La geopolítica, que se originó durante el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, representa una visión inherentemente pesimista de las relaciones internacionales como lucha perpetua por el poder.
Pero mientras las instituciones militares y políticas del mundo se preparan para un conflicto prolongado, debemos resistirnos a las tentaciones de una mentalidad de suma cero.
Una de las consecuencias lamentables de El origen de las especies, la obra de Charles Darwin, fue la aparición de la pseudociencia conocida como geopolítica. Inspirándose en los conceptos de Darwin de «selección natural» y «supervivencia de los más aptos», los progenitores de la geopolítica sostenían que toda la historia estaba moldeada por una competitiva «lucha de naciones«. Este enfoque, que contrastaba fuertemente con la visión armoniosa de las relaciones internacionales defendida por los pensadores de la Ilustración y los economistas clásicos, consideraba a todos los países como depredadores potenciales, y estimaba que los más exitosos acababan sometiendo al resto.
A partir de finales del siglo XIX, las principales universidades occidentales crearon departamentos de geopolítica con el objetivo de formar a futuros líderes en esta «ciencia» emergente. Pensadores alemanes como Karl Haushofer, ansioso por establecer la reivindicación alemana de un «lugar al sol«, fueron entusiastas defensores de la geopolítica. Pero la geopolítica también cautivó a intelectuales británicos como Halford Mackinder, que buscaba preservar la supremacía naval de Gran Bretaña. En su ensayo de 1904 “The Geographical Pivot of History” [«El pivote geográfico de la historia»], Mackinder afirmó de modo célebre: «Quien gobierna Europa del Este manda en el “heartland” [“corazón continental”] ; quien gobierna en el “heartland” manda en la “world-island” [“isla mundial”]; quien gobierna en la “world-island” manda en el mundo». La ambición de desafiar al Reino Unido llevó más tarde a Alemania a iniciar dos guerras mundiales para arrebatar a Rusia el control del corazón de Eurasia.
Cuando el Imperio Británico inició su declive, la geopolítica encontró un nuevo hogar en los Estados Unidos. Pero mientras pensadores como Mackinder se centraban en el corazón euroasiático, el politólogo Nicholas Spykman destacaba la centralidad del “rimland” [“anillo continental”], que abarcaba todas las regiones costeras de Europa Occidental, Oriente Medio y el Pacífico Oriental que lo rodeaban. En 1944, Spykman revisó el dictamen de Mackinder, afirmando: «Quien controla el “rimland” gobierna Eurasia; quien gobierna Eurasia controla los destinos del mundo». Con esto en mente, los Estados Unidos se propusieron controlar las orillas de Eurasia.
Sin duda, la geopolítica nunca ha pretendido ser una ciencia puramente positiva. Las luchas de poder se presentaban invariablemente -y quizá se percibían realmente- como batallas entre el bien y el mal. Los propagandistas aliados caracterizaron la Primera Guerra Mundial como un conflicto entre la democracia y la autocracia prusiana. Por el contrario, el escritor alemán Thomas Mann veía la guerra como una lucha entre la noción alemana de kultur y la civilización occidental. Del mismo modo, mientras los expertos norteamericanos en geopolítica veían la Guerra Fría como una batalla existenciale entre democracia y totalitarismo, sus homólogos soviéticos la describían como una guerra defensiva, en la que el socialismo se enfrentaba al capitalismo depredador.
En su polémico libro de 1919, The Economic Consequences of the Peace [Las consecuencias económicas de la paz], John Maynard Keynes se abstuvo de culpar a Alemania de la Primera Guerra Mundial, a pesar de que Alemania era claramente el agresor, al haber violado la neutralidad belga. En su lugar, Keynes consideró la guerra como resultado inevitable de la mentalidad geopolítica. Para él, la geopolítica era la «serpiente» en el jardín del internacionalismo liberal. Keynes reprochó a los pacificadores su incapacidad para reparar la devastación causada por la guerra.
