Nunca ha sido más grande la inquietud causada por la proliferación de armas nucleares, ni mayor la urgencia por lograr su eliminación. El fracaso en concretar ese desarme va a conducir casi con seguridad hacia nefastas consecuencias, incluso hacia la finalización del único experimento de la biología con una inteligencia superior al resto de los […]
Nunca ha sido más grande la inquietud causada por la proliferación de armas nucleares, ni mayor la urgencia por lograr su eliminación. El fracaso en concretar ese desarme va a conducir casi con seguridad hacia nefastas consecuencias, incluso hacia la finalización del único experimento de la biología con una inteligencia superior al resto de los animales. Pese a lo amenazante que es la crisis, hay medios para desactivarla.
Un conflicto de gran envergadura parece ser inminente en relación con Irán y sus programas nucleares. Antes de 1979, cuando el sha estaba en el poder, Washington apoyó fuertemente esos programas. Pero en la actualidad, la afirmación estándar es que Irán no tiene necesidad de poderío nuclear y, por consiguiente, lo que debe de estar tratando de hacer es fabricar armas atómicas de manera clandestina.
«Para uno de los productores más grandes de petróleo, como es Irán, la energía atómica es un despilfarro de sus recursos», escribió Henry Kissinger en The Washington Post el año pasado.
Sin embargo, hace 30 años, cuando era secretario de Estado del presidente Gerald R. Ford, Kissinger sostuvo que la «introducción del poderío nuclear beneficiará las crecientes necesidades de la economía de Irán y le permitirá reservar parte del petróleo para la exportación o para la conversión en productos petroquímicos».
El año pasado, Dafna Linzer, de The Washington Post, preguntó a Kissinger sobre su total cambio de opinión, a lo que respondió con su atractiva usual franqueza: «Ellos eran en ese momento un país aliado».
En 1976, la administración de Ford «respaldó los planes iraníes para construir una industria nuclear de energía masiva, y también trabajó duramente para completar un negocio por miles de millones de dólares que le habría dado a Teherán el control de grandes cantidades de plutonio y uranio enriquecido, los dos carriles para una bomba atómica», escribió Linzer.
Los más altos estrategas del gobierno de George W. Bush que ahora denuncian estos programas estaban en aquel momento en puestos claves de la seguridad nacional: Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz.
Seguramente los iraníes no están tan dispuestos como los occidentales a lanzar la historia al cesto de la basura. Saben que Estados Unidos, junto con sus aliados, ha estado atormentando a los iraníes por más de 50 años, desde el momento en que un golpe militar de Estados Unidos y de Gran Bretaña derrocó al gobierno parlamentario e instaló al sha, quien gobernó el país con mano de hierro hasta que un levantamiento popular lo expulsó en 1979. Luego el gobierno de Ronald Reagan apoyó la invasión de Irán por parte de Saddam Hussein, proveyéndolo con ayuda militar y de otro tipo, que lo ayudó en la matanza de cientos de miles de iraníes (como también de kurdos iraquíes). Después vinieron las duras sanciones del presidente Bill Clinton, seguidas por las amenazas de Bush de atacar a Irán, siendo ellas mismas una seria violación de la Carta de Naciones Unidas.
El mes pasado, el gobierno de Bush aceptó bajo condiciones unirse con sus aliados europeos para las conversaciones directas con Irán, pero rechazó retirar la amenaza de un ataque, volviendo virtualmente sin sentido cualquier oferta de negociación que se hace, pues se la formula a punta de pistola. La historia reciente provee adicionales razones para mostrar escepticismo por las intenciones de Washington.
En mayo de 2003, según Flynt Leverett, que entonces era alto funcionario del Consejo Nacional de Seguridad de la administración de Bush, el gobierno reformista de Mohamad Jatami propuso «una agenda para un proceso diplomático que estaba destinado a resolver sobre bases muy amplias todas las diferencias bilaterales entre Estados Unidos e Irán».
