Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En el prólogo de su nuevo libro From the Ruins of Empire: The Revolt Against the West and the Remaking of Asia [Desde las ruinas del imperio: La revuelta contra Occidente y la transformación de Asia], el galardonado autor y ensayista Pankaj Mishra escribe:
«Occidente ha visto Asia a través de la estrecha perspectiva de sus propios intereses estratégicos y económicos, dejando sin examinar -y sin imaginar- las experiencias colectivas y subjetividades de los pueblos asiáticos… [Este libro] no trata de reemplazar una perspectiva eurocéntrica o centrada en Occidente por otra igualmente problemática centrada en Asia. Más bien, se propone abrir múltiples perspectivas respecto al pasado y el presente, convencido de que las suposiciones de poder occidental -cada vez menos sostenibles- ya no constituyen un punto de observación fiable e incluso pueden ser peligrosamente desorientadoras.»
Concentrándose en las trayectorias de dos pensadores y activistas itinerantes, el persa Jamal al-Din al-Afghani (1838-97) y el chino Liang Qichao (1873-1929) -así como en otros intelectuales y dirigentes asiáticos- Mishra cuestiona airosamente la narrativa centrada en Occidente, postulando que «el evento central del siglo pasado para la mayoría de la población del mundo fue el despertar intelectual y político de Asia y su emergencia de las ruinas de los imperios asiáticos y europeos».
Esta tesis posibilita perspectivas cruciales y de otra manera inaccesibles de la historia contemporánea, incluyendo fenómenos que van de la formación de al Qaida al ascenso de China.
Tuve la oportunidad de dialogar con Mishra por correo electrónico sobre su libro, y la transcripción de la entrevista aparece a continuación.
En cuanto a la potencial fertilidad de las ruinas imperiales de nuestros días, las poblaciones acostumbradas a desviar la acusación de «incivilizados» hacia los no occidentales harían bien en reflexionar sobre obvios paralelos entre, por ejemplo, la actual conducta de los militares de EE.UU. en el exterior y la descripción de Mishra de los soldados franceses de la era de Napoleón, quienes «mientras reprimían la primera de las revueltas egipcias contra su ocupación, asaltaron la mezquita al-Azhar, ataron sus caballos a los nichos de oración, pisotearon los Quranes con sus botas, bebieron vino hasta la inconsciencia y luego orinaron en el piso».
Belén Fernández: Usted explica al comienzo de From the Ruins of Empire:
«La forma de este libro -en parte ensayo histórico y en parte biografía intelectual- es motivada primordialmente por la convicción de que las líneas de la historia convergen en vidas individuales, incluso a pesar de que estas últimas tienen su propia forma y dinamismo. Los primeros hombres de Asia moderna que describe viajaron y escribieron prolíficamente, evaluando incansablemente sus propias sociedades y otras, meditando sobre la corrupción del poder, la decadencia de la comunidad, la pérdida de la legitimidad política y las tentaciones de Occidente. Sus apasionadas indagatorias aparecen en retrospectiva como un solo hilo, tejiendo eventos y regiones aparentemente dispares en una sola red de significado.»
Usted ha discutido su propia formación intelectual y viajes en anteriores escritos, como en su libro Temptations of the West: How to Be Modern in India, Pakistan, Tibet, and Beyond. ¿Qué convergencia de eventos y experiencias lo llevaron a comenzar From the Ruins of Empire?
Pankaj Mishra: Muchas cosas durante la última década. Solo hablaré de dos en esta oportunidad. La primera fue seguramente mi visita al valle de Cachemira de mayoría musulmana en el año 2000, donde presencié una ocupación militar por una nación Estado, India, que reivindicaba el prestigio moral del secularismo pero en realidad era en su mayoría hindú de muchas maneras significativas, así era percibida por los cachemiríes que habían pertenecido durante mucho tiempo a una cultura cosmopolita y sincrética.
Entonces me comencé a preguntar por qué muchas naciones Estado asiáticas habían resultado frecuentemente más violentas que los imperios europeos de Asia que habían reemplazado. Y entonces comencé a preguntarme -y es un tema importante en el libro- si los modelos políticos y económicos que los asiáticos habían adoptado de Occidente en su lucha por la autodeterminación y la dignidad eran desastrosamente inadecuados.
También me di cuenta de que la versión post-colonial de la historia con la que había crecido -que celebraba la emergencia de la nación Estado de la dominación extranjera- era profundamente defectuosa y omitía muchas cosas.
