El laberinto en el que Israel y EE.UU. están encerrando a numerosos países amigos o aliados -si no al conjunto de todos los Estados- por su empecinada oposición al programa nuclear de Irán, se hace día a día más enrevesado y su salida aparece más lejana e impracticable a cada vuelta de tuerca aplicada contra […]
El laberinto en el que Israel y EE.UU. están encerrando a numerosos países amigos o aliados -si no al conjunto de todos los Estados- por su empecinada oposición al programa nuclear de Irán, se hace día a día más enrevesado y su salida aparece más lejana e impracticable a cada vuelta de tuerca aplicada contra la economía iraní.
Los precedentes históricos, tanto en el Irán de los años 50 como en el Irak de Sadam Husein, muestran los imprevisibles resultados de utilizar ciegas políticas de sanciones y bloqueos, más impulsadas por la frustración y por el deseo de imponer una voluntad imperialista que por un análisis desapasionado de los factores de cada caso.
En 1953 hubo que recurrir a la CIA para derribar al Gobierno libremente elegido por el pueblo iraní, que resultó poco amistoso con las potencias entonces dominantes en la zona, el Reino Unido y EE.UU., a las que intentó frenar en su afán expoliador de los recursos naturales iraníes, nacionalizando las explotaciones petrolíferas. El bloqueo angloamericano que sufrió el Gobierno de Mosadeq ahogó al país y condujo irremediablemente al golpe de Estado de 1953, que le depuso. Años después, y como consecuencia de esta intromisión foránea en los asuntos iraníes, alcanzó el poder en Teherán el ayatolá Jomeini, quien sembró las semillas de las que ha nacido el actual conflicto.
En la misma zona geoestratégica es necesario observar también el caso de Irak, donde un rigurosísimo régimen de sanciones fue incapaz de acabar con Sadam Husein. Esto forzó el desencadenamiento de una irreflexiva invasión, seguida por una sangrienta secuela de guerras y terrorismo, cuyos efectos siguen lastrando hoy el desarrollo del país y agravando la inestabilidad de esta crítica región.
Si para algo sirven las comparaciones históricas de fenómenos parecidos entre sí, es para alcanzar algunas conclusiones de carácter general. Entre éstas no debería ignorarse el hecho de que en los países donde una oligarquía dispone de valiosos recursos naturales, como el petróleo, puede aprovecharse de las presiones exteriores que, aunque repercutan negativamente en la población, facilitan a los gobernantes excitar los sentimientos patrióticos del pueblo contra lo que se hace aparecer como una injusta agresión extranjera.
Otro efecto de las medidas de agresión económica es el empobrecimiento de las clases medias, por lo que éstas cuentan con menos recursos para apoyar movimientos políticos de oposición. Esto se ha demostrado en el mismo Irán, donde las protestas de la «revolución verde» de 2009 han ido acallándose hasta convertirse en un movimiento de solidaridad en defensa del propio país.
Sin embargo, la obsesión del Gobierno israelí por lo que califica de riesgo absoluto para la seguridad nacional sigue haciendo resonar los tambores de guerra contra Irán. De poco le sirve que el Secretario de Defensa de EE.UU. haya declarado el pasado mes de febrero: «Nuestros servicios de inteligencia confirman que [los iraníes] no han tomado la decisión de desarrollar armas nucleares». Le convendría también tener en cuenta que el dirigente supremo iraní, el ayatolá Jamenei, ya en 2006 y con motivo del aniversario de la muerte de Jomeini, dejó sentadas las bases de la doctrina religiosa respecto a tales armas cuando declaró: «Consideramos que el uso de armas nucleares va contra las normas islámicas. Hemos anunciado esto públicamente». Insistió en que Irán no tenía intenciones de atacar por sorpresa, y que jamás lo ha hecho contra ningún país; dijo que no existía programa alguno para desarrollar armas nucleares y que el pueblo no deseaba poseerlas.
Las continuadas presiones que desde entonces ha venido sufriendo Irán han hecho que aumente el número de iraníes que ven aceptable disponer de capacidad nuclear militar, al menos para estar en la misma situación que otros países. Está en el abecé de la política internacional recordar que EE.UU. invadió Irak para eliminar unas inexistentes armas de destrucción masiva, pero no se atrevió a hacer lo mismo en Corea del Norte, precisamente porque disponía de ellas.
La última encuesta Gallup, realizada entre diciembre y enero últimos, mostró que un 40% de los iraníes consultados aprobaba el desarrollo de armas nucleares, frente al 35% que lo rechazaba y un 24% que no respondió. Sin embargo, casi un 60% apoya el programa nuclear civil, frente a un 20% que lo desaprueba.
Es grande el peligro que corre la comunidad internacional si se sigue estrangulando la economía iraní. Cuando las sanciones se agravan y se convierten en bloqueo, aumentan las posibilidades de una reacción violenta; tanto por parte del Estado acorralado, si el efecto de aquéllas es intenso, como por parte de los países que las imponen, si advierten que son inútiles. Entrando en este peligroso camino, cualquier hipótesis es posible. Desde una guerra de alcance imprevisible y efectos devastadores, hasta una brutal crisis económica causada por un mercado petrolífero desbocado. Conviene no olvidar, sin embargo, que en cualquier caso, entre la muerte y la destrucción, seguirá habiendo sectores sociales que de ellas obtengan nuevos y sustanciales beneficios.
*Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
Fuente original: http://www.ceipaz.org/