Impulsado por la juventud y basado en un amplio apoyo popular, el movimiento democrático tailandés no deja de madurar. Desafía a la oligarquía militar-monárquica, se enfrenta a la pareja real y enlaza con los combates del pasado.
La proclamación del rey Rama X ha abierto una importante crisis sucesoria. En el fondo es todo un orden arcaico el que está en tela de juicio, un orden que en las décadas de 1990 y 2000 había logrado abortar los intentos de modernización del reino, frustrando las esperanzas de democratización de la sociedad.
El estallido de la crisis tailandesa tiene mucho que ver con la personalidad cuando menos particular del príncipe heredero Maha Vajiralongkorn, entronizado con el nombre de Rama X de la dinastía Chakri. Si en su lugar hubieran coronado a su hermana, la princesa Sirindorn, más racional y apreciada, probablemente las cosas habrían ido por otros derroteros. No obstante, esta crisis tiene resortes mucho más profundos que una sucesión monárquica atípica.
La juventud, en particular estudiantil, se enfrenta al orden militar-monárquico y no solo a un rey detestado. Reclama que Palacio acepte ajustarse a los principios de una monarquía constitucional, recordando que la monarquía absoluta fue abolida en 1932. Exige que el ejército cese de imponerse en el centro del poder institucional y político. De este modo, pone en entredicho los dos pilares del régimen.
Se afirma una nueva generación militante, a menudo representada por jóvenes mujeres, como Rung. Originado en los campus, el movimiento no cesa de madurar, buscando en la historia del reino las respuestas a los problemas actuales y enlazando con las luchas populares del pasado. Hace gala de mucha imaginación, iniciativa y valentía.
Todo comenzó con un tuit irónico sobre el nuevo rey Vajiralongkorn. Su autor, llamado Pinguino –estudiante de Ciencias Políticas de 22 años de edad, de nombre Parit Chiwarak– fue detenido durante seis días, y sus carceleros le afeitaron el cráneo con el fin de “quebrar todo espíritu de libertad”. Hasta entonces, Twitter había sido un espacio de libertad relativa. El incidente anunció una escalada represiva y encendió la mecha.
Una crisis sucesoria
La personalidad del rey Vajiralongkorn ha minado drásticamente la autoridad de la monarquía. Tras la muerte de su padre, Bhumipol, durante mucho tiempo dejó que cundiera la duda sobre su voluntad de sentarse en el trono. Su madre, la reina Sirikit, deseaba que la sucesora fuera su hija, la princesa Sirindorn, preferencia que venía expresando desde hacía tiempo. En una semblanza realizada por la BBC, la cadena de televisión británica informó de que en 1981 Sirikit calificó a “su hijo de ‘especie de don Juan’ y dio a entender que prefería pasar sus fines de semana acompañado de bellas mujeres que asumir sus funciones. En una poco frecuente entrevista concedida a periodistas taliandeses en 1992, él [Vajiralongkorn] desmintió los rumores según los cuales mantenía relaciones con la mafia y medraba en negocios oscuros.”
¿Qué se decía entonces del príncipe heredero? Que era un don Juan, un playboy, un tipo caprichoso, jugador inveterado vinculado a redes mafiosas… Provocador, lo fotografiaron descendiendo de un avión vestido con tejanos de tiro bajo, camiseta sin mangas que dejaba al descubierto buena parte del vientre, busto y brazos cubiertos de tatuajes temporales. Su reputación de crueldad tiene que ver en particular con lo que hizo con varias de sus sucesivas esposas, sus hijos e hijas comunes y su entorno. Tras una primer matrimonio con una princesa de su familia, de 1979 a 1987 tuvo cinco hijos con una joven actriz, con la que se casó en 1994 y a la que repudió dos años más tarde, renegando de sus cuatro hijos.
