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El cambio climático y la paradoja del Ártico: Intereses de China

Fuentes: Observatorio de la Política China

Una de las zonas más sensibles al cambio climático es el Ártico que se está calentando a una velocidad tres veces más rápida que otras partes del planeta, provocando eventos inusuales que están modificando el ecosistema y los patrones climáticos globales. La disminución del hielo marino y el derretimiento del permafrost están abriendo nuevas rutas […]

Una de las zonas más sensibles al cambio climático es el Ártico que se está calentando a una velocidad tres veces más rápida que otras partes del planeta, provocando eventos inusuales que están modificando el ecosistema y los patrones climáticos globales. La disminución del hielo marino y el derretimiento del permafrost están abriendo nuevas rutas de transporte y de acceso a recursos naturales y ofrece numerosas oportunidades económicas. China enfatiza que el Ártico es uno de los bienes comunes mundiales y ha mostrado, desde hace tiempo, interés por sus asuntos, tanto de tipo económico como científico. Respeta los derechos soberanos de los estados árticos pero considera que los temas relacionados con el Ártico no son sólo asuntos regionales, sino también interregionales relacionados con el cambio climático y la navegación. Se ha erigido en los últimos tiempos como líder en la lucha contra el cambio climático y ha establecido los principios de respeto, cooperación, beneficio mutuo y sostenibilidad en su relación con el Ártico. Sin embargo, el Ártico es un ecosistema frágil, por lo que existe preocupación porque el incremento en la actividad humana provoque su desestabilización y degradación. Es necesario un debate multilateral entre países árticos y no árticos para establecer estrategias operativas que aborden la paradoja del Ártico e indiquen cómo equilibrar el desarrollo económico con la protección medioambiental, fundamental para evitar que continúe el deterioro del Ártico con su consecuente efecto sobre la climatología del planeta que a todos nos afecta.

Introducción

En los últimos años, el cambio climático se ha convertido en un asunto internacional de gran importancia, debido a que sus efectos son ya evidentes en el medio ambiente a nivel global. Los glaciares se han encogido, el hielo se está derritiendo antes de tiempo, los hábitats se van modificando. Los científicos parecen estar muy seguros de que la temperatura global seguirá aumentando en las próximas décadas debido, en gran parte, a los gases de efecto invernadero que produce la actividad humana. En el Acuerdo de París de 2015[1], en el marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, los países acordaron limitar el calentamiento por debajo de los 2ºC respecto a la época preindustrial y apuntar a una meta de 1,5ºC. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el alcance de los efectos del cambio climático en las regiones variará con el tiempo, así como con la capacidad de mitigación y adaptación al cambio de los diferentes sistemas ambientales y sociales. Los modelos climáticos predicen un aumento de la temperatura media en la mayor parte de las regiones, tanto continentales como oceánicas, con calor extremo (aumento del número de días con hasta 3 °C por encima de su promedio) en la mayor parte de las zonas habitadas y con un incremento también de la frecuencia, intensidad y cantidad de las precipitaciones fuertes en muchas regiones, a la vez que en otras zonas se agravan en intensidad y frecuencia las sequías y los déficits de precipitación. Las diferencias, según zonas geográficas, son muy importantes, con un riesgo particularmente alto en el área mediterránea, el África subsahariana y los pequeños Estados insulares (IPCC, 2018)

En el informe se ponen de manifiesto algunos impactos que podrían limitarse con un menor incremento de la temperatura. Con un aumento de temperatura de 1,5 °C, el nivel del mar continuará subiendo y se espera que en 2100 se sitúe entre 26 y 77 cm por encima del nivel de referencia del periodo 1986-2005, en torno a 10 cm por debajo de lo que se esperaría para un calentamiento de 2°C. Esto significaría que hasta 10 millones de personas menos quedarían expuestas a los impactos asociados, tales como la intrusión del agua del mar[2], inundaciones y daños de infraestructuras en zonas bajas del litoral y en pequeñas islas. Superando 1,5°C se corre el riesgo de inestabilizar las capas de hielo de Groenlandia y de la Antártida, lo que podría traducirse en un aumento del nivel del mar de más de 1 metro para cientos o miles de años. La probabilidad de que el océano Ártico quedara libre de hielo en verano sería de una vez por siglo con un calentamiento global de 1,5 °C, frente a un mínimo de una vez por década si el incremento es de 2 °C. Si se pudiera alcanzar el objetivo más bajo, se reducirían los fenómenos meteorológicos extremos, se evitaría la extinción de más especies y facilitaría la adaptación de las personas a lo que aún será un mundo significativamente alterado.

