Mientras Karol Wojtyla agonizaba, los comentaristas reducían el perfil del Papa al de casi un santo y mártir del último cuarto de siglo. Pero, apenas fallecido, los medios tuvieron que matizar esa biografía iconoclasta de Wojtyla. Hoy, «progresistas» y no tanto, hablan de «las dos caras» del Papa, del aspecto conservador y una cara social «antineoliberal», «contradicciones» que habrían convivido bajo la misma sotana: de su apego al Opus Dei y de su condena a la deuda externa; de su prédica contra los homosexuales, la anticoncepción y el aborto y de su lucha por la paz en el mundo. A decir verdad, no vemos tales contradicciones e intentaremos justificarlo en este artículo
El inicio de su reinado fue un escándalo. De manera nunca aclarada, el cardenal Luciani -autodenominado Juan Pablo I- falleció (¿asesinado?) a los treinta y tres días de asumir. Wojtyla ya había obtenido bastantes votos durante la elección de Luciani. Muerto éste, el polaco obtuvo el cargo, después de más de cuatrocientos años de Papas italianos.
Un polaco para el deshielo
Juan Pablo II -como gustó en llamarse-, asume en 1978. En su país natal, hacía varios años que arreciaban las huelgas que eran reprimidas a sangre y fuego, y en el resto de los estados obreros había descontento contra la burocracia estalinista. La asunción del Papa confluye con la política del imperialismo iniciada por Carter de acoso a los estados obreros en nombre de una supuesta defensa de los derechos humanos (después de la derrota de Vietnam).
Esta política va a ponerse en práctica rápidamente en Polonia, en donde los trabajadores se organizaban clandestinamente en el sindicato Solidaridad, la Iglesia intervino en este proceso, cooptando a su dirección y tratando de evitar que se transformara en un verdadero organismo de las masas que derribara a Jaruzelski y avanzara hacia una revolución política, eliminando a la casta burocrática aliada al imperialismo. El temor de la Iglesia no era infundado, porque la oleada de huelgas y el malestar de las masas impulsó fuertes tendencias, entre los obreros de Solidaridad, que denunciaban el conciliacionismo de Walesa y votaban en su contra dentro del sindicato.
En 1979, Wojtyla visitó Polonia y fue recibido por manifestaciones multitudinarias. En 1980, el paro del astillero dirigido por Lech Walesa se convirtió en huelga general y el gobierno tuvo que negociar. Dos meses después, fue reconocido el sindicato Solidaridad, con diez millones de afiliados. Posteriormente la política del Papa va a ser funcional a la alianza neoliberal y anticomunista Reagan y Thatcher.
El resultado también lo podemos ver en Polonia. En 1990, Lech Walesa asumió la presidencia de Polonia tras la caída definitiva de los regímenes del Este aplicando los planes neoliberales contra los trabajadores. El Papa apoyará posteriormente a la burocracia restauracionista de Gorbachov.
Evangelización y tortura
Los analistas, en estos días, contrapusieron el papel de Wojtyla en la restauración capitalista de los estados del Este con su «peregrinaje» por los pueblos latinoamericanos, mostrando sus visitas a nuestro continente como ejemplo de su mensaje «evangelizador» junto a los pobres. Nada más lejos de esto.
Lo cierto es que las convulsionadas décadas del ’60 y ’70 en América Latina originaron diversas tendencias al interior de la Iglesia, tales como la Teología de la Liberación, el Movimiento de Sacerdotes Tercermundistas, las Comunidades Eclesiales de Base, etc., que cuestionaban relativamente a la jerarquía eclesiástica y la orientación que impuso la Iglesia.
Obispos que decidieron casarse, sacerdotes que se enrolaron en la guerrilla y curas que salieron a trabajar como obreros y a vivir en las villas miserias pusieron en peligro las firmes estructuras jerárquicas de la Iglesia. Algunos, incluso, reivindicaban el marxismo, mientras los seminarios y conventos se despoblaban cada vez más.
Wojtyla prestó atención a este asunto desde el primer día, en que emitió su encíclica Redemptor Hominis, que resalta la idea de que no hay solución a los problemas humanos por fuera de la Iglesia Católica. Fue entonces que la palabra «liberación», que se utilizaba habitualmente en los documentos episcopales latinoamericanos, fue cambiada por la de «evangelización».
Como había sucedido con la conquista española con la cruz y con la espada, cuatrocientos años después, el Papa emprendió en primera persona la re-evangelización de Latinoamérica, disciplinando y silenciando a los «pastores díscolos» e imponiendo nuevos obispos en el lugar de los «reformistas».