En 2001 se casó en terceras nupcias con una dama de honor (con quien tuvo otro hijo) antes de retirarle su título real en 2014; nueve de los familiares de ella (entre ellos, sus progenitores) fueron detenidos por delitos de lesa majestad; un oficial vinculado a la familia murió estando detenido (cayó por una ventana…). Un adivino al que consultaba murió después de haber sido detenido en 2015. Un miembro de la guardia real ha desaparecido (se cree que ha muerto). Esto es mucho, y la lista no está completa… Vengativo hasta el extremo, ha tratado con saña a las personas próximas a su padre.
Su madre tenía razón: Rama X sigue siendo un soberano absentista que no quiere gobernar ni reinar realmente. Sigue viviendo en Baviera, hasta el punto de provocar un debate en Alemania: según la ley, no tiene derecho a llevar a cabo, desde territorio alemán, actividades políticas en su país de origen. Gracias a su padre Bhumibol Adulyadej, parece que es titular de la fortuna real más grande del mundo. Su riqueza no le impide meter mano a voluntad en las arcas públicas. Se ha hecho con las riendas del fondo de inversión de la monarquía, hasta entonces gestionado por el ministro de Hacienda. El Estado mantiene su flota personal de 38 aviones y helicópteros. Vajiralongkorn ha modificado la constitución a su favor, reforzando sus poderes en todos los terrenos. No cabe duda de que sabe acumular poder y dinero.
Las clases medias urbanas (sobre todo en Bangkok) se han vuelto muy conservadoras, hasta el punto de que son numerosas las voces que han reclamado que se retire el derecho al voto de la gente pobre, para que ya no pueda volver a elegir a un populista (en referencia a Thaksin Shinawara, de quien hablaremos más abajo). ¡Educación no rima necesariamente con espíritu democrático! En otros países, una parte de las llamadas clases medias ha contribuido a difundir los códigos de vestimenta islamistas más rígidos. En Tailandia, durante las últimas décadas han apoyado el orden monárquico establecido frente a los intentos de modernización del régimen. Sin embargo, Rama X está yendo demasiado lejos con el deterioro moral de la casa real. En virtud de su mismo conservadurismo, estas clases educadas se distancian de él.
El respeto de una monarquía que se considera de derecho divino forma parte de la cultura tailandesa. Se vio profundamente cuestionado en el pasado, pero el rey Bhumibol Adulyadej consiguió restaurarlo (si bien sus 70 años de reinado no carezcan de puntos oscuros). Numerosas familias están hoy fracturadas (especialmente entre generaciones) en torno a la cuestión de la reforma del régimen. Lo que sorprende, sin embargo, es la escasa afluencia a las movilizaciones espontáneas en defensa de Rama X. Muchos contramanifestantes populares opuestos al movimiento democrático los aportaron algunos ayuntamientos a base de pagarles una dieta o de presionarles. No ocultan que acuden por interés u obligación. En otros tiempos no hacía falta recurrir a tales subterfugios.
¿Una monarquía constitucional?
El nuevo movimiento democrático ha planteado rápida y explícitamente la cuestión del estatuto de la monarquía: absoluta o constitucional. Con ocasión de una concentración masiva –unas 30.000 personas–, en la noche del 19 al 20 de septiembre, las y los manifestantes colocaron una placa que dice: “Este país pertenece al pueblo y no al rey, como nos han hecho creer sin razón…”. Símbolo potente: una placa similar se había colocado en 1936 para conmemorar el derrocamiento de la monarquía absoluta en 1932, pero había desaparecido en 2017 (la nueva, a su vez, ha desparecido sin demora).
La monarquía absoluta fue abolida en 1932. Muy impopular en las décadas de 1930 y 1940, la dinastía de los Chakry quedó aquel año oficialmente desacralizada. Tras una abdicación, el país se quedó sin rey. Sin embargo, la dinastía no había sido desacreditada históricamente por una conquista colonial. Tailandia era una zona colchón entre las posesiones inglesas y francesas, ayudada por Alemania, y el país nunca fue colonizado directamente. Por tanto, era posible volver a darle lustre, a resacralizarla. Esa fue la misión de Bhumibol Adulyadej (Rama IX).
