Las intrigas propias de la guerra fría vuelven a emerger con fuerza en uno de sus escenarios preferidos: el mar Báltico. Lugar extremadamente sensible por seguir siendo un estratégico corredor aéreo y marítimo, la región es hoy, a la postre de lo sucedido en Crimea y Donbass, un renovado punto de fricción entre el gigante […]
Las intrigas propias de la guerra fría vuelven a emerger con fuerza en uno de sus escenarios preferidos: el mar Báltico. Lugar extremadamente sensible por seguir siendo un estratégico corredor aéreo y marítimo, la región es hoy, a la postre de lo sucedido en Crimea y Donbass, un renovado punto de fricción entre el gigante ruso y una OTAN que hace de la pequeña Estonia su punta de lanza.
La cita era arriesgada, no muy lejos de Luhamaa, el último puesto fronterizo de Estonia antes de cruzar a Rusia. Según los planes del agente secreto Eston Kohver, se vería con su confidente en una zona de frondosos bosques cerca de la aldea de Miikse, un espacio solitario frecuentado por traficantes de drogas y personas. Pero las cosas se torcieron cuando el agente resultó interceptado por un comando de la contrainteligencia rusa que lo redujo utilizando granadas aturdidoras y un inhibidor de frecuencias.
La misión del agente estonio, que tal y como presentaron los medios de comunicación rusos en el momento de su detención portaba 5.000 euros en efectivo, una minipistola fabricada en Estados Unidos y varios sofisticados dispositivos de grabación, terminó tan mal como la relación actual entre los dos países. Aquel 5 de septiembre del 2014, el laureado oficial del KAPO (servicio secreto estonio) Eston Kohver se despidió de su mujer e hijos consciente de la tensión reinante en el inframundo del espionaje en el que hombres como él se ganan la vida. Apenas 48 horas antes, el presidente estadounidense Barak Obama había salido de Estonia cerrando una serie de acuerdos militares destinados a aumentar, como nunca antes, la presencia de fuerzas de la OTAN en el Mar Báltico, hecho que desató la inmediata condena del Kremlin.
Capturado y trasladado al presidio moscovita de Lefortovo, el proceso judicial al que se le sometió escenificó la pésima relación que atraviesan ambos países. Su abogado, Yevgeni Aksyonov, dijo entonces que el agente del KAPO, «se enfrenta a una condena de veinte años en prisión por espionaje, a la que se le podrían sumar tres años más por tenencia ilegal de armas». Según este letrado designado por el propio Gobierno ruso, «el señor Kohver está convencido de que será intercambiado por otra persona antes o después», al tiempo que revelaba la existencia de «una guerra de espías», en la que, «Kohver es un prisionero de guerra, por lo que será posible proceder como en Ucrania, donde se han intercambiado prisioneros».
¿La pequeña Ucrania?
En uno de los muchos barcos que salen a diario desde Suecia hacia Estonia, Aleksei sube a cubierta nada más dejar atrás el archipiélago de Estocolmo. Todo es mejor que quedarse en el atestado camarote con los otros trabajadores estonios que regresan a sus hogares tras un duro año de trabajo. «Pronto estaré en casa», sonríe satisfecho observando la noche caer sobre el frío Báltico. Para Aleksei, que es de origen ruso, su «casa» es la ciudad estonia de Narva, donde el 88 por ciento de la población es de origen ruso, la lengua dominante es el ruso y San Petersburgo queda más cerca que la capital, Tallin. «Y no sólo eso», añade Aleksei, «gran parte de la economía está basada en las visitas y compras que los vecinos y vecinas rusas hacen en nuestra ciudad».