El Ártico es muy sensible al cambio climático y, a medida que el calentamiento global altera los patrones climáticos, se van produciendo eventos inusuales que van modificando el paisaje y la forma de vida en el desierto helado. En general, podemos definir el Ártico como la región sobre el Círculo Polar Ártico a 66°33’46″N. Por lo tanto, el Ártico incluye el Polo Norte, el océano Ártico y parte de los estados del Ártico (Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y los Estados Unidos). Ningún país posee el Polo Norte o el Océano Ártico cubierto de hielo que lo rodea, pero los estados litorales del Ártico tienen zonas económicas exclusivas (ZEE) que se extienden 200 millas náuticas desde sus costas (Kopra 2013). El Ártico ha alcanzado en algunos momentos de estos últimos años 20ºC más de temperatura respecto a lo que sería normal al norte de 80º N, existiendo una tendencia de calentamiento significativa a largo plazo. De hecho, se está calentando más del doble de rápido que el resto del mundo (Francis et al, 2018). La temperatura media de la superficie de la Tierra ha aumentado en 1°C desde la década de 1880, impulsada en gran medida por los gases de efecto invernadero producidos por el hombre. Los últimos cinco años, colectivamente, han sido los más calurosos registrados, según cifras de la NASA[3]. El Ártico está sintiendo los efectos más que cualquier parte de la Tierra (Wood, 2019). Los cambios más dramáticos se observan en el hielo marino del Ártico, habiéndose detectado que la extensión del mismo en verano está en rápido declive: las 11 extensiones más bajas se han producido en los últimos 11 años. El hielo marino invernal también está afectado, encontrándose la del último año en su valor más bajo (Francis et al, 2018).

La fusión del hielo del Ártico está provocando un clima extremo que afecta a los patrones de vida animal y vegetal y a cientos de millones de personas en América del Norte, Europa y Asia (Carrington 2016). Dada las altas temperaturas, se están descongelando y secando grandes extensiones de bosques nevados, quedando la tundra susceptible a los incendios forestales que asolan la tierra (Wood. 2019). Una amenaza climática menos conocida, pero potencialmente enorme, proviene del suelo permanentemente congelado conocido como permafrost. El permafrost cubre aproximadamente el 25% de toda la superficie terrestre en el hemisferio norte y su grosor varía de menos de 1metro a unos 1500 metros. La mayor parte del permafrost existente hoy se formó durante los períodos glaciares fríos y ha persistido durante períodos interglaciales más cálidos. Durante milenios, gran parte de este terreno ha sido una masa cementada de tierra, roca y hielo, junto con fragmentos de plantas, animales y microorganismos preservados de la descomposición por congelación profunda durante miles de años, un enorme depósito de carbono orgánico en el que se encuentran atrapados grandes cantidades de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2), metano, y el óxido nitroso (Alex, 2019; Wilkerson et al, 2019). El metano contenido en el permafrost ártico es una bomba climática. Hay 50 mil millones de toneladas de metano, en forma de hidratos, en la plataforma continental del Ártico siberiano. La descongelación del permafrost liberaría estos gases de efecto invernadero y desencadenaría un ciclo de retroalimentación que aceleraría aún más el calentamiento con efectos a gran escala (Russell, 2015). Se incrementaría aún más el calentamiento en el Ártico, aumentando la tasa de pérdida de hielo marino, reduciendo el reflejo de la energía solar y conduciendo a un derretimiento más rápido de la capa de hielo de Groenlandia. Los glaciares distantes del Ártico también se derretirían (Chen-2018). Se ha demostrado que el permafrost también contiene atrapado grandes volúmenes de mercurio, elemento tóxico para los seres humanos que podría ser liberado y entrar en el ecosistema (Mooney 2018). Aún más desalentador es la existencia masiva de virus, bacterias y esporas congeladas en el permafrost durante milenios que podrían descongelarse y reactivarse si éste se derrite por el aumento de las temperaturas, existiendo la posibilidad de que algunas infecciones que fueron un problema en otras épocas pudieran reaparecer, generando graves problemas de salud y epidemias difíciles de controlar (Alex, 2019; Brodwin y Ramsey, 2017). Todos estos agentes patógenos, además de los gases contaminantes, también podrían ser liberados mediante la simple intervención humana a través de la perforación del permafrost en busca de recursos naturales. Asimismo, su calentamiento está desestabilizando el suelo y provocando erosión, hundimiento y daños estructurales, efectos que se están sintiendo ya en carreteras y pueblos del Ártico creando graves problemas a la población (Resnick, 2019).

En verano de este año 2019 se instaló en el Ártico una gran ola de calor, llegando a alcanzar el récord de 33°C por encima del promedio en partes del Ártico siberiano y 20°C más en otros lugares, superando con creces las temperaturas máximas promedio de julio de la región de 6°C. Con el calentamiento global la capa de hielo del norte se ha reducido desde la década de 1970, causando la pérdida de aproximadamente las tres cuartas partes de su volumen hasta el momento (Wood. 2019).

