Traducido del inglés por Sinfo Fernández
El Campo Bedawi es como otros muchos campos palestinos: un lugar atestado de gente, con estrechas calles que serpentean entre edificios de cemento que se extienden entre marañas de alambre, con agua corriendo por el suelo, frecuentemente embarrado porque no ha sido alquitranado. Pequeñas motos tratan de seguir su camino por entre la gente, niños con ropas demasiado pequeñas para su talla y agujeros a la altura de las rodillas corren y juegan al balón, encantados de posar para una foto tras otra. Pero hoy el Campo Bedawi está más poblado de lo normal porque está ofreciendo refugio a gentes que de nuevo se han visto desplazadas y que una vez más huyen de conflictos y que una vez más tienen que dejarlo todo tras ellos: ropas, alimentos, colchones y, a menudo, también hermanos y maridos. Han llegado aquí con las manos vacías y los palestinos del Campo Bedawi les han abierto de par en par las puertas de sus paupérrimos hogares.
No es sólo Bedawi el que está acogiendo a las familias que han sido tan afortunadas como para poder escapar de las asediadas calles asoladas por la muerte del Campo de Nahr al-Bared. Las familias han llegado en su huida hacia el sur hasta Beirut e incluso más allá. Chatila, testigo de su propia masacre, está abriendo sus hogares a las 153 familias que han logrado llegar hasta allí. La ayuda se está canalizando hacia Bedawi pero no ha llegado aún nada a Chatila. Muchas de las familias en huida que han aparecido por aquí escaparon llevando tan sólo encima el documento de identidad.
En Bedawi, los heridos y los sanos comparten el mismo trozo de pan; en Chatila, las mujeres que llegan sin marido comparten el mismo colchón con sus tres o cuatro hijos, y a veces ni siquiera pueden disponer de eso.
Muchas de las que han huido no tienen forma de averiguar cómo están sus hombres-compañeros, que todavía siguen atrapados en el asediado campo. Una mujer me dijo que la última escena que contempló cuando escapaba con su bebé fue la de su marido con un hombro sangrando a causa de una bala. Lloraba mientras me contaba que no sabía si volvería a verle de nuevo.
«¿Cómo puedo saber si Chatila va a convertirse ahora en mi hogar para siempre? Quizá no puedas entender cómo es la vida del refugiado. Siempre huyendo, siempre viviendo en los sitios de forma temporal y siempre soñando… ¿Me preguntas que con qué sueño ahora? ¿Con retornar a Palestina? No, tan sólo con volver a Nahr al-Bared y ver si mi marido está bien.»
Una siente vergüenza propia al ver todo lo que los palestinos están dando a sus hermanos recién desplazados. He visto a hombres donando 100 dólares, apilando ropa en el almacén central donde estamos recogiendo y entregando mantas y, desde luego, ofreciendo las azoteas de sus casas cuando ellos mismos no tienen más para dar. Esa gente está viviendo bajo la línea de la pobreza, en campos donde ya sobra gente, sin ingresos estables ni perspectivas de futuro y son ellos los que están haciendo las donaciones y abriendo sus brazos a las víctimas de las complejidades políticas y de las interferencias internacionales que se intensifican fuera de control en este país.
Mientras trabajábamos en Chatila tuvimos noticias de que el gobierno libanés ha concedido 72 horas a los dirigentes palestinos para resolver el punto muerto en el norte del Líbano o asaltarán el Campo con el armamento donado por EEUU.
Los dirigentes palestinos deben resolver el problema con un grupo de militantes extremistas que en un 70% no son palestinos y que fueron armados primeramente por el gobierno de Siniora para actuar en contra de HIzbollah, o ¿tendrán, una vez más, que convertirse en un pueblo masacrado, tiñendo el campo con otra historia más de horror?
¿Qué es lo que se podría conseguir al asaltar el campo?
El gobierno de Siniora dice que servirá para ‘erradicar el terrorismo’ porque el Líbano se ha convertido de repente en un campo de juego de la «Guerra contra el Terror». Pero, ¿cómo se espera conseguir eso? Como mucho, se matará o se obligará a suicidarse a 200 militantes. Pero ¿acabará eso con Fatah al-Islam en el Líbano? Nadie es tan simple como para pensarlo. Un movimiento de esa clase tan sólo va a conseguir más propaganda y crecer si un número pequeño de sus miembros son aniquilados de esa forma tan repugnante.
Y más importante aún, ¿cuál será el coste de todo ello? La muerte de los civiles que están aún atrapados en el campo, más heridos y más angustia. Destrucción de la pobre infraestructura del campo y pocas probabilidades de conseguir fondos para poder reconstruirla. Y una explosión de ira en todos los campos palestinos contra el gobierno y, más importante aún, contra el ejército libanés, que ha probado ser la única institución del país que en los últimos cuatro meses ha mantenido la guerra civil a provisional distancia. Si al ejército libanés se le ordena arrasar el campo, perderá el respeto que le tienen la mayor parte de las facciones de este país.
En resumen, la mayoría de la gente dice muy pragmáticamente que si el campo es asaltado, será muy difícil evitar la guerra civil en todo el Líbano. Junto a la guerra civil que implicará a las, desde hace tanto tiempo, establecidas confesiones religiosas (demasiado tristemente endogámicas en la sociedad libanesa), habrá un tercer elemento de caos: la influencia del extremismo de Al Qaida, que engendrará más violencia.
