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El punto de inflexión del relevo entre China y Estados Unidos

Fuentes: Rebelión

En la predicción, o tal vez mejor decir en la anticipación de los grandes cambios sociales, esos que se dan en el tiempo largo de la historia, resulta difícil percatarse sobre la marcha de cuándo se produce el punto de inflexión, aquel que deja atrás un periodo e inicia otro.

El pasado reciente no permite vislumbrar ese cambio, el tráfago de los acontecimientos obnubila el análisis y se requiere intuición para interpretar los indicios, al principio inapreciables, de inmediato nada concluyentes. Así sucedió con la llegada de la globalización, que se manifestó con claridad en los años 90 del siglo XX, aunque echara sus raíces antes.

Asistimos ahora al acabamiento de aquella globalización que nos ha acompañado durante varios decenios con ríos de tinta en informes, artículos y libros intentando explicar su alcance y consecuencias, hasta darla por asentada, como si viniera a ser permanente en el tiempo, como si las nuevas condiciones dadas entonces y desarrolladas después, se hubieran convertido ya en el marco definitivo, irreversible, en que operaría la economía, la sociedad, el mundo al completo.

Llega el inicio de un mundo nuevo, aunque expresado así resulte inverosímil, confiados y confortados por el hábito de actuar en el marco de la globalización, pero es ya una nueva trayectoria la que se muestra tras la inflexión producida con la imparable fuerza ascendente de China como nueva gran potencia (mejor podríamos decir renovada, si no fuera por el cúmulo de años transcurridos desde que China lo fue con anterioridad). En Estados Unidos, el presidente Trump capitalizó y puede seguir haciéndolo, el sentir de una parte importante del pueblo norteamericano temeroso de lo que se le venía encima: la pérdida de su seguridad en el mundo, el desplazamiento del poderío hegemónico, la necesidad de defenderse. Olisquear el fuego antes de verlo, reconocer en el relámpago el anuncio de la tormenta, esa percepción animal que todavía no hemos perdido.

Superado el punto de inflexión, el cambio irá fraguando, aunque ahora nos sea difícil anticipar sus manifestaciones concretas, siendo la principal y más visible de entre ellas el acopio de apoyos de diversos tipos, tejiendo una nueva malla mundial: acuerdos, contratos, derechos concedidos, reciprocidades convenientes, socios de aventura, todo ello combinado asentará el nuevo poder hasta alcanzar el punto en que se enseñoreen sus rentas, con la moneda incluida. Esa es la marcha actual, no la Larga Marcha de Mao Zedong.

Se comprende que el “primo Zumosol” (así me gusta significar a los Estados Unidos en su relación de “parentesco” ridículo con sus aliados, concretamente con España) toque la corneta “a formar” para que acudan todos sus aliados a ponerse a sus órdenes intentando estorbar a rusos y chinos y a su entente (aunque esta sea de duración limitada, pero con gran recorrido todavía), bien sea en lo tecnológico (el despliegue del “5G”, por ejemplo), bien en lo comercial, bien en las instituciones internacionales. La cosa es estorbar a uno o al otro o a sus proyectos y relaciones conjuntos. La contribución solicitada por los EE. UU. es de suyo muestra de debilidad, como lo es la retirada de escenarios de Oriente Medio para poder concentrar su atención en frenar el ascenso chino, poniendo a Japón a cotizar también (ya lo hizo Arabia Saudí con la compra de material bélico para la defensa frente a Irán, una vez los USA avisaron de que se iban, como parece ya decidido se irán de Afganistán).

Es lícito y lógico que la potencia decadente no quiera creer que se ha alcanzado el punto de inflexión y, por ende, lo haya negado, instalado en el confort de quien se cree todavía suficientemente poderoso como para fijar las normas y las prebendas, pero ello no evita que se haya alcanzado y, aún falto de reconocimiento, la andadura alumbre otro poderío. Es igualmente comprensible que la creencia propia le empuje a intentar convencer de esta a sus aliados, para cerrar filas, aunque ya es demasiado tarde. Más le valdría percatarse, aceptar y afrontar el cambio de su situación y buscar la concesión lenta, tan lenta como se pueda, de su hegemonía, asegurándose una firme retaguardia, más que sacar pecho a cureña rasa frente a los embates que llegan indefectiblemente.

¿A qué pretender que se rompan los lazos de Rusia y China? Cosa imposible a estas alturas, en que sus intereses objetivos son coincidentes y sus recursos y habilidades complementarios al menos a medio plazo. Mejor le iría a EE. UU. y a los europeos hacer uso de esa estrecha relación para, favoreciendo a Rusia en lo que le es preciso: alejar a la OTAN de su cercanía; dejarle construir su cinturón de seguridad, con Ucrania como primera protección, no poner trabas al desarrollo de los oleoductos de conexión con otros países de Europa, etc., digo, hacer uso de Rusia para intentar ralentizar el proceso de sustitución de una gran potencia por otra. A fin de cuentas, ni España tras la pérdida de su imperio, ni la pérfida Albión, cuya flota fue señora de los mares, tienen hoy ni asomo del poderío que tuvieron y siguen su marcha.