El otro factor que me influenció fue el clima político posterior al 11-S en Occidente. Cómo una variedad tan amplia de políticos, responsables políticos, periodistas y columnistas podían volver a abrazar las falsas ilusiones del imperio que se pensaba que habían sido efectivamente destruidas por la descolonización hace 50-60 años; cómo podían llegar a creer que los afganos y los iraquís solo ansiaban chupar los grandes garrotes que les ofrecían los soldados estadounidenses, como recomendó inimitablemente [el condecorado columnista de asuntos exteriores del New York Times] Thomas Friedman…
Todo esto fue asombroso para mí, y para gente como yo que comparte una sospecha reflexiva respecto a los imperialistas armados que pretenden ser misioneros.
Por lo tanto ni las narrativas neo-imperialistas ni las post-coloniales parecían ser exactas. Ambas habían eliminado o descuidado toda una variedad de ideas y personalidades en el campo asiático, y sentí que era hora de volver a considerarlas, para ver lo que nos podían decir.
BF: El año pasado, usted hizo una reseña de Civilisation: The West and the Rest de Niall Ferguson para London Review of Books. Esto provocó un prolongado ataque de cólera de Ferguson, incluyendo acusaciones de difamación y la amenaza de una demanda judicial.
¿Cómo cuestiona la sustancia de su nuevo libro la visión del mundo de seudoeruditos como Ferguson, quien -como usted señala- se definió en 2003 como «un miembro totalmente remunerado de la banda neo-imperialista», y apoyó la evaluación del neoconservador Max Boot de que EE.UU. debería esforzarse por replicar en Asia «el tipo de administración extranjera ilustrada que solía ser provista por ingleses seguros de sí mismos en pantalones de montar y salacots»?
PM: En este libro no apuntaba a los neo-imperialistas amantes de los pantalones de montar o a sus argumentos a favor de un imperio occidental renovado. No me interesa involucrarme en ideas tan absurdas y, como hemos visto en los últimos días, los fetichistas del salacot logran perfectamente desacreditarse a sí mismos.
Ciertamente no quería entrar en una discusión sobre si el imperialismo occidental tuvo su lado bueno, los pensadores y escritores asiáticos en mi libro comparten la simple suposición de que un sistema que santifica la violencia en gran escala, la explotación, la esclavitud y el racismo es reprensible, indeseable y, finalmente, insostenible.
Y lo más importante, el neo-imperialismo se ha desenmascarado como en bancarrota estratégica y moral. Retiene el potencial de hundir al mundo en una terrible conflagración -un ataque a Irán podría ser la chispa- pero no puede preservar los intereses de EE.UU. en un mundo multipolar; solo puede dañarlos irreparablemente.
BF: Existe una tendencia, entre miembros del establishment de la política exterior y la intelectualidad occidentales, de reducir los fenómenos internacionales a una retórica y conceptos simplistas y no históricos – por ejemplo el 11-S = los musulmanes odian nuestra libertad.
¿Si adquirieran un interés espontáneo en el asunto, qué podrían aprender estos personajes de un estudio de al-Afghani, Liang Qichao y otros que pudiera posicionarlos para interpretar el terrorismo islámico contemporáneo, la Primavera Árabe, el ascenso de China?
«El embajador de EE.UU. en Afganistán podría presumiblemente ahorrarse por lo menos más donaciones de 25.000 dólares para la restauración de la tumba de al-Afghani que, como usted explica en el libro ocurrieron como resultado de una efímera convicción posterior al 11-S de que el hombre representaba un Islam moderado, liberal y compatible con Occidente. Usted objeta: «El voluble y brillante al-Afghani fue cualquier cosa que no sea ese insulso sueño de imaginación optimista»
La década del 11-S – ¿Choque de civilizaciones?
PM: Sí, se podría ahorrar mucho dinero, y gastarlo en programas meritorios en Occidente y en Afganistán, si las simples ecuaciones morales -minifaldas contra barbas talibanes- fueran reemplazadas por un encuentro con la historia de Occidente en Asia, y la no menos atormentada historia de Asia post-colonial.
Uno de los problemas con esos relatos y binarios seudoculturales y cuasi-psicológicos -esos bárbaros odian nuestras libertades etc., liberalismo contra islamofascismo- es que desconocen su propia larga historia.
Los asiáticos que sienten los filos cortantes de los «valores» occidentales como el liberalismo -y hay muchas personas semejantes en mi libro- conocían muy bien esos trucos ideológicos: extranjeros que justificaban su brutal dominación y humillación racial de los pueblos asiáticos en nombre de sus supuestamente superiores valores de «civilización».
Es por cierto, solo una de las numerosas cosas que los responsables políticos occidentales podrían aprender si reflexionaran respecto a al-Afghani y Liang Qichao.
Sin embargo, la lección más importante y muy simple que contiene para los comentaristas estadounidenses y europeos, quienes durante mucho tiempo han asumido que todos en el mundo solo esperan convertirse en algo semejante a ellos, es la siguiente: cómo los asiáticos han concebido durante el último siglo y medio su sitio en el mundo dominado por una pequeña minoría de hombres blancos.