Bhumibol sucedió en 1946 a su hermano mayor, que murió de un balazo en la cabeza en circunstancias nunca aclaradas oficialmente. Sin embargo, no fue coronado hasta 1950, estando el reino, en el ínterin, dirigido por un regente. A partir de la década de 1950, “reinventan para él [Bhumibol] rituales y un lenguaje cortesano, construyendo el icono renovado de un ‘Deva-Raj’ (Rey-Dios en la tradición hindú) y de un monarca generoso que reina de acuerdo con los principios de la moral budista. Modernidad obliga, no por ello le privan de sus costumbres de hombre del siglo XX: se pasea con una cámara fotográfica colgada del cuello y siempre toca la trompeta en las veladas de palacio… Por un lado, lo endiosan más que a sus predecesores, pero por otro está más cerca del pueblo, con el que no deja de encontrarse durante sus giras por el país [1].”
La restauración de la autoridad real constituyó una hábil baza ideológica para legitimar el poder militar de extrema derecha en plena guerra fría, y posteriormente durante las grandes crisis políticas y morales que sacudieron el país; en particular, durante la escalada militir contra Vietnam, cuando sirvió de portaaviones terrestre a la US Air Force y de lugar de depravación de los soldados estadounidenses. De este modo, Bhumibol pudo contribuir a una salida de la crisis en 1973, cuando la junta militar fue derribada por una revuelta estudiantil y popular, antes de aprobar, tres años más tarde, el golpe de Estado de 1976 y la masacre de la gente progresista. Por muy moderno que fuera, Bhumibol también usó y abusó de la ley sobre el crimen de lesa majestad.
Bajo su reinado, la familia real tailandesa se convirtió, al parecer, en la más rica del planeta, pues su fortuna se valoraba en 2016 en 35.000 millones de dólares (31.700 millones de euros). La caridad bien practicada comienza por uno mismo. Bhumibol, por lo demás, no se ajustó al estatuto constitucional de la monarquía.
La crisis de legitimidad del ejército
El ejército se proclama monárquico, el rey ampara al ejército. Estas instituciones están atravesadas por sendas contradicciones internas (en el interior de la casa real, entre cuerpos del ejército o clases de oficiales). Ambas compiten entre sí por el control del Estado, pero también dependen una de otra. El país ha vivido durante mucho tiempo bajo sucesivos regímenes militares, salpicados de pronunciamientos con raros interludios civiles. Correlativamente, los pilares ideológicos del régimen están formados por la monarquía (santificada), el ejército (glorificado) y la sangha, el clero budista (expresión de la religión de Estado, mantiene lazos muy estrechos con el régimen).
No obstante, en los albores del decenio de 1990, con el fin de la ola revolucionaria asiática, la derrota del Partido Comunista de Tailandia, la modernización socioeconómica del país y la aparición de una nueva burguesía, los regímenes militares parecían condenados a la obsolescencia. El país entero se movía, mientras aumentaba el peso de las regiones periféricas a raíz de las transformaciones de la economía rural en el noreste (Isan) y el norte. La democratización estaba en el orden del día. En 1992 se adoptó una Constitución relativamente progresista para el país. Se forman grandes movimientos sociales, como la Asambleza del Pueblo, fundada en 1995. Buena parte de estos movimientos se resistían a una modalidad de desarrollo predador que arrebata en particular a las comunidades populares el acceso a sus recursos vitales (el bosque, los ríos…).
