Recomiendo:
0

Diálogo entre Francisco y el fundador de La Repubblica Eugenio Scalfari

El Papa: así voy a cambiar la Iglesia

Fuentes: La Repubblica

«La Iglesia tiene que sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos». Y dice: «Los Jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, adulados y malamente excitados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado». Me dice el Papa Francisco: «Los más graves entre los males que afligen al mundo […]

«La Iglesia tiene que sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos». Y dice: «Los Jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, adulados y malamente excitados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado».

Me dice el Papa Francisco: «Los más graves entre los males que afligen al mundo en estos años son el paro de los jóvenes y la soledad en que son dejados los viejos. Los viejos tienen necesidad de cuidados y de compañía; los jóvenes, de trabajo y de esperanzas, pero no tienen ni lo uno ni lo otro y lo malo es que ya no lo buscan. Están aplastados en el presente. Dígame Usted: ¿se puede vivir aplastado en el presente? ¿Sin memoria del pasado y sin deseo de proyectarse hacia el futuro construyendo un proyecto, un porvenir, una familia? Este es, a mi manera de ver, el problema más urgente que la Iglesia tiene que enfrentar.

Santidad, le digo, es un problema principalmente político y económico, les concierne a los Estados, a los Gobiernos, a los partidos, a los sindicatos.

Por supuesto, Usted tiene razón, pero le concierne también a la Iglesia; es más, le concierne sobre todo a la Iglesia porque esta situación no hiere solo a los cuerpos, sino también a las almas. La Iglesia tiene que sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos.

Santidad, dice Usted que la Iglesia tiene que sentirse responsable. ¿Tengo que deducir entonces que la Iglesia no es consciente de este problema y que Usted la está animando para que vaya hacia esa dirección?

En buena medida esta conciencia existe, pero no lo bastante. Yo deseo que sea más consciente. No es este el único problema que tenemos por delante, sin embargo es el más urgente y el más dramático.

El encuentro con el Papa Francisco tuvo lugar el pasado martes en su residencia de Santa Marta, en un pequeño cuarto austero, una mesa, cinco o seis sillas, un cuadro en la pared. Antes, una llamada de teléfono que no olvidaré en mi vida. Eran las dos y media de la tarde. Suena el teléfono y la voz bastante turbada de mi secretaria me dice: «Tengo al Papa en línea, le paso con él de inmediato».

Me quedo asombrado mientras ya oigo la voz de Su Santidadal otro lado del hilo, diciendo: «Buenos días, soy el Papa Francisco». Buenos días, Santidad, contesto yo, y luego «estoy estremecido, no esperaba que Usted me llamara». «Estremecido ¿por qué? Usted me escribió una carta pidiendo conocerme en persona. Yo tenía el mismo deseo y entonces aquí estoy para fijar la cita. A ver mi agenda: el miércoles no puedo, el lunes tampoco, ¿le vendría bien el martes? Contesto: ¡perfecto!

«El horario es un poco incómodo, las 15, ¿le parece bien? De lo contrario, cambiamos de día». Santidad, el horario también está muy bien. «Entonces estamos de acuerdo: el martes 24 a las 15. En Santa Marta. Tiene que entrar por la puerta del Sant’Uffizio».

No sé cómo terminar esta llamada y me entrego diciendo: ¿puedo abrazarle a Usted por teléfono? «Por supuesto que sí, yo también le abrazo. Ya lo haremos en persona. Hasta luego».

Ahora estoy aquí. El Papa entra y me da la mano, nos sentamos. El Papa sonríe y me dice: «Alguien que le conoce, entre mis colaboradores, me ha dicho que Usted intentará convertirme».

Es una broma, le contesto. Mis amigos también piensan que Usted quiere convertirme.

Sonríe otra vez y contesta: «El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Hay que conocerse, escucharse y hacer que crezca el conocimiento del mundo que nos rodea. A mí me pasa que después de un encuentro tengo ganas de hacer otro porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. Esto es importante: conocerse, escucharse, ampliar el círculo de los pensamientos. Las carreteras que recorren el mundo pueden acercar o alejar; sin embargo lo importante es que lleven hacia el Bien».