Hoy en día, las instituciones militares y políticas del mundo se encuentran de nuevo bajo la influencia de la mentalidad geopolítica. Inspirados por las teorías de Mackinder y Spykman, los expertos en política exterior de Washington, Londres, Moscú y Pekín creen que el futuro de las relaciones internacionales depende de la lucha de poder entre los Estados Unidos y China, que consideran una batalla entre democracia y autocracia. Por la misma razón, la invasión rusa de Ucrania podría describirse como un intento de mantener el control sobre el corazón continental, mientras que la respuesta de la OTAN podría representar el contraataque del anillo continental. Parece asimismo que las potencias occidentales están enzarzadas en una guerra de inteligencia artificial con China, cuyo resultado decidirá quién gobierna el mundo.
Esta percepción de las relaciones internacionales ya ha generado graves consecuencias económicas. En primer lugar, la guerra en Ucrania ha provocado un aumento de los precios de la energía y los alimentos, desencadenando una crisis del coste de la vida, frenando el crecimiento económico y alimentando la inflación. Cualquier guerra, aunque sea por delegación, conduce inevitablemente a un descenso del nivel de vida de la población civil. La única cuestión es si esta disminución se desencadena por el aumento de los impuestos o por la inflación galopante.
Mientras que Occidente puede estar dispuesto a pagar este precio por una mayor sensación de seguridad o moralidad, ¿qué ocurre con el mundo en desarrollo? Aunque no están directamente implicados en la guerra de Ucrania, los países del mundo en desarrollo han sufrido grandes daños colaterales en forma de aumento de los precios de la energía y los alimentos, sin que exista ningún mecanismo redistributivo mundial que lo compense. El impacto ha sido especialmente grave en los países del norte de África y Oriente Medio, que dependen en gran medida de las importaciones de alimentos de Rusia y Ucrania y se enfrentan ahora a una aguda escasez de alimentos.
La subida de los precios de los alimentos ha sido a menudo el principal catalizador de la agitación política en los países pobres. Se calcula que 48 países han sufrido disturbios políticos internos o guerras civiles durante la crisis alimentaria mundial de 2008 a 2012. Hoy en día, las ramificaciones políticas de la escasez de alimentos son claramente evidentes en Sudán, donde más de un millón de personas se han visto desplazadas mientras luchan el ejército y grupos paramilitares rivales por el control de los escasos recursos del país.
Las sanciones económicas se originaron durante la Primera Guerra Mundial como medio de bloquear el comercio del enemigo. Sin embargo, en situaciones que no llegan a una guerra mundial a gran escala, su aplicación hace inalcanzable una economía abierta y globalizada. Dado que las sanciones hacen imposible garantizar la seguridad de las cadenas de suministro, se piensa que es mejor limitar las relaciones comerciales a los países «amigos». Pero los líderes mundiales no parecen haber considerado las ramificaciones económicas y políticas de reorientar el comercio y las finanzas internacionales, alejándolas de la eficiencia y orientándolas hacia la seguridad nacional.
La geopolítica representa un enfoque intrínsecamente pesimista de las relaciones internacionales, ya que está dispuesta a aceptar el riesgo de destrucción a gran escala para asegurar un futuro que, de otro modo, podría lograrse mediante la cooperación y la buena voluntad. La clarividente advertencia de Keynes contra la adopción precipitada de la violencia debería tener eco entre los líderes políticos de todo el mundo: «No basta con que el estado de cosas que pretendemos promover sea mejor que el estado que le precedió; debe ser lo bastante mejor como para compensar los males de la transición».
Robert Skidelsky. Profesor emérito de Economía Política en la Universidad de Warwick y miembro de la Academia Británica en historia y economía, forma parte de la Cámara de los Lores. Autor de una biografía de tres volúmenes de John Maynard Keynes, comenzó su carrera política en el Partido Laborista, se convirtió en el portavoz del Partido Conservador para asuntos del Tesoro en la Cámara de los Lores, y finalmente fue expulsado del partido conservador por su oposición a la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999.