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El gasto mundial en armamento sigue aumentando

En el filo de la navaja

Fuentes: El Viejo Topo

El gasto mundial en armamento sigue aumentando y los tratados de desarme nuclear casi han dejado de existir, a excepción del prorrogado START III.

La sabiduría convencional de los centros de pensamiento estratégico estadounidenses, de sus países aliados y de la OTAN, cuyos estudios y análisis están llenos de mentiras y de trampas, señala que “los tratados se han erosionado”, como si los acuerdos hubieran sufrido los estragos del tiempo y nadie fuera responsable de su voladura y de la difícil situación actual. Es obvio que no es así: el responsable del deterioro de la estabilidad estratégica mundial es, sin duda, Estados Unidos, cuya ambición le ha llevado a abandonar unilateralmente, con diferentes pretextos, varios tratados de desarme, control e incremento de la confianza entre las grandes potencias, que han desaparecido en los últimos años. Y las sirenas de alarma sobre un hipotético enfrentamiento nuclear y sobre el estallido de la Tercera Guerra Mundial suenan con frecuencia.

Tras el abandono unilateral por Washington del Tratado INF en 2019, y del Tratado de Cielos abiertos en 2020, el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, START III, es el único acuerdo de desarme nuclear que vincula a las superpotencias nucleares. Moscú no descarta, además, que Estados Unidos abandone unilateralmente el Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares, firmado en 1996 y al que se han incorporado 185 países, pero que no ha entrado en vigor porque ocho países no lo han ratificado, entre ellos Estados Unidos, junto a China, Irán, Israel, Egipto, India, Pakistán y Corea del Norte. Estados Unidos abandonó también unilateralmente el acuerdo nuclear 5+1 (Plan de Acción Integral Conjunto, JCPOA) con Irán.

Además, el gobierno ruso considera que los ejercicios nucleares estadounidenses realizados con miembros de la OTAN que no poseen armas nucleares, violan el Tratado de No Proliferación Nuclear. Otro acuerdo, el Tratado por la Prohibición de las Armas Nucleares, TPAN, fue aprobado en 2017 en la ONU y finalmente, tras ser ratificado por cincuenta países, inició su vigencia en 2021. Sin embargo, tanto los cinco miembros del Consejo de Seguridad que disponen de armas atómicas (Estados Unidos, Gran Bretaña Francia, China y Rusia) como los países que también las poseen (India, Pakistán, Israel y Corea del Norte) no son firmantes del tratado. Tampoco España.

El START III expiró en 2021, pero Washington y Moscú suscribieron en febrero de ese año su prórroga hasta el 5 de febrero de 2026. Fue firmado por Moscú y Washington en 2010 y fija el número máximo de armas estratégicas de Rusia y Estados Unidos en 1.550 cabezas nucleares y 700 sistemas balísticos, incluyendo los bombarderos, los misiles alojados en tierra y los submarinos. Sumados los arsenales de las dos superpotencias atómicas suponen el noventa por ciento de todas las armas nucleares existentes en el planeta. Debe tenerse en cuenta que la mayoría de las armas nucleares no estratégicas (tácticas o de teatro) han sido retiradas, pero subsiste el riesgo de que aumenten porque tras el abandono por Estados Unidos del Tratado INF no hay control compartido sobre ellas porque no están sujetas a la verificación del START III. Al mismo tiempo, Estados Unidos, Rusia y China están desarrollando misiles hipersónicos.

En abril de 2022, el SIPRI de Estocolmo publicó su informe revelando que en 2021, por primera vez en la historia, se habían superado los dos billones de dólares en gastos militares en el mundo: 2.113.000.000.000 dólares. Una enormidad y un disparate a la vista de los problemas que deben afrontarse en el planeta. La situación es muy peligrosa, porque el despilfarro económico en armamento sigue aumentando. Los cinco países que más gastaron en sus ejércitos son Estados Unidos, China, India, Gran Bretaña y Rusia.