Estonia, un pequeño país con 1.300.000 habitantes, no sólo tiene una porosa frontera con Rusia, sino que el 25 por ciento de su población es étnicamente rusa. Cerca del 7 por ciento de la población total del país no tiene derecho a ciudadanía ni a voto en las elecciones generales. Así vivió Aleksei durante años, antes de conseguir «el pasaporte estonio», circunstancia en la que aún están atrapados algunas personas de su entorno, «pues son apátridas y no disfrutan de esos derechos». A estos «no ciudadanos» se les conoce como «los de los pasaportes grises», pues aun habiendo nacido y crecido en Estonia, no tienen derecho a nacionalidad, tan sólo a una residencia que es permanente en su país y temporal en el resto de la Unión Europea. Un hecho poco conocido por la población de Europa pero criticado regularmente por organizaciones pro derechos humanos como Amnistía Internacional o el Grupo Internacional por las Minorías. Sin embargo, y a pesar del tira y afloja político, Aleksei se encuentra satisfecho en Estonia.
«Los rusos de Estonia no estamos insatisfechos como los de Ucrania. Es porque la gente más o menos tiene trabajo y educación, aunque algunos no tengan un auténtico pasaporte». Debido a estas políticas de exclusión iniciadas tras la caída de la Unión Soviética, el anterior secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, llegó a afirmar que existían «altas probabilidades» de que los países del Báltico fuesen «los siguientes objetivos de Rusia tras Crimea».
Conscientes en la OTAN de que a la población étnicamente rusa se le ha marginado, existía -y latente, aún existe- el temor a que los servicios secretos rusos azuzasen el descontento popular, y mediante una nueva «guerra híbrida» se terminaran anexionando las partes rusófonas del este de Estonia como si Narva fuera alguno de los territorios en disputa del sur y este de Ucrania. Sin embargo, al igual que el propio Aleksei, el analista del Instituto Estonio de Relaciones Exteriores Andres Kasekamp, apunta a que las diferencias socioeconómicas entre la población étnicamente rusa de Estonia y la de Ucrania son grandes. Por lo tanto, con la economía algo más satisfecha en los hogares rusófonos de Estonia, se perdería gran parte de la fuerza ignífuga de esa hipotética revuelta que ha inquietado a Rasmussen y la OTAN. De este modo, según concluye este académico que hace parte de varias organizaciones financiadas por el magnate húngaro George Soros, Estonia es un país pequeño, saneado económicamente y con una administración ágil, todo lo contrario a Ucrania, un país grande, con mucho desempleo y estructuralmente disfuncional desde su independencia. Además, el experto señala cierto factor coercitivo de la enorme fuerza militar que, «lista para una reacción rápida», la OTAN tiene desplegada en Estonia (país que hace parte de la alianza atlántica desde el 2004), circunstancia reconocida por el propio presidente ruso, Vladimir Putin, con su reciente, «sólo un enfermo mental atacaría a la OTAN».
Vigilancia y cibergerra
Justificada o no, la psicosis por «la amenaza rusa» confesada por el ex secretario general de la OTAN, ha llevado a Estados Unidos a crear unidades ilegales de contravigilancia en el país. Según documentos confidenciales obtenidos recientemente por el diario estonio Postimees, equipos de cinco a seis personas usarían al menos un apartamento en el centro de Tallin como base de operaciones destinada al seguimiento y control de aquellos individuos que consideren sospechosos. Según estos documentos, los agentes contarían con la aprobación del ministro de Interior estonio, pero en la práctica sus labores se llevarían a cabo fuera de la legalidad. Con un recorrido en el tiempo que coincide con la incorporación de Estonia a la OTAN, la investigación publicada apunta al uso de vehículos especialmente preparados y caracterizaciones físicas con las que realizar seguimientos y filmaciones de forma anónima.
