La denominada «producción barata» se ha convertido con rapidez en sobado tópico televisivo y mediático. Financieros, monopolios comerciales, la Patronal de las PYMES, periodistas de diverso tinte, ONGs, partidos políticos pequeño-burgueses en campaña de cosecha entre tenderos… Todos estos especímenes pretenden pontificar ante los proletarios sub-mileuristas, mostrándoles a quién les está éticamente permitido comprar o […]
La denominada «producción barata» se ha convertido con rapidez en sobado tópico televisivo y mediático. Financieros, monopolios comerciales, la Patronal de las PYMES, periodistas de diverso tinte, ONGs, partidos políticos pequeño-burgueses en campaña de cosecha entre tenderos… Todos estos especímenes pretenden pontificar ante los proletarios sub-mileuristas, mostrándoles a quién les está éticamente permitido comprar o dónde no deberían entrar a hacer uso de su salario, si es que quieren comportarse como Well Educated Citizens europeos. Los intereses de clase y sus sermones hacen pasar nada menos que por «responsabilidad cívica» el comprar por 20 aquello que podemos (y necesitamos) comprar por 2.
El «honrado españolito» habría caído víctima de desleales competidores, fríos impagadores de impuestos, calculísticos reventadores de precios que pueden cometer el abuso gracias a una sádica orgía productiva previamente celebrada, al empleo de malos materiales y a la baja calidad de los procesos de trabajo. Una plaga de hormigas que mal-producen cutrerío…, y «así cualquiera». Pero la realidad es, en cambio, que «de todo hay en la viña del Señor», y «barato chino» no suele significar de mala calidad (o de peor calidad), tal y como demostraré más adelante recurriendo a un concepto marxista: productividad del trabajo.
Los mensajes son nada inocentemente emitidos, llevando a prejuzgar los precios bajos como si estos fueran resultado -sin desdibujar la etiqueta «made in China, mal producto»- de esclavitud promovida por capitalistas fuera de control (el Oriental, el salvaje, el Peligro Amarillo, el no-demócrata, el incivilizado todavía, el chino rojo, el viet…). Pero la resolución al enigma de la baratura extraordinaria alcanzada por las exportaciones chinas, estriba más bien en la brutal emisión estatal de moneda y puesta en circulación de yuanes (políticas monetaristas, o devaluadoras). A esto hay que sumar la impresionante productividad del trabajo en China.
Y digo, entiéndase, productividad del trabajo; NO Tasa de explotación. Ambos conceptos son, de hecho, antitéticos. Productividad del trabajo es la relación entre cantidad de trabajo humano invertido, y Valor obtenido. Tasa de explotación es, por el contrario, la relación entre Valor de sustento para la Fuerza de Trabajo, y Valor total producido por esa Fuerza de Trabajo. Los avances científico-técnicos en China han desarrollado innovadora tecnología tanto como inéditas formas de organizar los procesos laborales y de correlacionar a estos. Todo ello ha ido aplicándose al tejido industrial nacional chino (sea empresarial o estatal), lo que significa que, a una misma cuantía de energía laboral humana aplicada, el rendimiento productivo es mayor. Se advertirá que esto no significa tendencia a estar más explotado, sino lo opuesto (matemáticamente), ya que la obtención de una misma cantidad de Valor exige una menor extracción de Valor de FT y por tanto un menor «gasto» de la misma.
El desarrollo de la productividad laboral baja los precios de las mercancías, porque a X empleo de «Valor trabajo» (a X consumo de trabajo humano) hay más producto. De esta manera, se puede rebajar el precio mercantil y aún se gana mucho, pues mucho más aún se ha rebajado el gasto energético laboral para determinado monto de mercancía resultante.
Al revés que con este explicado concepto de productividad del trabajo, la llamada por Marx intensidad del trabajo aumenta el valor producido por unidad de tiempo, por medio de intensificar el trabajo extraído al proletario en una determinada unidad de tiempo. De este modo último, el «Valor trabajo» se exprime no extensivamente (aumentando el tiempo de extracción), sino intensivamente (se trabaja más cuantitativamente en un mismo lapso de tiempo).
La «crítica» a China vertida por el Hegemonismo y sus vasallos confunde deliberadamente los conceptos de Productividad del trabajo e Intensidad del trabajo, a fin de estigmatizar a China entre el Pueblo y el proletariado «occidentales», cuando, a mayor productividad, >TRABAJO x = PRODUCTO (menos trabajo por producto).
Pero, ¿por qué están los Fondos de inversiones «occidentales» (principalmente estadounidenses), tanto como las entidades financieras, tan interesados todos en sostener la producción de esta imagen?. Recordemos que Fondos y finanzas son los comunes propietarios máximos de los mercados de acciones tanto en el terreno de los monopolios textiles «occidentales» como en el terreno de los monopolios mediáticos y de las Agencias de Prensa. Esta dualidad manifestada por los inversionistas y por las finanzas nos confronta a cinismo, pues aquellos mismos hiper-explotadores que arman su propio tejido empresarial monopolista textil y del calzado (Nike, Adidas, Mango, Zara, Desigual, Tommy Hilfiger…) en países-taller y en la misma China, son quienes inventan y pregonan la siniestra asociación semántica «Producción nacional china-Barato-Hiper-explotación», tal y como si se tratara de un programa de orwelliana neo-lengua.