En El Salvador, después de que los militares asesinaran al obispo Romero, Wojtyla nombró en su lugar a un hombre del Opus Dei, el mismísimo capellán de las fuerzas armadas. Una abierta provocación.
En Nicaragua, acercándose al cura Ernesto Cardenal, que ocupaba un cargo en el gobierno sandinista, le dijo ante las cámaras de todo el mundo: «Usted debe arreglar su situación con la Iglesia». Sin embargo, en el mismo lugar, hizo caso omiso del pedido de miles de personas que le pidieron una oración por los jóvenes asesinados por la contra.
Y en su primer viaje a la Argentina, cuando vino a exigir la rendición en la guerra de Malvinas, no dijo ni una palabra sobre los miles de desaparecidos, las torturas y crímenes de la dictadura, ni siquiera sobre los curas y monjas asesinados por los militares.
Ecumenismo y deuda externa
Entre los aspectos que la prensa considera «progresivos» se encuentran sus políticas ecuménicas, entre ellas, el pedido de perdón por los errores de la Iglesia y por su profundo antisemitismo.
Pero su interés en unir a los «hermanos mayores», como le decía a los judíos, y a los «hermanos menores», como llamaba a los musulmanes, sólo tenía el sentido de unificar las filas de los monoteístas en una resistencia implacable contra cualquier intento de modernización.
Es que las políticas neoliberales que él mismo ayudó a propagar venían acompañadas de un marcado laicismo, que ponía en riesgo el papel predominante de las religiones, y por lo tanto, de la Iglesia. El imperialismo, no por progresista, sino porque avistaba el crecimiento poblacional como una de las principales causas de la pobreza, impulsaba políticas antinatalistas, despenalización del aborto y legislación en materia de anticoncepción y derechos reproductivos, a través de la ONU y el desarrollo de conferencias internacionales.
Wojtyla, estratégicamente, eligió hacer causa común con otras religiones ante esta «liberalización» de las costumbres y la vida cotidiana de las masas. Fue así que comenzó a condenar la política que generaba pobreza en todo el mundo, mientras tildaba a la anticoncepción y las políticas a favor del aborto de «imperialistas».
En Argentina, estos temas fueron evidente moneda de cambio entre el gobierno de Menem y el Episcopado. Los obispos hablaban de la pobreza… Menem instauraba el Día del Niño por Nacer y acallaba sus críticas.
Sin embargo, a pesar de su tardía prédica contra la pobreza, nunca marchó preso ningún cura por enriquecimiento ilícito. El escándalo del Banco Ambrosiano, que salpicó muy fuertemente al Vaticano y puso a la luz sus negociados multimillonarios, estafas, vínculos con la mafia italiana y logias derechistas, se metió bajo la alfombra. Y los dólares, bajo el colchón del sucesor de Pedro…
Anticoncepción y pedofilia
Nunca antes, como durante su mandato, la Iglesia vivió tantas denuncias de curas pedófilos, abusadores y violadores de niños, niñas y adolescentes, seminaristas, fieles, monjas, etc.
A ninguno de estos curas se los excomulgó, ni se les quitaron sus «atributos» como pastores de la Iglesia. Muchos de ellos fueron llevados a Roma, para que no fueran enjuiciados. Otros fueron obligados al retiro y el silencio. En Argentina, por ejemplo, a varios de ellos se los protegió en una «casa espiritual» para «reeducarlos».
Sin embargo, las opiniones de Wojtyla sobre materia de anticoncepción, sexualidad, aborto, derechos de las mujeres, homosexualidad, etc. fueron de lo más reaccionarias. Su colaborador más estrecho en este campo fue el cardenal Ratzinger quien ocupa el cargo que correspondía al del Inquisidor de siglos anteriores, es decir, custodio del dogma de la Iglesia frente a los herejes.
Si antes usaban la hoguera, fundamentalmente contra las mujeres insumisas, ahora el SIDA, la violencia doméstica y los abortos clandestinos se encargan del «trabajo sucio», mientras la Iglesia se sigue oponiendo al uso de preservativos, la legalización del aborto y la igualdad de género.
Sus mandatos canónicos indignan, ponen los pelos de punta y, a veces dan risa. Sepa que esta gente que no tiene nada que hacer más que disfrutar de sus millones, también ha dedicado sesudos tratados sobre la New Age y acerca de cómo debe celebrar misa un sacerdote celíaco, ya que según dice la santa Iglesia, «las hostias sin nada de gluten son materia inválida para la Eucaristía» (Carta a los presidentes de las comisiones episcopales sobre la comunión de los celíacos). Pero si la fe mueve montañas, quizás el pobre hombre pueda comer ese pedacito de pan y no morir en el intento…