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Elecciones: otra artimaña política de los generales de Myanmar

Fuentes: The Iirrawaddy [Traducido para Rebelión por Cristina Alonso]

Para las elecciones previstas por la junta militar, se perfilan claramente tres grupos: una población sumida en el silencio, partidos políticos consumidos por la ansiedad y los militares, que traman con calma su próxima jugada. Si se comprende lo que los generales gobernantes están preparando, podemos predecir, a grandes rasgos, lo que sucederá tras las elecciones.

Pero antes de llegar a esa parte crucial, debemos analizar primero por qué el pueblo está «sumido en el silencio» y por qué los partidos políticos están inquietos.

Sumidos en el silencio

Cuando digo que la ciudadanía está sumida en el silencio, me refiero a que no muestra ningún interés por las elecciones y se opone a ellas, pero en silencio. En estos tiempos en los que se apunta a la gente con armas, ¿quién se atreve a hablar libremente? Si pudieran hablar sin miedo, simplemente dirían: «¿Por qué nos debería importar? Esto no son elecciones, es una farsa».

Y tienen motivos para sentir así.

La población de Myanmar conoce las elecciones más íntimamente que muchos observadores externos. Los votos que emitieron con esperanza en 1990, 2010 y 2020 fueron robados o anulados, lo que dejó un trauma profundo. Tres elecciones en tres décadas, y ni una sola fue respetada. Por eso lo llamo «trauma electoral».

Por lo tanto, no es de extrañar que la mayoría de la gente crea que volverá a ser engañada en diciembre y enero, cuando la junta tiene previsto celebrar elecciones en circunscripciones limitadas. Para el pueblo, lo que el ejército está organizando no es una elección, sino una estafa política, un intento de consolidar el poder militar bajo la apariencia de un proceso democrático.

Por si eso no fuera suficiente, consideremos lo siguiente: las elecciones se van a celebrar mientras que los liderazgos que salieron elegidos en 2020 permanecen en prisión. Los partidos populares que se oponen a la dictadura militar están prohibidos. La petición de la comunidad internacional de un proceso político inclusivo está claramente siendo objeto de burlas.

¿El resultado? Todo el mundo ya sabe cuál será el desenlace. El Partido de la Solidaridad y el Desarrollo de la Unión, el brazo político del ejército, «ganará». Estas elecciones se están diseñando desde el principio para crear un gobierno de generales y exgenerales.

Nadie cree que esto vaya a traer un cambio político verdadero. Esperar transformaciones de unas elecciones organizadas por militares que han manipulado, corrompido y borrado los votos de la gente en elecciones pasadas no es más que una fantasía. Las fuerzas de la oposición, los grupos revolucionarios y las organizaciones armadas de las minorías étnicas ven estas elecciones como lo que son: falsas, predeterminadas e ilegítimas.

Estos puntos son fáciles de entrever, para aquellas personas dispuestas a mirar. Pero siempre hay quien continúa fingiendo no verlos.

Partidos políticos inquietos

En contraste con el silencio de la opinión pública, los partidos que se presentan a estas elecciones están ocupados haciendo cálculos: ¿quién ganará? ¿cuántos escaños podrán conseguir? ¿qué cargos podrían ocupar después? Su punto de vista es opuesto al de la opinión pública. Pero, ¿cómo esperan conseguir los votos de un electorado que no reconoce las elecciones?

De los 57 partidos que se presentan, solo seis compiten a nivel nacional. Veintinueve son partidos de las minorías étnicas. La mayoría cuenta con escaso apoyo público y todos se presentan a las elecciones siguiendo la hoja de ruta política de la junta, elaborada explícitamente en contra de la voluntad de la ciudadanía.

Los seis partidos nacionales son el USDP, liderado por generales; el Partido Popular, liderado por U Ko Ko Gyi; el Partido Pionero Popular, liderado por Daw Thet Thet Khine; el Partido Democrático Shan y de las Nacionalidades, liderado por Sai Ai Pao; el Partido Frente Arakan, liderado por el Dr. Aye Maung, y el Partido Popular del Estado Kachin, liderado por el Dr. Tu Ja. Estos nombres no son nuevos. Pero tampoco son populares, y la mayoría son, por tradición, cercanos al régimen militar. En realidad, funcionan como partidos de relleno, destinados a dar una apariencia de pluralismo político en un ejercicio fundamentalmente antidemocrático.

Algunos liderazgos de partidos esperan que las elecciones creen una «nueva situación política» que reduzca el conflicto político y armado. Esta es la mentalidad de la realpolitik: jugar el juego que establece la junta, independientemente de la equidad, la inclusión o el encarcelamiento de los liderazgos de la oposición, mientras se descuida, en gran medida, la opinión pública. Otros simplemente buscan beneficios personales: supervivencia política, acceso al poder y/u oportunidades de enriquecimiento.