Hasta el momento, el único líder de una facción política en el país que ha hablado en contra de la posibilidad de asaltar el campo ha sido Hasan Nasrallah, el dirigente de Hizbollah, organización difamada en Occidente como «organización terrorista’.
Me siento y me pregunto de nuevo que estamos haciendo mal en todo esta historia del «terrorismo». En Gaza, Haniya pide un alto el fuego, aquí Nasrallah hace un llamamiento por la contención, motivados ambos por preocupaciones humanitarias. Los dos hombres encabezan organizaciones «terroristas» (aunque en el día de hoy la CNN ha amablemente añadido que Hamas y Hizbollah son ambas ‘organizaciones terroristas moderadas’, ¡vaya Vd. a saber lo que significa eso!). Mientras, el Primer Ministro libanés Fuad Siniora se convierte en el títere de los deseos de Bush de destruir la amenaza terrorista por medios militares y Olmert insiste en que atacar a los habitantes de Gaza y matar una media de cinco palestinos al día (la cifra que se está produciendo desde mediados del mes de mayo) sirve para proteger la democracia y que es necesario para destruir el terrorismo.
La gente en Occidente deberíamos seriamente cuestionarnos si no hemos perdido completamente el norte sobre lo que es y lo que no es terrorismo. Porque si le preguntan lo que es a cualquiera de los pobres aterrorizados refugiados que se apiñan en los atestados hogares y escuelas de Bedawi o Chatila o en cualquier de los otros campos desperdigados por todo el Líbano, les darán una respuesta que es muchísimo más lógica que cualquiera de las que yo haya podido oír parlotear en los medios a políticos o consejeros.
Fatah al-Islam es un grupo disidente del movimiento Fatah, pero esto no significa que sea un grupo palestino importante. Esto resulta obvio a partir del hecho de que la mayoría de los miembros de Fatah al-Islam son extranjeros que provienen de Egipto, Arabia Saudí, Sudán, muy pocos de ellos son palestinos en este momento. Son un grupo sunní y por esta razón fueron armados por el gobierno sunní de Siniora, que temía más al grupo chií de Hizbollah que al influenciado grupo de Al Qaida en el país.
Hizbollah es una amenaza para los sunníes libaneses y para ciertos grupos de poder cristianos. Israel fracasó al intentar destruir la organización el pasado año. En el mes de abril, la Comisión Winograd en Israel publicó un irrefutable informe sobre la actuación de los dirigentes israelíes en la guerra contra el Líbano del pasado año. Se dijo que una parte secreta de ese informe contenía pruebas de la complicidad entre Siniora e Israel durante aquellos 33 días de derramamiento de sangre. Si esa parte se hubiera hecho pública, muy pocos libaneses justificarían su contenido porque todos sufrieron mucho durante esa guerra.
De repente aparece la crisis de Trípoli, al parecer surgida de ninguna parte, y entonces todo el país pasa a estar pendiente de esa incipiente tragedia y se procede a plantar el miedo en Beirut de forma deliberada junto a las tres bombas que fueron estratégicamente detonadas en la ciudad… Así pues, hay escasas expectativas de que el gobierno de Siniora tenga que enfrentarse a prueba alguna sobre los contenidos del expediente citado aún cuando se hiciera público ahora.
Hay una tercera milicia en el interior del Campo Nahr al-Bared. Los residentes refugiados allí hablan de que esta tercera milicia se puso a disparar contra el ejército libanés y después contra Fatah al-Islam durante un alto el fuego, provocando nuevos tiroteos. Nadie sabe con seguridad quiénes son esas milicias pero algunos dicen que ese grupo esta conectado con las milicias de Hariri.
Si la guerra civil estalla, Hizbollah podría muy bien estar entre los perdedores porque, por muy armados y entrenados que estén, se han formado como grupo de resistencia contra una invasión israelí y no como un ejército civil listo para luchar y matar a compañeros libaneses por las calles.
Yo no puedo tomar partido en este país porque estoy horrorizada al ver el odio profundo que vive en los corazones de muchos libaneses que han crecido marcados por la realidad de la guerra civil y a cuyos niños han inculcado sus puntos de vista desde su más temprana edad.
Hasta la pasada semana cuando la gente me preguntaba si yo estaba «con Hizbollah o Siniora», siempre contestaba que yo no pertenezco a ningún grupo que ponga la política y la religión por encima de la paz en sus propio país, pero esta semana mi respuesta es ligeramente más específica porque una de las partes ha hecho eso de forma descarada y la otra ha pedido contención porque se está poniendo en peligro las vidas humanas en el interior del campo.
¿Quién puede apoyar a un gobierno que acepta armas estadounidenses para atacar el interior de un campo de refugiados palestinos donde se encuentran aún sitiados la mitad de sus habitantes? (El mismo «regalo» que Israel acepta cada año y utilizó el pasado verano para aniquilar la mitad de este país).
Y esta vez no tiene nada que ver con sunníes o chiíes. Los sunníes del interior del campo están siendo sacrificados por su propio gobierno sunní y el líder de la comunidad chií está pidiendo que se les proteja.
Al final, mis pensamientos vuelven al campo de refugiados, por cuyas pequeñas y pobladas calles estuve paseando la pasada semana, a la tragedia que representan las vidas de estas gentes: refugiados obligados a ser refugiados para siempre.
Fuente:
http://www.counterpunch.org/ernshire05292007.html
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate