Es evidente que Corea del Norte es hoy el régimen más impopular en el mundo. Virtualmente todos los otros regímenes harían cualquier cosa que pudieran para forzar a Corea del Norte a cambiar sus políticas, tanto en lo interno como a nivel exterior, en el sistema-mundo moderno. No obstante, no parecen ser capaces de hacer […]
Es evidente que Corea del Norte es hoy el régimen más impopular en el mundo. Virtualmente todos los otros regímenes harían cualquier cosa que pudieran para forzar a Corea del Norte a cambiar sus políticas, tanto en lo interno como a nivel exterior, en el sistema-mundo moderno. No obstante, no parecen ser capaces de hacer mucho respecto de las políticas de Corea del Norte -de hecho, casi nada.
¿Cómo ha hecho este régimen para ignorar todas las medidas punitivas que han votado e inclusive instrumentado las Naciones Unidas, China, Japón y Corea del Sur? La consideración básica de todos aquellos hostiles al régimen norcoreano es el miedo de lo que dicho país pueda hacer si se le presiona demasiado. Sin embargo, debemos distinguir entre el miedo hacia sus posibles acciones en lo interno y el miedo a sus acciones en lo exterior.
Corea del Norte está lejos de ser el único régimen que maltrate de muchos modos diversos a quienes se oponen a su régimen. Muy por el contrario. El maltrato a las fuerzas de oposición es una actividad cotidiana a lo ancho del planeta. Lo que distingue a Corea del Norte de todos los otros que maltratan a la oposición es la crueldad de la conducta de ese régimen. En la dinastía Kim, que ha durado tres generaciones, la que ahora detenta el poder, parece la más rauda en reaccionar, y a la última moda en lo que a lidiar con la muerte se refiere. Esto puede interpretarse como un signo de la inseguridad del régimen. No importa. Sea cual sea el motivo, parece una realidad que conduce a sus vecinos a no provocarle más.
Este miedo de otros regímenes hacia la conducta interna de Corea del Norte es, sin embargo, bastante menor de su miedo de que, en la arena exterior, Corea del Norte pueda algún día utilizar armamento nuclear, ya sea deliberada o inadvertidamente. Casi todos los otros países lo han dicho en público. Por esta razón, casi todos los otros países han promulgado varias sanciones contra el régimen norcoreano por no responder a las presiones para que cambie sus políticas. Corea del Norte simplemente las ignora.
Un modo de interpretar por qué los regímenes norcoreanos son capaces de ser tan impermeables a todas las presiones es pensar qué pasaría el día después, tanto interna como exteriormente. Supongamos que el régimen se colapsara y dejara de ser, para siempre. ¿Qué vendría después? Esto es particularmente preocupante para China y para Corea del Sur.
Lo que más temen China y Corea del Sur es el colapso repentino del régimen norcoreano. Ambos países avizoran un movimiento masivo de norcoreanos hacia China o hacia Corea del Sur. Consideran que este movimiento sería casi imposible de parar, o siquiera limitar en su tamaño. Las consecuencias para la política interna de estos países sería importante, y conduciría tal vez a desestabilizar la unidad de China y la estabilidad interna de Corea del Sur.
Tanto China como Corea del Sur han perdido confianza en que Estados Unidos intervenga de algún modo significativo. Estados Unidos deviene así en un factor irrelevante en sus decisiones políticas. Esto, a su vez, crea un cambio en la situación para los países vecinos. Japón, Corea del Sur y Taiwán se han abstenido de convertirse en potencias nucleares, basados en la suposición de que Estados Unidos sería su escudo nuclear. Una vez que dejen de creer esto se sentirán en la necesidad de crear su propio escudo nuclear.
Esto, a su vez, afectará las decisiones de los regímenes en el sureste asiático y Australasia. Tendrán que crear sus propios escudos nucleares o confiar en el escudo chino. Si estos países se vuelven dependientes de China, el principal perdedor geopolítico será India. La aguda competencia entre China e India conducirá a que India ponga más énfasis en su creciente colaboración con Estados Unidos, aunque este país sea un socio tan poco confiable para India como para los países del noreste de Asia.
El mayor beneficio de estos realineamientos será para Irán, cuyos vínculos con China, ya de por sí considerables, se intensificarán. Esto inquietará a Arabia Saudita y a Emiratos Árabes Unidos, quienes a su vez procederán a pensar en armamentos nucleares aunque estén lejos de tener la habilidad técnica para proceder a cualquier velocidad. Pese a esto necesitarán hacer algo, o se enfrentarán al desorden interno.
En esta nueva situación será Rusia la que saque ventaja de la incomodidad de todos los otros. Ya lo está haciendo, al negarse a instrumentar las sanciones con Corea del Norte. También lo hace al reemplazar a Estados Unidos en la zona árabe-musulmana como la potencia capaz de implementar compromisos políticos.
Uno podría seguir discutiendo las consecuencias para Indonesia, Turquía, Irán y Siria, para Europa occidental. Pero todo esto explica por qué Corea del Norte es capaz de seguir su propio camino, como lo hace. Uno podría remarcar la ironía de que el régimen menos popular del mundo, en un sentido, es el más fuerte, porque es el más autónomo. Tiene la fuerza que deriva del miedo de todos los demás acerca del día después.
Corea del Norte no tiene interés en un conflicto nuclear. El régimen sabe que no sobreviviría uno. Lo que Corea del Norte quiere es una garantía de Estados Unidos -su enemigo irrenunciable según su percepción- de que: 1) le reconozca como potencia nuclear legítima y 2) que se abstendrá de ulteriores interferencias en la política interior de Corea del Norte.
La única cosa que podría reducir el riesgo de un caos nuclear es una aceptación, por parte de Estados Unidos, de los límites de su propio poder geopolítico y unas negociaciones directas con Corea del Norte. Y lo que sucede ahora es que ni el presidente Trump, ni el Congreso estadunidense, están listos para hacer esta jugada radical. La cuestión, no obstante, es cuánto tiempo más le llevará a Estados Unidos tragar esta realidad geopolítica.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/08/06/opinion/022a1mun
Traducción: Ramón Vera Herrera