Diversas fuentes, desde la ONU hasta la Federation of American Scientists, FAS, o el SIPRI, calculan que en el mundo existen unas 12.700 cabezas nucleares, la mayoría en poder de Estados Unidos y Rusia. El número se ha reducido considerablemente desde los años setenta, pero las actuales ojivas nucleares son mucho más potentes. Según la FAS, Estados Unidos cuenta con unas 5.428 armas nucleares, de las que 1.644 son ojivas estratégicas desplegadas; y Rusia dispone de 5.977 armas nucleares, de las que 1.588 son estratégicas. En octubre de 2021, el Departamento de Estado norteamericano hizo una declaración pública revelando que Estados Unidos posee 3.750 ojivas nucleares en su arsenal y que 2.000 esperan ser desmanteladas, lejos del máximo de 31.255 armas nucleares que llegó a tener en 1967.

La Cámara de Representantes y el Senado de Estados Unidos aprobaron en diciembre de 2022 el proyecto de ley de presupuesto para defensa para el año fiscal 2023 que alcanza la cifra de 857.900 millones de dólares, que incluye partidas para la “seguridad de Ucrania y Taiwán”. La atención a esos focos de conflicto indica con claridad los objetivos estratégicos de Estados Unidos: debilitar a Rusia reforzando el ejército ucraniano, y azuzar la tensión con China en el estrecho de Taiwán, que Washington percibe como el punto más débil de Pekín. Ese presupuesto dedica mucha atención a la Iniciativa de Disuasión del Pacífico, con 11.500 millones de dólares en nuevas inversiones, y aumenta la «ayuda» a Taipéi con 10.000 millones durante cinco años por la Ley de Mejora de la Resiliencia de Taiwán de 2022. Incluye también 22.300 millones de dólares para la National Nuclear Security Administration, NNSA. Así, en 2023, Estados Unidos va a dedicar 2.350 millones de dólares cada día a sus ejércitos: el mayor presupuesto militar de toda la historia de la humanidad.

Y la guerra en Ucrania ha introducido nuevos peligros. El 6 de diciembre de 2022, Gregory Hayes, CEO de Raytheon (una de las mayores compaías de armamento del mundo, junto a Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman y General Dynamics) en una entrevista en la televisión estadounidense CNBC, admitía que Estados Unidos está proporcionando información en tiempo real a Ucrania y seleccionando objetivos contra Rusia. La guerra es entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, donde el Pentágono y sus aliados ponen las armas, la información de inteligencia y la selección de objetivos, y Ucrania los soldados. Hoy no hay duda de que Estados Unidos y sus aliados jugaron sucio con la crisis ucraniana: no solo por su apoyo al golpe de Estado del Maidán en 2014, también porque nunca pensaron exigir a Kiev el cumplimiento de los acuerdos de Minsk; los sucribieron para “ganar tiempo”, como declaró en su día Poroshenko y ha reconocido Angela Merkel en sus declaraciones en Der Spiegel y después en el Corriere della Sera, y que François Hollande ha confirmado en una entrevista con el periódico ucraniano Kyiv Independent. En el diario italiano, Merkel aseguró: “Y los Acuerdos de Minsk de 2014 fueron un intento de darle tiempo a Ucrania. Ucrania utilizó este período para volverse más fuerte, como se ve hoy. El país de 2014-15 no es el país de hoy. Y dudo que la OTAN pudiera haber hecho mucho para ayudar a Ucrania, como lo hace hoy.” Estados Unidos y la OTAN utilizaron esos años para rearmar a Ucrania y convertirla en una plataforma utilizada para desplegar fuerzas y, tal vez, misiles nucleares y amenazar a Rusia. El Center for International Policy de Washington ha calculado en 40.000 millones de dólares la ayuda en armamento de Estados Unidos al régimen de Kiev entre febrero e inicios de octubre de 2022: un apoyo semejante a un país no se había dado nunca en toda la historia, y con las últimas decisiones de Washington, la ayuda estadounidense a Kiev llega a los 110.000 millones de dólares. De esa forma, la guerra ucraniana está ligada al futuro de la estabilidad nuclear estratégica, hasta el punto de que Moscú considera que no puede abordarse obviando la situación en Ucrania. La neutralidad del país, bloqueando su ingreso en la OTAN y, por tanto, la renuncia estadounidense a desplegar en el país misiles nucleares que puedan alcanzar Moscú en menos de diez minutos, es vital para el gobierno ruso, que exige también la retirada de las armas nucleares estadounidenses de Europa: Washington dispone de ojivas atómicas en Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Turquía, y tiene escudos antimisiles (que pueden convertirse rápidamente en baterías ofensivas) en Redzikowo, Polonia, a 180 kilómetros de Kaliningrado, y en Deveselu, Rumanía, a 600 kilómetros de Crimea.