El Ártico se está calentando casi tres veces más rápido que otras partes del planeta debido a que el aumento de las temperaturas globales hace que se derrita más hielo marino. La capa de hielo del Ártico ayuda a enfriar las temperaturas del mar y del aire, al reflejar gran parte de la radiación solar hacia el espacio, y actúa como un enfriador global cuando los vientos y las corrientes oceánicas se arremolinan sobre y debajo de ella. A diferencia del continente antártico, el derretimiento del hielo aquí expone el océano oscuro, que absorbe más luz solar que el hielo y hace que se acelere aún más el calentamiento. Esto a su vez reduce la diferencia de temperatura entre el Ártico y las latitudes más bajas, lo cual es crucial porque es el gradiente de temperatura entre ellos el que crea una diferencia de presión e impulsa una banda estrecha de viento potente, la Corriente en Chorro Polar. Ésta circula alrededor del polo a velocidades incluso superiores a los 398 kilómetros por hora moviéndose de oeste a este y transportando viento frío y cálido a aproximadamente 8 km por encima de la superficie. La corriente en chorro forma un límite entre el norte frío y el sur más cálido, pero la menor diferencia de temperatura por el calentamiento global hace que los vientos sean más débiles, viajen a menor velocidad y serpenteen más, generando grandes bucles que llevan aire caliente al norte helado y aire frío a climas más cálidos del sur. Son unos bucles que pueden permanecer atrapados en las regiones durante semanas en un efecto bloqueo que puede desarrollar eventos climáticos extremos (Carrington 2016; Wood, 2019).

La retirada del hielo marino está abriendo nuevas rutas de envío y acceso a recursos naturales que hasta ahora habían estado fuera del alcance. Existen grandes cantidades de petróleo y gas aún sin descubrir, así como tierras raras, materiales muy difíciles de encontrar en estado puro y que son básicos para el desarrollo de las tecnologías, por lo que están muy valoradas hoy en día. Por ahora, la mayoría de estos activos se han encontrado en las aguas territoriales y en zonas económicas exclusivas de las naciones costeras del Ártico. Pero si se cumplen las predicciones actuales, para 2050, el mar alrededor del Polo Norte estará libre de hielo durante varios meses al año, lo que podría crear disputas sobre el acceso al área que fácilmente podrían crear problemas diplomáticos, impulsando cambios geopolíticos en el Océano Ártico, aumentando la competencia entre los estados y tal vez incluso conducir a conflicto (Cassotta et al., 2015; Conley, 2019).

Actuación de China ante el cambio climático

A medida que los efectos del cambio climático se vuelven más generalizados y alarmantes, la ONU ha pedido a las naciones que intensifiquen sus planes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (Gallagher y Zhang, 2019). China y Estados Unidos juntos emiten más del 40% del CO2 del mundo según los últimos datos disponibles. Por lo tanto, para que cualquier esfuerzo global tenga éxito a la hora de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, es necesario incluir contribuciones significativas de ambos países (Tan y Lee, 2017).

A pesar de la retirada de la Administración Trump del Acuerdo de París de 2015, muchas grandes empresas y algunos estados norteamericanos se han comprometido a reducir las emisiones y no seguir el planteamiento de Trump. La comunidad internacional sigue con el desarrollo de los reglamentos para que, a partir de 2020, cuando expire el Protocolo de Kioto, se empiecen a aplicar las medidas de recorte de emisiones de todos los firmantes del pacto. El propósito es que los planes nacionales permitan que el aumento global de la temperatura no supere a finales de siglo el umbral de los dos grados respecto a los niveles preindustriales (Planelles, 2019). Cada país tiene un papel que desempeñar, pero si los mayores emisores del mundo no cumplen con sus compromisos, el objetivo de mantener el calentamiento global en un nivel manejable permanecerá fuera del alcance.

Durante décadas, la contaminación en China ha ido incrementándose de forma paralela al crecimiento económico. Pero esta conexión se ha debilitado en los últimos años, ya que el país muestra una mayor conciencia ambiental y sus inversiones en el medioambiente durante la última década han producido resultados (University of Gothemburg, 2019). Tras varios episodios de una elevada contaminación ambiental en las grandes ciudades chinas, Beijing comenzó a implementar nuevas medidas para combatir el problema, entre ellos nuevos estándares y objetivos para los niveles de contaminación del aire, revisiones de la Ley de Protección Ambiental diseñada para aumentar las sanciones para los contaminadores; y repetidas campañas de inspección del gobierno, junto con fuertes multas para los infractores. El país se ha posicionado como un líder mundial en acción climática a través de inversiones agresivas y una audaz combinación de energía renovable, eficiencia energética y políticas económicas. China ha implementado más de 100 políticas relacionadas con la reducción del uso de energía y las emisiones de gases de efecto invernadero (Gallagher y Zhang, 2019). El uso del carbón por parte de China ha disminuido constantemente, aunque lentamente, desde 2013, aparte de un pequeño aumento de 2017 a 2018. En su lugar, el gas natural y las energías renovables están aumentando su participación en la combinación energética (Tiezzi, 2019).