Sin embargo, en Estonia no sólo se valen de espías con sofisticados dispositivos de grabación y minipistolas al estilo clásico que representan Eston Kohver y sus aliados de la embajada estadounidense, sino que además, el país es hoy vanguardia global en «ciberespionaje y defensa», la nueva herramienta de control informático que permite penetrar en el cerebro del enemigo sin poner en riesgo persona alguna. Desde el año 2008, la pequeña nación báltica alberga el «Cooperative Cyber Defence Center of Excellence». Se trata del supuesto cerebro digital que la OTAN utilizaría en caso de «ciberguerra». El llamado «Manual de Tallin» (en alusión a la capital estonia donde está ubicado el enigmático centro) es la guía que recoge las instrucciones a seguir por todos los países miembros de la OTAN ante un escenario de conflicto. Con un persuasivo, «el Estado puede ejercer control sobre la ciberestructura y sus actividades», el primer capítulo del protocolo es claro y pone en evidencia el discurso de, «un Internet libre para un mundo libre» del que los estados atlantistas (con la estadounidense Hillary Clinton como «lobista» a la cabeza) hacen gala. No obstante, y aun siendo determinante el hecho de que Estonia sea uno de los países del mundo donde las nuevas tecnologías de Internet más se han desarrollado, el motivo para establecer aquí dicho punto de control electrónico podría en realidad deberse al gran cable de comunicaciones ruso que, proveniente de San Petersburgo, pasa frente al litoral estonio. En la era de los satélites y la propaganda del progreso, se trata de un dato habitualmente soslayado, pero aún hoy, la inmensa mayoría de las comunicaciones globales continúan transitando por cables tranoceánicos. Internet incluida.
Resurgir del KGB
No sólo el FSB (Servicio General de Seguridad ruso) se dedica a atrapar agentes extranjeros. En los últimos años se han producido muchas sentencias condenatorias a espías rusos en Estonia. Han sido tantas que en varios casos se han producido de dos en dos por tratarse de matrimonios al servicio de Moscú. Su nivel de penetración ha llegado a alcanzar la cúpula del Ministerio de Defensa estonio, como sucedió con el caso de Herman Simm, máximo jefe del KAPO y hombre de confianza en el organigrama de trabajo conjunto entre Estonia y la OTAN. Durante trece años, él y su mujer Heete filtraron a los rusos información clasificada a través de diferentes encuentros. El primero de ellos se llevó a cabo en la costa de Túnez. Aparentemente se iban de viaje como cualquier otro turista, pero aprovechando las vacaciones familiares o un simple fin de semana, la pareja se citaba con sus enlaces en ciudades del extranjero. Los receptores de sus detallados informes eran agentes rusos del VSR (Servicio Exterior de Inteligencia Exterior) con los que se veían cara a cara o mediante el sistema de buzones. A la postre del escándalo nacional e internacional desatado con su arresto, la pregunta que inquietaba a los servicios de contrainteligencia occidentales, era, ¿qué espía extranjero pudo reclutar a uno de sus más altos cargos? Y la respuesta no estaba lejos.
El matrimonio Simm fue captado en 1995 por Valeri Zentsov, ciudadano ruso nacido en el Berlín de la posguerra y miembro del KGB desde 1969, previo paso formativo por un instituto de Tallin. Zentsov residía legalmente en Estonia y los servicios de contraespionaje lo tenían por un simple jubilado que daba largos paseos, leía y subsistía con los 1.300 rublos mensuales que cobraba como pensionista. El fallo de un sistema que jamás desconfió de Simm, se pudo dar gracias al frenesí materialista que de la noche a la mañana se instaló en las extintas repúblicas soviéticas. Todos los resortes de seguridad comprendidos en el Ministerio de Defensa e Interior estaban metidos de lleno en el nuevo mundo del mercado y sus oportunidades, por lo que hasta la llegada de la OTAN, en el año 2004, los servicios de inteligencia y contrainteligencia pusieron más medios para frenar las numerosas tramas de corrupción institucional fue en analizar lo que hacían en el país sus homólogos rusos. Algunos de los agentes más veteranos, movidos por el despecho tras ser apartados de sus carreras con la llegada de las democracias pro-occidentales, o simplemente, por preferir verse como aliados naturales de su vecina Rusia, decidieron continuar trabajando para Moscú. Así, el Kremlin ha sabido reincorporar a buena parte de sus antiguos espías, cuando no alistar a nuevos e insospechados aliados.
