Trump volvió recargado, pero no empoderado. Firma un decreto tras otro y eleva el tono de sus bravuconadas, luego del pomposo espectáculo de su coronación. Con esa hiper actividad disfraza la inconsistencia mayúscula de su segundo mandato.
El magnate está embarcado en engrandecer a los capitalistas de Estados Unidos a costa del resto el mundo. Promueve políticas económicas coercitivas con sanciones, aranceles y chantajes para revitalizar un alicaído imperio. Pretende contrarrestar ese declive con el programa de los sectores americanistas del empresariado, que priorizan el mercado interno en conflicto con sus rivales globalistas, que jerarquizan los negocios en el exterior.
Pero ese plan para penalizar las importaciones y proteger la producción local entraña un enorme riesgo inflacionario. Es muy improbable que el intenso encarecimiento de los insumos, sea contrapesado por sustitutos locales igualmente competitivos para evitar esa carestía. Y si los precios se disparan, Trump afrontará la misma erosión que afectó a Biden.
LOS RIESGOS DE LA GUERRA COMERCIAL
La confrontación comercial en curso puede socavar más a Estados Unidos que a sus contrincantes. Trump necesita imponer condiciones muy favorables a los capitalistas de su país para evitar ese efecto, especialmente si provoca una gran retracción de la menguante tasa de crecimiento de la economía mundial.
El proteccionismo que idolatra fue un instrumento histórico efectivo para las potencias en ascenso, que defendían sus nacientes mercados de competidores internacionales dominantes. Lograban incrementar por esa vía la productividad frente a sus rivales. Como Estados Unidos perdió esa juventud económica hace mucho tiempo, es muy improbable que pueda usufructuar de esa receta ante el poderoso emergente asiático.
Trump promociona mayores subvenciones para la industria y rebajas impositivas para las empresas que retornen al país remodelando sus cadenas de valor. Extiende esa oferta mucho más allá de los sectores favorecidos por su antecesor (energía limpia, vehículos eléctricos, microprocesadores). Pero nadie vislumbra, cómo podría funcionar la gigantesca alteración de las estructuras de producción internacionalizadas que auspicia. Esos circuitos emergieron de una competencia de costos, que no se amolda a una simple relocalización en suelo norteamericano.
La economía estadounidense tendría que registrar un vertiginoso incremento, para contrarrestar el encarecimiento que impondrán los aranceles a los bienes de consumo baratos importados de Oriente. Trump supone que esa expansión emergerá del uso de los fondos recaudados con esas tarifas, para financiar la remodelación de la industria local.
Pero la insoslayable condición de una transformación productiva de ese alcance es la continuada preeminencia del dólar, como patrón monetario internacional. Estados Unidos usufructúa del privilegio del emitir y endeudarse sin límite a costa del resto del mundo. Utiliza su propia moneda como medio de pago internacional y esa anomalía le permite preservar un lugar hegemónico, que no obedece a la primacía de su productividad. El soporte industrial y comercial que sostuvo el debut del reinado del dólar se ha esfumado y el predominio de esa divisa ya no se asienta en basamentos objetivos (Desai, 2025).
Ese divorcio quedó transparentado en los años 70 con la inconvertibilidad del dólar al oro, pero todos los mandatarios yanquis lograron el concurso de socios, aliados y subordinados para mantener ese señoreaje. Trump mantiene esa norma con un chantaje frontal y amenaza expulsar a los disconformes del lucrativo mercado norteamericano. Supone que esa extorsión, bastará para perpetuar la atracción que ejerce el billete estadounidense, sobre el grueso del capital flotante en el planeta.
Pero si logra recrear ese magnetismo, el consiguiente fortalecimiento del dólar obstruiría el repunte de las exportaciones, afectando la reversión del déficit comercial y la consiguiente recomposición de la producción local. Paradójicamente, lo que ha reciclado durante décadas la primacía del dólar como medio de pago, es el enorme poder de compra internacional del mercado estadounidense.
Trump está explorando la cuadratura del círculo. Pretende cerrar el mercado yanqui a todos sus clientes, sin afectar el dominio de la divisa yanqui. No es el primer ocupante de la Casa Blanca que improvisa fórmulas para sostener esa supremacía. Pero ninguno de sus antecesores, afrontó un escenario tan signado por tendencias a la desdolarización de la economía mundial.
El bloque de China y los BRICS -que promueve esa paulatina desconexión- tiene una incidencia muy superior, al mero descontento con el imperialismo del dólar que insinuaban Francia, Alemania o Japón en el pasado (Hudson, 2025). Si Trump no logra exhibir poder frente a sus contendientes, el repunte del dólar puede desembocar en un curso inverso.