A pesar de que China ha realizado grandes inversiones en energía eólica y solar en los últimos años, también ha seguido construyendo plantas de carbón. Es necesario reducir la dependencia de China de la energía del carbón y, para ello, será necesaria la reforma del sector eléctrico en un enorme cambio a largo plazo. Pero el éxito no está garantizado ya que las empresas afectadas son gigantes estatales y existe una resistencia política por parte de los propietarios de las centrales eléctricas de carbón existentes y de las provincias que lo producen y utilizan. Pero existen también otras lagunas importantes en las políticas climáticas de China ya que, actualmente, sólo se dirigen a las emisiones de dióxido de carbono, y sería necesario actuar también sobre la generación de cantidades significativas de otros gases de efecto invernadero, incluidos el metano y el óxido nitroso, además del carbono negro (Gallagher y Zhang, 2019). Sin bien, según se demuestra en algunos estudios, el país ha implementado varias políticas que, combinadas, es probable que reduzcan más de 380 millones de toneladas anuales de gases no-CO2 para 2030. El objetivo de China de reducir las emisiones de óxido nitroso de los procesos industriales para 2020, según lo comunicado en el primer informe de actualización bienal, también tendría un impacto significativo (Song y Gerholdt, 2019).

Según un estudio multidisciplinar (Lu et al., 2019), la contaminación ambiental en China en su conjunto ha comenzado a disminuir, aunque las emisiones de gases de efecto invernadero han seguido aumentando. El estudio también muestra que, durante los últimos 40 años, China ha mejorado en doce de los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas [4] que consideran tres dimensiones de actuación en sostenibilidad: económica, social y ambiental, mientras que todavía existen problemas importantes en los otros cinco.

China es el mayor emisor de carbono del mundo, más que los Estados Unidos y los países de la Comunidad Europea juntos (Ritchie y Roser, 2018) y, ahora, parece estar retrocediendo en la lucha global contra la contaminación a medida que su economía se desacelera en medio de la guerra comercial con los Estados Unidos (Tiezzi-2019). Además, está contribuyendo a incrementar las emisiones fuera de sus fronteras exportando equipos de carbón y financiando directamente plantas de carbón en el extranjero a través del proyecto estrella de Xi Jinping, la iniciativa «Una Franja una Ruta» (Belt and Road Initiative, BRI) que incluye a 131 países y dos tercios de la población mundial. Ninguna nación, incluida China, informa actualmente de las emisiones generadas en el extranjero en su inventario nacional de emisiones (Gallagher y Zhang, 2019). Hace solo tres años, el presidente Xi Jinping anunció en el XIX Pleno del Partido Comunista que China debe ser un «portador de la antorcha» en la reducción del cambio climático e hizo de la lucha contra la contaminación una de las tres principales prioridades para su segundo mandato. Sin embargo, durante la Cumbre de Acción Climática de la ONU en septiembre de 2019, el ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, anunció que debían seguir adelante con el acuerdo de París y defender el multilateralismo. En el contexto del discurso, parecía indicar que es la comunidad global la que debe tomar medidas sin hacer referencia a que China desempeñara un papel de liderazgo. Esta disminución en su interés también parece estar relacionada con la retirada de la administración Trump del Acuerdo de París (Lehr, 2019).

A medida que el planeta se caliente, los esfuerzos para frenar la contaminación del aire en China probablemente se volverán cada vez más difíciles. El aumento en el número de olas de calor y de más períodos de aire estancado como resultado del calentamiento global empeorarán la contaminación del aire existente, lo cual presenta un desafío mayor para un país en el que ocurren más de 1 millón de muertes prematuras cada año por esa causa. Mediante una combinación de modelos climáticos, de calidad del aire y epidemiológicos y la suposición de que el incremento de temperatura se mantenga en alrededor de 1,4ºC, se ha observado que el cambio climático afectaría negativamente a la calidad del aire futuro para más del 85% de la población de China a mediados de siglo. El factor más importante parece ser el estancamiento de la atmósfera relacionada con el cambio climático (McKenna-2019)

Aunque China habla de elevar los estándares de desarrollo, el Ártico tiene sus propios riesgos específicos por su alta sensibilidad al cambio climático y, por lo tanto, requiere precaución adicional. Las variaciones naturales en el Ártico provocarán inestabilidad climática en el mundo, especialmente en el sistema climático del hemisferio norte. Por lo tanto, los cambios atmosféricos en el Ártico tienen un impacto directo en el clima, el medio ambiente y la agricultura de China. Además, el derretimiento del hielo ha acelerado el aumento global del nivel del mar, lo que amenazará gravemente al desarrollo socioeconómico de la costa este de China. En consecuencia, muchos aspectos de los asuntos climáticos del Ártico son una preocupación política central de China (Heggelund et al., 2016). Algunos autores consideran que, si China ejecuta completamente las políticas existentes y termina de reformar su sector de energía eléctrica, es probable que sus emisiones de dióxido de carbono alcancen un pico mucho antes de su objetivo para 2030 (Gallagher y Zhang, 2019).