Es lo que mi libro trata de describir. En esa básica búsqueda de dignidad e igualdad y de liberación de la humillación -tan obvia pero tan pocas veces discutida- se basan todos los eventos de los que usted habla, sean la Primavera Árabe o el ascenso de China.
Por lo tanto, a menos que uno acepte que la gente ha concebido su propia suerte, ha hecho sus propias citas con el destino, sin que importe lo que Occidente quiere o cómo Occidente se ve a sí mismo y juzga a los pueblos no occidentales, siempre se sentirá un poco desconcertado por todo lo que sucede en el mundo actual, y terminará recurriendo a nociones simples, auto-halagüeñas como «deben de odiar nuestras libertades».
El libro encara esta masiva incompatibilidad de la memoria histórica y las auto-percepciones entre Occidente y Asia.
BF: Usted escribe: «La globalización, es obvio, no conduce a un mundo plano marcado por creciente integración, estandarización y apertura cosmopolita, a pesar de los profundos deseos de algunos comentaristas».
A continuación usted detalla algunos de sus efectos perniciosos en India contemporánea, como cuando esas «cosechas fracasadas y la espiral de las deudas llevaron a más de cien mil agricultores al suicidio en la última década», un fenómeno que tiene que ver con el libre comercio y las políticas de ajuste estructural del Banco Mundial a favor de corporaciones globales como Monsanto.
¿Cómo es posible que, ante siglos de evidencia que erradican radicalmente la posibilidad de que el libre comercio sea un catalizador para la prosperidad general, el descubridor del mundo plano [es decir Thomas Friedman] haya convertido su descubrimiento en un extraordinario éxito de ventas, en el cual imparte estadísticas de que «cualquier aldeano indio» confirmará la necesidad de una globalización realzada?
PM: Toda época tiene sus falsos profetas, sus flautistas de Hamelín, ¿pero qué nos dice sobre nuestra propia época el que nuestro más famoso sabio global crea en el mundo plano? La historia relatada en mi libro deja claro que el «libre mercado» fue la creación de poderosas naciones Estado en Europa Occidental y luego en EE.UU. que habían acumulado diversas ventajas sobre otros países, en gran parte mediante la conquista imperial, y que este supuesto mercado libre fue impuesto a los pueblos asiáticos con la ayuda de cañoneras (y de elites locales o compradores).
Los suicidios de agricultores aumentan mientras los precios del arroz bajan
Existe por cierto mucha continuidad en el discurso occidental de libres mercados: desde los mercaderes británicos que cabildearon por un ataque a China a finales de los años treinta del Siglo XIX, a Woodrow Wilson cuando dijo que debemos «cerrar» las puertas de países que no practican el libre comercio, a Friedman quien escribió que la mano invisible debe necesariamente ocultar un «puño invisible» o no funcionará.
Por lo tanto la coerción y la profunda desigualdad inherentes en esta práctica del «libre comercio», o el hecho de que enriqueció a una pequeña elite transnacional -empresarios extranjeros y sus colaboradores locales- y empobreció a muchos otros, siempre han sido evidentes.
¿Por qué hay tanta gente que se deja engatusar por grandiosas afirmaciones morales, la ridícula noción, por ejemplo, de que el libre mercado tiene que ver con la eliminación de la pobreza?
Pienso que para responder hay que examinar, fuera de trayectorias individuales de periodistas como Friedman, las sinergias que se desarrollaron entre políticos, empresarios, académicos y periodistas en las recientes décadas: cómo cada uno de esos personajes llegó a apoyar al otro, cómo la formulación de políticas y la formación de la opinión llegó a ser complementaria, cómo los intelectuales llegaron a ser profesionalizados, «davosados» y «aspenizados» y terminaron por susurrar consejos al poder, y cuán defectuoso pero lucrativo se produjo el conocimiento para ser luego diseminado ampliamente.
BF: En la sección de su libro sobre el poeta bengalí Rabindranath Tagore en Asia del Este, nos dice: «Para Bhudev Mukhopadhyay, tal vez el más exhaustivo crítico de Occidente del Siglo XIX, la capacidad innata de amor del ser humano se había detenido, en Europa, ante la puerta de la nación Estado».
¿Cuál es la situación del amor en el mundo en 2012?
PM: Nuestra capacidad para el amor acrítico se ha gastado alocadamente en los últimos años en el libre mercado en lugar de en la nación Estado. Fue el falso dios que nos enseñaron a adorar durante la era de la globalización y la mayoría de nosotros lo hizo en su momento, incluso los pueblos menos emprendedores y económicamente desfavorecidos, deslumbrados por los nuevos bienes y artilugios, los modelos rutinariamente actualizados de teléfonos celulares, etc.