Santidad, ¿existe una única visión del Bien? Y ¿quién la establece?

«Cada uno de nosotros tiene su propia visión del Bien y también del Mal. Nosotros tenemos que animarlo a proceder hacia lo que el individuo piensa que es el Bien».

Santidad, esto ya lo había escrito Usted en la carta que me envió. La conciencia es autónoma, dijo, y cada uno tiene que obedecer a su propia conciencia. Creo que esa es una de las afirmaciones más valientes formuladas por un Papa.

«Y aquí lo repito. Cada uno tiene su idea del Bien y del Mal y tiene que escoger seguir el bien y combatir el Mal como él los concibe. Bastaría con esto para mejorar el mundo».

La Iglesia ¿está haciendo esto?

«Sí, nuestras misiones tienen este objetivo: detectar las necesidades materiales e inmateriales de las personas e intentar satisfacerlas como podamos. ¿Sabe Usted lo que es el ágape?

Sí, lo sé.

«Es el amor hacia los demás, como lo predicó Nuestro Señor. No es proselitismo, es amor. Amor hacia el prójimo, levadura que sirve para bien común».

Ama a tu prójimo como a ti mismo.

«Exactamente. Es así».

Jesús en su predicación dijo que el ágape, el amor hacia los demás, es la única manera de amar a Dios. Si me equivoco, corríjame Usted.

«Usted no se equivoca. El hijo de Dios se ha encarnado para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de la fraternidad. Todos hermanos y todos hijos de Dios. Abba, de esta manera él llamaba al Padre. Yo os trazo el camino, decía. Seguidme y encontraréis al Padre y seréis todos hijos suyos y él se complacerá en vosotros. El ágape, el amor de cada uno de nosotros hacia todos los demás, desde los más cercanos hasta los más lejanos, es precisamente el único modo que Dios nos ha indicado para encontrar la vía de la salvación y de las Beatitudes».

Aun así Jesús nos exhorta, lo hemos recordado antes, a que el amor hacia el prójimo sea igual que el que tenemos hacia nosotros mismos. Por consiguiente lo que muchos llaman narcisismo es reconocido como válido, positivo en la misma medida que el otro. Hemos debatido mucho sobre este aspecto.

«A mí», dijo el Papa, «la palabra narcisismo no me gusta, indica un amor fuera de lugar por uno mismo y esto no está bien, puede ocasionar daños graves no solo al alma de quien lo padece, sino también a su relación con los demás, con la sociedad en la que vive. El verdadero problema es que los más afectados por esto, que en realidad es una especie de desorden mental, son las personas que tienen mucho poder. A menudo quien manda es narcisista».

Muchos Jefes de la Iglesia también lo han sido.

«¿Sabe Usted lo que pienso sobre esto? Que los Jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, adulados y malamente excitados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado».

La lepra del papado. Dijo exactamente esto. Sin embargo ¿cuál es la corte? ¿Acaso se refiere a la Curia?, pregunté.

«No, en la Curia a veces hay cortesanos, pero la Curia en su conjunto es otra cosa. Es aquello que en los ejércitos se llama intendencia, gestiona los servicios que la Santa Sede necesita. Pero tiene un defecto: es Vaticano-céntrica. Ve y cuida los intereses del Vaticano, que son todavía, en gran parte, intereses temporales. Esta visión Vaticano-céntrica se olvida del mundo que nos rodea. No comparto esta visión y haré todo lo posible por cambiarla. La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del pueblo de Dios y los curas, los párrocos, los obispos con el cuidado de las almas al servicio del pueblo de Dios. La Iglesia es esto, una palabra diferente de la Santa Sede y no por casualidad, que tiene su importante función pero está al servicio de la Iglesia. Yo no hubiera podido tener fe total en Dios y en su Hijo si no me hubiera formado en la Iglesia; tuve la suerte de encontrarme, en Argentina, en una comunidad sin la cual no hubiera tomado conciencia de mí y de mi fe».

¿Sintió Usted su vocación desde joven?

