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Afganistán

El futuro y la oscuridad

Fuentes: Rebelión

Hablar de Afganistán es hacerlo de palabras mayores. No pretendemos aquí hacer comparaciones sobre conflictos pero sin duda es uno de los más determinantes en la última década, junto con el Palestino y la invasión a Irak. Sin embargo ha diferencia de estos dos, Afganistán ha quedado prácticamente fuera de juego en los medios cuando […]


Hablar de Afganistán es hacerlo de palabras mayores. No pretendemos aquí hacer comparaciones sobre conflictos pero sin duda es uno de los más determinantes en la última década, junto con el Palestino y la invasión a Irak. Sin embargo ha diferencia de estos dos, Afganistán ha quedado prácticamente fuera de juego en los medios cuando fue, durante largo tiempo, todo un hit en las noticias. Qué pasa hoy en Afganistán? Se está reconstruyendo verdaderamente el país? Y la famosa situación de las mujeres? Todo bien, gracias…

Como decíamos, hablar de Afganistán requiere de palabras mayores, palabras como las que sin duda puede aportar la compañera Samia Walid. Samia es miembro de RAWA (Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán), una mujer que empatiza a través de su discurso por la convicción con la que lo trasmite.

Antes de empezar, conozcamos un poco mejor el país y las gentes de las que vamos a hablar. «Se trata de un lugar montañoso sobre todo al norte, zona muy fría durante todo el año, mientras que en la frontera con Pakistán podemos encontrarnos en verano con temperaturas de 50º. Un enorme desierto hace de frontera con Irán al oeste.» En Afganistán viven alrededor de 25 millones de personas, con varias etnias y dialectos de los cuales el Pastu y el Dari son los mayoritarios. El país cuenta con abundantes recursos naturales; gas, petróleo y una minería poco explotada y que se concentra mayoritariamente en el norte. «La guerra impide investigaciones y es quién domina la guerra, quién domina también los recursos. Los ocupantes no han dado ninguna información sobre estos, se limitan a robarlos a escondidas.»

Dispuestos ya a adentrarnos en materia, comenzamos haciendo un poco de historia. El país estuvo durante mucho tiempo repartido entre pequeños propietarios de tierra, dedicados mayoritariamente a la agricultura y la ganadería ya que prácticamente no existía industria. Tras la independencia del imperio británico y de algunos problemas con sus vecinos, llega después de la II Guerra Mundial el acontecimiento que viene a determinar en gran medida el futuro reciente de Afganistán: la creación del estado de Pakistán. En 1948 la independencia de la India de los británicos dividió en dos países una convivencia milenaria entre religiones; la India para los hindús, el Pakistán para los musulmanes. Por aquel entonces, en los comienzos de la Guerra Fría, «países como India o el propio Afganistán mostraban mayor simpatía por la ideología comunista. Dispuesto así el tablero, EEUU necesitaba un aliado en la zona dominada por las gigantes Rusia y China,» he ahí Pakistán. El nuevo país nace como aliado de Occidente en la zona y como premio se le adjudica el sur de Afganistán, de este modo el país de nuestra invitada perdió su salida al mar. «Aún hoy los afganos reclaman estos territorios donde familias separadas desde entonces de mayoría pastú siguen sin poder verse, debido en gran parte a las políticas discriminatorias del gobierno pakistaní.»

Nos situamos ahora en 1978. La URSS se siente fuerte y decide entrar en Afganistán con la intención de convertir el país en comunista en tan sólo unos meses. «Actuaron de manera opresiva contra a quien rechazara su ideología. Nunca fue una revolución porque el pueblo no les apoyaba.» Hubo protestas y manifestaciones, muchos estudiantes fueron arrestados, 30 años después todavía no se sabe nada de ellos. «Hoy cuando se levanta la tierra para construir casas siempre aparecen cuerpos.» Después de un año hay 100 mil tropas soviéticas en suelo afgano. Se crea una oposición que lucha a penas sin armas, enfrentándose a los soviéticos con escopetas de caza. Esto motiva a la alianza occidental, que ve una clara oportunidad de crearle un problema a los soviéticos y comienza a apoyar a grupos muyahidines anticomunistas. La CIA y los servicios secretos de Irán y Pakistán apoyan con armas y dinero a estos grupos. Pero Samia quiere dejar claro que la oposición no sólo fue de carácter fundamentalista religioso. «Existía una resistencia civil, demócratas autónomos, que se oponían tanto a los soviéticos como a los fundamentalistas. Muchos de estos demócratas fueron arrestados y asesinados por los rusos, otros se exiliaron y entonces fueron capturados por los gobiernos iraní y pakistaní.»