Con el pretexto de la guerra de Ucrania, Estados Unidos congeló las conversaciones sobre seguridad estratégica iniciadas en 2021, y los gestos de hostilidad no se han detenido. Si en abril de 2017, con el gobierno de Theresa May, el ministro de Defensa británico, Michael Fallon, declaraba en la BBC que la primera ministra estaba preparada para utilizar armas nucleares “si se daban circunstancias extraordinarias”, ahora no faltan tampoco los signos agresivos por parte de Estados Unidos y sus aliados: Liz Truss, otra ex primera ministra británica, afirmó en 2022 que no le temblaría la mano para utilizar armas nucleares. Y cuando el año terminaba, el gobierno ucraniano, que suele ir más lejos que su protector estadounidense, llegó a exigir (por boca de Kuleba, el ultraderechista ministro ucraniano de Asuntos Exteriores) que Rusia sea apartada del Consejo de Seguridad y de la propia ONU porque en su opinión ha usurpado el puesto. En septiembre de 2022, en la NATO Military Committee Conference que se celebró en Tallinn, el almirante Rod Bauer, presidente del comité militar de la OTAN, reconoció que la Alianza occidental había empezado a planificar varios años antes su expansión hasta las fronteras rusas. Por su parte, Zelenski había exigido a la OTAN un “ataque nuclear preventivo” contra Rusia, e incluso funcionarios anónimos del Pentágono y de la Casa Blanca filtraron en septiembre de 2022 a Newsweek la posibilidad que barajaba el gobierno estadounidense de “eliminar a Putin en el corazón del Kremlin”. Por no hablar de la implícita amenaza de partición de Rusia, un objetivo que aunque no ha sido oficialmente declarado por Washington no deja de ser uno de sus principales proyectos estratégicos.

Según revelaba La Repubblica el día 2 de octubre de 2022, la OTAN envió esos días información de inteligencia a los países miembros alertando de la movilización del submarino nuclear ruso K-329 Belgorod, que lleva el misil nuclear Poseidón, calificado como el arma del apocalipsis. La OTAN sugería, falsamente, que el submarino estaría implicado en el sabotaje al Nord Stream, pese a la expresiva y reveladora satisfacción de Radek Sikorski, ex ministro de Defensa y de Asuntos Exteriores polaco, que había publicado una fotografía del sabotaje al gasoducto acompañándola de un significativo agradecimiento: “Thank you, USA”. Además, la OTAN advertía que la misión del submarino K-329 Belgorod podría ser probar el torpedo Poseidón, que causaría un tsunami radiactivo. Filtrar esa información a la prensa estaba obviamente calculado: la alarma causada ayuda a disolver la resistencia a aumentar los presupuestos militares, disciplina a los parlamentos y gobiernos europeos, señala a Rusia como responsable de la carrera de armamentos y, de paso, achacaba a Moscú el atentado terrorista al gasoducto del mar Báltico. El mismo día, el ex director de la CIA y general del Pentágono, David Petraeus, declaraba que Rusia podía utilizar armas nucleares en Ucrania, y que Estados Unidos destruiría las tropas rusas si lo hacía. Pese a ello, hay diferencias en el Pentágono y en el Departamento de Estado sobre la evolución de la guerra ucraniana. Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, ha llegado a sugerir la conveniencia de iniciar negociaciones de paz en Ucrania. A su vez, Michael Gilday, jefe de Operaciones Navales estadounidense, declaraba en octubre que Estados Unidos tiene que estar preparado para ir a la guerra con China por Taiwán en 2022 o 2023.