El éxito global en reducir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero depende en gran parte de las acciones de China, como mayor emisor de carbono del mundo. Dado su gran tamaño, producción económica y capacidad para probar nuevos modelos y tecnología, las acciones de China tendrán un impacto significativo en el esfuerzo global para evitar un desastre climático. Además, existe un fuerte incentivo económico interno para que China mantenga sus objetivos de ser líder en la lucha contra el cambio climático debido a que la contaminación medioambiental es un lastre de 38 mil millones de dólares para su economía, al considerar el impacto en la salud pública y la reducción de los rendimientos de los cultivos (Lehr, 2019).

China y su relación con el Ártico

China ha estado involucrada durante mucho tiempo en los asuntos del Ártico y se ha convertido en un jugador importante en la región en los últimos años. Hasta cierto punto, los estados árticos y China persiguen diferentes temas en sus discursos árticos: en contraste con el enfoque de los estados árticos en la soberanía nacional, China enfatiza que el Ártico es uno de los bienes comunes mundiales. China nunca ha disputado los derechos soberanos de los estados árticos sobre sus zonas económicas exclusivas, pero enfatiza las dimensiones globales de la región ártica fuera de las mismas y considera que los asuntos relacionados con el Ártico no son sólo asuntos regionales, sino también asuntos interregionales relacionados con el cambio climático y la navegación (Kopra, 2013). El 26 de enero de 2018 publicó el Libro Blanco sobre la Política del Ártico [5] que aclara muchos puntos de su actuación y considera que:

Los estados de fuera de la región del Ártico no tienen soberanía territorial en el Ártico, pero sí tienen derechos con respecto a la investigación científica, navegación, sobrevuelo, pesca, tendido de cables y tuberías submarinos en alta mar y otras áreas marítimas relevantes en el océano Ártico, y los derechos a la exploración y explotación de recursos en el Área, de conformidad con tratados como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar [UNCLOS por sus siglas en inglés] y el derecho internacional general.

China se considera como un país «cercano al Ártico» situado en la región periférica, cerca pero fuera de la región ártica. La región del Ártico tiene una gran influencia en el clima, el medio ambiente y la producción agrícola de China, así como en el desarrollo económico y social. El calentamiento del Ártico está relacionado con eventos climáticos extremos en el país, así como con los patrones de precipitación y el aumento de la temperatura. Así, el derretimiento del hielo marino en el Ártico envía corrientes frías hacia el sur de China y hace que el monzón de verano se mueva hacia el norte; el espesor del hielo marino del Ártico está estrechamente relacionado con varios patrones de lluvia en diferentes áreas del país (Heggelund et al, 2016).

Como parte interesada, China establece los principios de «respeto, cooperación, beneficio mutuo y sostenibilidad». El respeto se refiere a los derechos de las naciones árticas en virtud del derecho internacional, a la vez que exige que los intereses de China y la sociedad internacional sean respetados por las naciones árticas. El beneficio mutuo es un valor constante en la diplomacia china, mientras que la sostenibilidad se refiere a un equilibrio entre la protección y la utilización. Las políticas reales se centran en la cooperación internacional sobre el cambio climático, el desarrollo de energías renovables en el Ártico y la participación activa en la gobernanza global del mismo. (Chen, 2018). Es necesario que China vigile de cerca los impactos del calentamiento global en el Ártico e incorpore su interés en los esfuerzos de política y ciencia climática del país (Heggelund et al, 2016).

China ha reconocido a la región como una alta prioridad, tanto desde el punto de vista de la extracción de recursos como de la seguridad. A mediados de la década de 2000, comenzó a invertir en la región y a tomar medidas para proteger sus intereses. China se ha convertido en un actor ártico comprometido y activo en un período de tiempo relativamente corto y, en el año 2004, estableció su primera estación de investigación científica en la isla ártica de Svalbard en Noruega. En 2009, China creó su Instituto de Investigación Polar y, actualmente, tiene otra estación de investigación en el norte de Islandia, con la ambición de fundar otra en el norte Canadá. Como país de latitudes medias que se ve afectado por las tendencias climáticas mundiales, el gobierno chino ha organizado ocho expediciones científicas en el Ártico. La agenda científica de China se centra en el clima de latitudes medias, los cambios en el hielo marino del Ártico y la acidificación de los océanos (Conley, 2018).