¿Aislar a China? Ya no se puede. El despegue de la potencia que emerge ya se ha materializado, tras dar 30 o 40 años de beneficios a las multinacionales, sobre todo originarias de Estados Unidos, que se instalaron en ella. Los intereses de muchas naciones se asocian ya a las inversiones Chinas, la requieren para salvar sus empresas, incluso las más representativas de su fama, como en el caso de alguna hacienda francesa de vinos borgoñones. Tal vez sus sistemas de gestión no sean tan sofisticados en el trato de los empleados como se hace con el cinismo de estilo occidental, pero se les requiere como agua de mayo en no pocas regiones europeas. Y no digamos de la penetración de su productos y servicios, o de lo que supone poder vender en un mercado del volumen chino, que se lo pregunten a la empresa de mármol de dos hermanos murcianos, hundidos en la crisis de las “subprimes” (de origen estadounidense y difusión occidental, no procedente de China, tampoco de Rusia).

¿Ser piedra en el zapato de China? Naíf, absurdo. No se olvide que la piedra acaba por ser extraída del zapato y no con cariño, pasando al olvido. Mejor acompasar los intereses, aprovechar lo que se pueda, que no es poco e ir dejando que la historia sitúe pacíficamente a cada cual en su sitio en cada época.

No resulta ni siquiera curioso ver como se manifiesta una vez más la contradicción entre la defensa ideológica del “mercado por encima de todo” y los esfuerzos intervencionistas que practican sus defensores occidentales, con Estados Unidos al frente, contra China y contra Rusia. Es posición tan ridícula que mueve a risa constatar cómo China retoma el argumento ideológico del mercado defendiendo abiertamente la libertad del mismo para aprovisionarse y vender, dejando en falso a los adalides del mismo de boquilla, pues, en realidad, como ya señaló John Kenneth Galbraith, vivimos en un sistema con dos subsistemas: el de planificación, donde se asientan las grandes empresas, públicas y privadas (sin distinción ideológica de sistema social y político, como quedó patente en el libro “Capitalismo, comunismo y coexistencia”, por J. K. Galbraith y Stanislav Menshikov. Véase mi reseña en SYN@PSIS N.º 39. Mar-Abr 2009), y un subsistema de mercado, en buena medida dependiente del de planificación.

Tampoco valen ya las estructuras burocráticas de mandato usamericano como la Unión Europea, que deberán replegarse a poco más que un departamento de estudios y coordinación técnica de productos para no estallar ante la progresiva manifestación de los intereses “nacionales”, lógicos y deseables dadas las diferentes culturas y las diversas estructuras productivas de los países que la componen. Traspasado el punto de inflexión, ya no vale el someterse a disciplina común pudiendo negociar separadamente con los nuevos actores que van ganado hegemonía. A unos países les conviene más unas cosas, a otros, otras. Nada impide, mantener el comercio, que de eso se trata, de ajustarlo a la mejor conveniencia en esta nueva situación que se va perfilando.

Puede costar aceptar que hay que enfocar los asuntos deshaciendo lo que no tal vez ni debió hacerse (dejemos de lado el manido argumento de que surgió para evitar una nueva guerra en Europa. Recordemos que surgió primero, años antes, la Confederación del Carbón y del Acero, CECA, que la Comunidad Europea de Energía Atómica o Euratom y que la Comunidad Económica Europea. Además, que, si ha de haber sometimiento aceptado para evitar la guerra, este carece de sentido. El libre comercio se practica con o sin UE, y para muestra, un botón: “Brexit”). Quienes gritan “más Europa”, como solución, se dejan fuera a Rusia, como si no fuera parte de Europa y no saben muy bien qué hacer con Turquía, pero no pueden conseguir que las diferentes naciones se sometan a mandatarios desconocidos, rotativos, ajenos a su cultura y distantes de sus pueblos, hasta extremos que hacen imposible sentirse sometidos a leyes convenientes a modos de vida diferentes. Hemos llegado a un punto límite, que se pretende hacer aceptable a cambio de cheques contra deuda.

No se hace nada difícil ver la debilidad que ha conllevado para países como, por ejemplo, España y Francia, que son los que mejor conozco, en su defensa, en su economía, en su seguridad jurídica, en la destrucción de su sanidad pública y de la educación…

Alcanzado el punto de inflexión, los gobernantes nacionales tienen que adecuar sus decisiones para obtener lo mejor posible para mejorar el bienestar del conjunto de su población, de acuerdo con su nivel y de los objetivos plausibles de los pueblos. China está ahí y Rusia también, no se muestran belicosos más que en sus ámbitos de interés, donde se sienten amenazados o privados de la realización a la que aspiran. Oportunidades múltiples de negociar cada nación más que padecer las consecuencias de los intereses ajenos de una potencia que forzosamente decaerá.

Dr. Fernando. G. Jaén Coll. Profesor Titular de Economía y Empresa de la Universidad de Vic-UCC