«No, no desde muy joven. Según mi familia hubiera tenido que dedicarme a otro oficio, trabajar, ganar algo de dinero. Hice la universidad. Tuve una profesora con la que trabé respeto y amistad, era una comunista ferviente. A menudo me leía y me daba para leer textos del Partido comunista. Así conocí también esos conceptos muy materialistas. Recuerdo que me consiguió incluso el comunicado de los comunistas americanos en defensa de los Rosemberg, que habían sido condenados a muerte. La mujer de la que le hablo luego fue arrestada, torturada y asesinada por la dictadura que entonces gobernaba en Argentina».

¿El comunismo lo sedujo?

«Su materialismo no tuvo ninguna influencia sobre mí. Sin embargo, conocerlo a través de una persona valiente y honesta me fue útil, entendí algunas cosas, un aspecto de lo social, que después encontré en la doctrina social de la Iglesia».

La teoría de la liberación, que el Papa Wojtyla excomulgó, estaba bastante presente en América Latina.

«Sí, muchos de sus exponentes eran argentinos».

¿Piensa Usted que fue justo que el Papa los combatiese?

«Seguramente daban una continuación política a su teología, pero muchos de ellos eran creyentes y con un alto concepto de humanidad».

Santidad, ¿me permite Usted que le cuente yo también algo sobre mi formación cultural? Fui educado por una madre muy católica. A los 12 años gané incluso un certamen de catequismo entre todas las parroquias de Roma y recibí un premio del Vicariato. Comulgaba el primer viernes de cada mes, en fin, practicaba la liturgia y creía. Sin embargo todo cambió cuando fui al bachillerato. Leí, entre los otros textos de filosofía que estudiábamos, el «Discurso del Método» de Descartes y me impresionó mucho la frase, que se ha convertido en un icono, «Pienso, luego existo». El «yo» se volvió la base de la existencia humana, la sede autónoma del pensamiento.

«Descartes, no obstante, nunca renegó de la fe en el Dios trascendente».

Es verdad, pero estableció el fundamento de una visión completamente diferente y a mí me pasó de encaminarme por esa vía que luego, corroborada por otras lecturas, me llevó a la orilla opuesta.

«Usted, por lo que he entendido, no es creyente, pero no es anticlerical. Son dos cosas muy diferentes».

Es verdad, no soy un anticlerical, pero me convierto en eso cuando encuentro a un clerical.

Él me sonríe y me dice: «Me pasa lo mismo, cuando tengo enfrente a un clerical me convierto de golpe en anticlerical. El clericalismo no tendría que tener nada que ver con el cristianismo. San Pablo fue el primero en hablar a los Gentiles, a los paganos, a los creyentes en otras religiones, fue el primero que nos lo enseñó».

¿Puedo preguntarle, Santidad, cuáles son los santos que Usted siente más cercanos a su alma e sobre los que se formó su experiencia religiosa?

«San Pablo puso los fundamentos de nuestra religión y de nuestro credo. No se puede ser cristianos conscientes sin San Pablo. Tradujo la predicación de Cristo a una estructura doctrinaria que, ya sea con las actualizaciones de una inmensa cantidad de pensadores, teólogos, pastores de almas, ha resistido y resiste después de dos mil años. Después, Agustín, Benito, Tomás e Ignacio. Y, naturalmente, Francisco. ¿Tengo que explicarle por qué?»

Francisco, -permítanme llamar al Papa así, porque él mismo te lo sugiere por cómo habla, por cómo sonríe, por sus exclamaciones de sorpresa o de apoyo, me mira como para animarme a plantearle las preguntas más escabrosas y más embarazosas para el Jefe de la Iglesia. Así que le pregunto: de Pablo ha explicado la importancia y el papel que desarrolló quisiera saber, entre los que ha nombrado, ¿cuál siente más cercano a su alma?

«Me pide Usted una clasificación, pero las clasificaciones se pueden hacer si se habla de deportes o de cosas así. Podría decirle el nombre de los mejores jugadores de Argentina. Pero de los santos…»

Se puede bromear con las cosas mundanas, pero a los santos hay que dejarlos en paz. Conoce Usted el dicho scherzacoifanti?