De todos los que han caído, sin duda fue Zentsov y la incorporación que este hizo del matrimonio Simm el tándem más importante. Sin embargo, no habrían sido descubiertos si el jubilado del KGB no hubiese cedido el relevo al temerario, Sergei Yakolev, el enviado del SVR ruso que le sustituyó. El nuevo enlace, que utilizaba su perfecto portugués y un pasaporte brasileño falsificado (a nombre de Antonio de Jesus Amurett Graf) para pasar como consultor de negocios, comenzó una frenética actividad de espionaje mientras permanecía en contacto con Simm. Fue tal su ansia por cosechar éxitos a corto plazo, que en un foro de seguridad y defensa intentó reclutar fallidamente a un miembro de los servicios secretos lituanos que terminó dando el aviso a sus mandos. De ahí a descubrir la relación del nuevo espía ruso con Simm, había un paso.
Intercambio de espías
Finalmente, el canje de prisioneros anunciado premonitoriamente por el abogado del agente estonio Eston Kovher, se ha terminado produciendo al más puro estilo cinematográfico. El pasado 26 de septiembre, al abrigo de una fina bruma, miembros de la inteligencia rusa y estonia se citaron en un puente sobre el río Píusa. Kohver, el agente del KAPO estonio capturado por los rusos, fue canjeado por Aleksei Dressen, otro miembro del KAPO capturado por los propios estonios al descubrir que realizaba tareas de agente doble al servicio del FSB ruso. Dressen, que siendo muy joven hizo parte de la policía soviética, es étnicamente ruso y se valía de su esposa para hacer llegar memorias USB con información clasificada a sus contactos de Moscú. Arrestado in fraganti cuando acompañaba a su mujer al aeropuerto provista de información secreta, el espía Dressen ya había despertado ciertos recelos en la unidad de contrainteligencia estonia creada por Aleksander Toots, el reemplazo del ?traidor Simm? al frente del KAPO, y a estas alturas, según apuntan algunas revistas especializadas en «defensa y seguridad», uno de los mayores expertos europeos en espionaje y contrainteligencia. Labor necesaria sin duda, pues además de los casos Simm o Dressen hay otras experiencias de «traición» recientes, como las de Vladimir Vietman y Viktor Yermakov, veteranos del KGB y expertos en sistemas de comunicaciones al servicio de la actual Federación Rusa.
¿Amigos?
En Estonia el servicio militar es obligatorio, y además de las clásicas fuerzas de tierra, mar y aire, el país confía gran parte de su respuesta armada en una agrupación paramilitar llamada Kaitseliit, la cual fue fundada en 1918 y opera bajo la máxima del civil «patriota, instruido y motivado». Concebidos para mantener «la defensa nacional», estos 15.000 efectivos están perfectamente regularizados, haciendo también parte de las maniobras conjuntas de la OTAN. A nivel regional, el país tienen varios tratados de colaboración militar con Letonia y Lituania, y desde hace poco, incluso hace parte de la NORDEFCO (Cooperación Nórdica de Defensa) en la que se incluyen Finlandia, Islandia, Dinamarca, Noruega y Suecia. Además, y como parte de los nuevos compromisos adquiridos con la OTAN, el año que viene Alemania será el primer país europeo en desplegar unidades en Estonia, un hecho lleno de simbolismo, pues desde que Alemania ocupara el país durante la II Guerra Mundial, el ejército germano no se estacionaba en el país.
No obstante, esta reedición de la «guerra fría» no sólo cuenta con armamento físico, sino que también se está llevando a cabo a través de operaciones psicológicas lanzadas por la OTAN desde aquellas corporaciones mediáticas con las que coincide en sus intereses políticos y económicos. Así, con el ánimo de contrarrestar la marginación en la que se encuentra sumido ese 7 por cien de población étnicamente rusa, el Estado ha creado un nuevo canal de televisión en ruso del que sus responsables gubernamentales dicen, «servirá para fortalecer la identidad de la comunidad local pero no para hacer propaganda». Con el mismo ánimo publicitario y desde el año pasado, los ministerios de Defensa de varios países miembros de la OTAN están incentivando viajes para periodistas con los que dar una imagen positiva de su misión militar en Estonia. Así lo ha hecho el Ministerio de Defensa español, que tiene varios cazas desplegados en Estonia y patrullando el perímetro ruso constantemente.