Para estos negreros-denunciadores, la cuestión primordial, desengañémonos por una vez, no es «dónde» (al fin y al cabo ellos invierten también en desplegar producción al interior de China), sino «quién» (la competencia china en proceso de arrebatarles sus tradicionales mercados). Sin embargo, parece que la cuestión «dónde» importa también mucho a estos elementos monopolistas, quienes curiosamente personifican en sí mismos la cuestión «quién». Trataré de explicarme:
Las maquilas existentes en los Estados Unidos no son expuestas por prensa, o bien se dice que son underground (un residuo perdido en la inmensa profundidad de la economía sumergida). Pero, de hecho, los monopolios estadounidenses están cerrando sus maquilas en México y localizando ese Capital dentro de los Estados Unidos, porque trasladar allí la producción es incluso más barato que mantenerla dentro de territorio mexicano. Así pues, no estamos ante un asunto desfocalizado respecto del punto de mira estatal, sino que, al contrario, se trata de pura política de Estado: es imposible que todo ese Capital e inversiones sea movido sin involucrar al Estado mismo.
A pesar de la fachada de filantropía, la cuestión principal subyacente al fenómeno es el impasse chino: China poseerá el PIB más elevado del Mundo para alrededor de 2016, y bastará unas décadas para que China e India posean conjuntamente entorno a la mitad del PIB mundial. Por supuesto, tal proceso está levantando pánico en esos mismos Estados, instituciones y monopolios enemigos de China pero que se hallan asentados produciendo en China. La producción nacional china no está empleando masivamente Dagon-Mei (Fuerza de Trabajo hiper-explotada o hiper-empleada en extensas jornadas o multi-empleada), contrariamente a lo que ellos, imperialistas operantes en suelo chino, sí hacen.
A su vez, y aunque se trata de una muy dura realidad, la realidad Dagon-Mei no es acorde a la propaganda que identifica dicho concepto tout court con mujeres esclavas durmiendo sobre el suelo de la fábrica por un cuenco de arroz (fenómeno, este último, por otro lado también existente en China, aunque lejos de alcanzar las dimensiones atribuidas). Esta confrontación entre realidad y mera propaganda anti-china, en absoluto exculpa al Estado chino de ser también responsable (indirecto) de este fenómeno, en la medida en que dicho Estado toma parte (tributación sobre los monopolios) y deja hacer.
En cualquier caso, el fenómeno está también lejos de ser una «cuestión de opresión de género», a pesar de los montajes conceptuales sensacionalistas entretenidos en definir Dagon-Mei como «mujer esclava», haciendo carnaza del estereotipo del «déspota Oriental con las mujeres» y ocultando que el hiper-empleo chino afecta a ambos sexos.
Tampoco el fenómeno es una particularidad china, aunque la palabra sí lo sea. La explotación capitalista no fue creada históricamente en China.
A su vez, y hablando ya no centralmente de China, los precios finales baratos tienen más que ver con la dependencia (cadena impuesta por el imperialismo) que con los países dependientes en sí. Los precios guardan relación fundamental con los mercados imperialistas de cambio monetario y con los mercados de valores (manejados en New York), así como con la especulación bursátil sobre alimentos (manejada en Chicago).
A estos factores hay que sumar la desigualdad en el valor de los intercambios comerciales motivada por una división internacional del trabajo, diseñada desde las Potencias, que preserva para el imperialismo la propiedad sobre las mercancías más valorizadas (productos que a menudo incorporan a su propio valor final, el valor de las materias primas vendidas por los países dependientes).
Finalmente, hay que tener en cuenta que el principal respaldo al valor monetario de un país es su propiedad sobre el Valor de un conjunto de capitales, factores de producción, Fuerzas Productivas, mercancías… Es decir: si se posee comparativamente poco, la moneda propia vale comparativamente poco, de modo que las mercancías valoradas por defecto en tal moneda, resultan baratas para los países importadores (su precio de salida es favorable a la moneda del importador, pues esta última moneda es «más fuerte»).
Decir que los precios de las mercancías chinas son consecuencia de un grado diferencial y cualitativo de explotación sufrida por el proletariado chino in block, es puro Mito, toxicidad y desconocimiento. Debiéramos pensar, junto con lo expuesto a través de los párrafos anteriores, en técnicas de organización racional del trabajo, así como en la nueva tecnología productiva china, que está siendo exportada nada menos que… ¡a Japón!. Esto ayuda a bajar los precios. Debiera ser recordado también que el salario medio chino se ha incrementado más del 60% entre 2008 y este año que ahora acaba. A fin de ganar hoy el salario medio real español en los setenta, un trabajador debería cobrar en España una media de 1.950 euros. Cuando España es un país donde el salario más común está entorno a los 970 euros.
Estoy seguro de no correr a plegarme al slogan «No compren chino». Yo no percibo al «Peligro rojo-amarillo» como un peligro para mí ni para el Pueblo, sino para otros. No se puede culpar al Estado chino de promover la instalación de pequeña empresa en el exterior a base de avales y de créditos baratos, devoluciones ventajosas, etc. No es tal competencia la que en el fondo compromete a la pequeña empresa española, sino el propio Estado Español: opresivo con ella, mecenas de las finanzas, de dentro y de fuera, a expensas de la pequeña empresa y de todo el Pueblo.
«No compren chino» es un slogan vertido precisamente por quienes están procediendo a la «chinización» laboral del Mundo entero (al que quisieran dividir entre países-taller y países vasallos de pura extorsión), a fin de evitar su vertiginosa caída de competitividad. Y son sus periodistas mercenarios y sus economistas a sueldo quienes sin pudor pronuncian «chinización», término racista para referirse a las condiciones que aquí y allá imprime su declinante Amo, el Hegemonismo.
Tamer Sarkis Fernández es Asesor para Siria de Diario Unidad