En el año 2013, China se convirtió en observador permanente del Consejo del Ártico lo que aseguró su papel científico y una creciente representación en la gobernanza del Ártico. La condición de observador no permite a China participar en la toma de decisiones, pero garantiza el acceso a todas las reuniones y actividades del Consejo Ártico. Desde la perspectiva del gobierno chino, el nuevo estatus significa que China apoya los principios y propósitos del Consejo Ártico, reconoce la soberanía, los derechos soberanos y la jurisdicción de los países del Ártico en la región ártica, así como su papel de liderazgo en el Consejo y respeta los valores, intereses, cultura y tradición de los pueblos indígenas y otras personas que viven en la región del Ártico. La condición de observador de China en el Consejo Ártico no solo trae privilegios sino también responsabilidades y ha alentado a China a contribuir más en la investigación polar, prestar más atención a la protección de la frágil naturaleza del Ártico, respetar mejor los derechos de los pueblos indígenas y asumir una mayor responsabilidad global (Conley, 2018; Kopra, 2013)

Existe una parte del Ártico que se ha convertido en un punto focal de la diplomacia ártica de Beijing: Groenlandia. A medida que la capa de hielo de la isla y el hielo marino circundante van derritiéndose a causa del incremento de las temperaturas, el potencial económico emergente de Groenlandia va llamando la atención de muchos países. China ha implementado una diplomacia económica en Groenlandia que incluye el fortalecimiento de la cooperación en las áreas de pesca, minería y turismo, introduciéndose también en los sectores de planificación de infraestructuras y cooperación científica. Las empresas chinas tratan de invertir en la riqueza mineral emergente de Groenlandia, cada vez más accesible debido al cambio climático, como la extracción de elementos de tierras raras, uranio y zinc. En 2016, la compañía minera con sede en China, Shenghe Resources, comenzó a extraer en Kvanefjeld (Groenlandia), un depósito mineral que se cree es el segundo más grande del mundo de óxidos de tierras raras y el sexto depósito más grande de uranio (Conley, 2019). Asimismo, existe en China una creciente demanda de aventura y ecoturismo en el Ártico, cada vez más popular como destino alternativo, y se está considerando a empresas chinas para la expansión de tres aeropuertos en Groenlandia que gestionarán el incremento en el número de turistas. China ha sido elegida por Nuuk como una de las numerosas fuentes de capital e inversión extranjera, junto con otras economías no europeas como Canadá. Groenlandia es una prueba crucial para la política ártica de China a medida que profundiza en sus relaciones en medio de una intensa atención internacional que cuestiona cómo la gran potencia puede conectarse con el Alto Norte desde espacios alejados de su territorio (Shu y Lanteigne, 2018).

La huella de China también se observa en el aporte de financiación y tecnología en empresas de Rusia en el Ártico que prioriza la explotación de recursos minerales y energéticos. Para China, estas iniciativas aportan un valor estratégico a la inversión exploratoria en empresas del Ártico y la diversificación de sus importaciones de energía. Asimismo, interviene en el desarrollo de la Ruta del Mar del Norte, una multitud de pasajes a lo largo del Ártico ruso visto como un futuro pasaje marítimo que conecta proyectos de desarrollo de recursos del norte de Europa y Rusia con los mercados asiáticos.

China también se ha expandido al norte de Europa, especialmente a Finlandia, donde ha invertido en una planta de biodiésel a base de madera en su ambición de diversificar su cartera energética para incluir biocombustibles. Las relaciones diplomáticas entre ambos países se están intensificando y, en abril de 2017, firmaron una declaración conjunta que establece y promueve la cooperación futura en los campos de la industria marina ártica, la geología ártica, la investigación marina y polar, la tecnología de protección ambiental y el transporte marítimo y seguridad marítima entre otros.

Islandia es otro objetivo para la política del Ártico de China. Desde el colapso de la economía islandesa en 2008, China ha inyectado una inversión sustancial de capital en el país, con la previsión de que Islandia será un centro logístico clave de la futura actividad del Ártico. La dinámica de estas nuevas relaciones es simple: el desarrollo del Ártico requiere grandes cantidades de capital, y China está en una posición de liderazgo para facilitar esta inversión y, posteriormente, dictar el ritmo y la naturaleza del desarrollo de la región.

La inversión china también se extiende a Canadá donde, de manera similar, se ha centrado en el desarrollo de recursos, incluidos minería, petróleo y gas, así como en la apertura de nuevas rutas de envío en el Ártico, especialmente el Paso del Noroeste. Asimismo, en noviembre de 2017 firmó con Estados Unidos el Acuerdo de Desarrollo Conjunto, en el que se describen importantes inversiones chinas en el desarrollo seguro y eficiente de la infraestructura de Alaska LNG, uno de los proyectos de desarrollo de gas natural más grandes del mundo propuesto para la exportación de gas natural licuado (Conley, 2018) [6].