El matriz de opinión a implantar juega con la idea de que toda la hostilidad proviene exclusivamente de Rusia. Esta nueva fabricación de «la amenaza rusa», lanzada ad nauseam por los portavoces de la OTAN y los negocios informativos que reproducen su discurso, se está cristalizando en hechos concretos. Uno sería el incremento del gasto militar en todo el continente. Y otro, la predecible incorporación a la OTAN de países como Suecia, estado al que muchos analistas -y no pocos investigadores e investigadoras de la academia y prensa sueca- califican desde hace décadas como ghost member. «Sin embargo, y en honor a la verdad», tal y como matiza en su regreso a casa el emigrante Aleksei, «los motivos de la pequeña Estonia para desconfiar de las decisiones tomadas en Moscú son razonables a tenor de su historia». Las ocupaciones militares o las deportaciones a Siberia son experiencias generacionales que aún se recuerdan con viveza y costará olvidar, como han olvidado otras, al admitir, sin mayor debate, el inminente retorno de Alemania, país que ocupó Estonia de forma brutal durante la segunda guerra mundial. En este sentido, en el de la memoria histórica, el ex espía Herman Simm, se expresó de forma retórica cuando una periodista le preguntó acerca de su «traición» a la Estonia de la OTAN. Perspicaz y como quien oculta un secreto, el agente doble respondió: «¿Acaso sabe usted quienes son nuestros amigos?»
Comandos en alta mar
Pero si hay un asunto rodeado de misterio y que ha dado pie a múltiples teorías, no sólo en Estonia, sino en todo el Báltico y buena parte del globo, es el ocurrido el 24 de julio del 2009 a bordo del buque mercante, Arctic Sea. Con registro en la isla de Malta, y procedente del enclave ruso de Kaliningrado, el barco zarpó rumbo al puerto finlandés de Jakobstad, donde declaró haber cargado sus bodegas con madera que sería descargada en el puerto argelino de Béjaïa. Nada llamó la atención de las autoridades europeas hasta navegar a la altura de la isla sueca de Öland, momento en el que la tripulación (de nacionalidad rusa en su totalidad) denunció haber sufrido el asalto de un comando en pleno mar. En un confuso episodio jamás aclarado, el atestado habla de ocho hombres enmascarados y con atuendos propios de la policía que subieron al barco «en busca de algo», maltratando a la tripulación y regresando al mar del mismo modo que llegaron. Sin detenerse a denunciarlo en ningún puerto del Báltico, el Arctic Sea, continuó su viaje hacia el mar del Norte de forma elusiva, y aunque se ha comprobado que mantuvo un contacto radiofónico rutinario con las autoridades británicas a su paso por el canal de la Mancha, a partir de ahí casi se pierde por completo su pista.
Según un avión de los guardacostas portugueses, fue visto navegando frente a la costa lusa a principios de agosto, pero el barco, que ya entonces tenía desactivado el SIA (Sistema de Identificación Automática) jamás cruzó el estrecho de Gibraltar ni mucho menos llegó a Argelia para descargar la madera tal y como tenía previsto hacer el día 5 de agosto. Finalmente, y tras una operación internacional de búsqueda liderada por Interpol, el bar barco reapareció el día 14 de ese mismo mes cerca de Cabo Verde (África Occidental). Lo escoltaba un gran dispositivo de seguridad de la armada rusa. Tal fue el oscurantismo con el que trataron el asunto, que tres días después, Dimitry Rogozin, embajador de Rusia ante la OTAN, reconoció haber ofrecido «información falsa sobre lo sucedido». Así, el 17 de agosto, de forma sorpresiva e incoherente, no sólo la tripulación salió en un vuelo de Isla de Sal a Moscú, sino que en otra aeronave, como salidos de la nada, iban arrestados los ocho supuestos piratas que protagonizaron el abordaje en el Báltico. Pocos días después, el Arctic Sea, zarpó rumbo al puerto militar ruso de Novorossiysk, «para ser inspeccionado», declaró entonces la portavoz del Kremlin, Natalia Timakova.
