Podría afirmarse que la imagen de India se inserta mejor dentro de los parámetros de una globalización de rasgos anglocéntricos que la de China. Algunas frases pueden hacer comprender este punto. Según Christopher Coker del London School of Economics: «Como la más antigua democracia en lo que solía ser llamado el mundo en desarrollo, la […]
Podría afirmarse que la imagen de India se inserta mejor dentro de los parámetros de una globalización de rasgos anglocéntricos que la de China. Algunas frases pueden hacer comprender este punto.
Según Christopher Coker del London School of Economics: «Como la más antigua democracia en lo que solía ser llamado el mundo en desarrollo, la elite de habla inglesa de ese país permanece comprometida con la tradición de liberalismo inglesa». («Pivotal Times in Geopolitics», The Banker, enero, 2007). Un informe publicado por el centro de investigación y análisis británico «The Foreign Policy Centre», señalaba: «…como la democracia de mayor población en el mundo, India disfruta de una legitimidad única lo que la transforma en modelo a seguir y en importante fuerza de influencia en los asuntos mundiales»(«India and Globalization», junio 2005).
La elite india de habla inglesa, en tanto heredera del legado político dejado por el Raj británico, es vista como un elemento familiar por la elite globalizadora. Sin embargo, ello viene a convertirse al mismo tiempo en la mayor limitación de ese país en términos de su proyección de imagen. A diferencia del modelo chino, cuya originalidad está cargada de enseñanzas, el modelo indio puede terminar transformándose en un simple subproducto de la capacidad competitiva evidenciada por una clase media altamente educada. Más aún, educada conforme a parámetros anglocéntricos en el momento mismo en que buena parte del mundo reacciona frente a la preeminencia de los mismos.
Desde luego, India está intentando dar una respuesta «autóctona» a los retos de la globalización. A tal efecto reivindica la fusión entre la herencia de su cultura milenaria y el legado cultural dejado por los británicos tras más de dos siglos de presencia en su territorio. Pero hasta el presente, sin embargo, ello no ha logrado traducirse en una propuesta de rasgos definidos. Como bien señalaba «The Foreign Policy Centre»: «La mayoría de los analistas coincide en el hecho de que India le falta aún encontrar una voz propia en los asuntos mundiales» («India and Globalization»).
Así las cosas, India tiene camino por delante a los efectos de definir un modelo propio que sirva como punto de referencia internacional. Ello debería trascender, desde luego, la existencia de una clase media orientada hacia la economía de los servicios y del conocimiento y capaz de resultar altamente competitiva en función de sus menores costos comparativos. Debería trascender también las afinidades en materia de democracia y liberalismo que la vinculan con el mundo desarrollado. Lo que India requiere es definir una propuesta de desarrollo original. Un modelo que la singularice ante los ojos del mundo. De alguna manera, sin embargo, India se encuentra atrapada en el propio éxito de su clase media. China, por el contrario, puede evidenciar una imagen mucho más polémica y compleja de cara a los países que conforman la tríada del mundo desarrollado. Sin embargo, ha logrado conformar un modelo tan potente como novedoso, tan exitoso como singular. A pesar de sus múltiples limitantes, la credibilidad internacional china trasciende a la india.