«Eso es. De todas formas no quiero esquivar su pregunta porque usted no me ha pedido una clasificación sobre la importancia cultural y religiosa, sino quién está más cerca de mi alma. Le contesto: Agustín y Francisco».

¿No Ignacio, de cuya Orden proviene Usted?

«Ignacio, por motivos comprensibles, es al que conozco mejor que a los demás. Fundó nuestra Orden. Le recuerdo que de esa orden venía también Carlo Maria Martini, muy querido para mí y para Usted también. Los jesuitas fueron y son todavía la levadura – no la única, pero quizás la más eficaz – del catolicismo: cultura, enseñanza, testimonio misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio, que fundó la Compañía, era también un reformador y un místico. Sobre todo un místico».

¿Piensa Usted que los místicos han sido importantes en la Iglesia?

«Han sido fundamentales. Una religión sin místicos es una filosofía».

¿Tiene Usted una vocación mística?

«¿A Usted qué le parece?»

A mí me parece que no.

«Probablemente tenga razón. Adoro a los místicos; incluso Francisco en muchos aspectos de su vida lo fue, pero yo no creo que tenga esa vocación y, además, hay que entenderse sobre el significado profundo de esa palabra. El místico consigue deshacerse del hacer, de los hechos, de los objetivos, incluso del aspecto pastoral misionero y se eleva hasta alcanzar la comunión con las Beatitudes. Breves momentos que, sin embargo, llenan una vida entera».

¿A Usted le ha pasado alguna vez?

«Raramente. Por ejemplo, cuando el cónclave me eligió Papa. Antes de aceptar pedí poderme retirar durante unos minutos en la sala de al lado de la del balcón que da a la plaza. Mi cabeza estaba completamente vacía y me invadía una gran ansiedad. Para hacerla pasar e intentar relajarme cerré los ojos y desapareció todo pensamiento, incluido el de no aceptar el cargo, como por otra parte permite el procedimiento litúrgico. Cerré los ojos y ya no tuve ninguna ansiedad ni emotividad. Una gran luz me invadió, duró un momento pero a mí me pareció larguísimo. Luego la luz se disipó, me levanté de golpe y me dirigí hacia la habitación donde me esperaban los cardenales y la mesa sobre la que se encontraba el acta de aceptación. La firmé, el cardinal Camarlengo también y después en el balcón se dio el Habemus Papam».

Permanecimos en silencio un rato, luego dije: hablábamos de los santos que Usted siente más cercanos a su alma y nos habíamos quedado en Agustín. ¿Le importaría decirme por qué lo siente tan cercano?

«También mi predecesor tiene a Agustín como punto de referencia. Ese santo atravesó muchas vicisitudes en su vida y cambió varias veces su posición doctrinal. Tuvo también palabras muy duras hacia los hebreos, que nunca compartí. Escribió muchos libros y lo que me parece más revelador de su intimidad intelectual y espiritual son las «Confesiones», que contienen también algunas manifestaciones de misticismo pero él no es, como opinan muchos, el continuador de Pablo. Al contrario, vio la fe y la Iglesia de una forma profundamente distinta a la de Pablo, quizás porque pasaron cuatro siglos entre uno y otro».

¿Cuál es la diferencia, Santidad?

«A mi manera de ver se encuentra en dos aspectos, sustanciales. Agustín se siente impotente frente a la inmensidad de Dios y a las tareas con las que un cristiano y un obispo deben cumplir. Sin embargo él no fue impotente en absoluto, a pesar de que su alma se sentía siempre por debajo de lo que él hubiera querido y debido. Luego, la gracia dispensada por el Señor como elemento fundamental de la fe. De la vida. Del sentido de la vida. El que no está tocado por la gracia puede ser una persona sin mancha y sin miedo, como se suele decir, sin embargo no será nunca igual a una persona tocada por la gracia. Es la intuición de Agustín».

¿Se siente Usted tocado por la gracia?

