1
El viejo físico juega con un revólver cargado. Recuerda el día luminoso cuando descubrió la equivalencia entre materia y energía. La una puede ser convertida en la otra con un fulgor inimaginable. Tan inimaginable que quizá la materia no deje nunca de volverse energía y haga desaparecer todo lo creado. Por momentos apoya el arma en su sien, por momentos hace girar el tambor repleto de balas, por momentos apunta a los niños que juegan en el lejano parque de la Universidad de Princeton. No se atreve a apretar el gatillo, tampoco a dejar de hacerlo. Sabe que otros podrían también convertir un trozo de metal en un arma mortífera o una masa crítica de uranio en el Apocalipsis. Albert Einstein. vuelve a su casita y escribe al Presidente de Estados Unidos Franklyn Roosevelt:
“2 de agosto de 1939. Recientes trabajos realizados por Enrico Fermi y Leo Szilard, cuya versión manuscrita ha llegado a mi conocimiento, me hacen suponer que el elemento uranio puede convertirse en una nueva e importante fuente de energía en un futuro inmediato[…] se ha abierto la posibilidad de realizar una reacción nuclear en cadena en una amplia masa de uranio mediante la cual se generaría una gran cantidad de energía[…] Este nuevo fenómeno podría conducir a la fabricación de bombas y, aunque con menos certeza, es probable que con este procedimiento se puedan construir bombas de nuevo tipo y extremadamente potentes.”
Albert Einstein sale de nuevo al parque, entrega a un niño el revólver cargado, y se encierra en la pequeña casa, esperando oir el disparo.
2
En 1941 en la Estocolmo ocupada por los nazis se reúnen casi clandestinamente el físico alemán Werner Heisenberg y el danés Niels Bohr para departir sobre deportes invernales y la aniquilación del mundo. Ambos son comisionados desde bandos opuestos para crear un arma nuclear; ambos se comprometen a no producir tal abominación. Heisenberg cumplirá su palabra, obstaculizando y desviando el proyecto alemán. Bohr faltará a la suya, y colaborará en el proyecto de los Aliados. Ese encuentro decide el destino y quizá el fin del mundo.
3
Los Messermich, Heinkel y Stukas de la Luftwaffe acribillan eficazmente estaciones de radar y aeropuertos de la Real Fuerza Aérea. De seguir así, pronto dejarán a Inglaterra indefensa y ganarán la guerra. El Comando Estratégico de los Aliados se reúne para decidir convertir las ciudades alemanas en piras funerarias de civiles indefensos, saturándolas con bombas incendiarias en la llamada “Tormenta de Fuego”. La idea es que por cada civil herido cinco deberán dedicarse a cuidarlo, y que así se incitará a Hitler a desperdiciar su Luftwaffe bombardeando a su vez ciudades inglesas. Así son incineradas Dresden, Hamburgo, Bremen, centros sin objetivos militares, con unos 75.000 civiles incinerados por ataque. Lo mismo se realiza contra las ciudades japonesas: Tokio, Nagoya, Kobe. Al final del conflicto, Curtis Le May se jacta de haber cremado un millón de japoneses. “Si hubiéramos perdido, nos habrían juzgado como criminales de guerra”, añadirá Robert McNamara. Hitler se enfurece, desperdicia sus bombarderos contra Londres, Liverpool y Coventry, y comienza a perder la guerra. Posteriormente, Kenneth Galbrait demostrará que la destrucción de ciudades indefensas, lejos de debilitar el esfuerzo bélico, no dejaba a los sobrevivientes más opción que trabajar en industrias militares, prolongando así el conflicto.
4
Albert Oppenheimer avanza con reluctancia el dedo hacia el tablero que hará reventar Little Boy, como llaman confianzudamente al rechoncho artefacto armado en Los Álamos, una ciudadela provisional construida en el desierto para acuartelar millares de científicos, técnicos y policías con el único propósito de armar la primera bomba atómica. Los cuerpos de seguridad acosan al director del Proyecto Manhattan. Oppenheimer es izquierdista; su ex amante Jean Tatlock es militante, y se ha suicidado al sentirse abandonada por Albert. El físico se cala los lentes de filtro oscuros, disipa sus dudas musitando: “El científico sólo debe responder ante la ciencia”, y aprieta el botón que desencadena el fulgor de mil soles. Sabe lo que ha hecho: atrapado entre la conciencia y el remordimiento recita un versículo del Baghava Ghita: “Me he convertido en la muerte, que avanza destruyendo mundos”. El padre de la bomba atómica será investigado por la Comisión de Actividades Antinorteamericanas y despojado en 1954 de toda participación en investigaciones nucleares.
5
El 6 de agosto de 1945 se preparaba un free beer party para las 2 p.m. en la base aérea de la isla de Tinian. No se requerirían cartas de racionamiento. Habría limonada para los abstemios. Para los cinéfilos, se proyectaría Ha sido un placer, con Sonja Henie y Michael O´Shea. “Use ropas viejas” suplicaban los cartelones: se debía estar cómodo. Las pancartas anunciaban el WELCOME PARTY FOR RETURN OF ENOLA GAY FROM HIROSHIMA MISSION. No estaba previsto cronista social. Nunca sabremos de las expresiones de los muchachos que bajaron tambaleándose del pesado B-29, encandilados por un fulgor que no ha cesado de arder. Ya no importa tanto distinguir entre Tidbits, que se enorgullecíó de haber aniquilado 90.000 prójimos en una fracción de segundo, Beser, que lamentó no haber arrojado la bomba en Berlín, y Eatherly, que enloqueció de remordimiento. A la larga, en los bancos de esa melancólica fiesta nos hemos ido sentando todos, gozosos o reluctantes, rusos o europeos, chinos e israelíes, sobrevivientes de Hiroshima o de los otros. Porque, hasta nueva orden, nuestra condición oficial es la de sobrevivientes.
6
El ex Presidente Jimmy Carter afirma que “EE.UU. es la nación más beligerante en la historia del mundo por haber disfrutado de tan solo 16 años de paz en sus 242 años de historia”. Cada día de esos 236 años de agresión está signado por crímenes de lesa humanidad. Conmemoremos con justicia el 6 de agosto como el Día de los Crímenes contra la Humanidad de Estados Unidos.