En 2012, después de cuatro años de una crisis causada por la incontrolada codicia, y que nadie sabe cómo terminar, podemos ver con más claridad cómo una ínfima minoría se ha enriquecido, dejando a muchos otros con el sentimiento de haber sido engañados, y expuestos a la pobreza absoluta y al sufrimiento. Su cólera y frustración tiende a provocar violentos estallidos, ya vemos que esto sucede en sitios como India y China, para no hablar de Grecia y España.
BF: Durante una visita a Persia e Irak en 1932, Tagore observó:
«Ahí encuentran su fatal destino los desesperados hombres, mujeres y niños por un decreto desde la estratosfera del imperialismo británico al que les fácil diseminar la muerte por su distancia de sus víctimas individuales. ¡Tan vagos e insignificantes parecen a los inexpertos en las modernas artes de la matanza los que disfrutan de semejante habilidad!»
¿Puede un estudio de los intelectuales asiáticos ayudar a combatir la nación sustentadora del imperio de un «otro» deshumanizado?
PM: Hay mucho más en el sitio de donde proviene ese pasaje sobre la santidad del cielo, el significado imaginativo y filosófico que ha tenido durante siglos para los seres humanos pedestres.
El motivo por el cual escogí a Tagore, quien no es un pensador sistemático o un constructor de sistemas ideológicos y más bien se le describe como poeta y visionario, fueron precisamente esos escritos, necesariamente ingenuos y no ideológicos y por ello tan conscientes de los horrores modernos. Solo alguien con una relación arraigada con el mundo y un profundo sentido del pasado podía ver la forma crecientemente impersonal y brutal de violencia desencadenada por hombres «racionales».
No puedo hacer mejor que citar algunos de los propios escritos de Tagore de su viaje a Medio Oriente, que son particularmente relevantes a nuestra Era del Drone:
«Hay una base de la Fuerza Aérea británica en Bagdad. El capellán cristiano de esa fuerza me dio la noticia de que estaban bombardeando a diario algunas aldeas árabes. Ancianos, mujeres y niños eran asesinados indiscriminadamente desde las regiones más elevadas del imperialismo británico; era fácil matarlos porque el principio del imperialismo oculta al individuo. Cristo ha reconocido a los hombres como hijos de Dios; pero para el capellán cristiano de la Fuerza aérea el Padre junto con su Hijo se han vuelto irreales, ya no pueden ser discernidos desde la altura del imperialismo… Además, es tan fácil matar desde el aire a los habitantes del desierto y sus poderes para tomar represalias son tan inadecuados que la realidad de su muerte también se confunde. Por ese motivo, los hombres armados de Occidente son muy propensos actualmente a olvidar la humanidad de los que aún no han aprendido sus métodos científicos de asesinato».
Por cierto -y ese era el horrible escenario contra el cual advertía Tagore- mucha más gente ha entendido ahora los «métodos científicos de homicidio» y los terroristas de Oriente mostraron el 11-S cuán fácil es matar a miles desde el aire.
BF: ¿Hubo algo que lo sorprendió durante su investigación para el libro?
PM: Sobre todo, cuán poco sabía sobre mi tema. En particular, de esos mundos cosmopolitas pre-coloniales de Asia cuando la gente, ideas, religiones, bienes, viajaban vastas distancias. Esos mundos fueron destrozados por los imperialistas occidentales, pero la primera generación de pensadores asiáticos que describo todavía tenía un buen recuerdo de esa época, y se basaron en esa larga experiencia en sus críticas de los modelos occidentales de política y la economía.
BF: ¿Por qué titula el epílogo de su libro «Una venganza ambigua»?
PM: Bueno, precisamente porque el ascenso de Asia y su reivindicación de dignidad e igualdad frente a Occidente, dominante durante tanto tiempo, no significa nada si los países asiáticos como India y China e Indonesia siguen el mismo guión: conquista, explotación, una actitud utilitaria hacia la naturaleza, el desposeimiento y la rebatiña mundial por recursos que produjeron atroces conflictos en los últimos siglos.
El modelo de la nación Estado imperial que hizo que unos pocos países occidentales sean tan singularmente poderosos y prósperos solo puede significar un desastre político y ecológico en una gigantesca escala si es adoptado por países tan populosos como India y China. Pero eso es lo que vemos en el nuevo siglo.
Belén Fernández es autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso en 2011. Es miembro del consejo editorial de Jacobin Magazine y sus artículos se han publicado en London Review of Books, AlterNet y muchas otras publicaciones.
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2012/09/2012928329663179.html
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