ADVERSIDADES A LA VISTA
El magnate de la Casa Blanca se apresta a incrementar el gigantesco déficit fiscal, que Estados Unidos financia con bonos nominados en dólares. Intenta complementar su ideario proteccionista con políticas ultraliberales de ofertismo impositivo y por eso volverá a introducir drásticos recortes de impuestos a las grandes empresas. Supone que el enriquecimiento de los millonarios incentiva la inversión y el consiguiente derrame de empleos e ingresos al resto de la sociedad.
Su propuesta de reducción de gravámenes se inspira en ese mito, olvidando que en la gestión anterior esa disminución tan solo suscitó una gran bonanza bursátil, entre las empresas que privilegiaron la recompra de sus acciones al aumento de la inversión. El drástico incremento de la deuda pública, permitió al 5% más rico de la población multiplicar su fortuna tres veces más que el resto.
Ese idílico escenario para los poderosos explica el viraje hacia el trumpismo de amplios sectores del capital financiero, que tradicionalmente simpatizaron con el globalismo de los Demócratas. Ese giro incluye a los Fondos de Inversión que desplazan a la banca tradicional, en las operaciones más lucrativas de la intermediación financiera.
Pero la algarabía de estos sectores está reñida con la recomposición productiva que auspicia Trump. Ese conflicto ya se ha verificado en el empalme de las periódicas euforias de Wall Street, con el estancamiento de la productividad estadounidense frente al competidor chino. Trump pretende satisfacer a los financistas y apuntalar a los industriales, imaginando complementariedades donde priman las incompatibilidades. La tasa de interés será un ilustrativo barómetro de esa asincronía.
La promesa de “hacer nuevamente grande a América” también presupone una significativa mejora de los salarios, que arrastran un gran congelamiento de largo plazo. El poder adquisitivo de esos ingresos era el mismo en el 2019 que cuarenta años antes. Los repuntes marginales de los ultima administración quedaron totalmente neutralizados por la inflación y esa misma licuación despunta como perspectiva de la nueva presidencia.
El magnate oculta con palabrerío los grandes desequilibrios que motoriza. Recrea el imaginario del bienestar perdido y se presenta como el hombre providencial que restaurará ese paraíso. Afirma que los empleos brotarán del proteccionismo, confiando en las bondades de la inversión privada, que compensaría los próximos recortes de la obra pública y el empleo estatal. Imagina una marea de empresas relocalizadas en territorio estadounidense, omitiendo que ese vendaval incluiría también los procesos de automatización que recortan la creación de puestos de trabajo (Blakel, 2025).
Trump no tiene ningún empacho en potenciar la destrucción del medio ambiente. Declaró la «emergencia energética» para que las compañías demuelan el planeta y ponderó esa demolición con una alegre convocatoria a “perforar, niños, perforar”. Ya sustrajo a Estados Unidos del Acuerdo de Paris para prolongar la era de los combustibles fósiles y archivó las iniciativas de energías renovables.
Pero el efecto de una mayor oferta de petróleo sobre la economía yanqui es dudoso. El abaratamiento de ese insumo ya no es necesariamente promisorio para el nuevo exportador estadounidense, que extrae shale a costos superiores a los productores tradicionales.
El millonario también promueve el acaparamiento de los nuevos materiales demandados por la tecnología digital (cobalto, litio, tierras raras). Por todos los costados acentúa un descalabro climático, que no eximirá a Estados Unidos del desastre en curso. Trump pretende sepultar la inefectividad del capitalismo verde con mayor extractivismo, para satisfacer a sus financistas del sector petrolero, gasífero y carbonífero. Pero los efectos de ese suicidio estarán a la vista en poco tiempo.
Referencias
Desai, Radhika (2025). El sistema del dólar: la máquina de producir desigualdad más poderosa del mundo 15/01 https://rebelion.org/el-sistema-del-dolar-la-maquina-de-producir-desigualdad-mas-poderosa-del-mundo/
Hudson, Michael (2025). La guerra económica de Trump contra el mundo y las balanzas de pago 25 enero, https://observatoriocrisis.com/2025/01/25/la-guerra-de-trump-contra-mexico-y-el-mundo-entero-por-la-balanza-de-pagos/
Blakel, Grace (2025). ¿Qué piensa hacernos Trump en estos tiempos convulsos? 26/01 https://sinpermiso.info/textos/que-piensa-hacernos-trump-en-estos-tiempos-convulsos
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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