Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Hace algunos días, una amiga mía, investigadora médica y facultativa en un hospital sueco, recibió una oferta sorprendente en su casilla de correo electrónico.
Escrita en mal inglés, la misiva decía: «Me llamo Alex. Soy europeo, de 31 años. Nunca he tomado alcohol y no he fumado cigarrillos. Mi sangre es 0 y tengo buena salud. Si usted necesita un trasplante de hígado estoy dispuesto a entregar parte de mi hígado, pero quiero recibir una compensación considerable por hacerlo.»
Semejantes ofertas no son poco comunes. Ofertas similares de venta de partes corporales aparecen en diferentes foros y sitios en la web, como ser Mahmnud75.
Este anuncio es típico: «Soy indio. Nací en Brahmpur, distrito- Ganjam, Odisha. Tengo 47 años (17-08.-1974). Mi grupo sanguíneo es 0. Soy estrictamente vegetariano. Estoy interesado en vender a un estadounidense mi riñón izquierdo por 80.000 dólares. Estoy interesado en vender a un chino – mi riñón derecho por 80.000 dólares. Estoy interesado en un vender a un ruso mi corazón por 100.000 dólares. Estoy interesado en vender a un japonés mi cerebro por 100.000 dólares.»
Ofertas de este tipo se podían ver, hace solo unos pocos años en liver4you.org, que prometía riñones por precios entre 80.000 y 110.000 dólares. Los costes de la operación, incluidos los honorarios de los cirujanos – supuestamente licenciados en EE.UU., Gran Bretaña, o las Filipinas – estaban incluidos en el precio.
Hoy en día, ese sitio en la web ya no existe. Muchos cibermercados médicos ilegales existen poco tiempo, solo para desaparecer y volver a salir a la superficie bajo otro nombre.
El papel de Internet en las ventas ilegales de órganos aumenta, pero todavía es una pequeña parte de la masiva economía global en tejidos humanos. La Organización Mundial de la Salud calcula que aproximadamente un diez por ciento de las trasplantaciones de órganos en el mundo es organizado mediante transacciones comerciales.
Cuando los pobres dan a los ricos
El comercio en órganos sigue un modelo claro, geográfico: la gente de los países ricos compra órganos a la gente en los países pobres que los vende. En mi investigación sobre el tráfico de órganos, he entrado a esos tenebrosos mercados de órganos, sitios donde las partes de los cuerpos de víctimas de las guerras, prisioneros y pobres son vendidas como horrorosas mercancías. Muchos de esos órganos son comprados, algunos son robados, pero la mayoría termina dentro de los cuerpos indispuestos de gente acaudalada.
Una mujer, originaria del Líbano, me dijo que un adinerado empresario de España ofreció pagar una suma inmensa por su riñón. Finalmente, sin embargo, no recibió un pago en dinero. Su vida actual es mucho peor de lo que era antes, sobre todo debido a complicaciones médicas después de la operación que le hacen difícil trabajar. Historias semejantes son contadas por vendedores de órganos que he encontrado en los antiguos Estados soviéticos, Medio Oriente, y Asia.
El tráfico con órganos depende de varios factores. Uno es la gente angustiada; los que tienen problemas económicos o sociales, o viven en sociedades desgarradas por la guerra en las que domina el crimen o tienen un próspero mercado negro. Es la oferta. Por el lado de la demanda está la gente que corre peligro de morir a menos que reciba un trasplante de órgano. En medio están los inescrupulosos intermediarios que organizan los tratos entre vendedores y compradores.
También es necesario tener acceso a clínicas bien equipadas y a personal médico. Clínicas adecuadas se pueden encontrar en muchos países, incluidos Irán, Pakistán, Ucrania, Sudáfrica y las Filipinas.
Las Filipinas es un centro bien conocido para el comercio ilegal con órganos y un floreciente lugar popular para «turismo de trasplantes». Desde los años noventa hasta 2008 -cuando se adoptó una nueva política- la cantidad de trasplantes que involucraban la venta de órganos de filipinos a receptores extranjeros aumentó continuamente. Muchos vendedores de órganos de Israel, por ejemplo, fueron llevados con el comprador a Manila para ser operados.
Héctor es uno de los varios cientos de vendedores de riñones documentados por trabajadores sociales en tres ciudades empobrecidas de la provincia Quezón en las Filipinas. Su hermano estaba atrapado en Malasia por enormes deudas con pandillas criminales, de modo que Héctor vendió uno de sus riñones para comprar su libertad. Otro vendedor, Michel, se convirtió él mismo en intermediario; después de vender uno de sus riñones para pagar por las medicinas de su padre, el cirujano lo obligó a entregar más órganos. Órganos de los filipinos pobres de Quezón fueron trasplantados en su mayoría a receptores de las Filipinas, Israel, Japón, Corea del Sur y Arabia Saudí.
El comercio con partes del cuerpo humano no es un fenómeno nuevo. Sin embargo, los negocios actuales no tienen precedentes por las ideas y valores que han realzado inopinadamente el comercio en órganos. La medicina occidental comienza con el punto de vista de que la enfermedad humana y la muerte son fallas que hay que combatir. La tecnología de la trasplantación se desarrolla dentro del clima conceptual -el sueño del cuerpo regenerativo- y así crece la demanda por piezas biológicas de repuesto.
Un ejemplo obvio del trato del cuerpo humano como recurso explotable es la lista de espera de donantes de órganos, utilizada en muchos países. Un hombre al que entrevisté recientemente durante un estudio de suecos que habían estado en una lista de espera para riñones, pero que decidió comprar riñones en el extranjero, describió cómo fue a Pakistán para un trasplante: «No soy el tipo de hombre que usa a otra gente, pero tuve que hacerlo.
Tuve que elegir entre morir o recuperar mi vida.»
En una era de trasplantes de órganos a pedido, no hay modo de evitar este dilema. Los imperativos biológicos que guían el sistema de la lista de espera de trasplantes son fácilmente convertidos en valores económicos. Como siempre, cuando la demanda excede la oferta, la gente no puede aceptar la espera de su turno. En el caso de partes del cuerpo humano, otros países y los cuerpos de otra gente siguen ofreciéndole la alternativa que busca.
Susanne Lundin es profesora de etnología en la Universidad Lund, Suecia.
Una versión de este artículo apareció primero en Project Syndicate.
Fuente: http://english.aljazeera.net/