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¿Es posible acabar con la guerra en Ucrania?

Fuentes: Rebelión

La ya larga guerra entre Rusia y Ucrania es un lamentable conflicto en el que casi todo el mundo sale perdiendo, principalmente los propios ucranianos, pero también Rusia y la Unión Europea (UE) en su conjunto.

Como tantas otras veces, sólo los Estados Unidos (EEUU) se benefician de la situación, incrementando la dependencia económica, energética y militar de la UE respecto a Washington. Algunos analistas plantean el conflicto como una guerra entre el autoritarismo y la democracia, que Rusia y Ucrania, respectivamente representarían. La realidad está bastante lejos de ese análisis, y en un estudio hecho público a principios de febrero de este año, incluso The Economist, publicación británica de tendencia claramente neoliberal, consideraba a ambos países como regímenes autoritarios o semautoritarios, situando a Ucrania en el puesto 87 en el ranking mundial de un total de 167 estados analizados, donde el número uno es el supuestamente más democrático.1

A lo largo de los siglos se han librado en el mundo numerosas guerras por las zonas de influencia, los recursos naturales y los mercados, con victorias y derrotas de unas u otras potencias. Pero si repasamos la historia podemos recordar cómo la grave humillación a Alemania después de la I Guerra Mundial fue uno de los factores que acabó llevando al nazismo y a la II Guerra Mundial. Sin que esto implique ningún tipo de justificación para el conflicto actual, podemos recordar cómo, después de que Reagan prometiera a Gorbachov que la OTAN no se ampliaría ni un palmo hacia el Este, la expansión de la organización atlantista ha sido continua, lo que Rusia ha considerado una humillación por parte de Occidente. La ocupación de una parte de Ucrania ordenada por Vladimir Putin no fue una buena noticia, pero supuso una clara advertencia de que Rusia no estaba dispuesta a permitir que Ucrania se incorporara a la OTAN, ni a tolerar una hipotética pérdida de Crimea, que por historia, cultura y lengua considera parte de su territorio, lo que también pasa, aunque en menor medida, con las regiones o óblast de Donetsk y Luhansk y otros territorios del este y del sur. En el caso de la península de Crimea, esta pasó a formar parte del Imperio ruso en el siglo XVIII. Aunque durante la revolución bolchevique de 1917 y la posterior guerra civil Ucrania fue temporalmente independiente, sin incluir a Crimea ni algunos otros de los actuales territorios de esa república, Ucrania se acabó incorporando a Unión Soviética a finales del 1922. Tres décadas después, con Nikita Kruschev al frente de la URSS, una resolución del Presidium del Soviet Supremo de la URSS de febrero de 1954, traspasó la península de Crimea de la Federación Rusia a Ucrania, en aquel tiempo un cambio puramente administrativo, ya que ambas repúblicas pertenecían a la URSS. Otras partes de la Ucrania actual habían pertenecido a Polonia, Checoslovaquia o Rumanía antes de la Segunda Guerra Mundial. 2

Las últimas décadas han demostrado también que las fronteras no son precisamente intocables. Así, en la década de 1990, la Unión Europea y la ONU reconocieron la partición de la antigua URSS en quince nuevos estados independientes, de Checoslovaquia en dos y de Yugoslavia en seis. Podríamos también incluir también a Kosovo, pero en el caso de esta antigua provincia autónoma de Serbia, cinco países de la UE, España y Rumanía entre ellos, no reconocen su independencia, y más de noventa miembros de la ONU tampoco, entre ellos Rusia y China, miembros permanentes del Consejo de Seguridad y con derecho de veto. Salvando las distancias con Ucrania, también podemos recordar irónicamente cómo la OTAN defendió la soberanía y la integridad territorial de Yugoslavia: bombardeando Belgrado y otras zonas de Serbia para ayudar a la guerrilla separatista de Kosovo, donde EEUU tiene hoy una de sus principales bases militares fuera de su país.

Centrándonos más en Ucrania, debemos recordar como en 2014, tras la negativa de Víktor Yanukóvich, entonces presidente ucraniano, a firmar los acuerdos de colaboración con la Unión Europea, que impedían mantener unas amplias relaciones con Rusia, se produjeron las graves revueltas conocidas como el Euromaidan, que contaron con un amplio apoyo de la UE y EEUU, y acabaron con la destitución o derrocamiento de Yanukóvich. Una revuelta inicialmente popular que se convirtió pronto en un nuevo episodio de las conocidas revoluciones de colores, con amplia participación de la extrema derecha y claros componentes de un golpe de estado. Incluyendo un oscuro y mortal tiroteo contra civiles en Kíev, muy probablemente a cargo de los golpistas, todo ello auspiciado desde la embajada norteamericana, con la colaboración de algunos de sus socios europeos. 3 El levantamiento finalizó con más de un centenar de muertos y dos mil heridos, aunque en los territorios de lengua y cultura predominantemente rusa del Este y del Sur del país la insurrección fue de signo contrario. Así, Crimea proclamó su independencia sin que el ejército ucraniano interviniera y, tras un referendo no reconocido internacionalmente, se unió a la Federación Rusa, mientras en las zonas de Donetsk y Lugansk la rebelión acabó convirtiéndose en un grave conflicto armado, conocido como guerra del Donbass, que provocó miles muertos y que se ha acabado prolongando hasta enlazar con el actual conflicto armado.

