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Filipinas

Duterte en el Hotel Manila

Fuentes: Mundo obrero

El Hotel Manila está en la bahía que se abre al Mar de la China meridional. En ese hotel vivió y tenía su puesto de mando el feroz general MacArthur, cuando campaba en la capital filipina antes de la ocupación japonesa. Fue propiedad de Ferdinand Marcos, y era uno de los lujosos lugares donde el dictador se reunía con la oligarquía, y su mujer, Imelda, organizaba fiestas ostentosas. A unos centenares de metros, niños y niñas eran prostituidos por unos pocos pesos. Los Marcos, que acumularon millones de dólares en cuentas en Suiza con el robo y la corrupción, hacían también negocio con la prostitución: sus esbirros facilitaban niñas a empresarios japoneses y de otros países y las llevaban al Hotel Manila. Fue una dictadura de rapiña y muerte: Imelda Marcos guardaba en salas del palacio de Malacañang miles de pares de zapatos, comprados en tiendas suntuosas de París o Nueva York.

Estados Unidos, como la Iglesia católica, apoyó siempre a la dictadura y dispuso del país a su antojo: las bases de Clark y de Subic Bay sirvieron durante años para sus operaciones militares: desde allí participaron en las matanzas de la guerra en Vietnam. Sin embargo, Washington decidió abandonar a Marcos: temía que el enorme rechazo popular al dictador desembocara en una revolución. En febrero de 1986, cayó la dictadura en la llamada revolución EDSA, por la Avenida Epifanio de los Santos de Manila. Estados Unidos pasó a apoyar a Corazón Aquino, que inauguró una nueva época donde siguieron mandando los de siempre, las diez familias que hoy controlan Filipinas. Quienes se habían enriquecido con Marcos también le abandonaron y pasaron a engrosar las filas del nuevo poder.

Marcos asesinó a miles de personas, robó a manos llenas, acumuló miles de millones de dólares, fue agasajado por Reagan. Estados Unidos, aunque dejó caer a su gobierno, en el momento de su desgracia envió tres helicópteros para evacuarlo del palacio de Malacañang. Llevaron a la familia Marcos a la base norteamericana de Clark, y después les dieron refugio en Hawái: allí llegaron con maletas repletas de oro y millones de dólares. La revolución democrática fue secuestrada, y Washington se declaró satisfecho por el acusado anticomunismo del nuevo gobierno de Corazón Aquino. Después, intentó que Marcos se instalara en España, sin conseguirlo: murió en Honolulú. En Manila, se sucedieron presidentes amarillos, la denominación popular de los liberales de Corazón Aquino, y gobiernos de Ramos (un fiero militar, ministro de Marcos, que participó en la guerra de Vietnam a las órdenes de Washington), de Noynoy Aquino (hijo de Corazón), de Estrada, o de Gloria Macapagal, todos ellos presidentes asociados a la oligarquía, todos implicados en la corrupción y el robo.

Tras el hijo de Corazón Aquino llegó a la presidencia Duterte, que prometió combatir la corrupción, acabar con la pobreza y la delincuencia, dar seguridad y perseguir el tráfico de drogas, abrir negociaciones de paz con la guerrilla comunista, y acabar con las bases militares norteamericanas: sus promesas embaucaron incluso a algunos dirigentes de izquierda, que se incorporaron a puestos de responsabilidad en su gobierno. Pero el populismo de Duterte es similar al de Marcos, y comparte muchas cosas con el viejo dictador: sus mentiras, su feroz anticomunismo (ha llegado a ofrecer públicamente quinientos dólares por cada comunista muerto), su cerrada defensa del capitalismo, su desprecio por las víctimas y su satisfacción por las matanzas de la policía y el ejército. Se ha convertido en un aterrador matón cuya campaña contra las drogas ha causado miles de muertos, asesinados en las calles por la policía, el ejército y grupos armados privados. En realidad, Duterte lleva a cabo una guerra contra los más desvalidos, porque son ellos los que consumen el shabú, la droga de los pobres, una metanfetamina que les ayuda a soportar las interminables y duras jornadas de trabajo. Duterte es un personaje chulesco y machista, que organizó escuadrones de la muerte cuando era alcalde en Dávao, y que ahora ofrece impunidad a los militares para matar y violar; que se pavonea, insulta y se ufana de su lenguaje soez, que incluso arenga a los soldados para que “disparen en el coño” a las mujeres comunistas.

Aunque sus días de gloria ya han pasado, el Hotel Manila sigue siendo un lujoso establecimiento, que mantiene una suite MacArthur y fotografías de Imelda Marcos (tiene ya noventa años y conserva su fortuna) en una sala especial. Tal vez mañana pongan las de Duterte, ese siniestro fascista.