El 17 de junio de 2020, Estados Unidos presentó su nueva Estrategia de Defensa Espacial, que sustituye a la de 2011 de Obama, elaborada en respuesta a la «amenaza estratégica» que, según Washington, suponen Rusia y China. Estados Unidos quiere con ello mantener la superioridad en el espacio, y la nueva Estrategia, que estará en vigor durante una década, supuso un rechazo rotundo a la propuesta rusa y china de aprobar un Tratado para evitar el despliegue de armas en el espacio. Con Trump, Estados Unidos formó en diciembre de 2019 la Fuerza Espacial (USSF, United States Space Force), que se convertía en la sexta rama de sus Fuerzas Armadas y el primer brazo militar creado desde hace más de setenta años: la decisión fue un decisivo impulso a la carrera armamentista. A principios de diciembre de 2022, la Fuerza Espacial realizó simulacros bélicos, denominados Space Flag 23-1, con Gran Bretaña, Canadá y Australia ante una “hipotética guerra en Europa”.

La Estrategia de Defensa de Estados Unidos, publicada en octubre de 2022, señala a China como el principal competidos en las próximas décadas, ello tiene obvias repercusiones en las negociaciones sobre desarme nuclear. El jefe del Pentágono, Lloyd Austin, mantiene que Rusia es un peligro inmediato pero no tiene la capacidad de China para plantear un desafío estratégico a largo plazo. Así, Estados Unidos sigue reforzando su despliegue: en diciembre de 2022, estableció una unidad de sus Fuerzas Espaciales en Corea (SPACEFOR-KOR), en la base aérea de Osan, a unos treinta kilómetros de Seúl, para vigilar a China, Rusia y Corea del Norte y rastrear misiles balísticos. Ese mismo mes, Estados Unidos presentó oficialmente su nuevo avión bombardero nuclear furtivo B-21 Raider (desarrollado por Northrop Grumman Corp), el primero de ese tipo que el Pentágono incorpora en los últimos treinta años. Estados Unidos está fabricando seis aviones B-21 Raider y quiere disponer de cien, que pueden llevar armas nucleares. El mes anterior había reforzado su fuerza espacial en el U.S. Indo-Pacific Command, en Oahu, Hawái.

Tras la reunión en Viena el 22 de junio de 2020, el representante especial estadounidense para control de armas, Marshall Billingslea, declaró que los contactos con la delegación rusa habían sido muy positivos. A principios de mes, Rusia había publicado su doctrina militar, y justo dos años después de esa reunión vienesa, el viceministro Serguéi Riabkov, representante ruso en las negociaciones, declaraba que la prioridad de su país es evitar un conflicto atómico, aunque no había recibido ninguna propuesta de Estados Unidos para el control del armamento nuclear, y recordó que Washington había violado reiteradamente acuerdos internacionales. A finales de septiembre de 2022, Riabkov respondía a las acusaciones occidentales sobre las supuestas amenazas nucleares de Putin aireadas por las cancillerías occidentales, afirmando que Rusia no amenaza a nadie con armas nucleares. Rusia mantiene en su doctrina militar que nunca será la primera en utilizar ese armamento, pero está reforzando y modernizando sus fuerzas nucleares en tierra, en bombarderos y en submarinos, desarrolla nuevos misiles hipersónicos y tiene previsto aumentar los efectivos de su ejército hasta un millón y medio de soldados. Rusia está construyendo nueva infraestructura en cinco grandes unidades de las Fuerzas de Misiles Estratégicos, que albergarán los nuevos sistemas de misiles, y la Fuerza Aeroespacial rusa levanta un polígono militar en la región siberiana de Krasnoyarsk. La progresiva incorporación de los misiles intercontinentales RS-28 Sarmat (que Estados Unidos y la OTAN denominan SS-X-30 Satan-2) con un alcance de 18.000 kilómetros, dotados de planeadores hipersónicos Avangard que pueden llevar hasta quince ojivas nucleares, a una velocidad de más 20 Mach (más de 25.000 kilómetros por hora) y penetrar los escudos antimisiles es la más potente arma nuclear rusa. Ilustrando la potencia del RS-28 Sarmat, el senador ruso Frants Klintsévich declaró que uno de ellos con diez unidades de Avangard podría destruir Gran Bretaña. Estados Unidos dispone del LGM-30G Minuteman III, con un alcance de 12.000 kilómetros a una velocidad máxima de 15.000 kilómetros por hora, y que puede transportar tres ojivas nucleares. Rusia ha incorporado también dos nuevos submarinos de propulsión nuclear, como el Generalissimus Suvórov, dotados de 16 misiles balísticos intercontinentales Bulavá que pueden llevar cada uno hasta seis ojivas nucleares y tienen un alcance de 10.000 kilómetros, y está construyendo cuatro nuevos submarinos de ese tipo.