«Esto no puede saberlo nadie. La gracia no es parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no de sabiduría ni de razón. Usted también, sin su conocimiento, podría ser tocado por la gracia».

¿Sin fe? ¿Sin creer?

«La gracia tiene que ver con el alma».

Yo no creo en el alma.

«No cree Usted en el alma, pero la tiene».

Santidad, habíamos dicho que Usted no tenía ninguna intención de convertirme y creo que no lo lograría.

«Esto no se sabe y de todas formas no tengo ninguna intención».

¿Y Francisco?

«Es muy grande porque es todo. Un hombre que quiere hacer, quiere construir, funda una Orden y sus reglas, es itinerante y misionero, es poeta y profeta, es místico, acertó con su propio mal y salió de él, amó a la natura, a los animales, a la brizna de hierba en el prado y a los pájaros que vuelan en el cielo pero, sobre todo, amó a las personas, a los niños, a los viejos, a las mujeres. Es el ejemplo más luminoso del ágape del que hablábamos antes».

Tiene razón, Santidad, la descripción es perfecta. ¿Pero por qué ninguno de sus predecesores eligió su nombre? Y yo creo que, después de Usted, ningún otro lo hará.

«Esto no lo sabemos, no pongamos hipotecas sobre el futuro. Es verdad, nadie antes que yo lo eligió. Aquí afrontamos el problema de los problemas. ¿Quiere beber algo?»

Gracias, quizás un vaso de agua.

Se levanta, abre la puerta y le pide a un colaborador que está en la entrada que le traiga dos vasos de agua. Me pide si prefiero un café, contesto que no. Llega el agua. Al final de nuestra conversación mi vaso está vacío pero el suyo sigue lleno. Se aclara la garganta y empieza.

«Francisco quería una Orden mendicante y también itinerante. Misioneros en busca de encontrar, escuchar, dialogar, ayudar, difundir la fe y el amor. Sobre todo amor. Y anhelaba una Iglesia pobre que atendiese a los demás, que recibiese ayuda material y lautilizara para sostener a los demás, nada preocupada por sí misma . Han pasado 800 años desde entonces y los tiempos han cambiado mucho, pero el ideal de una Iglesia misionera y pobre sigue siendo válida. Esta es de todas formas la Iglesia que predicaron Jesús y sus discípulos».

Vosotros los cristianos sois minoría, ahora. Incluso en Italia, que se define como el jardín del Papa, los católicos practicantes están, según algunos sondeos, entre el 8% y el 15%. Los católicos que dicen serlo, pero que de hecho lo son muy poco, son un 20%. En el mundo existe un billón de católicos y con las otras Iglesias cristianas se superan el billón y medio, pero el planeta tiene entre 6 y 7 billones de personas. Son Ustedes seguramente muchos, especialmente en África y en América Latina, pero minoría.

«Lo hemos sido siempre pero este no es el tema que nos ocupa ahora. Personalmente creo que esto de ser una minoría es incluso una fuerza. Debemos ser levadura de vida y de amor, la levadura es una cantidad infinitamente más pequeña que la cantidad de frutos, flores y árboles que nacen de ella. Creo haber dicho antes que nuestro objetivo no es el proselitismo sino escuchar las necesidades, los deseos, las desilusiones, la desesperación, la esperanza. Debemos devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos hacia el futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y predicar la paz. El Concilio Vaticano II, inspirado por el Papa Juan y por Pablo VI, decidió mirar hacia el futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Después de entonces, se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo.»

También porque – me permito añadir- la sociedad moderna en todo el planeta atraviesa un momento de crisis profunda y no solo económica sino social y espiritual. Usted, al principio de nuestro encuentro describió una generación aplastada en el presente. También los no creyentes padecemos este sufrimiento casi antropológico. Por este motivo queremos dialogar con los creyentes y con los que mejor les representan.

«No sé si soy el mejor que les representa, pero la Providencia me ha puesto como guía de la Iglesia y de la Diócesis de Pedro. Haré todo lo posible para cumplir el mandato que se me ha confiado».

Jesús, como Usted ha recordado, dijo: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que esto se ha hecho realidad?

