Ya tenemos papa y se llama Paco, con todos los respetos. Me permito esta familiaridad por lo común del nombre entre nosotros. Es muy curioso que Francisco tenga tantos hipocorísticos en nuestro idioma: Paco, Kiko, Curro, Pancho. Creo que es el nombre que más tiene y no lo es por casualidad. Desde el mismo idioma […]
Ya tenemos papa y se llama Paco, con todos los respetos. Me permito esta familiaridad por lo común del nombre entre nosotros. Es muy curioso que Francisco tenga tantos hipocorísticos en nuestro idioma: Paco, Kiko, Curro, Pancho. Creo que es el nombre que más tiene y no lo es por casualidad. Desde el mismo idioma se irradia la cercanía que rezuma el nombre del gran hombre de Asís, aquel que supo vencer la arrogancia y la altanería con humildad y firmeza en las convicciones. El Poverello ha inspirado siempre a los pobres para alcanzar la dignidad que se les arrebata por parte del poder y eso lo han agradecido siempre los excluidos. Por esto me atrevo a llamar al papa Francisco, Paco, pero también porque en las pocas horas que está ocupando la sede episcopal romana, nos ha dado indicios suficientes para abrigar muchas esperanzas en esta época que se abre. Los signos que hemos visto nos permiten atisbar buenas nuevas en el futuro cercano que nos permitan soñar con una Iglesia pobre, con los pobres y de los pobres; con una Iglesia humilde y sencilla que abdique de los fastos del poder; con una Iglesia servidora que no se arrodille ante las riquezas terrenales. Muchos de esos signos son sencillos, pero están cargados con una poderosa arma: la dignidad de lo humano.
Nada más salir al balcón de la plaza de San Pedro, pudimos ver a un hombre sencillo, de blanco inmaculado, sin más signos externos que nos hablaran del poder que tras aquellos muros se pretende atesorar. Nada de alharacas, ni de fastos, ni de oropeles, ni de sedas. Sencillez y cercanía. Sus primeras palabras, remenbranza del de Asís, dirigidas a los hermanos y hermanas, en una noche que recordaba a aquella en que Juan XXIII convocó al pueblo en procesión de antorchas hasta San Pedro en la convocatoria del Concilio Vaticano II. Él se muestra como lo que es, un hermano entre hermanos, necesitado de oración como todos e igual a todos en todo lo humano. Por eso pidió una bendición para él, antes de bendecir él mismo a sus hermanos. Tuvo unas palabras más significadas por lo que no dijo que por lo que dijo. En ningún momento hizo referencia al papado, sino a su función canónica: obispo de Roma, que en la tradición es el que preside en la caridad las otras iglesias. Desde el punto de vista eclesiológico es un vuelco respecto al anterior pontificado: la iglesia de Roma es una entre las iglesias del mundo, pero con un cometido especial: presidir en el amor. Nada más que eso, no hay precedencia ontológica de la Iglesia de Roma, como defendió Ratzinger, la precedencia la tiene la única Iglesia de Jesús, las demás iglesias son las concreciones de aquella única Iglesia en cada lugar del mundo donde se vive la lucha por el Reino de Dios.
Es un hombre que ha renunciado, de momento, al boato del poder que acompañaba a los últimos pontificados a la Iglesia. Sin coche de lujo, sin tronos ni grandes aspavientos rituales. Sencillo, sin papeles, haciendo una homilía como debe ser, es decir, aplicando la Palabra de Dios proclamada al aquí y ahora. Con un lenguaje inteligible, sin rimbombantes declaraciones ni sesudas disquisiciones. La teología tiene una misión importante en la Iglesia, pero no es la de presidirla, es un servicio a la verdad, pero desde la caridad. Una verdad, cuando se impone, deja de serlo. De ahí que las formas sean tan importantes, formas que perdieron a otros pontífices. El papa Paco se está haciendo de querer y lo consigue con algo tan sencillo como la humildad y la espontaneidad. Si le ponen limusina, va caminando; si le ponen un trono, permanece de pie; si le halagan, bromea. Un hombre con iniciativa y con firmeza, pero a la vez, con algo que de verdad lo salvará en medio de los peligros que le acechan, con sentido del humor, como lo tenían Juan XXIII y Juan Pablo I, los dos precedentes claros de este tiempo que se abre.
Me cabe una duda. ¿Será capaz de enfrentarse a los retos que muchos ya han indicado para la Iglesia de este siglo? En una rápida enumeración serían estos lo retos planteados: el lugar de la mujer en la Iglesia; la reforma del sacerdocio y el lugar del celibato; la reforma del modo de organización eclesial, democratizando las elecciones episcopales e instituyendo un sistema sinodal ágil; abandono del Vaticano y vuelta a la sencillez nazarena; la pérdida de todos los privilegios y el alejamiento de los grupos de poder. Estos son los retos más evidentes, pero seguro que aparecen más aún. Creo que todos los retos se pueden resumir en dos, como los mandamientos: la pobreza real como signo de la presencia del Dios de Jesús y la búsqueda del Reino de Dios como objetivo único de todos los esfuerzos.
Cada día espero nuevos signos de este papa Paco, que, como dijo Jesús a Pedro, nos confirmen más y más en la fe. El ministerio de Pedro en la Iglesia es el servicio de la unidad y esta solo puede venir mediante el respeto de la diversidad de los dones eclesiales y la promoción de las particularidades. Paco, recuerda que tú eres Pedro, y que en tu fe edificamos la Iglesia de Jesús para la construcción del Reino de Dios.
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