana OZ Minerals, la segunda más importante productora de zinc del mundo. El Foreign Investment Review Board (FIRB), entidad responsable de analizar las solicitudes de inversiones directas extranjeras en Australia y de recomendarle al Gobierno cómo proceder al respecto, solo dio el visto bueno al acuerdo después de que fue excluida del mismo la mina de cobre y oro Prominent Hill, que constituye el núcleo de los activos de OZ Minerals.[8]

Como consecuencia de la preocupación australiana por el control chino sobre sus recursos estratégicos, si bien es cierto que las inversiones del gigante asiático en Australia han aumentado en los últimos años en comparación con etapas anteriores, el valor de los activos australianos que son propiedad de entidades chinas representaba, a finales del 2008, menos de un 0,5 % del valor total de las inversiones extranjeras en el país, lo que no debe haber variado mucho desde entonces.[9]

En el año fiscal 2007-2008, por ejemplo, aunque el 20 % de las inversiones extranjeras aprobadas por el FIRB fueron chinas, se trató en la mayoría de los casos de proyectos pequeños, que en conjunto representaron menos del 5 % del valor total de las inversiones extranjeras en el país en el período.[10]

Mientras tanto, si el valor de las inversiones estadounidenses en Australia representaba en 2007-2008 el 24 % del valor total de las extranjeras en el país, solo superado por Gran Bretaña, con el 25 %, al finalizar el 2009, las estadounidenses representaban poco más del 27 %, superando a las británicas, cuyo valor era aproximadamente el 26 % del total.[11]

En términos de flujo de nuevas inversiones, Washington se ha mantenido ampliamente como su principal fuente en la última década. Y en el caso de las inversiones de Canberra en el exterior en el mismo período, casi la mitad fueron a parar a Estados Unidos.[12]

Es decir, que si bien se han reorientado sustancialmente las relaciones comerciales australianas hacia la región, y fundamentalmente hacia China, en la otra dimensión de las relaciones económicas, las inversiones, no solo las estadounidenses son mucho mayores que las chinas, tal como reconoció Julia Gillard en la entrevista concedida a Erin Burnett, de CNBC, el 10 de marzo de 2011,[13] sino que la posición de Washington en este indicador tiende a ser cada vez más trascendente.

Así, aunque Australia con seguridad continuará beneficiándose del fortalecimiento de las relaciones económicas con China, como consecuencia de lo cual su línea de acción en relación con este Estado seguirá siendo más pragmática y moderada que la deseada por Estados Unidos, es muy improbable que llegue a concretar con el gigante asiático una relación que vaya en detrimento de la que mantiene con Washington o que la afecte de algún modo .

La propia Primera Ministra australiana, en la ya referida entrevista con Erin Burnett, de la CNBC, dejó claro que tanto Estados Unidos como China eran importantes para el futuro de Australia.[14] Por ello, tanto su Gobierno como el de su predecesor, el actual canciller Kevin Rudd, han procurado lograr un mayor balance entre su tradicional alianza con Washington y los cada vez más esenciales lazos económicos con Beijing.

Nada, que no existe ambigüedad alguna en la forma de actuar de Canberra en relación con Beijing, sino que esta es absolutamente coherente con la defensa de los intereses australianos y sus principales objetivos. Australia no renunciará a seguir desarrollando sus relaciones económicas con el gigante asiático en tanto las considere una oportunidad para su desarrollo, ni a su alianza con Estados Unidos, por considerarla una garantía para la realización de sus propósitos de mayor protagonismo regional, en un contexto marcado por la «amenaza» militar y económica que percibe en la emergencia de China como potencia.

Pragmatismo total. Estados Unidos no tiene motivos para sentirse molesto. El imperio del Pacífico Sur no ha hecho más que seguir sus enseñanzas, y ha demostrado además ser un alumno aventajado.

Herminio Camacho es subdirector editorial del diario cubano Juventud Rebelde

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.