Y como los partidos verdaderamente populares, como la Liga Nacional para la Democracia y los partidos de las minorías étnicas, no pueden competir, estos partidos más pequeños ven el campo abierto. Sus posibilidades de ganar escaños son mayores. Pero participar en las elecciones de la junta, mientras los militares asesinan a personas a diario, es un suicidio político.

Los generales intrigantes

Mientras la ciudadanía sigue sumida en el silencio y los partidos están ansiosos, los militares conspiran con confianza. Ya están asignando generales a los distritos electorales y haciendo campaña en las redes sociales. Están trazando un mapa de qué leales ocuparán qué puestos en el parlamento y en el gobierno.

Por supuesto, el cerebro de la operación es el jefe de la junta, Min Aung Hlaing.

El mes pasado, ordenó a dos miembros de su consejo militar, el general Nyo Saw y Aung Lin Dwe, que se quitaran los uniformes y se presentaran como candidatos del USDP. Diez miembros del gabinete, entre ellos cinco generales, también se presentan a las elecciones. Se trata de hombres de su confianza, destinados a ocupar altos cargos.

Min Aung Hlaing se ha preparado para este momento desde el 2022, cuando sustituyó al presidente del USDP, U Than Htay, por el leal U Khin Yi, jefe de policía y exministro de Inmigración, y nombró al teniente general Myo Zaw Thein como adjunto. Sin duda, estas figuras aparecerán en el próximo parlamento y gobierno.

Según se informa, Aung Lin Dwe podría convertirse en presidente de la Cámara Alta y, por lo tanto, según la Constitución, en presidente del Parlamento de la Unión en la primera legislatura. Sería la persona encargada de aprobar al próximo presidente. En otras palabras: el ejecutor de Min Aung Hlaing dentro del Parlamento.

Otros generales, como Nyo Saw y Mya Tun Oo, probablemente volverán como ministros. Tres poderosos ministerios dirigidos por militares: Defensa, Interior y Asuntos Fronterizos, que posiblemente mantendrán sus cargos actuales en un nuevo gobierno elegido a dedo por el «presidente» Min Aung Hlaing.

Pero aquí está la diferencia crucial con respecto a 2010: Min Aung Hlaing no tiene intención de retirarse. A diferencia del exlíder supremo Than Shwe, no dará un paso a un lado. Su intención es convertirse en presidente.

Si llega al poder en 2026, podrá ejercer dos mandatos, un total de diez años, según la Constitución. Durante su primer mandato, podría incluso enmendar la Constitución (redactada por los propios militares) para poder controlar en mayor medida al ejército y al gobierno, reforzando aún más su control sobre el poder. Según se informa, está preparando al teniente general Kyaw Swar Lin para que asuma el poderoso cargo de comandante en jefe que actualmente ocupa Min Aung Hlaing. Su adjunto favorito, el jefe de inteligencia militar Ye Win Oo, sin duda ocupará un puesto clave.

Min Aung Hlaing está posicionando todo para garantizar su control absoluto.

Tras las elecciones de 2010, Daw Aung San Suu Kyi fue puesta en libertad en menos de una semana. Posteriormente, los presos políticos fueron liberados bajo el gobierno semi-civil liderado por Thein Sein. La LND y otros partidos populares se volvieron a registrar. A continuación, se llevaron a cabo reformas.

Sin embargo, entre entonces y ahora, la situación política ha cambiado drásticamente. Min Aung Hlaing no es Thein Sein, y el escenario postelectoral de 2026 no se parece en nada al de 2010.

Daw Aung San Suu Kyi tenía entonces 65 años; ahora tiene 80. En 2010 fue liberada del arresto domiciliario y siguió viviendo en su casa en libertad; esta vez, Min Aung Hlaing se ha asegurado de que ni siquiera tenga un hogar al que volver (su régimen ha sacado a subasta su casa en múltiples ocasiones tras una disputa legal con su hermano). En cuanto al mandato político que le otorgó el pueblo, no habrá apertura política. No habrá concesiones. No habrá reformas.

Min Aung Hlaing busca, simplemente, el control total.

De estas elecciones no surgirá un gobierno elegido por el pueblo. Tampoco surgirá un gobierno que sirva a la ciudadanía. Lo que surgirá es un gobierno diseñado exclusivamente para garantizar la supervivencia de un general malvado.

Fuente original en inglés: https://www.irrawaddy.com/opinion/commentary/the-election-another-political-trick-by-myanmars-generals.html