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Tailandia y Camboya pagan hoy la factura del imperio

El fantasma colonial que desangra el sudeste asiático

Fuentes: Rebelión

Mientras los medios occidentales describen la escalada bélica entre Tailandia y Camboya como un “conflicto fronterizo local”, la realidad es más siniestra: dos pueblos que nunca trazaron sus propias fronteras están matándose sobre líneas dibujadas con sangre imperial. El mapa que hoy se desangra en el Triángulo de Esmeralda no es obra de asiáticos, sino de burócratas franceses en 1907, cuando París impuso un tratado colonial que vendió tierras camboyanas a cambio de favores geopolíticos. Cada bala disparada hoy lleva la firma de esa traición.

El legado venenoso de 1907

Los 817 kilómetros de frontera que hoy disputan Bangkok y Phnom Penh fueron trazados por la administración colonial francesa sin consultar a ninguna de las poblaciones afectadas. El tratado de 1907, firmado bajo coacción, dividió aldeas enteras y convirtió templos sagrados como Preah Vihear en monedas de cambio. El fallo de la CIJ de 1962 –que otorgó el templo a Camboya pero no aclaró los territorios circundantes– no fue una solución, sino una burla: Occidente reconociendo un error suyo con palabras, mientras las comunidades locales seguían pagando el precio.Como denuncia la historiadora camboyana Sopheap Chea, “los colonizadores dibujaron líneas en mapas mientras bebían té en París. Hoy, nuestros campesinos mueren por esos trazos arbitrarios”. La comunidad internacional, lejos de corregir esta injusticia histórica, se limita a pedir “diálogo” –una palabra hueca cuando las armas son facilitadas por los mismos poderes que nunca desmantelaron sus estructuras coloniales.

El intervencionismo disfrazado de mediación

Curiosamente, los mismos actores que saquearon la región ahora se ofrecen como “pacificadores”. Francia guarda silencio cómplice. Estados Unidos, que bombardeó Camboya durante la Guerra de Vietnam causando más de 500.000 muertos, exige “moderación” mientras vende armas a Tailandia. China, nueva potencia imperial en la zona, ofrece mediación pero solo para expandir su influencia económica –como demuestra su proyecto de ferrocarril que atravesaría justo la zona en disputa.La hipocresía alcanza niveles grotescos cuando la ASEAN –organismo fundado por potencias occidentales para contener el comunismo– repite mantras sobre “soluciones pacíficas” sin cuestionar jamás la raíz colonial del problema. Como señala el analista tailandés Kritsada Pongpairoj, “nos piden que resolvamos un crimen colonial con herramientas neocoloniales”.

El extractivismo como nueva conquista

Detrás de la retórica nacionalista, el conflicto actual es sobre recursos que nunca beneficiarán a los pueblos originarios. Las empresas mineras francesas y estadounidenses ya se frotan las manos ante los informes sobre yacimientos de tungsteno y posibles reservas de gas en la cordillera de Dângrêk. El ejército tailandés, equipado con drones estadounidenses, protege concesiones mineras ilegales. Camboya, a su vez, ha concedido licencias chinas para explorar la misma zona.Como denuncia la activista indígena Maly Ngin, “nos están matando por las mismas riquezas que los colonizadores robaron hace siglo y medio. Solo cambiaron los uniformes: antes eran soldados franceses, ahora son ejecutivos en traje”.

Hacia la descolonización real

La única salida digna pasa por reconocer la verdad histórica: estas fronteras son ilegítimas. Exige un proceso de descolonización que incluya:

  1. Revisión internacional del tratado de 1907 bajo supervisión de pueblos originarios y expertos no occidentales.
  2. Desmilitarización forzosa de la zona bajo supervisión de organismos autóctonos, no potencias coloniales.
  3. Reparaciones por parte de Francia y otras potencias coloniales por siglos de saqueo.
  4. Moratoria a la explotación de recursos hasta que las comunidades locales decidan su futuro.

El conflicto entre Camboya y Tailandia no puede resolverse con intervenciones de quienes causaron el problema en primer lugar. Las potencias coloniales que impusieron las fronteras deben, como mínimo, asumir su responsabilidad histórica. Y las potencias actuales deben abstenerse de utilizar el sufrimiento de los pueblos como moneda de cambio geopolítica. Mientras tanto, cada muerte en esta guerra es un crimen adicional contra la humanidad. El silencio de Occidente no es neutralidad: es complicidad. Como escribió Frantz Fanon, “cada generador de violencia colonial lleva en sí la violencia que desencadenará su caída”. Tailandia y Camboya no necesitan más “diálogo” impuesto desde fuera, sino justicia histórica. Solo así podrá empezar la paz real –no la paz de los cementerios que hoy nos ofrecen.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.