En la propuesta se incluían discusiones sobre «armas de destrucción masiva, una solución binacional acerca del conflicto israelí-palestino, el futuro de la organización Jezbolá del Líbano y la cooperación con la Agencia Internacional de Energía Atómica», según informó el mes pasado el Financial Times. La administración de Bush lo rechazó, y reprendió al diplomático suizo que transmitió la oferta.
Un año más tarde, la Unión Europea e Irán llegaron a un acuerdo: Irán iba a suspender temporalmente el enriquecimiento de uranio y, a cambio, Europa daría seguridades de que Estados Unidos e Israel no atacarían a Irán.
Bajo presión de Estados Unidos, Europa dio marcha atrás, e Irán renovó su proceso de enriquecimiento.
Los programas nucleares iraníes, al menos por lo que se sabe hasta el momento, acatan el artículo cuarto del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que garantiza a los estados que no poseen armas nucleares el derecho a producir combustible para energía nuclear. La administración de Bush sostiene que el artículo cuarto debe ser fortalecido, y pienso que eso tiene sentido.
Cuando en 1970 el tratado entró en vigor, hubo una considerable brecha entre la producción de combustible para energía y la destinada a armas nucleares. Pero los avances en la tecnología han reducido la brecha. Sin embargo, cualquier revisión de este tipo del artículo cuarto tendría que asegurar acceso sin restricciones para usos no militares, según el acuerdo inicial en el TNP entre las potencias que tienen armas nucleares y los estados que no las poseen.
En 2003 una razonable propuesta con este fin fue la de Mohamed el Baradei, jefe de la AIEA: que toda la producción del material que pudiese destinarse a las armas permaneciera bajo control internacional, con «seguridades de que los usuarios potenciales podrán obtener sus suministros». Ese sería el primer paso, en su propuesta, para implementar completamente la Resolución de la Organización de Naciones Unidas (ONU) de 1993 sobre un Tratado de Reducción de Materiales de Fisión (Fissban, por su nombre en inglés: Fissile Material Cutoff Treaty).
Hasta la fecha, la propuesta de El Baradei ha sido aceptada, según tengo entendido, por un solo Estado: Irán, que lo hizo en febrero, por conducto de Ali Larijani, jefe de los negociadores nucleares de Teherán.
La administración de Bush rechaza un verificable Fissban y está prácticamente sola. En noviembre de 2004 el Comité de Desarme de la ONU votó en favor de un verificable Fissban. La votación fue de 147 a uno (Estados Unidos), con dos abstenciones: Israel y Gran Bretaña.
En 2005 una votación en la Asamblea General de la ONU fue de 179 a dos, con Israel y Gran Bretaña absteniéndose nuevamente. A Estados Unidos se le sumó Palau.
Hay modos de mitigar y probablemente terminar con esta crisis. El primero es acabar con las muy creíbles amenazas de Estados Unidos e Israel, que virtualmente apremian a Irán a desarrollar armas atómicas como elementos de disuasión. Un segundo paso sería sumarse al resto del mundo, aceptando un tratado verificable Fissban, como también la propuesta de El Baradei, o algo similar. Un tercer paso sería hacer honor al artículo sexto del TNP, que obliga a los estados que tienen armas atómicas a hacer esfuerzos de «buena fe» para eliminarlas. Se trata de una obligación que debe cumplirse, tal como determinó la Corte Internacional de Justicia. Ninguno de los estados que tienen armas atómicas ha hecho honor a esta obligación, pero Estados Unidos lidera a aquellos que violan su contenido.
Esfuerzos parejos en esa dirección mitigarían la crisis con Irán, que se está acercando. Por encima de todo, es importante prestar atención a las palabras de Mohamed el Baradei: «No hay una solución militar para esta situación. Resulta inconcebible pensar en eso. La única solución durable es una solución negociada». Y está a nuestro alcance.
* Profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachussets en Cambridge y autor del libro Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World
© 2006 Noam Chomsky