Tres elecciones sucesivas confirmaron de forma clara que gran parte de la población aspiraba a un cambio estructural. La familia Shinawatra (Thaksin y su hermana Yingluck, más apreciada), que representaba a la nueva burguesía modernista, las ganaron de manera contundente, siendo elegidos primer ministro y después primera ministra de 2001 a 2014. La oligarquía dominante temía perder el control directo del poder legislativo y del ejecutivo. Reaccionó recurriendo al pronunciamiento militar o a la intervención de la ultrarreaccionaria Corte Constitucional para anular las elecciones. El enfrentamiento entre camisas rojas (las bases de apoyo populares de Thaksin, además de sus apoyos empresariales) y camisas amarillas (la reacción monárquica y conservadora) giraba, entre otras cosas, en torno a la posibilidad misma de establecer un régimen parlamentario de democracia burguesa. La respuesta de los poderes dominantes fue claramente negativa, dando pie finalmente a la masacre de 2010 en Bangkok –donde fueron asesinados 77 manifestantes favorables a Thaksin por obra de francotiradores– y a la represión sistemática de los camisas rojas.
La lección de los hechos es tanto más cruda cuanto que Thaksin no era republicano, sino monárquico. Tampoco era demócrata: lanzó una guerra contra la droga recurriendo a asesinatos extrajudiciales, cerró jugosos contratos con el ejército y reprimió los movimientos musulmanes del sur. Por otro lado, implementaba verdaderos programas sociales a favor de los pobres (en materia de salud, por ejemplo), esquivaba las redes de poder de la oligarquía tradicional y de la vieja elite militar y hacía sombra a la familia real apareciendo él mismo como el protector del pueblo.
La crisis financiera asíatica de 1997-1998 creó condiciones favorables al retorno del ejército al poder. Tailandia quedó traumatizada. Las llamadas elites y clases medias urbanas se declararon abiertamente antidemocráticas. Tras el golpe de Estado de 2006 se implantó una nueva Constitución, redactada al dictado de los militares y que les asegura el control del poder legislativo. La institución budista se politizó y en 2014 un monje, Buddha Issara, pasó a dirigir el movimiento contra los camisas rojas. El ejército confirmó su voluntad de no ceder el ejecutivo a un gobierno civil.
Con ello, el gobierno del general Prayut Chan-ocha perdió su última pizca de legitimidad. Rama X debe mucho al general Prayut, quien preparó su sucesión en contra del parecer de la reina y quien hoy dirige el gobierno. Vajiralongkorn es a su vez oficial y piloto de caza, lo que no le impide dedicarse a humillar a su propia arma. El rey elevó a su caniche Foo Foo al rango de oficial superior del ejército del aire –¡Mariscal del Aire Foo Foo!– y tras su muerte se decretaron cuatro días de luto nacional. Asimismo, nombró a su amante, exazafata de la compañía Thai Airways, teniente general de la Guardia Real, y se casó con ella algunos días antes de ascender al trono; hoy es la reina Suthida.
Frente al orden conservador – La conjunción de crisis
La sociedad tailandesa ha seguido evolucionando tras el inmovilismo del poder. La nueva generación choca con las viejas oligarquías. El movimiento democrático ha ideado como señal de reconocimiento un saludo: brazo extendido y tres dedos erectos. Se trata de un guiño a la trilogía de los Hunger Games que simboliza la oposición al gobierno militar[2] y, para algunas y algunos, una referencia a los valores de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
La juventud vuelve hoy a echar los dados en una situación en que podemos hablar de crisis global, que combina en particular:
La crisis del aracaísmo. La alianza de las oligarquías conservadoras –monárquicas y militar– ha impedido la modernización burguesa de Tailandia y la instauración de un régimen parlementario. El momento favorable de la década de 1990 no se pudo aprovechar y el Tribunal Supremo, bastión reaccionario, es el pivote que permite mantener en pie un poder que en muchos aspectos es aracaico (como podría ocurrir también en Estados Unidos…[3]). El régimen tailandés se inscribe en la deriva autoritaria que se manifiesta en todo el mundo, al haber perdido la democracia burguesa de antaño toda sustancia en numerosos países, incluso occidentales, pero tiene la particularidad de encarnarse en el rostro amohinado de un monarca temperamental y de un ejército incapaz de dotarse de legitimidad.