Nada se sabe aún de lo que realmente sucedió, y a estas alturas no se espera que las autoridades rusas presenten un informe que resulte plausible al confrontarlo con la cadena de hechos. Por su parte, la Unión Europea, y más concretamente varios de los países directamente implicados (como Suecia, Finlandia y Malta, curiosamente, todos neutrales) han realizado vagas declaraciones e informes varios, los cuales, básicamente, han tenido como función poner distancia, al afirmar que no intervinieron, «por temor a que los asaltantes continuasen a bordo y pudieran utilizar a los quince tripulantes rusos como rehenes». Por el contrario, Mikhail Voitenko el periodista de la revista Maritime Bulletin que destapó el caso, duda incluso de que se hubiese producido un asalto como el denunciado por los navegantes y denuncia que justamente antes de que desconectara el sistema de detección por satélite, SIA, él pudo comprobar, un contacto anterior y no reconocido entre un buque de la armada rusa y el Arctic Sea en el Golfo de Vizcaya. Otra de las tesis, no descartada por el propio Voitenko (quién abandonó Rusia tras ser amenazado de muerte) y defendida por muchos y muchas de sus colegas, habla de un operativo (o encargo) israelí para tratar de detener una inminente entrega de material militar ruso a Siria o Irán (se especula que misiles tipo S-300 o aviones MIG-31). En lo único en lo que todos y todas las investigadoras que han analizado el asunto están completamente de acuerdo es en que la naturaleza del viaje no era transportar madera, sino armamento del más alto nivel tecnológico.
Como resultado de este enigmático episodio, seis de los asaltantes han recibido condenas de entre 7 y 12 años de prisión. De los condenados, uno es de nacionalidad letona, otro ruso, y los otros cuatro son estonios, aunque algunas fuentes señalan que tres de estos son «apátridas», es decir, que podrían ser estonios de etnia rusa sin derecho a nacionalidad (los llamados, «pasaportes grises»). En Tallin, el familiar de uno de los condenados, Dimitri Bardonov, aseguró a un reportero de la televisión pública australiana que su hermano -un delincuente que en el 2009 se encontraba en libertad condicional- había sido contratado por un letón llamado Dmitry Savins, «para hacer un trabajo de seguridad y escolta en un barco, pero no para ser pirata», lo que apunta a que de un modo u otro, él y sus cómplices fueron meros ejecutores, o como sugiere Mikhail Voitenko, «cabezas de turco».
A lo largo del proceso judicial, el fiscal atribuyó a Dmitry Savins ser, «el líder del comando asaltante», y acto seguido, Savins declaró que Eerik-Niiles Kross, hombre de negocios, parlamentario y ex jefe de los servicios de inteligencia estonios, fue una de las figuras clave tras el intento de intervención en el Arctic Sea. Kross, uno de los halcones de la OTAN en su frente oriental y destinatario de una orden de captura solicitada por Rusia a Interpol, está enfrentado a Moscú desde los años ochenta, cuando comenzó su militancia en contra de la Unión Soviética y a favor de la independencia de Estonia. Así hoy, implicado en el asalto al Arctic Sea o no, tanto Kross como sus colegas del KAPO pretenden garantizar a la OTAN la posibilidad de que, al menos en lo que al Báltico respecta, Moscú deje de ser, «puerto de cinco mares» (junto al Caspio, el Negro, el Blanco y el de Azov). Un antiguo eslogan de la Unión Soviética que hace gala del poder operativo de la capital rusa, y que los viejos enemigos del Kremlin parecen no haber olvidado.
Fuente original: http://www.revistapueblos.org/
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