Las guerras son siempre un desastre, la peor expresión del ser humano, y los ciudadanos padecen las consecuencias.
La guerra de Ucrania no es una excepción porque, entre la población civil, partidarios y adversarios del régimen de Zelenski la sufren por igual, aunque los ladrones que llenan las oficinas gubernamentales ucranianas siguen haciendo negocio con las armas y la ayuda occidental que les llega, mientras la incompetente y avariciosa burguesía rusa sigue empeñada en esquilmar las riquezas de Rusia. También procuran hacer negocio los codiciosos y sanguinarios empresarios estadounidenses, que, escondidos tras los generales del Pentágono, se aprovechan de la escasez de energía en Europa, especulan con la victoria en Ucrania para apoderarse de otra enorme porción de Europa oriental e incluso sueñan con la partición de Rusia para participar en un nuevo saqueo de yacimientos petroleros y gasísticos, de tierras y recursos naturales.
Para conseguirlo, el ejército estadounidense tiene sus «perros de caza», instructores y mercenarios, y Ucrania era el pretexto adecuado: lleva preparando esta guerra desde hace años. El Pentágono y la OTAN no solo han estado formando y entrenando a militares ucranianos en los últimos años, y enviando a sus hombres para preparar el terreno, también han organizado una potente estructura informativa, un abrumador despliegue de propaganda, orientada a presentar a los instigadores de la guerra como bondadosos aliados de la pobre Ucrania, agredida por Rusia en febrero de 2022, omitiendo que la guerra civil la inició la Junta golpista instalada en Kiev en 2014. Washington ha arrastrado a aliados que no querían la guerra pero se han visto envueltos en ella, con el pretexto tramposo de que tenían que ayudar al más débil. Ucrania no dispone de la potencia militar de Rusia, pero los eslavos no son los únicos actores del conflicto, porque la guerra enfrenta a treinta países de la OTAN con Rusia. Ucrania pone los soldados, pero Estados Unidos y la OTAN despliegan su armamento, sus redes de información militar e incluso sus instructores y mercenarios.
Varios años antes de la «operación especial» rusa, los especialistas del Pentágono ya trabajaban en Ucrania: de hecho, empezaron a hacerlo tras el golpe de Estado del Maidán en 2014, y es obvio que su misión no era amistosa hacia Moscú: preparaban al ejército ucraniano para el ataque contra el Donbás y contra Crimea. Pero Rusia se adelantó. En mayo de 2022, el general Paul Nakasone, director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y jefe del Cyber National Mission Force del Pentágono, declaró que el cibercomando realizaba «operaciones ofensivas de información» para apoyar a Ucrania. Unos meses después, el 1 de diciembre de 2022, el cibercomando se pavoneaba en su cuenta pública: «Diciembre marca un año desde que Cyber National Mission Force envió un «equipo de caza» a Ucrania. Las fuerzas cibernéticas de élite trabajaron con nuestros socios para encontrar actividad maliciosa en sus redes críticas. Seguimos apoyando a Ucrania en este esfuerzo.» «A hunt forward team to Ukraine», escribían los aplicados militares del cibercomando. Es decir, meses antes del inicio de la operación rusa, los perros de caza del Pentágono ya preparaban el asalto.
También la propaganda se había preparado con anticipación. Todo estaba listo: el primer día de la intervención rusa, las redes del Pentágono enviaron ya decenas de miles de mensajes cada hora. Lo sabemos, entre otras fuentes, porque un grupo de investigadores australiano de la facultad de Matemáticas de la Universidad de Adelaida, que examinó cinco millones de mensajes, descubrió que un ejército de bots creado por Estados Unidos había enviado por las redes sociales a todo el mundo millones de tuits sobre la guerra de Ucrania, mintiendo y desinformando deliberadamente. Centenares de miles de cuentas falsas participaban en el abrumador despliegue, enviando de forma automática decenas de miles de mensajes cada hora; y millones de menciones con la etiqueta #IStandWithUkraine. Los mensajes eran siempre contra Rusia, y el operativo fue convenientemente ignorado por los grandes medios de comunicación occidentales. Uno de los investigadores australianos, Joshua Watt, hizo notar la eficacia de la campaña: la desinformación llega directamente a los teléfonos de los ciudadanos.
Aunque la guerra siempre está llena de horror y de mentiras, ahora sabemos también que en Washington y Bruselas hacía muchos años que preparaban la escalada: en una reciente entrevista con el diario alemán Die Zeit, Angela Merkel ha revelado, inadvertidamente,que los Acuerdos de Minsk fueron una táctica dilatoria que permitió a Occidente militarizar Ucrania y fortalecerla para una guerra «inevitable» contra Rusia. Las declaraciones de Merkel, similares a las que hizo Poroshenko en su día, son un implícito reconocimiento de que Washington, Berlín, París y Bruselas jugaron sucio en las negociaciones de Minsk, como Putin denunció precisando que los dirigentes rusos creían que el gobierno alemán dialogaba con sinceridad para resolver la guerra civil ucraniana (que desató Poroshenko con su ataque al Donbás y a las regiones que se opusieron al golpe de Estado del Maidán), concluyendo que tanto Alemania como Francia mentían sobre su disposición para cumplir el acuerdo.
Y Merkel y Poroshenko no han sido los únicos. El 6 de diciembre de 2022, Gregory J. Hayes (director ejecutivo de la empresa de armamento Raytheon, una de las mayores del mundo) admitía en una entrevista en la CNBC, pavoneándose, que están proporcionando información en tiempo real a Ucrania y seleccionando objetivos militares contra Rusia. Era otra evidencia más: la guerra de Ucrania enfrenta a Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, la población civil ucraniana solo importa para la propaganda, y el gobierno golpista de Zelenski es el instrumento necesario de una guerra del Pentágono por delegación.
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