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El regreso de Rusia

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Traducido por Caty R.

La cuestión de la responsabilidad en el conflicto del Cáucaso no nos ha preocupado mucho tiempo. Menos de una semana después del ataque georgiano, dos comentaristas franceses, especialistas en todo, lo han considerado «obsoleto». Un neoconservador estadounidense influyente marcó la pauta. Saber quién empezó «importa poco», zanjó Robert Kagan ya que, «si Mikheil Saakachvili no hubiera caído en la trampa de Vladimir Putin esta vez, el conflicto habría estallado de otra forma» (1). Una hipótesis llama a otra: Si el día de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, la iniciativa de una operación armada hubiera sido emprendida por otra persona que no fuese el joven políglota Saakachvili, licenciado por la «Columbia Law School» de Nueva York, ¿los gobiernos occidentales y sus medios de comunicación habrían contenido su indignación ante un acto también altamente simbólico?

Pero cuando los buenos y los malos de la película se conocen de antemano, es más fácil seguir la historia. Los buenos, como Georgia, tienen la obligación de preservar su integridad territorial frente a las maniobras separatistas urdidas por sus vecinos; los malvados, como Serbia, deben aceptar la autodeterminación de su minoría «albanófona» (Kosovo) y sufrir, si se le ocurre rechazarla, los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La moraleja es más edificante todavía cuando, para defender su territorio, el simpático presidente pro estadounidense de Georgia repatría a un grupo de soldados enviados… a invadir Iraq.

Precisamente el pasado 16 de agosto, el presidente George W. Bush invocó gravemente las «Resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas», así como «la independencia, la soberanía y la integridad territorial» de Georgia, «cuyas fronteras tienen derecho al mismo respeto que las de las demás naciones». Por lo tanto, sólo Estados Unidos tendría derecho a actuar unilateralmente cuando considera (o se imagina) que se amenaza su seguridad. En realidad, la secuencia de los acontecimientos obedece a una lógica más sencilla: Washington utiliza a Georgia (y a la recíproca) contra Rusia; Moscú utiliza a Osetia del Sur, y también a Abjasia, «para castigar» a Georgia.

Desde 1992, dos informes del Pentágono han pretendido prevenir contra el eventual resurgimiento de la potencia rusa, entonces hecha añicos. Para establecer permanentemente la hegemonía estadounidense que surgió de la victoria de Estados Unidos en la guerra del Golfo y de la desmembración del bloque soviético era importante, indicaban dichos informes, «convencer a los posibles rivales de que no necesitan aspirar a desempeñar un papel más importante». Y si no pudiera convencerlos, Washington sabría «disuadirlos» ¿Quién era el objetivo principal de estas atenciones?: Rusia, «La única potencia del mundo que puede destruir a Estados Unidos» (2).

Por lo tanto, ¿se puede acusar a los dirigentes rusos de haber contemplado la contribución occidental a las «revoluciones de colores» en Ucrania y Georgia, la adhesión a la OTAN de ex aliados del Pacto de Varsovia y la instalación de misiles estadounidenses en terreno polaco como otros tantos elementos de esa vieja estrategia destinada a debilitar su país, cualquiera que sea su régimen? «Rusia se ha convertido en una superpotencia y eso es preocupante» admitió, por otra parte, Bernard Kouchner, el ministro francés de Asuntos Exteriores (3).

El creador, en 1980, de la arriesgadísima estrategia de Washington en Afganistán (apoyar militarmente a los islamistas para vencer a los comunistas…), Zbigniew Brzezinski, señaló el otro aspecto de las intenciones estadounidenses: «Georgia nos abre el acceso al petróleo y dentro de poco al gas de Azerbaiyán, del mar Caspio y de Asia Central. Por lo tanto, para nosotros, es una ventaja estratégica fundamental» (4). Brzezinski no es nada sospechoso de frivolidad: aunque Rusia estaba agonizando, en la época de Boris Yeltsin, quería expulsarla del Cáucaso y Asia Central para asegurar el suministro energético de Occidente (5). Desde entonces Rusia va mejor, Estados Unidos menos bien y el petróleo es más caro. Víctima de las provocaciones de su presidente, Georgia acaba de sufrir el choque de estas tres dinámicas.

(1) Respectivamente, Bernard Henri Lévy y André Glucksmann en Libération del 14 de agosto de 2008 y Robert Kagan en el Washington Post del 11 de agosto de 2008.

(2) Paul-Marie de La Gorce, «Washington et la maîtrise du monde», Le Monde diplomatique, abril de 1992.

(3) Entrevista en el Journal du dimanche, París, 17 de agosto de 2008.

(4) Bloomberg News, 12 de agosto de 2008, www.bloomberg.com

(5) Zbigniew Brzezinski, Le Grand Echiquier, Bayard, Paris, 1997.

Original en francés: http://www.monde-diplomatique.fr/2008/09/HALIMI/16245