Una década después, en 1989 con la caída del muro de Berlín, los rusos se retiran de Afganistán y tras tres años de un gobierno títere e inestable los muyahidines toman Kabul y acceden al poder, es 1992. «En un principio la llegada de estos fundamentalistas es bien recibida ya que consiguen expulsar a los soviéticos después de diez años de ocupación. Pero rápidamente la gente se va a dar cuenta de que no son de fiar.» Comienza entonces una guerra civil que durará 4 años y que dejará Kabul, la capital, prácticamente en los cimientos. «Se cometieron verdaderas atrocidades contra los jóvenes y las mujeres que eran violadas delante de sus maridos. El luto se hizo eterno.» (El museo).

Llegamos a 1996, occidente se cansa de los muyahidines y prueba a apoyar a un nuevo grupo religioso: los talibanes. «La sublevación talibán comienza en el sur del país, en Kandahar. Los muyahidines huyen hacia el norte y los talibanes acaban por controlar el 95% del país.» Durante los siguientes cinco años ejercen una terrible represión de carácter fundamentalista, sobre todo contra las mujeres. «Les prohíben la educación, no pueden trabajar fuera de casa y están obligadas a llevar el burka cuando salen.» Los talibanes son mayoritariamente de etnia pastún y son muy violentos con los azara. «En el invierno de 2000 mataron a 365 azares en sólo dos noches y destruyeron las estatuas más grandes y antiguas del Buda que había en el mundo en la provincia de Bomyan.»

Pero la verdad es que en Occidente nunca interesaron las prácticas del gobierno talibán. Su motivación se centraba en el negocio de los oleoductos y gaseoductos del país. Dejaban hacer a los talibanes porque estos hacían lo propio con ellos, dejándoles meter mano en el petróleo y el gas afgano. Un ejemplo de esa permisividad queda reflejada en una denuncia que realizó la RAWA en 1998. «Una mujer miembro de la asociación filmó, escondiendo la cámara bajo el burka, una ejecución pública a una mujer en Kabul; una práctica por otra parte, muy habitual bajo el régimen talibán. La mujer arriesgó su vida y viajó a Pakistán para dar a conocer el hecho. BBC y CNN rechazaron el vídeo por considerar que resultaba demasiado duro y podía herir la sensibilidad de la opinión pública occidental.» En 5 años los medios occidentales nunca hablaron de la realidad del gobierno talibán. Todo cambió el 11-S.

El gobierno talibán pasa a ser un grupo terrorista y la situación de la mujer con la explotada imagen del burca resulta la escusa perfecta para iniciar una nueva guerra en nombre de los derechos y las libertades. El 7 de octubre de 2001 EEUU, con el apoyo de Reino Unido, España y Portugal, comienza a bombardear Afganistán. Un nombre propio sale entonces a la palestra; Osama Bin Laden, la estrella mediática de aquellos días. «Bin Laden es un rico de Arabia. En los 80 se dedicó a montar campamentos de entrenamiento en Pakistán, recibiendo para ello billones de dólares de los EEUU con la intención de crear milicias que combatieran a la URSS. Osama fue formano por la CIA. Su fundamentalismo fue apoyado por los estadounidenses, no por los afganos. Los talibanes mataron a más de 3 mil civiles durante sus años de gobierno en Afganistán.»

Para diciembre de 2001 el régimen talibán ya ha caido y los aliados tratan ahora de instaurar un gobierno pro-occidental. «Llaman entonces a sus antiguos socios, los muyahidines, los mismos que durante la guarra civil cometieron atrocidades contra el pueblo, se sientan hoy en el gobierno. Un gobierno formado por espías de la CIA, rusos, iraníes y pakistanís, además de otros grupos fundamentalistas.» A la cabeza, el señor Karzai. «Un presidente títere colocado por EEUU y que se formó políticamente allí. Tras el 11-S, la CIA lo llevó a Afganistán para situarlo al frente del país en unas elecciones tan manifiestamente corruptas que los propios medios estadounidenses tuvieron que ponerlas en duda. Su hermano Mahmud, es el líder de la mafia en el país.» Este gobierno corrupto sólo hace que fomentar la divisiónentre la gente, algo que coincide con el «modus operandi» de los yankys. Allí donde intervienen siempre tratan de dividir a la población. En Afganistán conviven varias etinas como la pastún, dari, azara, osuca o tayía. Para dividir utilizan las etnias o la religión, rompiendo así convivencias multiculturales y poder hacerse con el control la situación.

Pero es que los líderes hoy impuestos no representan a las étnias; » son gente que durante la guerra civil cometió crímenes tanto como a otras etnias como a las suyas propias. Países como Alemania, Italia o España soportan y permiten la estrategia estadounidense con su aportación de tropas y logística. Mantener un soldado español en Afganistán cuesta mil dólares al día.» Los medios de estos países vender apoyo como acción humanitaria, cosa que no pudieron hacer con Irak. » Pero los afganos saben que los occidentales no les importa lo que ocurre con ellos, sólo están interesados en el negocio. La guerra de Afganistán no es una guerra para liberar afganos ni tampoco para mantener la seguridad de los españoles, es una guerra para los beneficios del imperialismo, es una guerra imperialista.»