La crisis sanitaria. Absentista era, absentista se queda. Rama X no ha retornado a su reino con ocasión de ls crisis sanitaria para estar cerca de sus súbditos, y esto no ha pasado desapercibido. Si el balance de la pandemia en Tailandia es de momento menos grave que en otros países (incluso europeos), no ha sido gracias al rey. Tampoco lo ha sido gracias al ejército. Son las autoridades sanitarias las que intervinieron, movilizando las redes preexistentes de voluntarios y voluntarias rurales y urbanas[4], una asociación de la sociedad civil a menudo reclamada también en Francia, aunque sin éxito. Está claro que el funcionamiento de una sociedad no se reduce a sus instituciones más visibles.
La crisis económica. Un incidente provocado por las autoridades resulta muy revelador. Durante las concentraciones del 14 de octubre (aniversario del levantamiento estudiantil y popular de 1973), el Rolls-Royce de la reina Suthida y del príncipe heredero, protegido por la policía, se metió en el cortejo estudiantil, suscitando una reacción de cólera por parte de los y las manifestantes. Estallaron los gritos de “devuélvenos nuestro dinero”. Una indignación espontánea y sintomática. El país ha entrado en recesión y se hunde en una crisis económica precipitada por la pandemia de Covid-19 (sobre todo debido al parón del turismo). El tren de vida de la familia real y su propensión a echar mano de las arcas públicas resultan tanto más insoportables.
La represión
La ley tailandesa de lesa majestad es una de las más duras del mundo; desempeña la misma función que la blasfemia en otros países y permite reprimir todas las oposiciones según necesidad, incluso montando una provocacoón. Esto es lo que pasó el 15 de octubre, cuando el ultraje a la reina ha permitido a las autoridades justificar un estado de emergencia reforzado (se suponía que el estado de emergencia era sanitario) y movilizar a milicias de extrema derecha monárquica. Este estado de emergencia reforzado incluía la prohibición de reuniones de más de cinco personbas y la censura de la prensa. Estaban amenazados varios medios digitales y redes sociales: The Reporters, The Standard, Prachatai y Voice T. El gobierno contemplaba también la suspensión de la red Telegram, muy utilizada para organizar concentraciones. En el punto de mira estaban los y las internautas que difundían mensajes contrarios al estado de emergencia y comenzaron a cribarse cientos de miles de mensajes enviados a través de las redes sociales (como Facebook y Twitter).
Sin embargo, el gobierno militar no pudo mantener gran parte de las medidas que había adoptado, lo que revela que la situación política está muy indecisa. La censura de la prensa, que es inconstitucional, ha sido anulada por los tribunales de justicia. Después de haber impuesto el estado de emergencia reforzado, el primer ministro Prayut Chan-ocha ha decidido levantarlo, con lo que ha durado apenas una semana, del 15 al 22 de octubre.
Todas las personas detenidas y encarceladas antes del 14 de octubre pasado han sido puestas en libertad. En la noche del 23 de octubre se reunió un comité de recepción delante de una cárcel de Bangkok para saludar la liberación de la última de ellas. En cambio, no necesariamente ocurre lo mismo con las personas encarceladas durante la ola de detenciones que siguió a la proclamación del estado de emergencia reforzado. Además de un delito de lesa majestad, el gobierno les acusa de sedición y de atentado contra la seguridad nacional, que comportan pensas muy graves. Según la asociación Abogados por los Derechos Humanos (Thai Lawyers for Human Rights, TLHR), el 24 de octubre seguían detenidas ocho personbas: Anon Nampa, Parit “Penguin” Chiwarak, Panussaya “Rung” Sitthijirawatthanakul, Panupong Jadnok, Somyot Pruksakasemsuk, Ekkachai Hongkangwan, Patipan Luecha y Suranat Paenprasoet. El movimiento democrático exige su puesta en libertad incondicional y el fin de toda persecución de los y las manifestantes.
