Mucho antes de que la pandemia sacudiera los cimientos sociales, económicos y financieros de todo el planeta, ya se hablaba de una crisis del Sistema Multilateral. La vieja arquitectura global construida hace 75 años es, claramente, insuficiente para encarar los desafíos actuales.
El cambio climático, la amenaza nuclear, la crisis migratoria, los conflictos armados, la disrupción tecnológica, la desigualdad y, ahora, la pandemia son parte de la multiplicidad de crisis que un mundo dividido es incapaz de resolver.
La propagación del virus ha desnudado nuestras limitaciones, ha acelerado la competencia, ha profundizado la desigualdad y ha fragmentado nuestra respuesta.
La lógica del «sálvese quien pueda» fue la primera reacción una vez que se supo del potencial impacto de la pandemia. Ciertos Estados económicamente poderosos confiscaron encargos, sobrepujaron precios, bloquearon envíos de suministros de bioseguridad y respiradores para el tratamiento de la enfermedad. La «piratería» dejó un sabor amargo y evidenció la ausencia de cooperación y coordinación internacional.
Los pronósticos sobre las consecuencias de la pandemia son alarmantes; en lo económico y social se prevén situaciones catastróficas y devastadoras. Según la Cepal, ante el colapso del comercio mundial, un tercio del empleo mundial está en riesgo, decenas de millones de puestos de trabajo se perderán, el PIB de América Latina y el Caribe caerá en más de 5%; crecerá la pobreza y la extrema pobreza; y la FAO advierte con una pandemia de hambre.
La ONU advirtió sobre algunos riesgos inminentes de la pandemia en materia de seguridad: profundización de la erosión de instituciones públicas; el debacle económico creará mayores tensiones, particularmente en las sociedades frágiles y en países menos desarrollados o en transición, con graves efectos particularmente para las mujeres; los conflictos violentos pueden escalar y las guerras en curso agravarse; grupos terroristas pueden tomar ventaja de la situación para realizar ataques; la amenaza del bioterrorismo se acrecienta; la crisis ha dificultado los esfuerzos para la resolución de conflictos; y la pandemia ha exacerbado varios desafíos en materia de derechos humanos.
Paralelamente, y en medio de la pandemia, el presidente de EE.UU. decidió suspender los aportes de ese país a la Organización Mundial de la Salud. Según la versión oficial, esa decisión se habría tomado por la inadecuada respuesta de la organización al COVID-19.
Sin embargo, más parece que se utilizó la oportunidad para acelerar su arremetida contra la ONU. Recordemos que desde 2017, EE.UU. se desasoció de la UNESCO, Consejo de Derechos Humanos, de las negociaciones del Pacto Global de Migraciones, del Acuerdo de París, además de sus ataques a la Corte Penal Internacional y a los esfuerzos multilaterales con relación a la situación de Palestina.
Una situación tan extraordinaria como la pandemia ameritaba una respuesta, también, extraordinaria, con los más altos niveles de confianza, de coordinación, de cooperación, de legitimidad y de respuesta global.
Sin embargo, ninguna instancia de cooperación o integración internacional ha sido mínimamente efectiva para dar respuesta a la imperante necesidad de liderazgo global.
En el caso de nuestra región, se ha notado el vacío que dejó la Unión de Naciones del Suramericanas (Unasur), la paralización de la Comunidad de Estados de América Latina y del Caribe (Celac) y la completa ineficiencia de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Aquí, cabe recordar que las fortalezas y debilidades del Sistema Multilateral son directamente proporcionales a lo que los Estados miembros quieren de él y cuánto aportan.
Sin duda, se fortalecerán las fuerzas centrípetas que atraerán a los Estados-nación a su propio centro. Ese repliegue a lo nacional estará marcado por demandas de mejoramiento de los sistemas de salud, desvinculación de las cadenas de dependencia en el abastecimiento, alimentos, medicinas y otros insumos; además del cierre de fronteras, los nacionalismos, la xenofobia y el racismo.
La efectividad del Sistema Multilateral no se mediará por resoluciones aprobadas, por cumbres de líderes o por hechos meramente simbólicos: ¿podrá responder de manera global, efectiva y coordinada los efectos inmediatos de la pandemia? ¿contribuirá a que el costo de la multiplicidad de la crisis no sea pagada por los más vulnerables? ¿será esta la crisis que contribuirá a transformar las estructuras de gobernanza global?
La primera forma de medir su efectividad será su contribución a la distribución de pruebas y otros suministros a aquellos países sin la capacidad de abastecimiento propio. De igual modo, hacer efectivo el levantamiento de las medidas coercitivas unilaterales impuestas al margen del derecho internacional, y que han puesto a millones de personas en una situación aun más precaria.
Será de vida o muerte que en caso de que se encuentre un tratamiento o se invente una vacuna sean considerados bienes comunes de la humanidad, y que su distribución sea racional, proporcional y al alcance de todos. La efectividad del sistema se verá condicionada por el alcance del alivio, moratoria o condonación de la deuda externa. Además, por su capacidad de evitar una probable competencia entre países menos desarrollados y de ingresos medios por recursos para la recuperación económica, financiera y social.
Otro factor clave es el rol del Fondo Monetario Internacional. Está por saberse si el Fondo utilizará está crisis para impulsar sus políticas fallidas de privatización de servicios básicos y de recursos naturales.
Por otro lado, se verá si es posible, como lo solicitó la ONU, alcanzar un paquete de estímulo económico que ascienda a dos dígitos de la PIB global.
¿Será esta la crisis de crisis que impulse una transformación del sistema multilateral? No lo creo, pero el resultado dependerá de muchos factores: el rol Unión Europea, los BRICS, el sur global, el resultado de las elecciones en EE.UU. y del innumerable conjunto de factores que aún desconocemos sobre la pandemia.
No sabemos si el Sistema Multilateral superará la terapia intensiva en la que se encuentra. Lo que es seguro es que, después de esta crisis, hará falta una nueva agenda de desarrollo y de recuperación.
De todos modos, se abre la posibilidad de configurar un nuevo contrato social global y democrático que supere el metabolismo del modo de producción y consumo vigentes, que ataque las causas estructurales de los males puestos a flor de piel por la pandemia; que nos aleje de la distopía probable y nos acerque a la utopía posible de un mundo en el que primen la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Sacha Llorenti fue Embajador de Bolivia ante la ONU, Presidente del Consejo de Seguridad y Vicepresidente de la Asamblea General.