Recomiendo:
2

El golpe de Estado en Myanmar confirma al aumento de la autocracia en el sureste asiático

Fuentes: Bangkok Post

Traducido para Rebelión por Cristina Alonso

A finales del mes pasado, oficiales extranjeros con uniformes militares de gala brindaron con sus huéspedes en Naypyitaw, la capital bunkerizada construida por el ejército de Myanmar. El hielo tintineó en vasos escarchados. Un fastuoso despliegue había sido preparado para los dignatarios extranjeros en honor al Día de las Fuerzas Armadas en Myanmar.

Ese mismo día el ejército, que había tomado el poder por la fuerza el 1 de febrero, acribillaba a balazos a más de 100 personas de su propia ciudadanía. Lejos de condenar públicamente la brutalidad, los representantes militares de países vecinos (entre ellos India, China, Tailandia y Vietnam) posaron sonrientes con los generales, legitimando su toma de poder por la fuerza.

El golpe de Estado en Myanmar quizá parezca una reliquia del pasado del sureste asiático, cuando hombres de uniforme deambulaban por la zona como si fuera un gran patio de juegos para dictadores. Pero en realidad evidencia cómo una región, celebrada por sus revoluciones transformativas con el “poder del pueblo” (contra Suharto en Indonesia y Ferdinand Marcos en Filipinas), retrocede hacia la autocracia.

Desde Camboya y Filipinas a Malasia y Tailandia, la democracia languidece. Políticas electorales y libertades civiles se erosionan. Poderes judiciales sumisos coartan las fuerzas de oposición. Clases políticas íntegras están en el exilio o en prisión. Medios de comunicación independientes son silenciados por dirigentes que tienen como objetivo que se escuche una sola voz. La suya.

Simultáneamente, bastiones externos contra la dictadura se erosionan. Los estadounidenses, defensores contradictorios de los derechos humanos, que han respaldado a dictadores surasiáticos durante la Guerra Fría, se revuelven en los últimos años, con el Presidente Joe Biden recientemente insistiendo sobre una “alianza de democracias”. Con China y Rusia involucrados, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no está haciendo nada para castigar a los generales de Myanmar.

“Es una tormenta perfecta contra la libertad y el pluralismo avanzando en Asia,” afirma Richard Javad Heydarian, analista de política regional con base en Filipinas. “El resultado es fatiga democrática y nostalgia autoritaria en Indonesia y Filipinas, mientras que la consolidación autoritaria se ha llevado a cabo en otros lugares, de forma más radical en Camboya y Tailandia y ahora, de forma incluso más violenta, en Myanmar.”

La era de los hombres fuertes regionales, porque todos son hombres, ha retornado. Y la nueva configuración podría facilitar a China el ejercicio de su influencia, aunque muchos consideren la región más digna de atención por su impresionante crecimiento económico que como campo de batalla de superpoderes.

La posibilidad de nuevas salidas de personas refugiadas desde Myanmar, en el corazón de Asia, podría desestabilizar el sureste asiático. Ya miles de personas abarrotan la frontera con Tailandia, lo que provoca también el temor de la propagación de la Covid-19.

Una reunión especial programada sobre Myanmar por la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) ofrece poca esperanza para la acción. Este grupo, basado en el consenso de sus miembros, evita profundizar en asuntos internos nacionales. Negociaciones anteriores entre sus ministros de asuntos exteriores no han resultado ni en un solo acuerdo para disuadir a los golpistas de Myanmar.

Además, muchos de los líderes de la región no tienen deseos de defender ideales democráticos. Han utilizado a los tribunales para silenciar a sus críticos y respondido a movimientos de protesta con la fuerza.

Pero si los dirigentes autoritarios se cubren las espaldas los unos a los otros, también lo están haciendo las personas manifestantes. En Tailandia, la población estudiantil lucha en contra de un gobierno nacido de un golpe de Estado, utilizando el saludo de los tres dedos, de la serie filmográfica Juegos del Hambre, como expresión de resistencia. El mismo gesto ha sido adoptado en Myanmar tras el golpe de Estado, convirtiéndose en el leitmotiv de un movimiento de protesta con la fuerza de millones.

“La democratización está de capa caída en el mundo,” dijo Thitinan Pongsudhirak, director del Instituto de Estudios Internacionales y de Seguridad en la Universidad Chulalongkorn de Bangkok. “El resurgir del autoritarismo en el sureste asiático es parte de esa retirada y repliegue general.”

Hace una década, la región parecía seguir una trayectoria distinta. Indonesia iba pronto a elegir a su primer presidente entre la ciudadanía común y Malasia iba a relegar a un partido gobernante que por décadas mostró corrupción y clientelismo en demasía. Tailandia vivía años sin golpes de Estado por los generales. Incluso en Vietnam, la cúpula comunista se mantenía estable junto a la liberalización.

La transformación más significativa parecía encontrarse en Myanmar. El ejército había liderado el país desde el golpe de Estado de 1962 y lo había conducido a la miseria. En 2015, los generales llegaron a un acuerdo para compartir poder con una gobernanza civil encabezada por Aung San Suu Kyi, la premio Nobel que había vivido 15 años bajo arresto domiciliario. El entonces Presidente Barack Obama visitó Myanmar para demostrar su beneplácito al inicio de una transición política pacífica.

