No pasa un solo día sin que China no esté en la mira de lo que el Occidente supuestamente civilizado cuenta como medios de comunicación «mainstream», los «think tanks» y las oficinas de propaganda de todo tipo y color.
Adoptado por un comité de la Cámara de Representantes, un informe reciente del Congreso de los Estados Unidos, por ejemplo, se hace eco de las acusaciones habituales contra China y pide a las agencias de inteligencia que unan sus esfuerzos para combatir esta nueva amenaza. «Si nos inclinamos ahora, nuestros nietos estarán a merced del Partido Comunista de China, cuyas acciones constituyen el primer desafío del mundo libre», había declarado ya el 24 de julio el secretario de Estado Mike Pompeo.
¿Nuestros nietos? ¡Pobres chicos! ¿Al menos les advertimos que pronto llegarán hordas de chinos sedientas de sangre para devorarlos crudos? Después de haber exterminado a los Uigures y revendido sus órganos en la carnicería de los supermercados, seguro que harán lo mismo con los estadounidenses. ¡Aterradora, abominable, esta China comunista! Nuevo Imperio del Mal, extiende su dominio demoníaco sobre el mundo libre. Teje su red, meticulosamente, para atrapar a los pobres occidentales que solo querían vivir en paz y en democracia.
¡Así va el mundo ficticio forjado por el homo occidentalis para las necesidades de su causa perdida! Servido mañana, tarde y noche, por las agencias de prensa de la desinformación mediática, la narración dominante imputa al poder naciente todas las fantasías que atormentan el cerebro enfermo de quien ve deslizarse el suelo bajo sus pies. ¡Qué herida más narcisista, de hecho, sentir que uno ya no es el amo del mundo y que los ex colonizados ya no bajan la mirada ante los orgullosos representantes de la raza superior! En 1945, Estados Unidos representaba el 50% del PIB mundial y Washington poseía el 70% del oro mundial. Hoy, en paridad de poder adquisitivo, Estados Unidos está detrás de China y se está ahogando en su deuda.
En cierto sentido, entendemos esta amargura que atormenta a los líderes de la «nación excepcional» frente a su gran rival asiático. A principios de la década del 2000, con Bill Clinton, los genios de Washington habían apostado por la integración económica de China con la esperanza de que precipitara a su descomposición política. Sujeta a la ley impuesta por las multinacionales que flamean la Stars & Stripes, China tenía que cumplir con la profecía del neoliberalismo eliminando el último obstáculo al dominio del capital mundializado. Pero ocurrió lo contrario: Pekín ha utilizado a las multinacionales para acelerar su transformación tecnológica y le ha robado a Washington la posición de líder de la economía mundial. Lenin, por lo tanto, ya lo había anunciado: «Los capitalistas nos venderán la cuerda con la que los colgaremos».
En el transcurso de su turbulenta historia, la República Popular China ha visto pasar suficiente agua bajo su puente y no tiene la intención de renunciar a un sistema original que ha requerido mucho esfuerzo para adaptarse. Los pseudo-expertos occidentales nos lo repiten a cada rato: los chinos fingen estar de acuerdo con nosotros, pero en realidad no han cambiado, han mantenido sus empresas públicas, controlan las fluctuaciones de su moneda, los bancos chinos obedecen al gobierno y el gobierno planifica el desarrollo de la economía como en la época de Mao. En fin, es horrible, pero todo está sucediendo, a pesar de las apariencias, como si los chinos todavía fueran comunistas. No es falso, y además podemos ver el resultado. Si bien China prácticamente ha erradicado, en su territorio, el virus responsable de una pandemia que ya ha matado a un millón de personas en todo el mundo, Estados Unidos, que tiene 205.000 muertos, se enteró recientemente de que su presidente y su esposa habían contraído la enfermedad. Es cierto que en el momento en que Xi Jinping apareció enmascarado en la televisión china para llamar a la movilización general contra el «nuevo demonio» y emprender una política cuyo éxito está explotando en el rostro atónito de sus críticos occidentales, Trump y sus homólogos persistieron en negar la gravedad del fenómeno y se basaron en la inmunidad colectiva para hacer la limpieza.
