La Guerra Mundial termonuclear era el peor de los escenarios en War Games, aquella película de 1983 en el que un joven Matthew Broderick interpretaba a un hacker que conseguía entrar en un superordenador del ejército estadounidense (WOPR) que no entendía la diferencia entre juego y realidad y está a punto de llevar al mundo […]
La Guerra Mundial termonuclear era el peor de los escenarios en War Games, aquella película de 1983 en el que un joven Matthew Broderick interpretaba a un hacker que conseguía entrar en un superordenador del ejército estadounidense (WOPR) que no entendía la diferencia entre juego y realidad y está a punto de llevar al mundo a un cataclismo atómico.
En el film todo se soluciona, como es habitual, en el último momento. En el mundo real, no todo es tan sencillo y aséptico. ¿Qué pasaría, entonces, si un país decidiera lanzar un ataque nuclear contra otro estado? Si a Kim Jong-un, Donald Trump, Vladimir Putin o cualquier otro líder con bombas atómicas se le cruzaran los cables lo que es seguro es que, empezar la guerra, no evitaría que murieran millones de sus conciudadanos.
Así lo determina un estudio realizado por investigadores de la Universidad Michigan Tech en el que se analiza lo perjudicial que sería la guerra para la propia nación agresora. Por eso los expertos llegan a la conclusión que «100» es la cantidad máxima de armas nucleares que puede permitirse un estado.
«Más de cien en el arsenal va a causar más daños que beneficios, ya que su uso puede desestabilizar al país que las utiliza, incluso en el mejor de los casos», señalan en su análisis. Estados Unidos y Rusia tienen actualmente miles de armas nucleares y su carrera parece no tener fin. Es una especie de estrategia basada en cuanta más potencia de fuego tengo, más intimidante soy y los otros países se lo van a pensar dos veces antes de comenzar un conflicto.