El gobierno de Trump se había mostrado contrario a mantener el Tratado START III si China no se incorporaba a él, y el de Biden pretende que China se una a la renegociación, pero Pekín lo rechaza por su pequeño arsenal nuclear (similar al de Gran Bretaña o Francia), porque considera que son los dos países con mayores arsenales quienes tienen una mayor responsabilidad para impulsar el desarme, y porque China no es firmante del tratado, aunque apuesta decididamente por el desarme nuclear. El informe publicado por el Pentágono a finales de 2022 asegura que si China mantiene el ritmo actual de producción puede incrementar su arsenal atómico desde las algo más de cuatrocientas ojivas nucleares que posee hasta disponer de unas mil quinientas en 2035. El almirante Charles A. Richard, que dirigió hasta principios de diciembre de 2022 el United States Strategic Command, USSTRATCOM, en Nebraska, suele insistir en el pujante poder nuclear chino: en julio del mismo año declaró que China estaba experimentando “una expansión sin precedentes”. El coronel Tan Kefei, portavoz del Ministerio de Defensa chino, rechazó de inmediato esa especulación del informe alegando que Estados Unidos exagera el potencial de Pekín y pretende alarmar con la llamada «amenaza militar china” y, al mismo tiempo, “reduce el umbral del uso de armas nucleares”. Pekín considera que Estados Unidos lo hace para justificar el aumento de su arsenal nuclear. De hecho, el Pentágono presiona para aumentar y modernizar el armamento nuclear estadounidense, considerando que un mayor número de armas nucleares fortalece la seguridad, la posición y la hegemonía de Estados Unidos, aunque ya en 2010, dos investigadores poco sospechosos de simpatías hacia Rusia o China (Gary Schaub Jr. y James Forsyth Jr., del Air War College, y de la School of Advanced Air and Space Studies, respectivamente, dos centros de la Fuerza Aérea estadounidense, USAF) mantuvieron que poco más de 300 armas nucleares serían suficientes para blindar la seguridad estadounidense: “311 ojivas son equivalentes a 1.900 megatones de poder explosivo, nueve veces y media la cantidad que el secretario de Defensa, Robert McNamara, consideró en 1965 que podría incapacitar a la Unión Soviética destruyendo «entre una cuarta y una tercera parte de su población y cerca de dos tercios de su capacidad industrial.»”