Básicamente, este contraste entre la irresponsabilidad occidental y la responsabilidad china recuerda el escenario de la anterior crisis económica. Ante el caos financiero provocado por años de desregulación neoliberal y codicia bursátil, Washington finge de regular las finanzas. Prisionero de la oligarquía bancaria, el gobierno se contentó de hecho con ampliar el déficit público para rescatar a los bancos privados, incluidos los responsables, por su ilimitada codicia, del estancamiento general. Por su parte, Pekín ha hecho todo lo contrario: el estado ha realizado inversiones masivas en infraestructura pública. Al hacerlo, ha mejorado las condiciones de vida del pueblo chino al mismo tiempo que apoya el crecimiento mundial, salvándose así de la caída prometida por la codicia de Wall Street.
Ya sea la crisis financiera de 2008 o la crisis de sanitaria de 2020, la evaluación comparativa es, por lo tanto, la misma: negligencia estadounidense, eficiencia china. Pero aún es necesario dejar claro en evidencia, en esta negligencia, al cinismo de clase. Porque la incapacidad de Washington para frenar los efectos deletéreos de la codicia financiera no fue accidental ni involuntaria. Su angustiosa nulidad en el manejo de la actual crisis de salud tampoco es fruto del azar. Después de todo, la oligarquía gobernante se contentó con seguir su instinto de clase: ¿qué sentido tiene, de hecho, correr en ayuda de esos «perdedores», de quienes ya sabemos el destino que les depara la «moralidad» capitalista en el paraíso de la libertad empresarial?
En ambos casos, son los pobres quienes pagarán el precio: como los hogares endeudados hasta el cuello estafados por los bancos, pobres, ancianos y, a menudo, víctimas afroamericanas de una pandemia tomada a la ligera, que en su momentos serán contabilizados en la columna perdidas y beneficios de una política que sirve a otros intereses. ¿Valores occidentales versus valores chinos ? Compare si lo desea, pero hágalo rápidamente, a toda carrera, para evitar sorpresas desagradables y críticas desgarradoras. Podemos decir lo que queramos del sistema chino, pero resulta que él se preocupa más de la salud pública que nosotros, ya que manejó las consecuencias de la crisis financiera con un sentido de interés general desconocido para nuestras llamadas democracias.
Este doble éxito debe hacer reflexionar a quienes aún no han decidido esconder la cabeza bajo la arena. Un sistema que reacciona a la crisis económica privilegiando las instalaciones públicas y que gestiona la crisis pandémica privilegiando la salud pública, merece mucho más que un diluvio de clichés y de calumnias. La guinda del pastel: en sus últimas previsiones, la OCDE dice que China es el único país industrializado que ha experimentado un crecimiento en 2020 (+ 1,8%), todos los demás países están con números rojos, y que encima tendrá una tasa del 8% en 2021. Salvar tanto la economía del país como la esperanza de vida de los más vulnerables sigue siendo algo más que dejar morir a los ancianos y sufrir una recesión sin precedentes. Así, de 2008 a 2020, la gran muralla se amplió con dos torres de vigilancia adicionales. Pero por supuesto: solo un régimen abominable es capaz de semejante prestación.
Bruno Guigue es un ex alto funcionario, investigador en filosofía política y analista político francés egresado de l’Ecole Normal Superieur de la rue d’Ulm y de l’Ecole National d’Administration promoción Jean Monnet 1990, hoy profesor de filosofía, autor de varios libros, entre ellos «Aux origines du conflit israélo-arabe, l’invisible remords de l’Occident » (L’Harmattan , 2002). @bruguigue.
Traducido del francés para El Correo de la Diaspora por Carlos Debiasi
Fuente: http://www.elcorreo.eu.org/Como-los-chinos-ampliaron-la-Gran-Muralla?lang=fr