Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Consideren ustedes la siguiente perspectiva. Tras una victoria del partido de izquierda Syriza, el nuevo gobierno de Grecia anuncia que quiere volver a negociar los términos de su acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. La canciller alemana Angela Merkel se mantiene en sus trece y afirma que Grecia debe atenerse a las condiciones existentes.
Temiendo un inminente colapso financiero, los griegos que tienen dinero en los bancos se precipitan a sacarlo. Esta vez el Banco Central Europeo se niega a venir en rescate y los bancos griegos están sedientos de dinero en efectivo. El gobierno griego instituye controles de capital y finalmente se ve obligado a emitir dracmas para abastecer la liquidez interna.
Con Grecia fuera de la eurozona, todas las miradas se vuelven a España. Alemania y otros país se mantienen primero firmes en su decisión de hacer lo que sea para impedir una retirada general de fondos similar en España. El gobierno español anuncia más cortes fiscales y reformas estructurales. Con el refuerzo de los fondos procedentes del Mecanismo Europeo de Estabilidad, España permanece financieramente a flote durante varios meses.
Pero la economía española continúa deteriorándose y el paro se acerca al 30%. Las violentas protestas por las medidas de austeridad del presidente Mariano Rajoy le llevan a convocar un referéndum. Su gobierno no consigue el respaldo suficiente de los votantes y dimite, lo que lleva al país a un auténtico caos político. Merkel niega más apoyo a España afirmando que los contribuyentes alemanes ya han hecho suficiente. En poco tiempo se producen en España una retirada generalizada de fondos de los bancos, una quiebra financiera y su salida del euro.
En una minicumbre organizada a toda prisa Alemania, Finlandia, Austria y los Países Bajos anuncian que no renunciarán al euro como divisa común. Esto no hace sino aumentar la presión financiera sobre Francia, Italia y los demás miembros. A medida que se va asumiendo la realidad de la disolución parcial de la eurozona, la debacle financiera se extiende desde Europa a Estados Unidos y Asia.
Nuestro panorama continúa en China, donde sus dirigentes se enfrentan a su propia crisis. La ralentización de la economía ya ha exacerbado el conflicto social y los recientes acontecimientos en Europa han añadido leña al fuego. Con la cancelación generalizada de las órdenes de exportación europeas las fábricas chinas se enfrentan a la perspectiva de despidos masivos. Empieza a haber manifestaciones en las principales ciudades pidiendo el fin de la corrupción de los altos cargos del partido.
El gobierno de China decide que no puede arriesgarse a que se produzcan conflictos mayores y anuncia un paquete de medidas económicas para incentivar el crecimiento económico y evitar los despidos. Entre estas medidas se incluye el apoyo financiero directo a los exportadores y la intervención en los mercados de divisas para debilitar el renminbi [yuan] .
En Estados Unidos Mitt Romney acaba de asumir la presidencia tras una campaña muy reñida en la que ridiculizó a Barack Obama por ser demasiado blando con las políticas económicas de China. La combinación de un contagio financiero de Europa (que ya ha llevado a una grave crisis crediticia) y de un flujo repentino de importaciones a bajo precio de China pone al gobierno Romney en un aprieto. En contra de los consejos de los asesores económicos, anuncia derechos de importación generalizados aplicados a las exportaciones chinas. Quienes lo respaldan en el Tea Party, que habían sido fundamentales para movilizar al electorado a su favor, le presionan para que vaya más lejos y se retire de la Organización Mundial de Comercio.
En pocos años la economía mundial se sume en lo que los futuros historiadores llamarán la Segunda Gran Depresión. El paro llega a unos niveles récord. A los gobiernos sin recursos fiscales no les queda más opción que responder de una manera que no hace sino exacerbar los problemas para los demás países: protección al comercio y depreciación de la tasa de cambio competitiva. Mientras los países se hunden en la autarquía económica, repetidas cumbres económicas globales producen pocos resultados más allá de vacías promesas de cooperación.
Pocos países se libran de esta carnicería económica. Aquellos que se desenvuelven relativamente bien comparten tres características: bajos niveles de deuda pública, dependencia limitad de las exportaciones o de los flujos de capital y robustas instituciones democráticas. Así, Brasil e India son paraísos relativos, aun cuando sus perspectivas de crecimiento también se hayan reducido considerablemente.
Como en la Gran Depresión, las consecuencias políticas son más graves y tienen una trascendencia a largo plazo. El desmoronamiento de la eurozona (y, a efectos prácticos, el de la propia Unión Europea) obliga a una importante reestructuración de las políticas europeas. Francia y Alemania compiten abiertamente como centros alternativos de influencia cara a los países europeos más pequeños. Los partidos de centro pagan el precio de su apoyo al proyecto de integración europea y en las elecciones son derrotados por los partidos de extrema derecha o de extrema izquierda. Gobiernos a favor de los ciudadanos nativos empiezan a expulsar a los emigrantes.
Para los países cercanos, Europa ya no brilla como un faro de democracia. El Oriente Medio árabe da un giro decisivo hacia Estados autoritarios islámicos. En Asia, los conflictos económicos entre Estados Unidos y China se convierten en un conflicto militar donde hay cada vez más enfrentamientos navales en el mar de sur de Chino que amenazan con hacer estallar una guerra a escala global.
Muchos años después, se pregunta a Merkel, la cual se ha retirado de la política y lleva una vida de ermitaña, si cree que debería haber actuado de manera diferente durante la euro crisis. Por desgracia su respuesta llega demasiado tarde para cambiar el curso de la historia.
¿Un escenario remoto? Quizá, pero no lo suficiente.
Dani Rodrik es profesor de la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard y experto en globalización y desarrollo económico. Sus obras son una convincente combinación de economía internacional y de desarrollo, historia y política económica, y con frecuencia ponen en tela de juicio la ortodoxia preponderante acerca de qué políticas promueven mejor el crecimiento. Su libro más reciente es The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy.
Fuente: http://www.project-syndicate.org/commentary/the-end-of-the-world-as-we-know-it