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Erdogan o la geopolítica de chantaje

Fuentes: Rebelión

Charles Aznavourian, más conocido como Charles Aznavour, posiblemente sea quien más ha contribuido a difundir el problema de Armenia. Sus padres, sobrevivientes del Genocidio Armenio, ejecutado por ejército turco durante la Primera Guerra Mundial, se establecieron en París, donde nació Charles.

Missak Manouchian, amigo de la familia Aznavourian y miembro de resistencia francesa, ejecutado por los nazis en febrero de 1944, dijo: “Charles será el orgullo del pueblo armenio y una gloria para Francia”. Efectivamente, fue el actor principal de “Ararat”, película financiada por él, que trata magistralmente el tema del Genocidio Armenio; su madre le había pedido que cuando fuera rico, contara la tragedia de su pueblo. En 1988, cuando Armenia sufrió el peor terremoto de su historia, con más 30.000 víctimas mortales, Aznavour aterrizó en Ereván con el aporte recogido por la fundación “Aznavour pour l’Arménie”. Por su inmensa obra, en Ereván hay una plaza y una estatua en su honor y el 2011 se inauguró un museo, que lleva su nombre, dedicado a su vida; por eso, y por mucho más, el mundo lloró su muerte en el 2018, a los 94 años de edad.

Las denuncias de Aznavour son un ejemplo de por qué Armenia teme la intervención de Turquía en el conflicto de Nagorno Karabaj, pues entre 1915 y 1923 el Gobierno de los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano cometió uno de los crímenes más espantosos del siglo XX, planificó el exterminio del pueblo armenio mediante un genocidio que masacró a más de un millón y medio de personas y en el que mujeres y niños fueron eliminados brutalmente, por medio de marchas forzadas, en condiciones extremas, a lo largo de cientos de kilómetro de zonas desérticas, lo que provocó que gran parte del pueblo armenio pereciera de hambre, de sed o fuese víctima de bandoleros. Pese a que muchos países del mundo reconocen el Genocidio Armenio, Turquía lo niega sistemáticamente y minimiza las atrocidades cometidas.

Por lo expuesto, Armenia ve con malos ojos la política exterior de Turquía, destinada a restablecer su influencia en los territorios del antiguo Imperio Otomano, más que nada porque Recep Erdogan, su presidente, ha declarado que el conflicto de Nagorno Karabaj fue provocado por la incapacidad del Grupo de Minsk para resolver de manera pacífica un problema de 30 años de duración y guardó silencio ante la apropiación del territorio de Azerbaiyán, realizada por Armenia. En cambio, Armenia acusa a Erdogan no sólo de instigar el conflicto de Nagorno Karabaj, sino de dotar a Azerbaiyán de armas, incluidas drones y aviones militares, para luchar contra Armenia, y de traer mercenarios extranjeros al campo de batalla.

Esta última acusación fue ratificada por Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, quien declaró que el hecho de que combatientes de grupos armados ilegales estén presentes en esa zona de conflicto es para Rusia un gran peligro y motivo de profunda preocupación, y también por Serguéi Narishkin, Director del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, quien denunció que se trata de miles de mercenarios radicales del Oriente Medio que se dirigen a Nagorno Karabaj, algo que, se sobreentiende, Rusia no puede tolerar sin actuar drásticamente. Si antes destruyó a los terroristas en Siria, ahora los tendrá que destruir donde se encuentren, aunque fuese en Azerbaiyán.

Moscú y Ankara tienen intereses opuestos en Siria, Libia y el sur del Cáucaso, pese a lo cual mantienen estrechas relaciones a todo nivel, logradas a partir de que Erdogan se disculpara por el malintencionado derribo del avión ruso en Siria, hecho por Turquía, pero la intervención turca en las hostilidades de Nagorno Karabaj va a poner a prueba estas buenas relaciones.

Por otra parte, da la impresión de que Erdogan, frustrado por el hecho de que a Turquía le hubieran negado el ingreso a la UE, pese a ser el segundo país más poderoso de la OTAN, cambió esta aspiración con la de restituir el Imperio Otomano, pero, por no tener la capacidad para lograr este objetivo, juega al chantaje: se pelea con EEUU, cuando decide adquirir misiles antiaéreos S-400 de fabricación rusa; lleva a límites peligrosos sus relaciones con Rusia, al operar militarmente en Libia, Siria y Nagorno Karabaj; convierte Santa Sofía, la más antigua catedral del cristianismo, en mezquita; inicia disputas territoriales con Grecia, también miembro de la OTAN, y en el caso en que empeoren las relaciones con la UE, amenaza con abrir las fronteras turcas a millones de refugiados que se encuentran en Turquía. En realidad, aparenta buscar una fuerte presencia militar en el Oriente Medio, incluido el sur del Cáucaso, pero lo que subyace debajo de tanta bravuconada es distraer a la opinión pública turca de sus problemas internos, como sus estrechos vínculos con los terroristas de Siria.