Por otro lado, China ha ampliado su iniciativa «Una Franja, una Ruta» con un proyecto denominado la Ruta de la Seda Polar que incluye inversiones en puertos, ferrocarriles, cables submarinos y exploración de energía en varias naciones del Ártico. Para los exportadores asiáticos la ruta ofrece un paso mucho más rápido y por lo tanto más barato a los mercados occidentales y les permite evitar la piratería alrededor del Cuerno de África y la congestión en el Estrecho de Malaca (Conley, 2019).

En general, parece que la estrategia del Ártico de China proyecta una perspectiva positiva para la cooperación y el desarrollo internacional en el Ártico, al tiempo que mitiga los temores de los propios Estados del Ártico de que las actividades políticas de China conduzcan a una carrera no gestionada, caótica y ambientalmente degradante para desarrollar la región. La estrategia de Beijing efectivamente se basa en tres pilares centrales, cada uno de ellos construido y reforzando al otro: respeto, cooperación y escenarios de beneficio mutuo (Conley, 2018).

La Paradoja del Ártico

Debido a la preocupación por el cambio climático y sus efectos a nivel global, se están buscando medidas de protección más fuertes para frenarlo y evitar la aceleración de la destrucción del Ártico. Sin embargo, por otro lado, hay planes para el aprovechamiento de las nuevas oportunidades que ofrece el Ártico en el transporte marítimo, la minería o la perforación si la fusión del hielo continúa a buen ritmo. El contraste entre los dos planes es evidente, restringir el cambio climático adicional o explotar las ventajas a medida que ocurren, por lo que es imperativo que los gobiernos apoyen más investigaciones científicas sobre su impacto a gran escala ya que el Ártico es uno de los ecosistemas más frágiles del mundo. Como describe Russell (2015), «lo que sucede en el Ártico no se queda en el Ártico», sino que afecta globalmente.

El Ártico ofrece oportunidades económicas sustanciales, lo cual ha llevado a muchos estados y empresas interesados en la región a promover una política de «desarrollo sostenible» que pueda equilibrar estas oportunidades con la protección del medio ambiente. Impulsados por la perspectiva de oportunidades económicas, principalmente relacionadas con la energía, multitud de gobiernos nacionales, desde estados árticos hasta estados no árticos, y diferentes empresas están tratando de establecerse en la región extremadamente frágil que es clave para el sistema ambiental y climático de la Tierra (López et al, 2018).

Una mayor explotación de la región reforzará inevitablemente la llamada «paradoja del Ártico», que captura la idea de que la extracción de hidrocarburos y otros recursos naturales en la región, y una de sus consecuencias, la liberación de gases de efecto invernadero a la atmósfera, generarán un círculo vicioso que incrementará las temperaturas y acelerará el cambio climático, facilitará el acceso a más recursos de petróleo y gas, lo que a su vez agravará los efectos nocivos regionales y globales del cambio climático.

El Ártico ha permanecido hasta ahora bastante a salvo de la actividad industrial humana debido a su larga historia de aislamiento por sus difíciles condiciones climáticas, por lo que puede considerarse como una de las áreas menos contaminadas del planeta. Sin embargo, debido al aumento de las temperaturas y a la desaparición constante del hielo polar, la actividad humana va interviniendo cada vez en más aspectos que dejarán su huella en ese frágil ecosistema. Aunque las intenciones de los países sean de fomentar un desarrollo sostenible, las actuaciones en el Ártico como la extracción de recursos naturales, la actividad mercante o turística generará un aumento actividad que afectará de manera negativa al medio ambiente. El efecto del turismo puede parecer menor, pero ejerce una enorme influencia y puede provocar erosión del suelo, mayor contaminación, pérdida de hábitat natural y más presión sobre las especies en peligro de extinción, efectos que pueden destruir gradualmente los recursos ambientales. Aunque el número de turistas que viajan al norte sigue siendo aun relativamente pequeño, algunas áreas están viendo un desarrollo turístico masivo en este entorno extremadamente frágil [7].

Según Depledge (2016), las decisiones sobre qué tipos de arreglos de gobernanza deberían establecerse tampoco están claras. Estos arreglos estarán formados por preguntas sobre cómo se espera que sea el clima futuro del Ártico y si esto debería conducir a un mayor enfoque en «abrir» o «salvar» las regiones del Ártico. La lucha entre estos dos futuros posibles se librará mediante alianzas competitivas que buscan movilizar intereses y conexiones compartidas en todos los niveles, desde lo indígena / local a lo nacional, regional e internacional. En consecuencia, la cuestión de cómo anticipar y responder mejor a los cambios climáticos en las regiones árticas será un problema no solo de la política local o regional, sino también de la política global.