Actualmente, Suu Kyi está de nuevo confinada en su casa, enfrentando cargos que podrían encarcelarla de por vida. Sus seguidores han sido arrestados y torturados. A uno de sus seguidores, los soldados le quemaron el tatuaje que tenía en el brazo con la cara de Suu Kyi.

La mayor parte del sureste asiático se está retirando de los principios democráticos. El líder del último golpe de Estado en Tailandia, Prayut Chan-o-cha, sigue siendo primer ministro. Su gobierno ha acusado a docenas de estudiantes, algunos adolescentes, de crímenes inciertos que pueden terminar en largas sentencias. Disidentes tailandeses en el exilio han aparecido asesinados.

Tras un breve intermedio fuera del gobierno, la antigua clase dirigente de Malasia está de nuevo en el poder, incluyendo a personas asociadas con uno de los mayores robos de fondos estatales que el mundo ha presenciado en toda una generación. La mano dura de Vietnam contra la disidencia funciona a toda máquina. En Camboya, Hun Sen, el líder con más tiempo en el poder en Asia, ha desmantelado toda oposición y establecido la formación de una dinastía política familiar.

El Presidente Rodrigo Duterte, en Filipinas, quizá disfruta de una popularidad perdurable, pero su presidencia va de la mano de miles de asesinatos extrajudiciales. También ha intimado en su relación con China, presentándolo como un amigo más continuo que los Estados Unidos, país que en el pasado colonizó Filipinas.

La creciente huella económica de China en la región, coincidiendo con la disminución del liderazgo moral de los EE.UU, ofrece al autoritarismo local la protección para su represión. Beijing invierte sin inconveniencia en países con pobres registros en derechos humanos, lo que debilita la efectividad de las sanciones económicas occidentales.

La colaboración china permite a países como Camboya ignorar las amenazas de Washington en torno a unir su ayuda a reformas políticas. Y los vecinos de Myanmar, con China e India entre ellos, abastecen al ejército birmano con sus armas de guerra.

“En los últimos años, ¿quién estaba allí para afirmar que la democracia estaba cayendo en picado en el sureste asiático, para oponerse al autoritarismo y a los golpes de Estado?” dijo Bridget Welsh, una analista política regional del Instituto de Investigación para Asia en Malasia de la Universidad de Nottingham.

Pero la creciente represión ha endurecido, al menos, la determinación de la disidencia en algunos lugares. Manifestantes en Tailandia, unidos el año pasado para ser cientos de miles, han continuado sus concentraciones, incluso cuando la mayoría de sus jóvenes dirigentes están actualmente en prisión.

Mientras la policía antidisturbios disparaba balas de goma cerca del Gran Palacio en Bangkok el pasado mes, Thip Tarranitikul afirmaba que ella quería borrar al ejército de la política.

“Cuanto más tiempo permanecen, más adictos al poder se vuelven”, dijo. “Y una vez son adictos al poder, es cuando empiezan a tiranizar al pueblo.”

El poder, con un arma apuntando, no puede comprar la popularidad. En Myanmar, el General Min Aung Hlaing, jefe del ejército, parece haber subestimado el compromiso del pueblo con el cambio democrático. Millones de personas se manifiestan en su contra. Millones se han unido también a las huelgas en todo el país, lo que significa poner freno al funcionamiento de su gobierno.

Hay pocas razones para creer que el ejército en Myanmar se echará atrás, dadas sus décadas en el poder. Durante los últimos dos meses, ha asesinado a más de 700 civiles, de acuerdo con los grupos de monitoreo. Miles de personas han sido arrestadas, incluyendo profesionales médicos, periodistas, modelos, profesionales de la sátira e incluso una bloguera de consejos de belleza.

Pero la resistencia cuenta con las estadísticas demográficas de su parte.

El sureste asiático puede estar gobernado por hombres mayores, pero más de la mitad de su población tiene menos de 30 años. Las reformas implementadas en Myanmar durante la última década han beneficiado a la población joven que, con gran entusiasmo, se ha conectado con el mundo. En Tailandia, es este mismo sector poblacional el que está enfrentándose con las antiguas jerarquías del ejército y la monarquía.

Defensores regionales de la democracia, incluyendo a personas disidentes asediadas del cercano Hong Kong, han formado en línea la llamada Alianza del Té con Leche, en referencia a la afinidad compartida por la dulce infusión (incluso Twitter dio recientemente al movimiento su propio emoji). En aplicaciones encriptadas, se intercambian consejos para protegerse de los gases lacrimógenos y los disparos de bala. También se han creado alianzas entre países donde la desigualdad salarial se está acrecentando y ante el impacto desproporcionado que la pandemia está teniendo entre trabajadores jóvenes.

“La juventud del sudeste asiático, jóvenes que han nacido en la era digital, desprecia por naturaleza el autoritarismo, ya que éste no cuadra con sus estilos de vida más democráticos. No van a abandonar la lucha,” el Sr. Thitinan afirma. “Esa es la razón para que, aunque las cosas estén muy mal ahora mismo, el autoritarismo en la región no sea una condición permanente.”

En Rangún, la ciudad más grande de Myanmar, las personas manifestantes han enfrentado las armas del ejército con un sentido de misión existencial.

“No tengo miedo a morir,” dijo Nay Myo Htet, estudiante de secundaria a cargo de una de las barricadas construidas para defender vecindarios. “Quiero una mejor vida para la generación futura”.

Fuente: https://www.bangkokpost.com/world/2099279/myanmar-coup-puts-seal-on-autocracys-rise-in-se-asia