Con el reciente triunfo del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en las elecciones presidenciales de El Salvador el pasado mes de marzo no sólo se rompe con veinte años de monopolio del derechista ARENA, partido creado en su día por Roberto d’Aubuisson, uno de los personajes más oscuros de la historia reciente latinoamericana […]
Con el reciente triunfo del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en las elecciones presidenciales de El Salvador el pasado mes de marzo no sólo se rompe con veinte años de monopolio del derechista ARENA, partido creado en su día por Roberto d’Aubuisson, uno de los personajes más oscuros de la historia reciente latinoamericana . Supone también la continuación de la ola de reacción al monopolio de las políticas neoliberales dominantes en América Latina en los ’80 y ’90, ola que tiene como principales estandartes Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Es, no obstante, un triunfo con incertidumbres. Y no sólo porque haya venido acompañado por la pérdida de la Alcaldía de San Salvador por parte del FMLN (las elecciones municipales se hicieron conjuntamente con las presidenciales), porque el triunfo del FMLN haya sido por muy escaso margen (aunque el fraude es un instrumento enquistado en la política salvadoreña, lo que hace pensar que la diferencia ha debido ser mayor) o porque el FMLN esté lejos de controlar el Parlamento (tiene 35 escaños de un total de 84, y los partidos de derecha y centro derecha suman mayoría). La principal incertidumbre está en la política que establecerá el nuevo presidente. Los planteamientos de Mauricio Funes no tiene nada que ver con los de Schafik Handal, el viejo líder histórico que murió hace tres años, quien mantuvo al FMLN en una línea claramente socialista. Por el contrario, la carrera política de Funes es escasa (se le conoce básicamente como periodista) y su candidatura se debió al interés del FMLN de presentar a una persona con un perfil más moderado para atraer una parte del electorado temeroso de veleidades demasiado izquierdistas (el cervil temor al fantasma comunista inculcado durante décadas de Guerra Fría).
Con todo esto, son muchas las preguntas que están en el alero. Las principales giran alrededor de la política económica. Ya antes de las elecciones, Funes afirmó que su gobierno no la cambiaría en tres temas esenciales: no se denunciaría el Tratado de Libre Comercio (CAFTA), no se revisarían las privatizaciones realizadas en todo el periodo neoliberal (aduciendo que eso es jugar con fuego y que generaría inseguridad jurídica), y se mantendría la dolarización establecida hace ocho años. Parece ser que FMLN aceptó este programa que, se ha de decir, choca frontalmente con los principios que lleva defendiendo desde los Acuerdos de Paz y su legalización como partido político. Está por ver cual será la relación entre el FMLN y el nuevo presidente a lo largo de la legislatura, pero se prevé que no sea fácil.
¿Y en política agraria? Dejando a un lado las dificultades de una agricultura campesina que tiene que competir en su propio mercado con producción foránea generalmente subvencionada, y que difícilmente se podrán enfrentar si el nuevo gobierno mantiene El Salvador en el CAFTA, ¿en qué quedará la históricas reclamaciones de cambio de paradigma agrario del FMLN? No olvidemos que El Salvador presenta una fuerte concentración en la propiedad de la tierra, además de ser junto con Haití el país latinoamericano con un mayor nivel, porcentualmente, de deforestación y de degradación de suelo agrario.
Revertir esta situación sin una política a favor de la Soberanía Alimentaria parece difícil. Una política agraria a favor del campesinado sin tocar algunos elementos fundamentales de la economía neoliberal mantenida en los últimos 20 años por los gobiernos de ARENA, como el Tratado de Libre Comercio o la incentivación de la propiedad privada, parece imposible. Que Mauricio Funes afirme tener como modelo a seguir a Lula da Silva (cuya política agraria levanta ampollas entre algunas de las organizaciones de base en las que se apoyó para alcanzar el poder, como es el caso del MST), no indica que vaya a destinar grandes esfuerzos en este ámbito. Incluso peor que no hacer nada, una política agraria descafeinada destinada a contentar a los sectores más socialistas del FMLN puede ser contraproducente. Reformas de este tipo sólo han servido para acrecentar la gran propiedad (valga como ejemplo la reforma agraria boliviana del 53 en las provincias orientales), para establecer mercados liberalizados (la reforma agraria que propugna el Banco Mundial) o para «demostrar» que el modelo de producción campesina no es viable y sólo sirve para consolidar la pobreza rural (como evidenciaría la distribución de tierras marginales y de mala calidad a excombatientes que se hizo en el mismo El Salvador tras el fin de la guerra civil).
Queda, pues, esperar (en las dos acepciones de este verbo: el de aguardar y el de confiar) que deparará el nuevo gobierno salvadoreño. Por el momento, el triunfo del FMLN se ha de ver con satisfacción. Pero también con mucha cautela.
Jordi Gascó. Xarxa de Consum Solidari – Red de Consumo Solidario