Las posiciones sobre la paradoja del Ártico de los principales actores como Canadá, China, Rusia y los Estados Unidos giran en diferentes grados en torno a la noción de «desarrollo sostenible», es decir, la idea de que las oportunidades económicas en el Ártico pueden explotarse mientras se protege el medio ambiente. Por ello, se espera que el peso económico de la extracción de recursos naturales o de actividades como el transporte marítimo, la pesca y el turismo aumente en los países del Ártico en el futuro cercano, siendo todo ello un fuerte indicador que apunta a que se privilegie de facto la búsqueda de intereses económicos por encima de la protección del medio ambiente en la región (López et al, 2018). Es necesario, pues, llegar a acuerdos que eviten que los planes de protección de este frágil ecosistema, dentro de la dualidad de la paradoja del Ártico, no caigan en el olvido, enterrados por los proyectos de desarrollo económico que, aunque sean sostenibles, pueden acelerar el cambio climático con las graves consecuencias a nivel regional y global que ello conlleva.

Conclusiones

El cambio climático se ha convertido en uno de los grandes retos estratégicos de este siglo. Una de las zonas más sensibles al aumento de las temperaturas es el Ártico que se está calentando a una velocidad tres veces más rápida que otras partes del planeta y donde se están produciendo eventos inusuales que están modificando todo el ecosistema y los patrones climáticos globales.

China se ha posicionado como líder en la lucha contra el cambio climático y ha logrado avances importantes al establecer políticas para frenar sus emisiones de CO2. Pero debe ir más allá e intensificar sus esfuerzos de reducción para todas las emisiones de los principales gases de efecto invernadero y así mostrar el liderazgo que el mundo necesita sobre el cambio climático. China es el mayor emisor de carbono del mundo por lo que no puede permitirse estancarse en la lucha contra el cambio climático y perder el impulso en su esfuerzo por reducir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Es importante que la política exterior emblemática de Xi Jinping, la iniciativa «Una Franja una Ruta», no se convierta en una oportunidad para exportar o descargar las industrias contaminantes de China, sino más bien en una ocasión para promover las mejores prácticas ecológicas de China y ayudar a generar confianza en un BRI sostenible.

La desaceleración de la economía de China no es una razón para renunciar a un papel principal en la lucha contra el cambio climático. De hecho, actuar como un «portador de la antorcha» en ese esfuerzo puede ser la mejor apuesta de China para una economía más fuerte y sostenible. Si China llevara a cabo una implementación completa de las políticas medioambientales existentes y anunciadas es probable que alcance sus objetivos antes de tiempo. Pero es necesario que complete la reforma del sector eléctrico para no depender tan intensamente del carbón, haciendo que los estándares de eficiencia energética sean más estrictos en el futuro. Estas políticas de eficiencia energética son cruciales para lograr reducciones profundas en las emisiones de CO2 y deberán actualizarse continuamente con el tiempo. El otro gran desafío al que se enfrenta China para lograr sus objetivos de París es asegurarse de que las empresas y los gobiernos locales cumplan con las políticas y regulaciones que el gobierno ya ha establecido.

Aunque las actuaciones de China sobre la contaminación, su capacidad para probar nuevos modelos y tecnología, y su poder de inversión y financiación de proyectos, tendrán un impacto significativo en el esfuerzo global para evitar un desastre climático, es necesario una gama más amplia de actores en las deliberaciones sobre la paradoja del Ártico. El panorama geopolítico de la gobernanza del Ártico es complejo, por lo que deben estar involucrados todos los estados árticos y no árticos y centrarse en el valor de dicho ecosistema como un bien común mundial porque «lo que sucede en el Ártico no se queda en el Ártico». Es un debate multilateral que debe dar lugar a políticas que ofrezcan una orientación más clara sobre cómo abordar la paradoja del Ártico, unas estrategias operativas que indiquen cómo actuar para equilibrar el desarrollo económico con la protección medioambiental e impedir la sobreexplotación en todos los niveles, fundamental para evitar que continúe el deterioro del Ártico con su consecuente efecto sobre la climatología del planeta que a todos nos afecta.

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Notas

[1] https://unfccc.int/files/meetings/paris_nov_2015/application/pdf/paris_agreement_spanish_.pdf

[2] https://www.nationalgeographic.com/magazine/2013/09/rising-seas-ice-melt-new-shoreline-maps/

[3] https://climate.nasa.gov/evidence/

[4] https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/

[5] http://chinaplus.cri.cn/news/china/9/20180126/83181.html

[6] https://www.hydrocarbons-technology.com/projects/alaska-lng-project/

[7] https://arcticwwf.org/work/people/tourism/


Rosa María Rodrigo Calvo es Licenciada en Estudios de Asia oriental y Máster en China contemporánea y Relaciones Internacionales

Fuente: http://politica-china.org/areas/politica-exterior/el-cambio-climatico-y-la-paradoja-del-artico-intereses-de-china