La capacidad de resistencia del movimiento
Está claro que el movimiento democrático no consigue todos sus objetivos. Al final de la concentración masiva del 19 y 20 de septiembre en Bangkok se lanzó un llamamiento a la huelga general para la fecha aniversario del 14 de octubre. Si bien la gente trabajadora acude a las manifestaciones, aquel llamamiento no ha surtido efecto. No se ha producido (¿todavia?) la confluencia entre la juventud escolarizada y la clase trabajadora. Sin embargo, el movimiento hace gala de una resiliencia notable. Todos los días (o todas las tardes) tienen lugar movilizaciones en Bangkok y en un numero creciente de localidades, como Korat en el noreste o Hua Hin, a orillas del golfo de Tailandia (donde la familia real posee una residencia de verano). Aparecen nuevas formas de acción, adaptadas a cada situación.
El movimiento tailandés ha estudiado las manifestaciones que tuvieron lugar hasta hace poco en Hong Kong, que recurrían a la fluidez para evitar concentraciones estáticas fáciles de reprimir. Multiplica los grupos de menor tamaño, inventa un lenguaje de signos para comunicarse a distancia entre bloques de manifestantes. Las manos apuntando a la cabeza significan la petición de paraguas para contrarrestar la acción de cañones de agua de la policía, que lanza potentes chorros de agua con un colorante indeleble. Las manos planas encima de la cabeza indican que faltan cascos. Entrelazadas sobre el pecho: tenemos material suficiente.
Decenas de miles de jóvenes siguen movilizados, reiterando sus tres reivindicaciones principales: la dimisión de Prayuth Chan-ocha y de su gobierno, una refundición de la Constitución y la reforma de la monarquía. Los y las manifestantes consideran que la monarquía ha de permanecer políticamente neutral. Sin embargo, en la noche del 23 de octubre, el rey Vajiralongkorn y la reina Suthida[5] saludaron ostensiblemente a las personalidades monárquicas, como Suwit Thongprasert, anteriormente conocido por el nombre de Buddha Issara, quien desempeñó un papel de primer orden en la intriga montada contra el gobierno de Yingluck Shinawatra en 2013-2014. “Sois muy valiente” fue el mensaje real, lo que se percibe como un llamamiento a volver a movilizar a los camisas amarillas contra el movimiento democrático.
El punto de referencia histórico del nuevo movimiento democrático no son los años Thaksin, sino el levantamiento estudiantil y popular de 1973, a saber, el principal momento revolucionario de la historia moderna de Tailandia. El contexto internacional ya no es el mismo y la actual generación militante no es la réplica de la de entonces. Ahora bien, esto refleja la profundidad de sus aspiraciones.
Tras meses de movilizaciones, este movimiento tiene hoy por hoy pocos equivalentes. Merece y comienza a recibir un apoto internacional activo. Organizaciones de izquierda de la región Asia-Pacífico han suscrito una declaración conjunta de solidaridad. El mundo universitario se ha movilizado a petición de la Red Académica Tailandesa por los Derechos Civiles. Este apoyo debe extenderse a Europa, América del Norte y a todas partes.
Notas
[1] Bruno Philip, Le Monde, 13 de octubre de 2016.
[2] Los Hunger Games constituyen un castigo a la población por haberse rebelado y al mismo tiempo una estrategia de intimidación por parte del gobierno.
[3] En caso de salir derrotado en la próxima elección presidencial, Donald Trump podría hacer anular los resultados a través de un Tribunal Supremo dominado por la derecha extrema y la extrema derecha religiosa.
[4] Walden Bello, A lesson for the world: How Thailand Contained Covid-19, https://fpif.org/how-thailand-contained-covid-19/
[5] Venidos a Bangkok para una ceremonia de aniversario de la muerte del rey Rama V.
Fuente: http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article55357 Traducción: viento sur