«Por desgracia no. El egoísmo ha aumentado y el amor hacia los demás ha disminuido».

Este es el objetivo que nos une: al menos igualar estos dos tipos de amor. ¿Su Iglesia está lista y preparada para cumplir con esta tarea?

«¿Usted que cree?»

Creo que el amor por el poder temporal es todavía muy fuerte entre los muros vaticanos y en la estructura institucional de toda la Iglesia. Creo que la Institución predomina sobre la Iglesia pobre y misionera que Usted querría.

«Las cosas de hecho están así y en esta asignatura no se hacen milagros. Le recuerdo que también Francisco en su época tuvo que negociar durante mucho tiempo con la jerarquía romana y con el Papa para ver reconocidas las reglas de su Orden. Al final obtuvo la aprobación pero con profundos cambios y compromisos».

¿Deberá Usted seguir el mismo camino?

«No soy Francisco de Asís, no tengo su fuerza ni su santidad. Pero soy el obispo de Roma y el Papa de los católicos. Lo primero que he decidido ha sido nombrar a un grupo de ocho cardenales que forman mi consejo. No cortesanos sino personas sabias y animadas por los mismos sentimientos que yo. Este es el inicio de esa Iglesia con una organización no solo vertical sino también horizontal. Cuando el cardenal Martini hablaba llamando la atención sobre los Concilios y los Sínodos, sabía muy bien lo largo y difícil que era el camino que hay que recorrer en esa dirección. Con prudencia, pero con firmeza y tenacidad».

¿Y la política?

«¿Por qué me lo pregunta? Ya le he dicho que la Iglesia no se ocupará de política».

Pero hace unos días Usted hizo un llamamiento a los católicos a comprometerse civil y políticamente.

«No me dirigí solo a los católicos sino a todos los hombres de buena voluntad. Dije que la política es la primera entre las actividades civiles y que tiene su propio campo de acción, que no es el de la religión. Las instituciones políticas son laicas por definición y obran en esferas independientes. Esto lo han venido diciendo todos mis predecesores a lo largo de varios años, aunque sea con matices distintos. Creo que los católicos comprometidos en la política tienen dentro de sí los valores de la religión pero también una conciencia madura y una competencia para llevarlos a cabo. La Iglesia no irá nunca más allá de la tarea de expresar y defender sus valores, al menos hasta que yo esté aquí».

La Iglesia no siempre ha sido así.

«No, casi nunca ha sido así. Muy a menudo, la Iglesia como institución ha sido dominada por su aspecto temporal y muchos miembros y altos exponentes católicos tienen todavía esta forma de sentir. Ahora, déjeme a mí que le haga una pregunta: Usted, laico, no creyente en Dios, ¿en qué cree? Usted es un escritor y pensador. Creerá en algo, tendrá algún valor dominante. No me conteste con palabras como honestidad, búsqueda, visión del bien común; todos principios y valores importantes, pero no es esto lo que le estoy preguntando. Le pregunto qué piensa de la esencia del mundo, es más, del universo. Se preguntará, porque todos lo hacemos, de dónde venimos, adónde vamos. Estas preguntas se las hace hasta un niño ¿Y Usted?»

Le agradezco esta pregunta, la respuesta es esta: creo en el Ser, es decir en el tejido del que surgen las formas, los Entes.

«Yo creo en Dios, No en un Dios católico, no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es mi maestro, mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba es la luz y el Creador. Este es mi Ser. ¿Le parece que estamos muy lejos?».

Estamos lejos en el pensamiento, pero similares como seres humanos, animados inconscientemente por nuestros instintos que se transforman en pulsiones, sentimientos, voluntad, pensamiento y razón. En esto somos parecidos.

«Pero lo que Ustedes llaman el Ser ¿puede definirlo?»