A pesar de los acuerdos de Minsk I en septiembre de 2014 y sobretodo de Minsk II en febrero de 2015, que contó con la participación de la canciller alemana Angela Merkel, del presidente francés François Hollande, del ruso Vladimir Putin, del ucraniano Petró Poroshenko y de su homólogo bielorruso Aleksandr Lukashenko como anfitrión, los pactos apenas se llegaron a implementar. La grave incapacidad de las partes para hacer cumplir esos acuerdos, es cierto que sin el apoyo de los Estados Unidos, fue absolutamente lamentable. Ni un alto el fuego incondicional, ni la retirada de las armas pesadas del frente de combate, ni la liberación de los prisioneros de guerra, o la reforma constitucional en Ucrania, nada se llegó realmente a cumplir, y bien pronto se reanudaron los combates con gran intensidad. Desde entonces, Poroshenko y su sucesor Volodímir Zelenski aparcaron totalmente el principio de neutralidad, reforzando de manera ostensible el acercamiento militar a Estados Unidos y a la OTAN, e incrementando la lucha contra los movimientos separatistas del Este. La lengua rusa, habitual de una buena parte de la población del este y el Sur del país, fue prohibida o marginada, mientras el Partido Comunista era ilegalizado y antiguos líderes nazis eran nuevamente aclamados.

Todo ello ha ido acrecentando la tensión hasta llegar a la más grave guerra en Europa desde el conflicto de Yugoslavia (1991-2001) o incluso desde la Segunda Guerra Mundial. Un conflicto armado en el que, sin duda, se han perpetrado crímenes por ambos bandos, tal como han documentado Amnistía Internacional y otros medios, aunque todo parece indicar que lo han sido en mayor grado por parte de las tropas rusas.4 Ahora mismo la guerra parece muy lejos de su resolución, sin que la vía diplomática esté encima de la mesa. EE.UU. y otros países, como sus estrechos aliados británicos, han bloqueado hasta ahora el camino hacia cualquier negociación que pueda conducir al fin del conflicto, priorizando el debilitamiento de Rusia 5  y dejando clara su firme determinación de impedir un mundo multipolar, 6 aunque su apoyo incondicional a Zelenski parece dar signos de agotamiento. Ciertamente, parece demasiado tarde para plantear un estatuto de neutralidad para Ucrania, pero parece claro que Rusia tampoco va a aceptar ni su incorporación a la OTAN ni la devolución de los territorios ahora ocupados, especialmente de la península Crimea. Lamentablemente, ahora mismo parece francamente difícil avanzar hacia el final de la guerra, pero sería urgente intentar llegar a un compromiso de mínimos aceptable por ambas partes, aunque solo sea un alto el fuego temporal y un intercambio de prisioneros.

Más allá de estas consideraciones, este grave conflicto nos recuerda la necesidad de trabajar por una Europa en paz, del Atlántico a los Urales, y de impulsar un nuevo orden mundial, más plural y cooperativo, que garantice la paz y ponga límites reales a las fuerzas incontrolables del mercado, implementando un modelo de seguridad compartida.7

Notas:

1.     Diversos autores – A new low for global democracy. More pandemic restrictions damaged democratic freedoms in 2021 – The Economist – 09/02/2022 – https://www.economist.com/graphic-detail/2022/02/09/a-new-low-for-global-democracy.

2.     Carlos Taibo – Rusia frente a Ucrania – Los libros de la Catarata – Madrid – 2022

3.     Rafael Poch – La invasión de Ucrania – Rafael Poch – Rebelión – 22/01/2022

4.     Estebán Beltrán – De desigualdad y de espionaje – Amnistía Internacional 152 – Júnio de 2022

5.     Félix Flores – Entrevista a Noam Chomsky: “No se habla de cómo acabar con la guerra en Ucrania” – La Vanguardia – 11/09/2022

6.     Manolo Monereo – Lo que Taiwán desvela: el horizonte histórico de la época – Público – 08/08/2022

7.     Gerardo Pisarello Parar la guerra cuanto antes – Ctxt – 17/04/2022

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.