Pero nada de lo que pasa en la arena política mundial es casual y, más bien, está concatenado. Las sanciones a Rusia bajo la absurda acusación de haber envenenado a Alexéi Navalni con Novichok, arma mortal que no lo pudo dejar con vida, no es más que el intento de paralizar la construcción del gasoducto Nord Stream 2, y el conflicto de Nagorno Karabaj sería instigado para impedir que Rusia y Turquía desarrollen del Turk Stream. De lograr estos objetivos, la explotación de hidrocarburos ‎mediante el método de fracturación hidráulica, en el que EEUU ha hecho grandes ‎inversiones, se volvería rentable y ese país tendría el control del mercado mundial de petróleo y gas.

Ambos actos son parte de un complot mucho mayor: golpe de Estado de corte fascista en Ucrania, que convirtió en chatarra a esta antigua y culta provincia rusa; la continuación de la política rusófoba, pregonada por todos los medios masivos de información estadounidense; acosar hasta quitarle el resuello al país que no se alinee con Occidente; la ridícula repetición del pelele Guaidó en la marioneta Tijanóvskaya; acusaciones disparatadas contra todo el mundo, que van acompañadas de sanciones, y la doctrina militar de comenzar una guerra nuclear preventiva contra Rusia, como partes del conflicto global que se vive, en el que todo vale.

Este tétrico enjambre tiene que ver con que en EEUU, independientemente de quien lo gobierne, se han persuadido de que apercollando a Rusia con amenazas de guerra van a derrumbar su sistema político y van a desintegrar ese país en numerosos micro estados, para así apoderase de sus recursos naturales, que son el 45% de todos los del planeta, tal como lo han planteado muchos dirigentes de ese país.

Pero se equivocan de cabo a rabo. El Presidente Putin señaló: “Rusia posee las armas más avanzadas, que son muchas veces superiores en fuerza, potencia y velocidad, lo que es muy importante en términos de precisión, en comparación a todo lo que existía y existe hoy, y por ahora, nadie en el mundo tiene estas armas”; poderío militar que sería empleado solamente en el caso de que su país o cualquiera de sus aliados fuesen agredidos. Esto significa que a Moscú le resbala la política obtusa de chantajes y amenazas que llevan en Occidente.

En cuanto a las relaciones entre Rusia y la UE, el Canciller Lavrov fue bastante claro: “No solo cuestionamos si es posible tener negocios como antes sino también, en general, si es posible tener negocios con la UE, que no sólo mira a Rusia por encima del hombro, sino además con altanería, con arrogancia, exigiéndonos confesar todos los pecados que, según la UE, cometemos… Occidente a menudo se considera por encima de la ley y se cree superior a Rusia”.

En fin de cuentas, Moscú tiene un objetivo mucho más importante: fortificar su civilización, desarrollar una ideología propia con altos valores filosóficos, religiosos, morales, culturales, artísticos… y así lograr un progreso sostenido y estable, que genere en su población una alta calidad de vida, para lo cual necesita realizar un intenso trabajo introspectivo y no malgastar sus energías en peleas intrascendentes.

De regreso al tema de este escrito, el pasado 9 de octubre se dio el primer paso hacia la solución del conflicto entre Azerbaiyán y Armenia, cuando los ministros de relaciones exteriores de ambos países firmaron en Moscú el cese al fuego para intercambiar prisioneros y recoger a las víctimas de los combates, acuerdo que, como siempre sucede, ha sido violado por ambas partes; sin embargo, esta tregua permitirá la realización de conversaciones que hagan viable la solución del problema. Tarea nada fácil, pues Armenia controla desde la guerra de 1992-1994 siete distritos adyacentes a Nagorno Karabaj, zona que administrativamente es parte de Azerbaiyán, pese a estar poblada desde épocas pretéritas por armenios.

Falta por resolver el retorno de la población azerí, que huyó masivamente de la zona ocupada por Armenia, la devolución a Azerbaiyán de Nagorno Karabaj, la organización de un referéndum sobre el futuro estatus de esta provincia y la firma de la paz definitiva entre Bakú y Ereván; para ello es indispensable el retiro de Turquía de esta conflictiva región. Pero, aunque se lograsen todos estos puntos, nada volverá a ser como era antes, durante el Imperio Ruso o en la Unión Soviética, cuando se pudieron dar discrepancias aceptables, pero no el actual derramamiento de sangre. Ojalá, se trate de que no hay mal, que por bien no venga.