Samia da tres razones de esta invasión. La primera es el negocio que supone cualquier guerra para los fabricantes de armamento. La segunda es la posición geográficamente estratégica que ocupa Afganistán en el centro de Asia. «Karzai se entrevistó con Obama y EEUU retirarán las tropas, justo cuando los talibanes son más fuertes que nunca.» Eso sí, dejarán en el país tres bases militares, no para proteger a la población civil sino para poder atacar desde allí cualquier país; a tiro de piedra quedan Irán, Pakistán, China o la India. La tercera razón es el opio. «Un negocio considerado como el tercero más importante del mundo y donde el 94% de la producción mundial depende de Afganistán.»

Además del opio, otro gran negocio que Samia denuncia es el de las ONGs, sin duda otro gran vehículo para la corrupción del país. «Nunca existe un proyecto humanitario real en Afganistá. La gran mayoría del dinero es para los sueldos, residencias y dietas de los agentes de cooperación. Todos los ministros afganos tienen su propia ONG.» A través de ellas reciven millonarias subvenciones de la ayuda internacional que se pierden en una larga cadena de intermediarios son que acaben por llegar un euro al proyecto al que supuestamente se destinaban. De este modo la supuesta regeneración del país se queda en nada.

Un país en el que el 99% de la población es musulmana. «En 1964, antes de la guerra, había un gobierno y una constitución de carácter secular. La ley islámica no se aplicaba y las mujeres usaban el velo de manera voluntaria.» Con la entrada de la URSS el tema de la religión se mantuvo alejado de la legislación, fue con la posterior llegada de los muyahidines cuando se instauró un gobierno teocrático y fundamentalista. Hoy en día la religión se utiliza en Afganistán para controlar a la población. «Si alguien habla de crímenes o de corrupción te llaman infiel y te acusan de estar contra el Islam.»

Si bien el tema de la religión ha sido explotado por los medios, de lo que estos nunca hablan es de la resistencia civil y pacífica que existe en afganistán. «Los talibanes no son resistencia porque no representan al pueblo.» Así de claro. Pero como en casi todos los países existe una resistencia popular, organizada e independiente. RAWA, al que Samia pertenece, es el grupo más antiguo. Su lucha es por la democracia, la justicia social y los derechos humanos, actuando de forma no violenta tanto contra la violencia institucional como contra los invasores. El gobierno y los EEUU consideran ilegal la organización lo que conlleva muchos problemas de seguridad para sus miembros. Esto les obliga a trabajar de forma clandestina haciendo pintadas y repartiendo panfletos por las noches. RAWA basa su resistencia en tres pilares: la lucha por los derechos humanos, la educación y la memoria. Estas mujeres tratan de enseñar a leer y escribir a otros niños y mujeres. Este trabajo resulta fundamental no sólo por la posibilidad de recibir una educación, que de otro modo está prohibida, sino para generar una memoria de su historia, la de las víctimas. «La historia es importante para las próximas generaciones, ellos deben saber lo que pasó en nuestro país. El gobierno sólo quiere cubrir y olvidar todo. Desde las instituciones y los medios se dedican a repetir que para conseguir la paz y la democracia debemos olvidar. Nosotras perdonamos pero no olvidamos. No estamos dispuestas a olvidar, sólo así podrá haber justicia.» Es injusto olvidar a las víctimas de tres décadas de guerra y a sus cinco millones de refugiados.

De ellos hay tres millones en Pakistán, un millón y medio en Irán y otro medio millón de refugiados están en Occidente. «En Pakistán e Irán la gente vivía en campos de refugiados pero en 2008 sus gobiernos destruyeron los campos para que la gente saliera del país.» Muchos volvieron entonces a Afganistán pero no pudieron regresar a sus lugares de origen y son ahora desplazados en su propio país. Sus hogares han sido destruidos, no tienen trabajo y mientras, el conflicto persiste. Se calcula hay unos 500 mil desplazados internos que viven en la pobreza, muchos a las afueras de Kabul. «Los niños bajan de las chavolas para pedir dinero por las calles. Son más vulnerables que los refugiados ya que ni la cooperación internacional ni el gobierno les ayuda.»

Con todo esto el futuro parece oscuro «y esa es la situación real pero eso no significa que no haya esperanza. Somos humanos y en los momentos más oscuros seguimos manteniendo la esperanza. Por eso hay resistencia. Yo tengo mucha esperanza en el futuro de Afganistán. Todos los países han tenido en su historia momentos de oscuridad pero no son eternos. Las cosas cambian pero se necesita lucha y sacrificio. La gente de Afganistán y yo misma estamos dispuestos a hacer estos sacrificios. La resitencia de la que hablo no es sólo la resistencia de mi país sino la de toda la humanidad. Muchas gracias.»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.