El Ser es un tejido de energía. Energía caótica pero indestructible y en eterno caos. De esa energía emergen las formas cuando la energía llega a punto de explotar. Las formas tienen sus leyes, sus campos magnéticos, sus elementos químicos, que se combinan casualmente, evolucionan y finalmente se apagan pero su energía no se destruye. El hombre es probablemente el único animal dotado de pensamiento, al menos en nuestro planeta y sistema solar. He dicho que está animado por instintos y deseos pero añado que tiene dentro de sí una resonancia, un eco, una vocación de caos.

«Bien. No quería que me hiciese un resumen de su filosofía y con lo que me ha dicho es suficiente. Observo por mi parte que Dios es luz que ilumina las tinieblas y a pesar de que no las disuelva hay una chispa de esa luz divina dentro de nosotros. En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque nuestra especie se acabe no se apagará la luz de Dios que en ese momento invadirá todas las almas y todo será en todos».

Sí, lo recuerdo bien, dijo «toda la luz estará en todas las almas», lo que, si puedo permitirme la expresión, da más la idea de inmanencia que de trascendencia.

«La trascendencia permanece porque esa luz, toda en todos, trasciende el universo y las especies que en esa fase lo habiten. Volvamos al presente. Hemos dado un paso adelante en nuestro diálogo. Hemos comprobado que en la sociedad y en el mundo en el que vivimos el egoísmo ha aumentado más que el amor por los demás y que los hombres de buena voluntad deben actuar, cada uno con su propia fuerza y competencia, para hacer que el amor hacia los demás aumente hasta igualar e incluso superar al amor hacia nosotros mismos».

Este es un llamamiento a la política también.

«Seguramente. Personalmente pienso que el llamado capitalismo salvaje no hace sino volver más fuertes a los fuertes, más débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos. Hace falta una gran libertad, ninguna discriminación, nada de demagogia y mucho amor. Hacen falta reglas de comportamiento e incluso, si fuera necesario, intervenciones directas del Estado para corregir las desigualdades más intolerables».

Santidad, Usted es seguramente una persona de gran fe, tocado por la gracia, animado por la voluntad de relanzar una Iglesia pastoral, misionera, regenerada y sin apego a lo temporal. Pero según habla y yo le entiendo, Usted es y será un Papa revolucionario. Mitad jesuita, mitad hombre de Francisco, un connubio que quizás nunca se haya visto antes. Y además le gustan «Los Novios» de Manzoni, Holderlin, Leopardi y sobre todo Dostoyevski, la película «La strada» y «Prova d’orchestra» de Fellini, «Roma città aperta» de Rossellini y también las películas de Aldo Fabrizi.

«Esas me gustan porque las veía con mis padres cuando era un niño».

Bien. ¿Puedo sugerirle que vea dos películas estrenadas hace poco? «Viva la libertà» y la película sobre Fellini de EttoreScola. Estoy seguro de que le gustarán. Sobre el poder le digo: ¿sabe que a los veinte años hice un mes y medio de ejercicios espirituales con los jesuitas? Estaban los nazis en Roma y yo había desertado del reclutamiento militar. Podían condenarnos a muerte. Los jesuitas nos acogieron con la condición de que hiciéramos los ejercicios espirituales durante todo el tiempo que estuvimos escondidos en su casa, y así fue.

«Pero es imposible aguantar un mes y medio de ejercicios espirituales», dice él estupefacto y divertido. Le contaré el resto la próxima vez.

Nos abrazamos. Subimos la corta escalera que nos separa del portón. Le pido al Papa que no me acompañe pero él lo descarta con un gesto. «Hablaremos también del papel de las mujeres en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenina».

Y hablaremos, si Usted quiere, también de Pascal. Me gustaría saber lo que piensa usted de esta gran alma.

«Lleve a todos sus familiares mi bendición y pídales que recen por mí. Piense en mí, piense a menudo en mí».

Nos estrechamos la mano y él se queda quieto con los dos dedos levantados en signo de bendición. Lo saludo desde la ventanilla. Este es el Papa Francisco. Si la Iglesia se vuelve como él la está pensando y la quiere, habrá cambiado una era.

Fuente: http://www.repubblica.it/cultura/2013/10/01/news/el_papa_as_voy_a_cambiar_la_iglesia-67692129/

(Traducción de Monica R. Bedana)