Pese a la existencia de una declaración conjunta de Putin y Biden, realizada en junio de 2021, afirmando que una guerra nuclear no puede tener un vencedor, y con una declaración similar aprobada por los cinco países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que cuentan con armas nucleares, diferentes responsables del gobierno estadounidense continúan insistiendo en la posibilidad de que Rusia recurra al armamento nuclear en la guerra de Ucrania y acusando a Putin de supuestas amenazas. En la cumbre de Biskek de la Unión Económica Euroasiática, Putin afirmó ante la prensa que Rusia solo utilizaría su armamento nuclear como respuesta a un ataque y que, en ese supuesto, tras detectarse el lanzamiento de misiles atómicos, centenares de misiles rusos partirían hacia sus destinos. Putin destacó el peligro de que el enemigo crea que es posible ejecutar la “teoría del primer golpe”, en implícita referencia a Estados Unidos, que no ha renunciado a ser el primero en utilizar armamento nuclear, a diferencia de Rusia. En diciembre, el presidente ruso declaraba: «Sobre la probabilidad de una guerra nuclear. ¡Tal amenaza está creciendo, no puede ocultarse! Pero Rusia no usará primero armas nucleares bajo ninguna circunstancia. No estamos locos, somos conscientes de lo que son las armas nucleares.» También China ha proclamado que su estrategia nuclear de defensa establece que no será, en ninguna circunstancia, el primer país en utilizar armas nucleares.

Desde Noruega, Estados Unidos realizó el 9 de noviembre de 2022, en el océano Ártico, unos ejercicios militares lanzando un misil de crucero AGM-158 JASSM, de largo alcance, desde un avión de transporte con el uso de su sistema experimental Rapid Dragon. Al mismo tiempo, Estados Unidos realizó simulacros en Polonia y Rumanía y en el mar Báltico con la participación de aviones con lanzamisiles de alta movilidad. Mostrando su insatisfacción ante la negativa estadounidense para discutir sus propuestas, Moscú pospuso el diálogo en El Cairo sobre el START III previsto para finales de noviembre. Pese a todo, un signo esperanzador fue que las diplomacias rusa y estadounidense acordaron una próxima ronda de negociaciones, sin concretar fechas, para abordar la prolongación o renegociación del tratado. Uno de los asuntos más importantes a considerar será la puesta en marcha de inspecciones mutuas de los arsenales nucleares, que fueron suspendidas a principios de 2020 a causa de la pandemia.

Aunque el Estado Mayor estadounidense especule en Arlington en sus gigantescas pantallas escenarios virtuales de una guerra nuclear, el mundo, mientras tanto, necesita imperiosamente el desarme nuclear. Estados Unidos va a seguir acosando a Rusia para debilitarla y, en el hipotético desenlace más favorable para sus intereses, desmembrar el país si consigue estimular en su interior y en su periferia escenarios de crisis y caos, como sucedió con la Unión Soviética, sin necesidad de llegar a un enfrentamiento armado. Dejaría así a China sin su gran aliado, pero Washington no puede ignorar el enorme poder nuclear de Rusia. En la Conferencia sobre No Proliferación Nuclear celebrada en Moscú en diciembre de 2022, el ministro Lavrov mostró la preocupación rusa por la posible “colisión entre potencias nucleares”, insistiendo en que Rusia quiere evitar ese riesgo; y el día de navidad, Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, afirmaba en un artículo publicado en Rossiyskaya Gazeta, que “el mundo se encuentra “al borde de la Tercera Guerra Mundial y de una catástrofe nuclear”, porque Occidente “se debate entre el deseo de destruir a Rusia y el de evitar un apocalipsis nuclear”. Medvédev afirmaba que Moscú hará “todo lo posible” para evitar una catástrofe nuclear.

En ese atolladero en que se encuentra el START III, Estados Unidos debe decidir si liga la posibilidad de abrir negociaciones sobre el futuro de Ucrania a las más complejas sobre la estabilidad estratégica y el desarme nuclear. De momento, el gobierno de Biden impone una preocupante lentitud diplomática para abordar el “diálogo estratégico”, y como Darrell, el personaje de Maugham, camina en el filo de la navaja nuclear que supone continuar con la enorme presión militar sobre Moscú en la guerra ucraniana, que no ha cesado de aumentar… sin llegar al escenario apocalíptico de una guerra atómica que nadie puede ganar.

Artículo de Dmitri Medvédev: https://rg.ru/2022/12/25/nashi-liudi-nasha-zemlia-nasha-pravda.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.